Homilía en la Misa de Clausura del Torneo Nacional de Charrería

Rancho el Pitayo, Tlacote El Bajo, Santiago de Querétaro, Qro., 25 de Octubre de 2015.

Año de la Vida Consagrada, Año de la Pastoral de la Comunicación

 

Muy queridos hermanos y hermanas todos en el Señor:

1. Con alegría y con devoción  nos encontramos reunidos para celebrar la Santa Misa, que nos permite agradecer a Dios todos los beneficios que de su bondad hemos recibido, de modo especial durante estos días de arduo empeño y trabajo. Sin duda que han sido días de muchas emociones y esperanzas, pero sobre todo de mucha entrega y pasión por hacer de la mejor manera el deporte de la Charrería. Felicitamos a todos los que con tenacidad y maestría han logrado llegar hasta ese día. Aprecio y valoro la hermosa costumbre de muchos de ustedes de confiar en las manos de Dios todos estos trabajos.  Pues como dice la oración que con tanta devoción rezan antes de iniciar la jornada: “Señor a tus pies estoy postrado y vengo vestido de charro a mi lado están conmigo mi reata, mi sombrero y mi caballo,  vengo a pedirte Señor que me acompañes en cada una de mis suertes charras así como te pido que hoy tú vengas a cabalgar conmigo”. Ojalá que nunca se pierda esta hermosa tradición, pues sin duda que el Señor no se olvida de cada uno de ustedes.

2. En este contexto de fiesta y de alegría el día de hoy hemos escuchado la Palabra de Dios que tiene algo que enseñarnos. El evangelio de San Marcos (10, 46-52) nos presenta a Jesús en su última etapa, poco antes de entrar a Jerusalén; está en camino, provocando un clima festivo y de esperanza, y como misionero del Padre se acerca a las diversas realidades que sin duda lo necesitan: los débiles, los pobres, los leprosos, todos los enfermos. Es decir, salía a buscar a los alejados y excluidos, y podían tocarlo y ser sanados. A la salida de Jericó, entes de su entrada triunfal en Jerusalén, desde el borde del camino, desde, un lugar de exclusión, un excluido, un ciego grita. Los enfermos eran la viva estampa de la miseria, del desamparo y la desesperanza. La mayoría de ellos no tenían otra salida que la mendicidad. 

3. Esto lo entendió el ciego Bartimeo, por ello en cuando tiene noticias del paso de Jesús, con gran esperanza comienza a gritarle: “Hijo de David, ten compasión de mí” (Mc 10,47), y lo repite con fuerza (v. 48). Y cuando Jesús lo llama y le pregunta qué quiere de él, responde: “Maestro, que pueda ver” (v. 51). Bartimeo representa al hombre que reconoce el propio mal y grita al Señor, con la confianza de ser curado. Su invocación, simple y sincera, es ejemplar. En el encuentro con Cristo, realizado con fe, Bartimeo recupera la luz que había perdido, y con ella la plenitud de la propia dignidad: se pone de pie y retoma el camino, que desde aquel momento tiene un guía, Jesús, y una ruta, la misma que Jesús recorre. El evangelista no nos dice nada más de Bartimeo, pero en él nos muestra quién es el discípulo: aquel que, con la luz de la fe, sigue a Jesús «por el camino» (v. 52).

4. La noticia de que Jesús pasa le hace gritar y pedir curación contra el parecer de muchos que le regañaban; pero no insiste en vano ante el corazón de Dios. Un ciego percibe mejor la identidad de Jesús que todos los videntes que le acompañan. Los que ven no ven. Bartimeo en su ceguera, ve y grita. Creer es mirar más allá de la evidencia y percibir la presencia y proximidad del amor de Dios cercano; por eso, Bartimeo pasa de excluido a compañero de camino.

5. El ciego Bartimeo pide limosna, pero cuando se entera de que pasa Jesús no le pide eso, le pide todo, y se arriesga a pedir la curación de su ceguera. No se contenta con las monedas que le mantienen en su ceguera. Esto lo comprende el ciego, no los que intentaban callarlo, los que supuestamente si ven. A Dios le pide todo. Es un acto de fe en Dios que sorprende y esto nos revela lo que pueden las personas y lo que puede Dios, además que nadie  puede callar al hermano cuando clama a Dios.

