Homilía en la Misa de Consagración Episcopal de Mons. Fidencio López Plaza

 

Centro Pastoral San Juan Pablo II, Catemaco, Ver., 20 de mayo de 2015

Año de la Vida Consagrada

 

Excmo. Sr. Arzobispo Mons. Christophe Pierre, Nuncio Apostólico en México,

Excelentísimos señores arzobispos y obispos,

muy querido Mons. Fidencio López Plaza,

estimados hermanos sacerdotes y diáconos,

queridos seminaristas,

queridos miembros de la vida consagrada,

queridos agentes de pastoral, laicos y miembros de los diferentes movimientos laicales,

distinguidas autoridades civiles y políticas,

hermanos y hermanas de esta Diócesis de San Andrés Tuxtla:

 

1. Por la gracia de Dios, envueltos aún por el clima de la Pascua, nos hemos reunido esta mañana para celebrar nuestra fe en Cristo resucitado, quien vela con solicitud por su rebaño y que con amor nos lleva hasta las fuentes vivas de la gracia (cf. Sal 23). Esta celebración tan festiva y tan alegre nos vincula al acontecimiento pascual y al momento del envío misionero, mediante el cual Cristo, ha querido perpetuar en la historia el ministerio de la redención y de la comunión, especialmente con el anuncio gozoso  de su palabra.

2. Según la tradición de la Iglesia, la ordenación episcopal es un momento muy privilegiado porque manifiesta la unidad de la Iglesia, no sólo por la presencia de nosotros los obispos, sino también por el testimonio de cada uno de ustedes sacerdotes, diáconos, consagrados, seminaristas, laicos de las diferentes parroquias, movimientos y asociaciones laicales, comunidades indígenas, hermanos todos (cf. Tradición Apostólica,  n. 2).  Así nos lo explican y manifiestan la riqueza de los signos, los gestos, las palabras, los cantos y las oraciones que en este día, como en una bella sinfonía, armónicamente cantan  el “Canto Nuevo de Alabanza” mediante el cual Dios es glorificado y nosotros somos santificados.

3. Venimos jubilosos para ser testigos de cómo Dios ‘consagra’ la persona de Mons. Fidencio, para ser en esta comunidad diocesana “Vicario del “gran Pastor de las ovejas” (Hb 13, 20)” (Apostolorum Successores, n. 1), anunciando la alegría del Evangelio a todas las gentes y guiando pastoralmente la Iglesia, hasta llegar a formar en ella una verdadera ‘comunidad misionera’ donde cada discípulo del Señor viva la experiencia del encuentro con Jesucristo vivo, madure su vocación cristiana, descubra la riqueza y la gracia de ser misionero y anuncie la Palabra con alegría (cf. DA, 167). Especialmente hoy, cuando la Iglesia, levantando la mirada y contemplando a Cristo su Señor, se da cuenta que el anuncio del Evangelio se muestra mucho más complejo que en el pasado, pero la tarea confiada a ella, permanece idéntica a aquella de sus comienzos. Esta nueva situación, que ha creado una condición inesperada para los creyentes, requiere una particular atención  para el anuncio del evangelio, para dar razón  de nuestra fe en un contexto que respecto al pasado, presenta muchos rasgos de novedad y criticidad. La humanidad se enfrenta a nuevas formas de entender la vida, la familia, la misma fe,  la relación con Dios, la comunicación interpersonal e institucional. Anidando muchas veces  en el corazón la tristeza, el desconcierto y sobre todo el sinsentido de la vida.

4. En este contexto, el Señor mediante el ministerio episcopal, desea propiciar “una nueva alegría en la fe y una fecundidad evangelizadora” (EG, 11) haciendo de esta comunidad diocesana un Iglesia en salida (cf. EG, 20). Que sea capaz de anunciar la buena nueva a los pobres, de curar a los de corazón quebrantado, de proclamar el perdón a los cautivos, de liberar a los prisioneros, de pregonar el año de gracia del Señor, de consolar a los afligidos, de cambiar sus lágrimas en aceite perfumado de alegría (cf. Is 61, 1-3). “La Iglesia tiene la misión de anunciar la misericordia de Dios, corazón palpitante del Evangelio, que por su medio debe alcanzar la mente y el corazón de toda persona… Es determinante para la Iglesia y para la credibilidad de su anuncio que ella viva y testimonie en primera persona la misericordia.” (Francisco, Bula para convocar al año de la misericordia Misericordiae vultus, 12).

