Homilía en la Misa con motivo del retiro de los sacerdotes y sus familias de origen

Capilla de teología del Seminario Conciliar de Querétaro, Qro., a 11 de agosto de 2014
Año  de la Pastoral Litúrgica

 

Queridos hermanos sacerdotes,
queridos familiares y amigos de cada uno de los hermanos sacerdotes,
hermanos y hermanas todos en el Señor:

 

1. Con gran alegría les saludo a cada uno de ustedes en esta tarde en la cual nos hemos reunido como familia para celebrar nuestra fe y compartir la experiencia de ser una gran familia sacerdotal. Una familia en la cual ha germinado, ha crecido y se ha promovido el valioso tesoro de la vocación sacerdotal. Me alegra que en el proceso de la formación permanente se propicien este tipo de iniciativas, las cuales buscan fortalecer la solidez humana, espiritual y afectiva de cada uno de nosotros los sacerdotes. Hoy creo que es fundamental seguir promoviendo que en la vida de cada sacerdote, la familia de origen es uno de sus pilares fundamentales, pues el sacerdote de nuestro tiempo necesita ser un hombre de profundas raíces espirituales, culturales y sociales, lo cual sólo es posible si se vive desvinculado a la familia. El Papa Juan Pablo II en la Exhortación Apostólica Pastoresdabo vobis nos enseñaba que: “La familia cristiana, que es verdaderamente «como iglesia doméstica» (Lumen gentium, 11), ha ofrecido siempre y continúa ofreciendo las condiciones favorables para el nacimiento de las vocaciones. Y puesto que hoy la imagen de la familia cristiana está en peligro, se debe dar gran importancia a la pastoral familiar, de modo que las mismas familias, acogiendo generosamente el don de la vida humana, formen «como un primer seminario» (Optatam totius, 2) en el que los hijos puedan adquirir, desde el comienzo, el sentido de la piedad y de la oración y el amor a la Iglesia”. (cf. PDV, 41). En la Iglesia estamos convencidos que no podemos renunciar  a estos vínculos, si queremos vivir una vida sacerdotal madura.

2. El Papa Francisco recientemente nos enseña que “Las relaciones basadas en el amor fiel, hasta la muerte, como el matrimonio, la paternidad, la filiación o la hermandad, se aprenden y se viven en el núcleo familiar. Cuando estas relaciones forman el tejido básico de una sociedad humana, le dan cohesión y consistencia. Pues no es posible formar parte de un pueblo, sentirse prójimo, tener en cuenta a los más alejados y desfavorecidos, si en el corazón del hombre están fracturadas estas relaciones básicas, que le ofrecen seguridad en su apertura a los demás” (Francisco, Mensaje enviado a los miembros del I Congreso Latinoamericano de Pastoral Familiar4 al 9 de agosto de 2014, 8/05/2014). Lo mismo sucede en la vida de un sacerdote si estas relaciones familiares se ven fracturadas o muchas veces mutiladas. Hoy diríamos que en gran medida se llega a ser un buen sacerdote y un buen pastor cuando se ha vivido en la familia esta noble experiencia. Desafortunadamente el cambio de época por el cual estamos atravesando, nos está llevando a experimentar una seria crisis de humanidad y de identidad, pues en muchos casos el respaldo de los padres y de los hermanos se ve obstaculizado o limitado por factores secundarios. Ciertamente, es importante hacer notar que la misma formación permanente nos debe ayudar a saber equilibrar estas relaciones y estos vínculos, haciendo de cada sacerdote, hombres capaces de vivir la libertad y la autonomía de la familia, mediante la cual y con la cual, respondamos generosamente a la llamada especifica que el Señor nos ha hecho.

