Homilía en la Misa con motivo del 50 Aniversario de Ordenación Sacerdotal del Pbro. Guillermo Landeros Ayala

Templo Parroquial de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro,
Santiago de Querétaro, Qro, a  4 de febrero de 2013

 

Venerados hermanos en el episcopado,
estimados hermanos sacerdotes,
muy queridos hermanos y hermanas todos en el Señor:

 

escudo_armendariz1. Al reunirnos en esta mañana para celebrar la eucaristía en acción de gracias por los 50 años de vida sacerdotal en la persona del P. Guillermo Landeros Ayala, a quien expreso mi respeto y admiración, les saludo a cada uno de ustedes con grande alegría, pues esta celebración propiamente ubicada en este tiempo de la cuaresma, nos permite hacer un alto en el camino de la conversión y reconocer como “Dios concede a los presbíteros la gracia de ser entre las gentes ministros de Jesucristo, desempeñando el sagrado ministerio del Evangelio, para que sea grata la oblación de los pueblos, santificada por el Espíritu Santo” (Decreto Presbyterorum Ordinis, sobre la vida y ministerio de los presbíteros, 2). Celebramos esta fiesta porque reconocemos la importancia y el valioso don del sacerdocio, de manera fundamental, en la vida y en la misión de la Iglesia, que siente premura en hacer suya la tarea de la Nueva Evangelización, en el corazón sediento y ansioso de cada hombre y de cada mujer que buscan encontrarse con Dios y así saciar su vida con el agua viva que es Jesucristo. Lo hacemos en concordia con la Iglesia universal que celebra este año de la fe y en el espíritu del año jubilar diocesano.

2. La liturgia de la Palabra de este día, nos indica el perenne fundamento, así como el criterio válido de toda la existencia cristiana, que debe estar siempre anclada en el corazón de la Palabra de Dios y así vivir a partir de ella. “Jesús ha sido enviado para la salvación de todos los hombres”. Quisiera meditar con ustedes en esta mañana el  salmo 41-42 con el que la Iglesia orante responde a la Palabra de Dios proclamada en las lecturas, mostrando así, el  Deseo del hombre del Señor y el ansia de contemplar a Dios en su templo. “Como busca la cierva  el agua de los ríos, así, cansada, mi alma  te busca a ti, Dios mío”. (v. 2). El autor se encuentra en la zona montañosa al sur del Hermón,  ante su vista cruza una cierva en busca desesperada de agua; en la búsqueda ansiosa del animal, el poeta proyecta su estado de ánimo, se describe así ansioso de Dios. El agua es vida para el animal en el paisaje árido. La búsqueda de Dios se colorea del instinto elemental de conservación. Sustituyendo sed y búsqueda por la fe. En efecto, la cierva sedienta es el símbolo del orante que tiende con todo su ser, cuerpo y espíritu, hacia el Señor, al que siente lejano pero a la vez necesario: “Mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo” (Sal 41,3). De este modo vemos, cómo es que la fe resulta una necesidad en la vida del hombre. Orígenes, gran autor cristiano del siglo III, explicaba que la búsqueda de Dios por parte del hombre es una empresa que nunca termina, porque siempre son posibles y necesarios nuevos progresos. En una de sus homilías sobre el libro de los Números, escribe: “Los que recorren el camino de la búsqueda de la sabiduría de Dios no construyen casas estables, sino tiendas de campaña, porque realizan un viaje continuo, progresando siempre, y cuanto más progresan tanto más se abre ante ellos el camino, proyectándose un horizonte que se pierde en la inmensidad” (Homilía XVII in Números, GCS VII, 159-160).

3. Queridos hermanos y hermanas, el paisaje cultural y religioso ante el cual nos encontramos, figurativamente, no es menos árido y seco que el de las montañas del sur del Hermón, vivimos tiempos en los cuales  —como como ha dicho el papa Benedicto XVI― ha aumentado la desertificación espiritual, y muchos de los cristianos de hoy se encuentran sumergidos en un gris pragmatismo, en el cual aparentemente todo procede con normalidad, pero en realidad la fe se va desgastando y degenerando en mezquindad (cf. Citado en DA 12). Ante esta realidad, y en este contexto en el que celebramos el sacerdocio de nuestro hermano, el P. Guillermo, se nos ofrece una magnífica oportunidad para valorar con más ahínco la importancia y naturaleza del sacerdocio; el sacerdote “por el Bautismo introduce a los hombres en el pueblo de Dios; por el Sacramento de la Penitencia reconcilia a los pecadores con Dios y con la Iglesia; con la unción alivia a los enfermos; con la celebración, sobre todo, de la misa ofrece sacramentalmente el Sacrificio de Cristo” (Decreto Presbyterorum Ordinis, sobre la vida y ministerio de los presbíteros, 5). El sacerdote no puede caer en la tentación de considerarse solamente un mero delegado o sólo un representante de la comunidad, sino un don para ella por la unción del Espíritu y por su especial unión con Cristo cabeza (DA 193).  El profeta Eliseo le indica a Naamán, qué tiene que hacer para quedar sano, le indica dónde está la fuente de su salud, de su salvación, precisamente porque era un hombre de Dios. Si el sacerdote tiene a Dios como fundamento centro de su vida experimentará la alegría y la fecundidad de su vocación.

