Homilía en la Misa de envío a los grandes visiteos misioneros

Templo de la Santa Cruz de los Milagros, Ciudad Episcopal de Santiago de Querétaro, Qro., a 26 de enero de 2014
Año de la Pastoral Litúrgica – Año Jubilar Diocesano

 

Estimados hermanos sacerdotes y diáconos,
apreciados miembros de la Vida Consagrada,
muy queridos  laicos,
hermanos y hermanas todos en el Señor:

 

1. Les saludo a cada uno de ustedes en este día, en el que celebramos la victoria de Cristo sobre el pecado y la muerte, y el inicio de nuestra salvación. Como cristianos nos reunimos para celebrar el triunfo del Señor resucitado, con la esperanza que un día también nosotros podremos gozar de la dicha de la resurrección. Me alegra sobremanera verles aquí reunidos para celebrar esta Eucaristía y continuar así con la tarea de Jesús, de llevar el anuncio de la “Buena Nueva”, especialmente en este tiempo de celebración gozosa y como preparación para la gran fiesta de los 150 años de la erección canónica de nuestra Diócesis. Estos grandes visiteos, no deben ser algo extraordinario, sino más bien, deben ser el rostro de la Iglesia en la Diócesis de Querétaro, que guiada por el Plan Diocesano de Pastoral, busca responder a la misión confiada por Cristo.

2. En la liturgia de hoy el evangelista san Mateo, que nos acompañará durante todo este año litúrgico, presenta el inicio de la misión pública de Cristo. Consiste esencialmente en el anuncio del reino de Dios y en la curación de los enfermos, para demostrar que este reino ya está cerca, más aún, ya ha venido a nosotros. Jesús comienza a predicar en Galilea, la región en la que creció, un territorio de «periferia» con respecto al centro de la nación judía, que es Judea, y en ella, Jerusalén. Pero el profeta Isaías había anunciado que esa tierra, asignada  a  las  tribus de Zabulón y Neftalí,  conocería  un futuro glorioso: el pueblo que caminaba en tinieblas vería una  gran  luz (cf. Is 8, 23-9, 1), la luz de Cristo y de su Evangelio (cf. Mt 4, 12-16).

3. El término «evangelio», en tiempos de Jesús, lo usaban los emperadores romanos para sus proclamas. Independientemente de su contenido, se definían “buenas nuevas”, es decir, anuncios de salvación, porque el emperador era considerado el señor del mundo, y sus edictos, buenos presagios. Por eso, aplicar esta palabra a la predicación de Jesús asumió un sentido fuertemente crítico, como para decir: Dios, es el Señor del mundo, no el emperador, y el verdadero Evangelio es el de Jesucristo. La “buena nueva” que Jesús proclama se resume en estas palabras: “El reino de Dios —o reino de los cielos— está cerca” (Mt 4, 17; Mc 1, 15). ¿Qué significa esta expresión? Ciertamente, no indica un reino terreno, delimitado en el espacio y en el tiempo; anuncia que Dios es quien reina, que Dios es el Señor, y que su señorío está presente, es actual, se está realizando. Por tanto, la novedad del mensaje de Cristo es que en él, Dios se ha hecho cercano, que ya reina en medio de nosotros, como lo demuestran los milagros y las curaciones que realiza. Dios reina en el mundo mediante su Hijo hecho hombre y con la fuerza del Espíritu Santo, al que se le llama “dedo de Dios” (cf. Lc 11, 20). El Espíritu creador infunde vida donde llega Jesús, y los hombres quedan curados de las enfermedades del cuerpo y del espíritu. El señorío de Dios se manifiesta entonces en la curación integral del hombre. De este modo Jesús quiere revelar el rostro del verdadero Dios, el Dios cercano, lleno de misericordia hacia todo ser humano; el Dios que nos da la vida en abundancia, su misma vida. En consecuencia, el reino de Dios es la vida que triunfa sobre la muerte, la luz de la verdad que disipa las tinieblas de la ignorancia y de la mentira.

4. Queridos hermanos y hermanas, al escuchar la Palabra de Dios en este día, Jesús nos enseña que la salvación y  el anuncio del Reino es para todos, inclusive hasta los más alejados y que su Reino será una realidad cuando cada uno escuche la alegría del Evangelio, cuando la “Buena Nueva” del amor de Dios llegue a los oídos de los hombres y mujeres de nuestro pueblos y ciudades. Cuando experimenten que es verdad que Jesús vino para salvarnos de nuestros sufrimientos y enfermedades del cuerpo y del espíritu. Cuando cada uno descubra que la fe en Cristo nos salva porque en él la vida se abre radicalmente a un Amor que nos precede y nos transforma desde dentro, que obra en nosotros y con nosotros (cf. Lumen fidei, 20). Cuando en su corazón escuchen que Jesús les dice: “Conviértanse porque ya está cerca el Reino de los cielos” (Mt 4, 17). Conviértanse porque Dios les creo para el amor y para la vida.

