Homilía en la Misa con motivo del LXVII Aniversario de la Coronación Pontificia….

Homilía en la Misa con motivo del LXVII Aniversario de la Coronación Pontificia
de la Venerada Imagen de la Santísima Virgen de El Pueblito
Templo de San Francisco el Grande, Ciudad Episcopal de Santiago de Querétaro, Qro., a 17 de Octubre de 2013
Annus Fidei – Año de la Pastoral Social – Año Jubilar Diocesano

 

Queridos hermanos y hermanas todos en el Señor:

escudo_armendariz1. Les saludo a cada uno de ustedes con la alegría de saber que en Jesucristo, el Hijo de Dios y de María, tenemos a nuestro Redentor y Salvador que ha venido al mundo como Luz de las naciones y Gloria de nuestro pueblo (cf. Is 9, 2). Como es tradición desde hace 67 años, nos reunimos en esta tarde para celebrar la Eucaristía, mediante la cual queremos agradecer a Dios, la maternal intercesión de la Bienaventurada Virgen María, Santa María del Pueblito, a quien reconocemos y veneramos como Madre de Dios y Madre Nuestra; renovando su reinado y su soberanía sobre cada uno de nosotros, nuestras familias y las diferentes agrupaciones y asociaciones de nuestra comunidad. Su amor y protección, significan y representan para nosotros y para los queretanos, la presencia pura y maternal  de la madre que vela constantemente sobre sus hijos, quienes nos acogemos a Ella como la Reina y Señora de nuestra vida.

2. Numerosos son los signos de tristeza, de angustia y de dolor que acechan nuestra vida y nuestro corazón y que llevan a muchos de nosotros a una lucha constante entre la cultura de la vida y de la muerte, del sufrimiento y de la desesperanza, del dolor y el peso de la vida, del trabajo cotidiano y las preocupaciones de esta vida.  Es aquí donde la persona de María resplandece como la “Estrella de la mañana” y el “Consuelo de los afligidos”, pues nos trae por su fe, el fruto bendito de su vientre, Jesús (cf. Lc 1, 42.45).

3. Al escuchar y meditar las lecturas de la liturgia de la Palabra en esta tarde,  dejemos ahora que sea ella, quien nos guíe en la reflexión sobre la Palabra de Dios que hemos escuchado. Deseo proponer algunas líneas de reflexión que nos ayuden a seguir su ejemplo y a aceptar el mensaje de salvación que ha hecho de Ella, “la bendita entre todas las mujeres” (cf. Lc 1, 42).

4. En la página del evangelio que escuchamos (Lc 1, 26-38), de manera sencilla se nos relata el pasaje conocido como “el relato de la Anunciación”, en el cual, María recibe al mensajero de Dios que le anuncia la misión de ser la madre de Dios, cumpliéndose así las profecías hechas desde antiguo (cf. Is 9, 1-6) y el inicio de una nueva etapa de la historia para la humanidad; pues el Emmanuel, el Dios-con-nosotros, viene a restaurar todas las cosas, a fin de que en él y mediante él, todos lleguemos al conocimiento de Dios y podamos así, vivir la vida en plenitud. Este texto, nos permite percibir con claridad cómo todo en la Iglesia se remonta a ese misterio de acogida del Verbo divino, donde, por obra del Espíritu Santo, se selló de modo perfecto la alianza entre Dios y la humanidad. “María, por su parte dijo: He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra” (Lc 1, 38).  He aquí la imagen y el modelo de la Iglesia. Toda persona, toda comunidad eclesial, todo movimiento, cada familia y cada uno de nosotros, como la Madre de Cristo, estamos llamados a acoger con plena disponibilidad el misterio de Dios que viene a habitar en nosotros y a impulsarnos por las sendas del amor. Llevando el mensaje de salvación a quienes viven hundidos en la tristeza, el dolor y el sinsentido de la vida. Hagamos silencio para escuchar la Palabra de Dios y meditarla, para que ella, por la acción eficaz del Espíritu Santo, siga morando, viviendo y hablándonos a lo largo de todos los días de nuestra vida.