4. Es indispensable, queridos hermanos, volver siempre de nuevo a la raíz de nuestro sacerdocio. Como bien sabemos, esta raíz es una sola: Jesucristo nuestro Señor, él es el agua viva de donde brota la vida eterna (cf. Jn 4, 14). En él, en el misterio de su muerte y resurrección, viene el reino de Dios y se realiza la salvación del género humano. “El que tenga sed, que venga a mí; el que cree en mí que beba (cfr. Jn 7,37s). Por la fe bebemos de Jesucristo, del agua viva de la Palabra de Dios. Así, el sacerdote se convierte él mismo en una fuente, que da agua viva a la tierra reseca de la historia. Padre Guillermo, sin duda que usted a lo largo de estos 50 años, ha sido testigo de estas cosas vividas, en las entrañas de la Sierra Gorga y de Guanajuato, cuando como párroco de Tancoyol, de Vizarrón, de El Capulín, de Jurica y ahora en esta comunidad parroquial, ha recorrido las comunidades, precisamente con el propósito de alimentar y saciar la sed de quienes buscando, en su palabra y en los sacramentos, anhelan el agua viva de Jesucristo. Sin embargo, usted nos da ejemplo todo lo que constituye nuestro ministerio no puede ser producto de nuestra capacidad personal, somos los “Nuevos Elíseos” que indicamos donde está en verdad la fuente de la salvación. Esto vale para la administración de los sacramentos, pero vale también para el servicio de la Palabra: no hemos sido enviados a anunciarnos a nosotros mismos o nuestras opiniones personales, sino el misterio de Cristo y, en él, la medida del verdadero humanismo. Nuestra misión no consiste en decir muchas palabras, sino en hacernos eco y ser portavoces de una sola “Palabra”, que es el agua viva de nuestra salvación.

5. El salmista en la profundidad de su ser pide a Dios: “Envíame señor tu luz y tu verdad; que ellas me guíen y me conduzcan hasta tu monte santo” (Sal 42,3), considero que cada uno de nosotros, hemos de hacer nuestra esta súplica, pues sin duda que también muchas veces en nuestro vida nos podemos ver inmersos en este desierto espiritual. Es importante que no perdamos de vista que necesitamos ser guiados e iluminados por la luz y la verdad que es Jesucristo. El sacerdocio ministerial tiene una relación constitutiva con la persona de Cristo, en su doble e inseparable dimensión de Eucaristía e Iglesia, de cuerpo eucarístico y cuerpo eclesial. Por eso, nuestro ministerio es amoris officium (san Agustín, In Ioannis evangelium tractatus 123, 5), es el oficio del buen pastor, que da su vida por la ovejas (cf. Jn 10, 14-15).

6. Este ministerio brota del manantial de la vida. En el misterio eucarístico, Cristo se entrega siempre de nuevo, y precisamente en la Eucaristía aprendemos el amor de Cristo y, por consiguiente, el amor a la Iglesia. La Eucaristía hace presente constantemente a Cristo resucitado, que se sigue entregando a nosotros llamándonos a participar de la mesa de su Cuerpo y de su Sangre. Así pues, como decía el beato Juan Pablo II: «La santa misa es, de modo absoluto, el centro de mi vida y de toda mi jornada» (Discurso con ocasión del trigésimo aniversario del decreto Presbyterorum ordinis, 27 de octubre de 1995, 4). Y cada uno de nosotros podemos repetir estas palabras como si fueran nuestras: «La santa misa es, de modo absoluto, el centro de nuestra vida y de toda nuestra jornada». Sólo con Cristo, la vida sacerdotal encuentra su razón de ser. Él ha querido utilizar una tierra nuestra —el pan y el vino― para manifestarnos que todo lo sobrenatural cuando se refiere a las creaturas, sin perder para nada el carácter mistérico es muy humano, y que Él mismo nos atiende en nuestras necesidades físicas y espirítales. En el pan y en el vino está representada nuestra entera existencia: el trabajo y el descanso, la salud y al enfermedad, las alegrías y las preocupaciones, los proyectos coronados por el éxito y también los fracasos que el Señor permite para nuestro bien.

