Homilía en la Misa de entronización de la capilla del Hospital Infantil Teletón Oncológico

Ciudad episcopal de Santiago de Querétaro, Qro., sábado 7 de diciembre de 2013.
Año de la Pastoral Litúrgica – Año Jubilar Diocesano

 

 

Estimados hermanos sacerdotes,
distinguidas autoridades civiles,
voluntarios y voluntarias del Hospital Infantil Teletón Oncológico,
hermanos y hermanas todos en el Señor:

Me complace sobremanera poder presidir la Santa Misa en esta mañana con la cual queremos encomendar a Dios los trabajos y las

1. tareas que en favor de la vida que se llevarán a cabo en este lugar, con la finalidad de ofrecer a muchos niños un espacio donde desde su enfermedad puedan experimentar el amor de Dios, manifestado en el compromiso de muchos hombres y mujeres comprometidos con la vida.  Saludo con especial afecto a la Sra. Sandra Albarrán de Calzada, Presidenta del Sistema Estatal DIF;  así como a la Lic. Lorena Duarte Lagunes, Directora General del Sistema Infantil Teletón; a la  Lic. Cecilia Cansino, Directora del Corporativo del Voluntariado de la Fundación Teletón.

2. La oportunidad de poder dedicar en estos lugares un espacio para el encuentro con Dios en la oración  y en la escucha de su Palabra, es una muestra del valor fundamental que debe tener  la presencia de Dios en el camino del ser humano que sufre por la enfermedad; pero también de la necesidad de acercarnos a él, todos aquellos quienes servimos a la vida en el campo de la salud, tomando fuerzas para servir con alegría y con generosidad a los enfermos, anunciándoles el evangelio de la alegría. Sin  duda que este lugar es un signo palpable y visible del amor de Dios que hace posible mostrar el rostro de Cristo resucitado, que nos ha amado hasta el extremo de cargar con nuestros dolores y sufrimientos en el árbol de la cruz (cf. Is 53, 4).

3. Esta mañana al escuchar los textos de la Palabra de Dios en la liturgia de la Palabra, nos alegramos de saber que en Jesucristo, el Hijo de María, tenemos a Aquel que carga con los dolores y sufrimientos del hombre, no sólo físicos sino también espirituales (Is 53, 1-5. 7-10). Pues el sufrimiento del hombre “es algo todavía más amplio que la enfermedad, más complejo y a la vez aún más profundamente enraizado en la humanidad misma” (cf. Salvifici doloris, 5). Se puede decir que el hombre sufre, cuando experimenta cualquier mal. Sin embargo, como hombres de fe, no podemos quedarnos anclados en este sufrimiento. Cristo le da sentido a este sufrimiento y a toda la vida del ser humano, con su acción salvadora. “Porque tanto amó Dios al mundo, que le dio su unigénito Hijo, para que todo el que crea en Él no perezca, sino que tenga la vida eterna” (Jn 3, 16). Estas palabras del evangelio nos ayudan a entender que la “salvación” significa  entonces liberación del mal, y por ello está en estrecha relación con el problema del sufrimiento. Además estamos llamados a una viva bienaventurada, en plena comunión con Dios. Por eso, el hombre no muere cuando pierde la vida humana, sino que muere cuando pierde la vida eterna. Dios da su Hijo unigénito, para que el hombre “no muera, sino que tenga la vida eterna” (Jn 3, 16). Se nos da para protegernos ante todo, de este mal definitivo y del sufrimiento definitivo. En su misión salvífica Él debe, por tanto, tocar el mal en sus mismas raíces transcendentales, en las que éste se desarrolla en la historia del hombre.

4. Queridos hermanos y hermanas, quizá muchos de nosotros en este momento de la vida  tengamos una experiencia de dolor y sufrimiento de diferentes maneras, más aún cuando son los niños y los pequeños quienes sufren por la enfermedad; sin embargo la fe nos enseña que es posible hacer de esta experiencia una experiencia de salvación, siempre y cuando aceptemos que Jesucristo sea nuestro salvador y sea él quien haga suyos nuestros dolores y sufrimientos. Para eso es necesario que conozcamos realmente quién es él y que con su obra salvífica libera al hombre del pecado, de la muerte, del sufrimiento y de la enfermedad. Él durante su vida terrena, movido por su misericordia, curó a muchos enfermos,  liberándolos con frecuencia de las heridas del pecado. Y aunque la victoria sobre el pecado y la muerte, conseguida por él con su cruz y resurrección no suprime los sufrimientos temporales de la vida humana, ni libera del sufrimiento toda la dimensión histórica de la existencia humana, sin embargo, sobre toda esa dimensión y sobre cada sufrimiento esta victoria proyecta una luz nueva, que es la luz de la salvación. Cristo da la respuesta al interrogante sobre el sufrimiento y sobre el sentido del mismo, no sólo con sus enseñanzas, es decir, con la Buena Nueva, sino ante todo con su propio sufrimiento, el cual está integrado de una manera orgánica e indisoluble con las enseñanzas de la Buena Nueva. Esta es la palabra última y sintética de esta la enseñanza del evangelio: “la doctrina de la Cruz”.

