Homilía en la Misa con la Federación de Escuelas Particulares del Estado de Querétaro

Auditorio del Instituto Plancarte, Ciudad episcopal de Santiago de Querétaro, Qro., a 16 de enero de 2014.
Año de la Pastoral Litúrgica – Año Jubilar Diocesano

Queridos hermanos y hermanas todos en el Señor:

1. Me alegra poder encontrarme con ustedes y poder celebrar juntos esta Eucaristía, con la  cual ponemos en las manos de Dios los proyectos y los trabajos de cada uno de ustedes, quienes integran la Federación de Escuelas Particulares del Estado de Querétaro, cuya misión es  “representar, animar, asesorar a las escuelas particulares desde su propia identidad en la promoción integral de la persona humana en la sociedad”.  Pues la educación y la formación, hoy constituyen uno de los desafíos más urgentes que la Iglesia y sus instituciones están llamadas a afrontar. Parece que la obra educativa cada vez es más ardua porque, en una cultura que con demasiada frecuencia adopta el relativismo como credo, falta la luz de la verdad, es más, se considera peligroso hablar de la verdad, insinuando así la duda sobre los valores básicos de la existencia personal y comunitaria. Por esto es importante el servicio que prestan en el Estado, a través de las numerosas instituciones formativas que se inspiran en la visión cristiana del hombre y de la realidad. Hoy día es necesario n o perder de vista que  educar es un acto de amor, ejercicio de la «caridad intelectual», que requiere responsabilidad, entrega y coherencia de vida. El servicio de la escuela particular debe ser un servicio que busque y garantice una educación del corazón y no intereses elitistas o particulares. El servicio de la escuela particular debe ayudar al ser humano a liberarse de la corrupción del corazón, lo cual sólo será posible, cuando ayude a cada estudiante a descubrir la imagen de Dios en su vida y en su persona.

2. En la liturgia de la Palabra de esta tarde hemos escuchado un texto del libro de Samuel en el que se narra la derrota del pueblo de Israel en la batalla contra los filisteos (1 Sam 4, 1-11). Es curioso un dato que narra el texto. Dice que el ejército se retiró al campamento  y los ancianos de Israel se preguntaban: ¿Por qué permitió el Señor que nos derrotaran hoy los filisteos?” (v. 3). La respuesta es sencilla. El arca de la alianza no estaba con ellos. Es decir, la presencia del Señor no estaba con ellos.  Este pasaje de la Escritura nos hace pensar en cómo es nuestra relación con Dios, con la Palabra de Dios: ¿es una relación formal? ¿Es una relación lejana? La Palabra de Dios entra en nuestro corazón, cambia nuestro corazón, tiene este poder o no, es una relación formal, ¿todo bien? ¡Pero el corazón está cerrado a aquella Palabra! Y nos lleva a pensar en tantas cosas de la Iglesia, en tantas derrotas del pueblo de Dios simplemente porque no siente al Señor, no busca al Señor, ¡no se deja buscar por el Señor! Y luego después de la tragedia, la oración: ‘Pero, Señor, ¿qué ha pasado? Nos haces el escarnio de nuestros vecinos, todos en derredor se burlan y se ríen. Servimos de escarmiento a las naciones, y los pueblos menean la cabeza” (cf. Francisco,  Homilía en casa santa Marta 16/01/14).

3. Queridos profesores y responsables de la educación. Últimamente muchos de ustedes, nosotros nosotros como Iglesia,  diferentes asociaciones y grupos, se preguntan ¿qué está pasando con el ser humano? ¿Por qué la derrota de muchos jóvenes con el suicidio, la droga, el alcoholismo y otros vicios?. La respuesta no está lejos de nosotros. Es sencillamente porque  Dios no está con nosotros. No con esto quiero decir que la ecuación no sirva o sea deficiente. O debamos ir en contra de la educación laica, no. Pero si es urgente que veamos que quizá el sistema educativo que en muchas de nuestras escuelas y colegios “católicos” no se está llevando al ser humano a encontrarse con Dios. El problema no está en discutirse que la educación tenga como tarea la de enseñar a vivir, a convivir, a buscar la verdad y a lograr la felicidad. El problema surge cuando se trata de identificar la concepción antropológica que sustenta los modelos educativos en boga. Pues de ellos depende qué cosa significa vivir, convivir, verdad y felicidad. Es evidente que desde una concepción antropológica cristiana, inspirada en el evangelio, la vida ni es un simple proceso biológico de nacer, crecer, multiplicarse y morir; ni se reduce a una búsqueda de desarrollo ilimitado pero sin trascendencia; ni es un absurdo, mero devenir de un ser humano. La vida es un don, es vocación, es misión. Y logra ser tal cuando encuentra su sentido profundo y dispone de las oportunidades para adquirir calidad. Y dígase otro tanto de la ‘convivencia’, de la ‘verdad’ y de la ‘felicidad’, cuyo significado real depende la visión antropológica que subyace a su enunciado.

