Homilía en la Misa de la 30ª Peregrinación de Ciclistas de Querétaro al Tepeyac

Basílica de Nuestra Señora de Guadalupe, Ciudad de México, 15 de julio de 2012
XV Domingo del Tiempo Ordinario

 

Muy queridos hermanos Sacerdotes,
hermanos consagrados y consagradas
hermanos peregrinos, peregrinos ciclistas,
hermanos y hermanas todos en el señor:
 

1.   Les saludo a todos ustedes en este día en el cual como familia cristiana nos reunimos para celebrar el triunfo del Señor resucitado, y alimentarnos con la Palabra de Dios y con el Cuerpo y la Sangre de Cristo, en este lugar que nos hermana y nos identifica como pueblo de Dios, bendecido de manera especial en la persona de la Bienaventurada Virgen María de Guadalupe. Saludo de manera especial al P. Alfonso Mondragón Rangel, Director espiritual de esta peregrinación; así como a cada uno de ustedes peregrinos ciclistas venidos de diferentes partes de la Diócesis de Querétaro y de otras comunidades diocesanas.

2.   En el pasaje del Evangelio de san Marcos que hemos escuchado en la liturgia de la Palabra de este día, se nos describe con claridad la identidad del discipulado propuesto por Jesús. Tras la resistencia que había encontrado en Nazaret a causa de la incredulidad de sus habitantes, prosigue Jesús con su actividad de anunciador del Reino  de Dios (cf. Mc 1, 15); más aún, la prolonga asociando también a los doce a esta misión. El evangelista ya había señalado que, entre los discípulos, Jesús, “designó entonces a doce, a los que llamó apóstoles para que lo acompañaran y para enviarlos a predicar con poder de expulsar los demonios” (Mc 3, 14-15). Ahora nos muestra el segundo aspecto del discipulado, es decir, el de ser “misionero”.

3.   Queridos hermanos, es Jesús quien presenta las condiciones en que debe desarrollarse la misión. Hace partícipes a los enviados de su mismo poder para que prosigan su obra. Ésta consiste esencialmente en anunciar el alegre mensaje del Reino, para que cada uno de nosotros, los oyentes de la Palabra, demos sentido a nuestra vida personal y social, pues el Reino de Dios está presente y es URGENTE convertirse, únicamente como fruto del encuentro con la persona de Jesucristo.  La evangelización tiene por objeto a Jesucristo: “Evangelio de Dios para el hombre”, por ello lo conduce naturalmente a una experiencia de conversión, etapa indispensable en el camino a la santidad. Fiel a la voluntad de su Señor la Iglesia en cuanto evangelizadora, vive su misión comenzando nuevamente cada vez por evangelizarse a sí misma.  A través de una conversión y una renovación constantes. En la escucha de la Palabra de Dios, en la celebración de los sacramentos y en la obra de la caridad. Para la Iglesia la evangelización no es una opción sino un deber: ella existe para evangelizar. Por otra parte toda persona tiene el derecho de escuchar el evangelio ofrecido por Dios para la salvación del hombre, Evangelio que es el mismo Jesucristo. La evangelización es el gran don de Dios a todos los hombres. La nueva evangelización es la expresión de la dinámica interna del cristianismo, que desea dar a conocer a los hombres de buena voluntad la profundidad de la riqueza, de la sabiduría  y el conocimiento del misterio de Dios, revelado en Jesucristo, como hemos escuchado en la segunda lectura, (cf. Ef 1, 3-14) y no tanto una afanosa respuesta frente a la crisis de la fe y a los nuevos desafíos planteados a la Iglesia por el mundo actual.

