Homilía en la Misa de la 53ª Peregrinación de Mujeres de Querétaro al Tepeyac

Basílica de Nuestra Señora de Guadalupe, Ciudad de México, 15 de julio de 2012
XV Domingo del Tiempo Ordinario

 

Hermanos sacerdotes,
queridas peregrinas,
hermanos y hermanas todos en el Señor:
 

1. Les saludo a todos ustedes con el júbilo de saber que Cristo con su triunfo y su resurrección nos ha reconciliado con Dios. Expreso mi alegría al verles reunidas aquí en este hermoso lugar, donde la Madre del Amor ha querido ser portadora del mensaje de salvación con predilección. Saludo con especial afecto al P. Bernardo Reséndiz Vizcaya, Director Espiritual de esta peregrinación; mi gratitud por sus esfuerzos y comunicación al Equipo Directivo, Dios les bendiga. A todas ustedes peregrinas muchas felicidades por este esfuerzo espiritual que fortalece nuestra fe y nos identifica como cristianos comprometidos en la obra evangelizadora desde este ámbito de la pastoral; ustedes se han propuesto un objetivo muy concreto: “caminar en espíritu fraterno para crecer en el conocimiento de Dios a ejemplo de María Santísima”, les animo y les exhorto a no ver esta peregrinación como un hecho aislado en su vida, sino como un “momento para robustecer la fe”, para continuar en la peregrinación de la vida cristiana en su vida ordinaria.

2. En la liturgia de la Palabra de este domingo hemos escuchado un texto del Evangelio de Marcos, el cual nos permite de manera extraordinaria descubrir que la misión de los discípulos, nace pues, dentro de la misión de Jesús, prolongándola, y encuentra en ella su origen, motivación y modelo. El fracaso de Nazaret no es causa suficiente para que Jesús abandone su misión, debe seguir adelante hasta lograr su objetivo de ser reconocido en su verdadera identidad. Se abre así la tercera etapa de su ministerio en Galilea. En ella Jesús se entrega a una peregrinación constante, y al mismo tiempo se dedica más intensamente al estrecho círculo de sus discípulos. Es curioso que el evangelista se fije muy bien en los detalles que marcan una identidad muy clara y muy específica.

3. Queridas hermanas peregrinas, así es la misión evangelizadora, la Iglesia tiene que dar hoy una gran paso adelante en su evangelización, debe entrar en una nueva etapa histórica con un dinamismo misionero que supone en los discípulos tres cosas:

a) En primer lugar: la conciencia de ser enviado, esto es, de ser intermediario entre Dios y su pueblo, entre Jesús y la gente; de ser responsable de una actividad querida por otro, de estar llamado a un proyecto que se le ofrece como proyecto y gracia. En la primera lectura que nos narra la vocación de Amós (cf. Am 7, 12-15) escuchamos decir al profeta como él se sintió interpelado con un mensaje claro y determinado: “ve y profetiza a mi pueblo Israel” (Am 7, 15). Cristo “hoy como ayer, nos envía por los caminos del mundo para proclamar su Evangelio a todos los pueblos de la tierra” (Benedicto XVI, Carta apostólica Porta fidei, n.7); una proclamación que, como afirmó también el Siervo de Dios Pablo VI en su Exhortación apostólica Evangelii nuntiandi, “no constituye para la Iglesia algo de orden facultativo: está de por medio el deber que le incumbe, por mandato del Señor, con vista a que los hombres crean y se salven. Sí, este mensaje es necesario. Es único. De ningún modo podría ser reemplazado” (n. 5).  Necesitamos por tanto retomar el mismo fervor apostólico de las primeras comunidades cristianas que, pequeñas e indefensas, fueron capaces de difundir el Evangelio en todo el mundo entonces conocido mediante su anuncio y testimonio. Cuando finalizaba el concilio vaticano II, el Papa Pablo VI en el discurso que dirigía a las mujeres les decía estas palabras que considero son una memoria y profecía hoy en nuestros días: “Vosotras, las mujeres, tienen siempre como misión la guardia del hogar, el amor a las fuentes de la vida, el sentido de la cuna. Están presentes en el misterio de la vida que comienza. Consuelan en la partida de la muerte. Nuestra técnica lleva el riesgo de convertirse en inhumana. Reconcilien a los hombres con la vida. Y, sobre todo, velen, se lo suplicamos, por el porvenir de nuestra especie. Detengan la mano del hombre que en un momento de locura intentara destruir la civilización humana” (cf. Pablo VI, Discurso a las mujeres dirigido en la clausura del concilio Vaticano II, 8 de diciembre de 1965). Yo deseo confirmar este mensaje en este día, las confirmo en el llamado a ser heraldos de la verdad, defensoras de la vida y custodias de los valores humanos y cristianos. Mujeres, por su bautismo ustedes han sido llamadas a llevar el Mensaje de Jesucristo, que es Evangelio de Dios para el hombre. «La Iglesia da gracias por todas las mujeres y por cada una. (…) La Iglesia expresa su agradecimiento por todas las manifestaciones del «genio» femenino aparecidas a lo largo de la historia, en medio de los pueblos y de las naciones; da gracias por todos los carismas que el Espíritu Santo otorga a las mujeres en la historia del pueblo de Dios, por todas las victorias que debe a su fe, esperanza y caridad; manifiesta su gratitud por todos los frutos de santidad femenina» (cf. Juan Pablo II, Mulieris dignitatem, n. 31).