5. En este sentido el obispo —cabeza visible de la Iglesia particular, unido a su presbiterio y a sus laicos— debe ser el primero en ser consciente de ello. “En este núcleo fundamental lo que resplandece es la belleza del amor salvífico de Dios manifestado en Jesucristo muerto y resucitado” (EG, 36). La tarea principal del Obispo es la predicación de la Palabra de Dios. Así lo expresa uno de los signos que la liturgia de la ordenación ha desarrollado. Durante la oración de Ordenación se abren sobre el candidato los Evangelios, el Libro de la Palabra de Dios. El Evangelio debe penetrar en él, la Palabra viviente de Dios debe, por así decir, impregnarle. El Evangelio, en el fondo, no es sólo palabra, Cristo mismo es el Evangelio. Con la Palabra, la misma vida de Cristo debe impregnar a ese hombre, para que llegue a ser enteramente una sola cosa con Él, que Cristo viva en él y de forma y contenido a su vida. De esta forma debe realizarse en él lo que en las lecturas de la Liturgia de hoy aparece como la esencia del ministerio sacerdotal de Cristo. El consagrado debe ser colmado del Espíritu de Dios y vivir a partir de Él. Debe llevar a los pobres el alegre anuncio, la libertad verdadera y la esperanza que hace vivir al hombre y le cura. Debe llevar una palabra y un gesto de consolación a los pobres, anunciar la liberación a cuantos están prisioneros de las nuevas esclavitudes de la sociedad moderna, restituir la vista a quien no puede ver más porque se ha replegado sobre sí mismo, y volver a dar dignidad a cuantos han sido privados de ella” (cf. Misericordiae Vultus, 16). Nuestra vocación no es la de ser guardianes de un cúmulo de derrotados, sino custodios del Evangelii gaudium, y por lo tanto, no podemos privarles de la única riqueza que verdaderamente tenemos para dar y que el mundo no puede darse a sí mismo: la alegría del amor de Dios.

6. San Lucas, al narrarnos la escena de la última cena (Lc, 22, 14-20; 24-30), pone en evidencia que la entrega de la propia vida, del propio cuerpo y la propia sangre derramada, es la mejor manera de servir a los demás. Es la mejor manera de poder alcanzar la alegría del corazón. En la mejor manera de asumir el mandato de Jesús antes de padecer. Y ofrecer a los hombres y mujeres de hoy y de siempre, la esperanza cristiana que es capaz de saciar la vida y la persona. Especialmente de los que más sufren en el cuerpo y en el espíritu. Dicha tarea, no es una iniciativa propia, sino que viene motivada por la elección de Dios y fortalecida con la gracia santificante. Por ello, el Obispo consagrante principal en la Oración Consecratoria le pide a Dios que derrame el ‘Espíritu de gobierno’ que viene fortalecido con la gracia de seis dones específicos: el Don de la gracia pastoral, para apacentar el pueblo santo; el Don del supremo sacerdocio para presidir la intercesión de su Iglesia y sobre todo de la Eucaristía; el Don de perdonar los pecados, para manifestar la reconciliación realizada en Cristo; el Don de distribuir las distintas responsabilidades y servicios para la edificación de su Iglesia; el Don de desatar todo vínculo, como los Apóstoles, para manifestar la liberad que viene del Espíritu (cf. 2 Cor 3, 17) y que trae el Evangelio. El obispo se convierte en defensor de la libertad del Espíritu en su Iglesia; el Don de ofrecer toda su existencia y misión a Dios, y de ponerse al servicio de “todos” en su Diócesis, y ser así,  auténtico embajador de Cristo en la edificación de su Iglesia para gloria de Dios Padre (cf. Ritual de Ordenes, Oración consecratoria, p. 53).

7. Los obispos en Aparecida hemos dicho que para crecer en las virtudes propias del Buen Pastor, “los obispos hemos de procurar la unión constante con el Señor” (DA, 189).  En este sentido el Papa Francisco en la Visita ad limina que hicimos el año pasado, nos ha dicho algo que hoy quisiera que tu Mons. Fidencio no perdieras de vista en tu ministerio episcopal. Él recomendaba dos cosas muy sencillas. Decía: “La doble trascendencia. Trascender, en la oración al Señor. ¡No dejen la oración!, ese negociar con Dios del Obispo por su pueblo. No lo dejen. Y la segunda trascendencia: cercanía con su pueblo. Esas dos cosas. Adelante, y con esa doble tensión, adelante” (cf. Francisco, Discurso a los obispos de la Conferencia del Episcopado Mexicano en la Visita ad limina, 19 de mayo de 2014).