5. María, en el evangelio que acabamos de escuchar (Lc 1, 39-56), nos enseña que al tener ella, al Hijo de Dios en su seno, no pudo permanecer estática y sin darlo a conocer, sobre todo con los humildes y los hambrientos. Se encaminó presurosa a las montañas de Judea, para llevarle la alegría de la salvación  su prima Isabel. De ahí la urgencia que la Iglesia tiene de anunciar este evangelio, de salir de sí misma para llevar el anuncio de la buena nueva a espacios y lugares como este. Aquí donde se debatirá cotidianamente entre la vida y la muerte. “Ser discípulos y misioneros de Jesucristo para que nuestros pueblos, en Él, tengan vida, nos lleva a asumir evangélicamente este desafío que contribuye a la dignificación de los niños y familiares enfermos, y a trabajar junto con los demás ciudadanos e instituciones en bien del ser humano” (cf. DA, 384). Es por ello que esta mañana les exhorto a tomar conciencia de nuestro compromiso bautismal. En todos los bautizados, desde el primero hasta el último, actúa la fuerza santificadora del Espíritu que nos impulsa a evangelizar. El papa Francisco nos lo ha confirmado recientemente: “Cada uno de los bautizados, cualquiera que sea su función en la Iglesia y el grado de ilustración de su fe, es un agente evangelizador, y sería inadecuado pensar en un esquema de evangelización llevado adelante por actores calificados donde el resto del pueblo fiel sea sólo receptivo de sus acciones. La nueva evangelización debe implicar un nuevo protagonismo de cada uno de los bautizados” (Exhort. Apost. Post. Evangelii gaudium, 120). Por ello, aprovechemos que se han abierto las puestas en este lugar para poder ser evangelizadores a tiempo y a destiempo. Créanme que si a la ciencia y a la técnica ―que obran maravillas―, le agregamos  la fe y el anuncio del evangelio a cada niño y a cada familia de estos niños, se hará realidad la mejor maravilla que a un ser humano le puede ocurrir: conocer a Cristo resucitado y encontrarse con su amor redentor.  El papa Francisco nos exhorta con palabras duras pero que son una exigencia. Es necesario que contemplemos  a Cristo en las realidades más crueles como son la pobreza y la enfermedad, no de manera mística sino de manera real.  “Y las llagas de Jesús tú las encuentras haciendo obras de misericordia, dando al cuerpo – al cuerpo – y también al alma, pero – subrayo – al cuerpo de tu hermano llagado, porque tiene hambre, porque tiene sed, porque está desnudo, porque es humillado, porque es esclavo, porque está en la cárcel, porque está en el hospital. Estas son las llagas de Jesús hoy. Y Jesús nos pide que hagamos un acto de fe, en Él, pero a través de estas llagas. ‘¡Ah, muy bien! Hagamos una fundación para ayudar a todos aquellos y hagamos tantas cosas buenas para ayudarlos. Eso es importante, pero si nosotros permanecemos en este plano, seremos sólo filántropos. Debemos tocar las llagas de Jesús, debemos acariciar las llagas de Jesús, debemos curar las llagas de Jesús con ternura, debemos besar las llagas de Jesús, y esto literalmente” (cf. Homilía en santa Marta el 03 de junio de 2013).

6. Dejemos que María nos enseñe cómo salir de nosotros mismos para llevar a Jesús, alegría de los hombres. La sola presencia de María, provocó la alegría en el corazón de Juan el Bautista, quien se encontraba en el seno de Isabel (Lc, 1, 41), así debe ser nuestra presencia. Una presencia que provoque alegría en el corazón de quienes indefensos y vulnerables por el dolor y la enfermedad nos vean y nos encuentren en el camino de este lugar. “La alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús. Quienes se dejan salvar por Él son liberados del pecado, de la tristeza, del vacío interior, del aislamiento. Con Jesucristo siempre nace y renace la alegría” (Exhort. Apost. post. Evangelii guadium, 1). María, ella es salud de los enfermos, por ser madre de Cristo,  salvador de los hombres,  y madre de los fieles, socorre con su amor a sus hijos cuando se hayan en dificultades. Ella, participando  de modo admirable  en el misterio del dolor, brilla como señal de salvación  y celestial esperanza  para los enfermos que invocan su protección, y todos los que la contemplan les ofrece el ejemplo de aceptar su voluntad y configurarse más plenamente y con Cristo. (cf. Prefacio la Virgen María  brilla como signo de salud para los enfermos).

7. Invoquemos al Espíritu Santo para poder dar un testimonio de proximidad que entraña cercanía afectuosa, escucha, humildad, solidaridad, compasión, diálogo y capacidad de compartir, como Jesús lo hizo. Les animo a iniciar siempre su jornada con un momento de oración ante Jesús Eucaristía, el cual permanecerá en este lugar no sólo como un privilegio, sino como la fuente desde donde se difundirá la gracia y la salvación para este lugar y, la cumbre hacia donde lleguen los frutos, los dolores y necesidades de cada uno de ustedes. Amén.

† Faustino Armendáriz Jiménez
Obispo de Querétaro