4.   Hermanos y hermanas, la sobriedad  que caracteriza  el estilo de vida del misionero en el vestido y en el alimento, como escuchamos en el evangelio, forma parte integrante del anuncio. Proclama la confianza  en la Palabra que le ha enviado  cuyo valor está por encima de cualquier tipo de riqueza. A ella debe consagrarse enteramente el misionero y es algo que debe ser evidente a simple vista, ¡se nos tiene que notar el ser de discípulos! Sin embargo, esta misma Palabra hará que encuentren hostilidad y rechazo. Sabemos que Marcos escribió su evangelio alrededor del año 70 d.C. en tiempos de persecución y rechazo por parte de judíos y romanos, realidad que se vive hoy día en muchos lugares y sectores de nuestra sociedad, inclusive dentro de la misma Iglesia, viviendo una fe de modo pasivo y privado, rechazando una formación de la propia fe y viviendo una consiente separación entre fe y vida. Sin olvidar el creciente secularismo, el nihilismo, el consumismo, y el hedonismo. Hemos dicho en nuestro Plan Diocesano de Pastoral que ante la pérdida del sentido personal y social para rencontrarlo unos y descubrirlo otros, responderemos con una vigorosa pastoral vocacional como respuesta al vacío producido por una vida sin sentido. Lo haremos despertando el gozo de ser llamados a la vida en plenitud, siendo discípulos misioneros de la vida plena en Cristo. Además, proponiendo los diferentes carismas, ministerios y estados de vida específicos.  Nunca es tarde para recomenzar desde Cristo, la tarea de la nueva evangelización no es cuestión de modas o propósitos personales, no me cansaré de repetirlo: “la finalidad de la Nueva Evangelización es la transmisión de la fe. Y en ella todos los bautizados estamos llamados a dar nuestra contribución de manera sencilla y noble. Mediante el testimonio de vida y sin reservas personales”. Ante las adversidades y rechazos en la predicación, decía el papa Benedicto XVI en su reciente venida a México, cuando se encontró con los niños: “El discípulo de Jesús no responde al mal con el mal, sino que es siempre instrumento del bien, heraldo del perdón, portador de la alegría, servidor de la unidad” (Benedicto XVI, discurso a los niños en la plaza de la paz, 24-03-2012).

5.   Hoy reunidos a los pies de la “Morenita del Tepeyac”, sin duda que cada uno de ustedes trae una historia y un sin  fin de pensamientos y necesidades que desean ser escuchados e iluminados por la luz del Evangelio. Quizá muchos de ustedes esperan una respuesta de parte de Dios a las problemáticas que día con día viven. La respuesta es clara, María de Guadalupe nos dice: “hagan lo que él les diga” (cf. Jn 2, 5), es decir, asuman el mandato misionero de ir de dos en dos a todas las naciones.  Tal vez muchos de ustedes  como el profeta Amós, piensan que nos son profetas ni hijos de profeta, sino pastores y vendedores de higos” (cf. Am 7, 14), sin embargo por el bautismo, “después de escuchar la Palabra de la verdad, el evangelio de su salvación y después de creer han sido marcados  con el Espíritu Santo prometido” (cf. Ef 1, 13). Queridos hermanos la evangelización nos apremia, y exige la valentía de nuestro compromiso, los invito a sumarse al proyecto que estamos impulsando en todo el país, de la Misión Continental Permanente.  Es necesario despertar la conciencia de que todos tenemos vocación y que la vida misma es vocación para la misión. Y por tanto, la oración por las vocaciones y ministerios de la Iglesia es lo primero. En segundo lugar, para alimentar nuestra espiritualidad es necesario retomar nuestros proyectos de vida pastoral en la parroquia. Además ubicar el proceso diocesano y nuestro propio proceso parroquial. Se tiene sentido en la vida, cuando hay un proyecto o un plan a seguir. La actividad pastoral se da desde el discernimiento de tareas, de vocaciones y ministerios, dejándonos guiar por el Espíritu Santo de Dios. Pensemos por ejemplo ante el programa o proyecto diocesano ¿cómo hacemos para que llegue al nivel de Iglesia parroquia, de pequeñas comunidades y de cada Iglesia doméstica familiar? No se trata de sumar o restar actividades, sino de multiplicar y dividir ministerios según lo exija la realidad concreta de cada parroquia. Sólo llegará la hora de Evangelizar si descubrimos que no hay misión (o misioneros) sin vocación (es decir llamados por Dios) y sino brota toda vocación del encuentro con Cristo. Por lo tanto, ofrezcamos y busquemos los lugares de encuentro con Cristo para rencontrar el sentido de la vida.

6.   Pidámosle a María la Estrella de la “Nueva Evangelización” que nos enseñe el camino para que todos los hombres y mujeres de nuestro tiempo reconozcan a Jesucristo como el verdadero Dios por quien se vive.

Amén.

 

† Faustino Armendáriz Jiménez
IX Obispo de Querétaro