5. Es importante caer en la cuenta que esta conversión a la que Jesús se refiere, debe llegar incluso a las estructuras de nuestra Iglesia, pues quizá la “Buena Nueva” de Jesucristo,  ha dejado de ser buena nueva y la hemos convertido simplemente en  un “cliché” que no nos dice nada. Hoy, “La conversión pastoral de nuestras comunidades exige que se pase de una pastoral de mera conservación a una pastoral decididamente misionera. Así será posible que “el único programa del Evangelio siga introduciéndose en la historia de cada comunidad eclesial” con nuevo ardor misionero, haciendo que la Iglesia se manifieste como una madre que sale al encuentro, una casa acogedora, una escuela permanente de comunión misionera” (DA, 370). Esta es, pues, la llamada siempre actual del Evangelio de hoy: «Conviértanse, porque está cerca el reino de los cielos» (Mt 4, 17). El compromiso serio de conversión a Cristo es el camino que lleva a la Iglesia, con los tiempos que Dios disponga, a la plena unidad visible, a la paz social, al desarrollo y el progreso verdadero, a la vida plena.

6.  Jesús, al pasar hoy junto a nosotros nos ve a cada uno y llamándonos por nuestro nombre, como a Simón y Andrés,  nos dice: “Síganme y los haré pescadores de hombres” (Mt 4, 19).  Esto es real, Jesús nos necesita y requiere que seamos testigos de su evangelio para que muchos puedan ser iluminados con su luz y entonces si puedan cantar con el Salmista: “El Señor, es mi luz y mi salvación” (cf. Sal 26). El Papa Francisco nos dice al respecto que “Cada uno de nosotros los cristianos y cada comunidad discernirá cuál es el camino que el Señor le pide, pero todos somos invitados a aceptar este llamado: salir de la propia comodidad y atreverse a llegar a todas las periferias que necesitan la luz del Evangelio” (cf. Exhort. Apost. Evangelii gaudium, 20). Los  sacerdotes y pastores de las comunidades estamos llamados a ser cabeza en esta terea decididamente misionera, a nosotros toca impulsar y conducir; a la Vida Consagrada toca sumarse desde sus carismas, sin menoscabar los límites establecidos por los propios reglamentos, al contrario, es tiempo de abrir los horizontes. Solo así se renovará la vida consagrada. El Semanario y las Casas de Formación, han de asumir una formación cuyos pilares sean el encuentro con Dios y la Misión, para poder estar a la altura de las exigencias actuales  y poder tener así, un visón amplio de la realidad. Los laicos en su calidad de bautizados están llamados a permear del evangelio las realidades en las cuales se desarrollan cotidianamente, participando del discernimiento, la toma de decisiones, la planificación y la ejecución de los programas y realidades. Sin embargo, a todos toca y es una urgencia impregnar todas las estructuras de esta firme decisión misionera (cf. DA, 365).  Siempre y sin olvidar la necesidad de hacerlo bajo el espíritu de la espiritualidad de la comunión.

7. Queridos hermanos y hermanas, no tengamos miedo de aceptar seguir a Jesús, no tengamos miedo de hacer lo que él hizo. El evangelio de hoy nos lo dice [Jesús] andaba por toda Galilea, enseñando en las sinagogas, y proclamando la buena nueva del Reino de Dios, y curando a la gente de toda enfermedad y dolencia” (Mt 4, 23). Nuestro Plan Diocesano de Pastoral nos lleva de la mano, por eso es fundamental que lo asumamos y nos dejemos guiar por él.  Este busca ser una “respuesta consciente y eficaz para atender las exigencias del mundo de hoy con indicaciones programáticas concretas, objetivos y métodos de trabajo, de formación y valorización de los agentes y la búsqueda de los medios necesarios” (cf. DA,  371). En concreto este año de la Pastoral Litúrgica busca “promover e impulsar el encuentro permanente delos discípulos misioneros con Jesucristo” (cf. PDP, 293) y que en las programaciones pastorales anuales se debe ver reflejado.

8. ¡Ánimo, no teman! dice el Señor (cf. Mc 6, 50), que al iniciar estos grades visiteos misioneros vayamos con a firme convicción que estamos haciendo lo que el Señor nos pide. El Papa francisco nos lo ha repetido insistentemente: “Cuando la Iglesia convoca a la tarea evangelizadora, no hace más que indicar a los cristianos el verdadero dinamismo de la realización personal: «Aquí descubrimos otra ley profunda de la realidad: que la vida se alcanza y madura a medida que se la entrega para dar vida a los otros. Eso es en definitiva la misión». Por consiguiente, un evangelizador no debería tener permanentemente cara de funeral. Recobremos y acrecentemos el fervor, «la dulce y confortadora alegría de evangelizar, incluso cuando hay que sembrar entre lágrimas […] Y ojalá el mundo actual —que busca a veces con angustia, a veces con esperanza— pueda así recibir la Buena Nueva, no a través de evangelizadores tristes y desalentados, impacientes o ansiosos, sino a través de ministros del Evangelio, cuya vida irradia el fervor de quienes han recibido, ante todo en sí mismos, la alegría de Cristo”  (cf. Exhort. Apost. Evangelii gaudium, 10).

9. Pidamos a María santísima que obtenga siempre para la Iglesia la misma pasión por el reino de Dios que animó la misión de Jesucristo: pasión por Dios, por su señorío de amor y de vida; pasión por el hombre, encontrándolo de verdad con el deseo de darle el tesoro más valioso: el amor de Dios, su Creador y Padre. Amén.

† Faustino Armendáriz Jiménez
Obispo de  Querétaro