3. Es una gracia muy especial que nos demos este tiempo para reflexionar juntos en este retiro. Necesitamos de estos espacios en la vida personal, pastoral y familiar, sobre todo por el frenesí de la vida en el que muchas veces podemos vernos envueltos. Esta experiencia es una oportunidad para detenernos en la vida y poder así reorientar los horizontes, tanto de la vida personal, como de la llamada concreta que el Señor a cada uno nos ha hecho.  Sentados a la escucha de la Palabra, es una oportunidad para madurar en nuestra conciencia eclesial y comunitaria, donde cada quien desde su trinchera ofrece su vida al servicio de la Iglesia. La vida espiritual que cada uno cultive, es la mejor inversión que podemos hacer en nosotros mismos, de ella beberemos aquello que nuestra alma y nuestra vida necesitan.

4. Me ha parecido muy providencial escuchar en esta mañana el texto del profeta Ezequiel en la primera lectura (Ez 1, 2-5.24-28), donde se nos narra una de las grandes manifestaciones  que Dios le hace al profeta. Ezequiel por medio de imágenes remotas a nuestro modo de decir y de pensar, nos comunica su experiencia de Dios. El profeta ve la gloria que se desplaza desde el templo al lugar donde se encuentran los deportados: Dios no es propiedad de ningún pueblo, no está atado por siempre, ni al templo ni a la tierra prometida, como tal vez pensaba el pueblo de Israel. Dios se manifiesta en el lugar de la deportación: es el que se revela allí donde el hombre se encuentra exiliado, allí donde el hombre se encuentra sumergido en males, allí donde el hombre sufre. Por eso, se manifiesta como “figura de hombre” con un rostro y un corazón,  para significar que es cercano a los hombres.

5. Como padres de familia, como sacerdotes, como cristianos en general, quizá muchas veces también nosotros nos sentimos ajenos a la presencia de Dios en la propia vida y en el propio ministerio. La realidad que nos circunda nos puede orillar a pensar que puede más el mal, la guerra, que el bien, la paz y la concordia. Ezequiel,  nos invita a ver la presencia y la acción de Dios en los acontecimientos de la historia: donde todo parece ruina, allí trabaja él para salvar, para liberar al hombre hasta el fondo. Ezequiel ante la presencia de Dios, cae rostro en tierra cuando aparece su gloria, con este gesto nos da a entender que se encuentra en presencia de Dios. Un Dios cercano y comprometido con su creación. Un Dios que se revela en plenitud en la persona de su propio Hijo, Dios y hombre verdadero, que paga por ti y que paga por mí el precio de nuestra identidad y de nuestra libertad. Por eso, Jesús es consciente de  que pase lo que pase, no se echa para atrás. Él es el Hijo exento pero acepta pagar el tributo del esclavo, sabe que de este modo nos libera de nuestra extranjería, respecto a Dios nos hace hijos suyos “exentos” también de deber nada a nadie, tanto si se trata de una autoridad religiosa  como civil. La nueva situación de libertad en que venimos y encontrarnos como discípulos del Hijo del hombre, no nos aparta de la vida ni de nuestras obligaciones  con los otros. Si debemos sentirnos en cierto modo, deudores con los deberes  de la caridad y en virtud de la misma, “para que no se escandalicen”.

6. La experiencia de encontrarnos con Dios y con los hermanos en este día de retiro familiar, sea una oportunidad para sentir y experimentar la presencia de Dios en nuestra vida; y así, la alegría de ser sacerdotes y familias sacerdotales, se vea reflejada en el compromiso por cumplir con nuestros deberes y obligaciones en los ambientes donde nos desenvolvamos.

7. A ustedes hermanos sacerdotes les animo, para que su trabajo con las familias y por la familia sea siempre generoso. Es un trabajo que el Señor nos pide realizar de modo especial en este tiempo, que es un tiempo difícil tanto para la familia como institución, como para las familias, como causa de la crisis. Pero precisamente cuando el momento es difícil, Dios hace sentir su cercanía, su gracia, la fuerza profética de su Palabra. Y nosotros estamos llamados a ser testigos, mediadores de esta cercanía a las familias y de esta fuerza profética para la familia.

8. Sigamos adelante, animados por el común amor al Señor y a la santa madre Iglesia. Que la Virgen nos proteja y nos acompañe siempre. Amén.

 

† Faustino Armendáriz Jiménez
Obispo de Querétaro