7. El salmista, reconoce que la casa de Dios, con su liturgia, es el templo de Jerusalén que frecuentaba en otro tiempo, pero es también la sed de intimidad con Dios, “manantial de aguas vivas”, como canta Jeremías (Jr 2,13). Ahora la única agua que aflora a sus pupilas es la de las lágrimas (cf. Sal 41,4) por la lejanía de la fuente de la vida. La oración festiva de entonces, elevada al Señor durante el culto en el templo, ha sido sustituida ahora por el llanto, el lamento y la imploración. San Agustín comentando el salmo 84 dice: “Nadie se halla distante de Dios por el espacio sino por el corazón” (En. In ps. 84, 11). No dejemos que nuestro corazón pierda el rumbo de su vida, nuestro corazón ha dejado de ser simplemente un corazón y se ha transformado en un corazón sacerdotal. Por desgracia, un presente triste se opone a aquel pasado alegre y sereno. El salmista se encuentra ahora lejos de Sión: el horizonte de su entorno es el de Galilea, la región septentrional de Tierra Santa, como sugiere la mención de las fuentes del Jordán, de la cima del Hermón, de la que brota este río, y de otro monte, desconocido para nosotros, el Misar (cf. v. 7). Por tanto, nos encontramos más o menos en el área en que se hallan las cataratas del Jordán, las pequeñas cascadas con las que se inicia el recorrido de este río que atraviesa toda la Tierra prometida. Sin embargo, estas aguas no quitan la sed como las de Sión. A los ojos del salmista, más bien, son semejantes a las aguas caóticas del diluvio, que lo destruyen todo. Las siente caer sobre él como un torrente impetuoso que aniquila la vida: “tus torrentes y tus olas me han arrollado” (v. 8). En la vida sacerdotal pudiéramos confundirnos y buscar en “otros ríos” y en “otras aguas” la fuente de  la vida, la fuente de nuestro ministerio, la fuente de nuestra salvación pensando que son mucho mejores.  Naamán una vez que escucha el mensaje de Eliseo, se alejó enojado diciendo: “¿Acaso los ríos de damasco como el Abaná y el Farfar, no valen más que todas las aguas de Israel?” (2 Re 5, 13). Es curioso lo que nos relata el texto bíblico inmediatamente después de estas palabras, cuando Naaman se marchaba y daba media vuelta sus criados se acercaron a él y le hacen ver la sencillez y la grandeza de este gesto, ayudándole a descubrir en él, la fuente de su salvación. Este gesto de la escritura nos revela otro de los rasgos esenciales de la vida sacerdotal, nosotros estamos para ayudar a los hombres y mujeres que buscan la salud y la salvación, a descubrir en la sencillez de la vida el camino de la salvación. La nueva evangelización consiste precisamente en esto, en descubrir nuevas formas y nuevos caminos de acceso a Jesucristo. El orante se anima de nuevo a la esperanza (cf. vv. 6 y 12). Será una confiada invocación dirigida a Dios (cf. Sal 42, 1.2a.3a.4b). “Me acercaré al altar de Dios, al Dios de mi alegría, de mi júbilo”. Por eso cada sacerdote debemos hacer nuestras las palabras del salmista que sediento en el desierto de su vida, le grita a Dios: “Al altar del Señor me acercaré  al Dios que es mi alegría.  Y a mi Dios, el Señor, le daré gracias al compás de la cítara” (Sal 42,4).

8. El altar de Dios ahora es la roca de Cristo, piedra angular de la Iglesia, celebrando  nuestra liturgia en el altar de Dios, nosotros participamos, de la misma liturgia celeste, hacia la que como peregrinos nos encaminamos. Esto nos tiene que llevar a comprender cada vez más que la Eucaristía es y será la fuente de nuestra espiritualidad. “De la liturgia y sobre todo de la Eucaristía, mana hacia nosotros como una fuente la gracia y se obtiene con la máxima eficacia la salvación de los hombres en Cristo y la glorificación de Dios a la que tienden todas las demás obras de la Iglesia como a su fin” (Const. sobre la sagrada liturgia Sacrosanctum concilium, 10).

9. Quiero agradecer de verdad a usted Padre Guillermo porque durante estos 50 años su vida y su ministerio han favorecido de manera muy específica a numerosos fieles mediante el ejercicio de su vida de entrega, abnegada y ejemplar. Sin duda que todos sus esfuerzos y preocupaciones porque los agentes de pastoral y los catequistas reciban una formación sólida, no han tenido oro punto de partida sino en la Eucaristía y en la vida de oración que le caracteriza. Agradezco la cercanía y el respeto que manifiesta al Obispo, muy especialmente el servicio prestado como consejero durante mucho tiempo hacia la persona de Mons. Mario De Gasperín. Gracias por todos sus esfuerzos evangelizadores.  Muchas felicidades Padre.

10. Le pedimos a Dios, que bajo la especial intercesión de San Juan María Vianney, el beato Juan Pablo II, a quienes usted les tiene una especial devoción, le sigan mostrando el camino para hacer la voluntad de Dios entre los hombres. Que Nuestra Señora del Perpetuo Socorro, patrona principal de esta comunidad parroquial, le obtenga de Dios los favores necesarios para hacer lo que Jesús nos diga. Amén.

† Faustino Armendáriz Jiménez
Obispo de Querétaro