8. Querido hermano, desde la propia experiencia te comparto que este es el camino que ha de guiar nuestro quehacer pastoral. Si queremos realmente ser pastores y no mercenarios, necesitamos configurarnos con Cristo de manera muy especial en la vida personal y en el ejercicio del ministerio apostólico, de manera que el “pensamiento de Cristo” (1 Co 2, 16) penetre totalmente nuestras ideas, sentimientos y comportamientos, y la luz que dimana del rostro de Cristo ilumine “el gobierno de las almas que es el arte de las artes” (cf. Apostolorum Successores, 2). Sólo quien encuentra, permanece y vive en Jesús, adquiere el atractivo y la autoridad para conducir el mundo a Cristo (cf. Jn 1, 40-42). Tu bien sabes que nuestro pueblo necesita vernos, tocarnos, sentirnos, hablarnos y que estemos con ellos. En este sentido recuerda lo que el Papa le ha dicho a los Obispos del Celam en julio de 2013: “El sitio del Obispo para estar con su pueblo es triple: o delante para indicar el camino, o en medio para mantenerlo unido y neutralizar los desbandes, o detrás para evitar que alguno se quede rezagado, pero también, y fundamentalmente, porque el rebaño mismo tiene su olfato para encontrar nuevos caminos” (cf. Francisco, Discurso en el Encuentro con el Comité de Coordinación el CELAM, 28 de julio de 2013).

9. Llegas a una diócesis muy rica en su historia, en sus recursos naturales, en sus costumbres; con una gran variedad de comunidades indígenas, lenguas y dialectos; una diócesis  con ya casi cincuenta años de caminar como Iglesia Particular, bajo la guía del Espíritu Santo y el incansable trabajo de los señores obispos: Mons. Jesús Villarreal y Fierro (I Obispo), Mons. Arturo Szimansky Ramírez (II Obispo), Mons. Guillermo Ranzahuer González (III Obispo), Mons. José  Trinidad Zapata  (IV Obispo). Hoy, te toca a ti, continuar impulsando el Plan Diocesano de Pastoral y la Misión Permanente. Llegas a una diócesis que a ejemplo del Apóstol San Andrés, necesita que le compartas tu experiencia de encuentro con el Mesías y así, lleves a cada uno de los que la integran, especialmente  a los más alejados, hasta el encuentro con Jesús (cf. Jn 1, 40-42). Sin duda que entre tus prioridades  estarán siempre la familia según el designio de Dios, las vocaciones a la vida sacerdotal,  los jóvenes, los pobres y los indígenas.

10. Queridos hermanos sacerdotes, diáconos, consagrados, seminaristas  y laicos de San Andrés Tuxtla, la providencia de Dios les ha enviado un ‘Pastor con olor a oveja’, discípulo misionero, que sabe recorrer los caminos de la misión. Que sabe andar en las periferias físicas y existenciales. Que sabe el camino para promover el encuentro con Cristo. Les animo para que no le dejen sólo. Sin ustedes los presbíteros, el aceite de la alegría no logrará llegar hasta el engranaje de la vida concreta de la comunidad; sin ustedes los consagrados, el dinamismo del Espíritu se ve opacado  y no es posible hacer presente en este momento de la historia el Reino de Dios; sin ustedes los laicos,  el fermento del Evangelio en medio de la humanidad, perderá su frescura y su sabor. ¡Oren mucho por él y con generosidad déjense conducir, para seguir haciendo de esta diócesis, una comunidad misionera que responda a los desafíos de la Nueva Evangelización!

11. Que la Santísima Virgen María, Nuestra Señora del Carmen, Patrona de esta Diócesis, interceda siempre por cada uno de ustedes, de manera especial por su obispo, para que Ella como ‘Estrella del mar’, indique siempre el rumbo que se deba seguir en el inmenso mar de la Nueva Evangelización, buscando llevar la Barca de esta Iglesia, hacia el ‘puerto seguro de la gracia’ que es Cristo. Que el Apóstol San Andrés, siga siendo el modelo para seguir a Jesús con prontitud (cf. Mt 4, 20; Mc 1, 18), hablando de Jesucristo, con entusiasmo y con parresía, a las nuevas generaciones, y sobre todo, enseñándonos a cultivar con Él, una relación de auténtica familiaridad, conscientes de que sólo en Él podemos encontrar el sentido último de nuestra vida y de nuestra muerte. Amén.

 

† Faustino Armendáriz Jiménez

Obispo de Querétaro