6. Este relato es una imagen de un itinerario de conversión, porque esta curación expresa el paso del alejamiento “al borde del camino” a la proximidad “se acercó a Jesús”; de la pasividad “estaba sentado” a la acción “lo siguió en el camino”; de la marginación “muchos lo regañaban” a la liberación “recobro la vista”. Recorre el sendero de alguien que está en proceso de conversión y que desea ser cristiano y formar parte de una comunidad: reconoce su situación, ora con humildad, invoca e insiste a pesar de las dificultades, abre los ojos a la luz y se compromete en el seguimiento. No creyó por haber sido curado, sino que fue curado por haber creído. Su fe es sencilla, no como los que creen que ven pero están ciegos; por eso el ciego se presenta a Jesús, no pidiendo privilegios, solo pide misericordia “ten compasión de mi”. Recuperada la vista, puede ya ver el camino y se va con él. Representa al hombre que tiene necesidad de la luz de Dios, la luz de la fe, para conocer verdaderamente la realidad y recorrer el camino de la vida. Es esencial reconocerse ciegos, necesitados de esta luz, de lo contrario se es ciego para siempre (cf. Jn 9,39-41).

7. Queridos hermanos y hermanas, en esta perspectiva, Bartimeo podría ser la representación de muchos de nosotros a quienes la luz de la fe, se ha debilitado, y quienes nos hemos alejado de Dios; muchos de nosotros ya no lo consideramos importante para nuestra vida: hemos perdido la orientación segura y sólida de la vida; con frecuencia nos consideramos ciegos, mendigos del sentido de la existencia. Bartimeo hoy en día representa a tantos de nosotros que tenemos necesidad de una nueva evangelización, es decir de un nuevo encuentro con Jesús, el Cristo, el Hijo de Dios (cf. Mc 1,1), que puede abrir nuevamente sus ojos y mostrarles el camino.

8. Ante  esta situación  ¿Qué podemos hacer? El evangelio nos da la respuesta: Bartimeo era ciego pero no sordo, lo que significa que  pudo escuchar con claridad la voz de Jesús. Su oído le permitió darse cuenta que quien pasaba junto a él era Jesús. Esto significa que  necesitamos abrir los oídos del alma para escuchar la voz de Jesús que viene a nuestro encuentro pasando junto a nosotros. Esto es siempre lo primero abrirse a cualquier llamada  o experiencia que nos invita a curar nuestra vida. Bartimeo no puede  dejar de escapar la oportunidad de encontrase con Jesús y le grita: “¡Hijo de David, ten compasión de mi!”. Este grito humilde y sincero, repetido desde el fondo del corazón. Aún en el suelo, lejos de Jesús, escucha atentamente lo que  le dicen los enviados “¡Ánimo¡ Levántate que te llama” Jesús loe esta llamado eso lo cambia todo.

9. Bartimeo da tres pasos: “soltó el manto”, pues le estorbaba para encontrarse con Jesús;  “dio un salto”, es decir no titubea y así finalmente “se acercó a Jesús”. Es lo que necesitamos muchos de nosotros: libarnos de ciertas ataduras que paralizan nuestra fe, tomar por fin una decisión sin dejarla para más tarde y ponernos ante Jesús con confianza sencilla y nueva.

10. Cuando Jesús le pregunta que quiere que haga por él,  el ciego no duda  no duda. Sabe muy bien lo que necesita: “Maestro que pueda ver”. Es lo más importante. Cuando uno comienza a ver a realidad como es,  la vida cambia, la vida se transforma.

11. Queridos hermanos y hermanas, Bartimeo, una vez recuperada la vista gracias a Jesús, se unió al grupo de los discípulos, entre los cuales seguramente había otros que, como él, habían sido curados por el Maestro. Así son los nuevos evangelizadores: personas que han tenido la experiencia de ser curados por Dios, mediante Jesucristo. Y su característica es una alegría de corazón, que dice con el salmista: «El Señor ha estado grande con nosotros, y estamos alegres» (Sal 125,3). En la celebración de la Santa Misa tenemos la oportunidad de dirigir a Dios la misma oración del ciego Bartimeo, y desde la petición de misericordia con fe firme y sencilla como la del ciego, seguramente podremos obtener la luz que marca la diferencia para ver y seguir el único camino de salvación: Jesús. Esta puede ser una buena actitud y una iluminadora imagen para iniciar y vivir el próximo año de la misericordia.

12. Felicidades a todos ustedes y que la intercesión e la Santísima Virgen María les proteja siempre. Amén.

† Faustino Armendáriz Jiménez

Obispo de Querétaro