5. Otro aspecto importante que nos ayuda en la reflexión, lo encontramos en imagen que la segunda lectura del libro del Apocalipsis nos presenta (Ap 11, 19. 12, 1-6): la mujer vestida de sol con la luna bajo sus pies, rodeada de doce estrellas. Esta imagen es multidimensional. Un primer significado, sin duda, es la Virgen, María vestida de sol, es decir de Dios; María, que vive totalmente en Dios, rodeada y penetrada por la luz de Dios. Circundada de doce estrellas, es decir, de las doce tribus de Israel, de todo el Pueblo de Dios, de toda la comunión de los santos y, a sus pies, la luna, imagen de la muerte y de la mortalidad. María ha dejado tras de sí la muerte; está totalmente vestida de vida, ha sido elevada en cuerpo y alma a la gloria de Dios y de este modo, en la gloria, tras haber superado la muerte, nos dice: «Ánimo, ¡al final vence el amor!. Mi vida consistía en decir: “Soy la sierva de Dios”. Mi vida era entrega de mí misma por Dios y por el prójimo. Y esta vida de servicio ahora llega en la auténtica vida. Tengan confianza, tengan el valor de vivir así también ustedes, contra todas las amenazas del dragón». Este es el primer significado de la mujer que María ha llegado a ser. La «mujer vestida de sol» es el gran signo de la victoria del amor, de la victoria del bien, de la victoria de Dios. Gran signo de consuelo.

6. Pero, además, esta mujer que sufre, que tiene que huir, que da a luz con un grito de dolor, es también la Iglesia, la Iglesia peregrina de todos los tiempos. En todas las generaciones tiene que volver a dar a luz a Cristo, llevarle al mundo con gran dolor en este mundo que sufre. En todos los tiempos es perseguida, vive casi en el desierto perseguida por el dragón. Pero, en todos los tiempos, la Iglesia, el Pueblo de Dios, vive también de la luz de Dios y es alimentado por Dios, alimentado con el pan de la santa Eucaristía. De este modo, en toda tribulación, en todas las diferentes situaciones de la Iglesia a través de los tiempos, en las diferentes partes del mundo, vence sufriendo. Y es la presencia, la garantía del amor de Dios contra todas las ideologías del odio y del egoísmo.

7. También hoy vemos ciertamente que el dragón quiere devorar al Dios hecho niño. No tengamos miedo por este Dios aparentemente débil. La lucha ya ha sido superada. También hoy este Dios débil es fuerte: él es la verdadera fuerza. Y de este modo, la fiesta que celebramos en este aniversario de la coronación, es una invitación a tener confianza en Dios y a imitar a María en lo que ella misma dijo: «Soy la sierva del Señor, me pongo a disposición del Señor». Por eso es reina, por eso seguimos celebrando su  coronación. Servir es reinar. Esta es la lección: seguir su camino, dar nuestra vida y no tomar la vida. Precisamente de este modo nos ponemos en el camino del amor que significa perderse, pero un perderse que en realidad es el único camino para encontrarse verdaderamente, para encontrar la auténtica vida. Sobre todo en este año de la Pastoral Social, tomemos conciencia que  María nos enseña a estar dispuestos para servir con generosidad en el amor a quien vive sin Dios, a quien no le conoce y a quien sufre necesidades físicas y espirituales.

8. Contemplemos a María, Madre y Reina. Dejémonos alentar en la fe y en la fiesta de la alegría: Dios vence. La fe, aparentemente débil, es la verdadera fuerza del mundo. El amor es más fuerte que el odio. Y digamos con Isabel: «Bendita tú eres entre la mujeres». «Te imploramos con toda la Iglesia: Santa María del Pueblito, ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén».

† Faustino Armendáriz Jiménez
Obispo de Querétaro