b) El segundo aspecto: es la conciencia de salir de sí mismo y de ir a otro sitio, a lugares nuevos, estar siempre de viaje de no tener patria ni pueblo propio, de ser de todos y de nadie, con la finalidad de ser totalmente libres al servicio del evangelio. Porque no da lo mismo quedarse en un sitio que en otro, en la periferia o en el centro, dentro o fuera, donde surge de continuo el conflicto o donde haya murallas levantadas. Donde aún haya enfermos que sanar, personas que liberar, vidas que proteger, hombres y mujeres que reconciliar, allí tiene su lugar el enviado de Jesús. Y desde allí podrá levantar, en verdad y libertad, su plegaria Dios. Hacerlo desde otro lugar sería jugar al desconcierto y no tendría mucho sentido. Mujeres, ha llegado la hora en que la vocación de la mujer llega a su plenitud, la hora en que la mujer ha adquirido en el mundo una influencia un peso, un poder jamás alcanzado hasta ahora. En este sentido, me dirijo a ustedes las mujeres, pidiéndoles que sean en este momento de la historia de nuestro país, educadoras para la paz con todo su ser y en todas sus actuaciones: que sean testigos, mensajeras, maestras de paz en las relaciones entre las personas y las generaciones, en la familia, en la vida cultural, social y política de las naciones, de modo particular en las situaciones de conflicto y de guerra. ¡Que puedan continuar el camino hacia la paz ya emprendido antes de ellas por otras muchas mujeres valientes y clarividentes!

c) El tercer aspecto: es la conciencia de poseer un mensaje nuevo y alegre que comunicar a los demás. Pues lo importante en la vida del discípulo no es lo que tenemos sino lo que llevarnos para compartir, es decir, la experiencia del encuentro con Cristo como Persona viva, que colma la sed del corazón; no puede dejar de llevar al deseo de compartir con otros el gozo de esta presencia y de hacerla conocer, para que todos la puedan experimentar. Es necesario renovar el entusiasmo de comunicar la fe para promover una nueva evangelización de nuestras comunidades, que están perdiendo la referencia de Dios, de forma que se pueda redescubrir la alegría de creer. La preocupación de evangelizar nunca debe quedar al margen de la actividad eclesial y de la vida personal del cristiano, sino que ha de caracterizarla de manera destacada, consciente de ser destinatario y, al mismo tiempo, misionero del Evangelio. El punto central del anuncio sigue siendo el mismo: el Kerigma de Cristo muerto y resucitado para la salvación del mundo, el Kerigma del amor de Dios, absoluto y total para cada hombre y para cada mujer, que culmina en el envío del Hijo eterno y unigénito, el Señor Jesús, quien no rehusó compartir la pobreza de nuestra naturaleza humana, amándola y rescatándola del pecado y de la muerte mediante el ofrecimiento de sí mismo en la cruz. San Pablo en la segunda lectura, narrando su experiencia a los cristianos de Éfeso les muestra el contenido claro de la predicación: Pues por Cristo, por su sangre, hemos recibido al redención, el perdón de los pecados el tesoro de su gracia. (cf. Ef 1, 3-14).

4. Queridas hijas, afronta hoy situaciones sociales nuevas que interpelan a la Iglesia y el anuncio del evangelio de Jesucristo, que siempre igual exige respuestas adecuadas para dar razón de su esperanza (cf. 1 Pe 3, 15). La Iglesia está llamada a realizar un discernimiento para convertir los nuevos escenarios en lugares de anuncio del evangelio y de experiencia eclesial: la cultura, el fenómeno migratorio, el campo político, económico, de la investigación científica y tecnológica. Muchas de ustedes viven insertadas en estos ámbitos, ahí es donde están llamadas a llevar el mensaje del Evangelio. Agraciadamente tenemos como modelo a la mujer que sencilla y humilde, vino con toda la disposición del corazón a traernos el mensaje del evangelio, María de Guadalupe. Ella es el ícono de la “Nueva Evangelización”, pues supo inculturarse a la realidad mestiza y original que vivían nuestros antepasados. La transmisión de la fe en el contexto de la “Nueva Evangelización” propone de nuevo los instrumentos maduros durante su tradición y en particular, el primer anuncio, la iniciación cristiana y la educación, tratando de adaptarlos a las actuales condiciones culturales y sociales. Pues hemos dicho los obispos en Aparecida: “la fe sólo es adecuadamente profesada, entendida y vivida, cuando penetra profundamente en el substrato cultural de un pueblo. De este modo, aparece toda la importancia de la cultura para la evangelización (cf. DA 477).

5. Que María de Guadalupe, la Estrella de la Nueva Evangelización nos enseñe los caminos más aptos para que juntos podamos llevar a Jesucristo a encarnarse en nuestra vida, en nuestra sociedad, en nuestra cultura. Y que ella, Estrella Refulgente, al escuchar nuestras suplicas y oraciones, ilumine las tinieblas que hoy nos abruman y no nos permiten reconoce a Cristo como el único Señor de nuestra vida y de nuestra historia. Amén.

 

† Faustino Armendáriz Jiménez
Obispo de Querétaro