4. Precisamente porque la educación tiene esos cometidos, está en sintonía con el evangelio, tan bien sintetizado en el conocido texto de Jn 3,16: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna. Dios no envió su Hijo al mundo para condenarlo, sino para salvarlo por medio de él”. La evangelización, la “nueva”, debe ser ante una buena noticia para la humanidad, hecha de asunción de todo lo que es realmente humano, capaz de suscitar interrogantes que provoquen la búsqueda de Dios, revestida de la simpatía propia de quien acoge al otro sin prejuicios e intenta comprenderlo, pronta a una grande apertura al diálogo sin que esto sea renuncia a lo que no es negociable, comprometida en aquellas causas a la que hoy es más sensible la humanidad (la salvaguarda de la creación, el compromiso por la justicia, la libertad, la dignidad y los derechos de la persona, el desarrollo común sostenible…), con la capacidad no sólo de leer la historia e interpretar los signos de los tiempos, sino también de generar nuevos signos de los tiempos, que ayuden a dinamizar la sociedad.

5. La nueva cultura emergente valora la libertad individual, abre espacios a la iniciativa privada y nos ofrece, como nunca antes, oportunidades científicas y tecnológicas para mejorar las condiciones de vida de la humanidad. Se va configurando una realidad global que hace posibles nuevos modos de conocer y aprender, que nos coloca en contacto diario con la diversidad de nuestro mundo y, al mismo tiempo, crea posibilidades para una unión y solidaridad más estrechas a nivel mundial. Sin embargo, esa misma cultura genera nuevas formas de empobrecimiento, exclusión e injusticia que afectan todos los niveles de la vida humana: sociopolíticos, culturales, religiosos. El actual modelo neoliberal, hoy profundamente cuestionado por la misma crisis económica y financiera mundial que ha provocado, generando empobrecimiento, angustia y desconfianza, está dejando ver las dolorosas consecuencias de un mundo en el que la economía y el mercado, con sus mecanismos discriminatorios, ejercen un dominio absoluto, provocan un consumismo compulsivo y desenfrenado, y contribuyen a mantener y reforzar antiguos problemas, heredados de un pasado colonial y de autoritarismos más recientes.

6. Ante esta realidad,  con la cual nos encontramos día con día en nuestras aulas y patios de los colegios, Jesús nos ofrece un camino. En el evangelio que hemos escuchado en esta tarde (Mc 1, 40 – 45), se narra la curación de un leproso, es decir, de alguien que no era ni bien visto ni aceptado por la sociedad y la cultura. Sin embargo, Jesús lo reintegra a la comunidad y le devuelve la salud. Cada uno de nosotros los educadores estamos llamados a poner al servicio de los alumnos, niños y jóvenes, los medios y los instrumentos necesarios para que descubrir en Jesús su dignidad. El leproso de evangelio cuando estuvo delante de Jesús, le dijo: “Si, tú quieres puedes curarme” Jesús le tocó y le dijo: ¡Si quiero, sana! (v. 41)). La educación, situada en el ámbito de la cultura, promueve un proceso de asimilación de valores humanos y sociales;  su finalidad es, en definitiva, ayudar al educando a aprender a ser persona. La tarea educativa, pues, es humanizadora; no es, sin más, evangelizadora. La evangelización, en cambio, pertenece al orden de la salvación; anuncia, testimonia y celebra el Amor revelado que es Dios. Pero ambas, centradas en el bien de la persona, han de colaborar en su crecimiento: “la fe está hecha para vivir en el hombre y el hombre está hecho para vivir de fe”. Estoy convencido de que “la evangelización propone a la educación un modelo de humanidad plenamente lograda, y que la educación, cuando llega a tocar el corazón de las personas y desarrolla el sentido religioso de la vida, favorece y acompaña el proceso de evangelización”.

7. La evangelización requiere, pues, la educación, porque, como reconoció Juan Pablo II, “es ahí donde se trata del hombre y ‘el hombre (es) el primer camino que la Iglesia debe recorrer en el cumplimiento de su misión’” (cf. Carta apostólica en el centenario de la muerte de don Bosco). “No podemos menos de interesarnos por la formación de las nuevas generaciones, por su capacidad de orientarse en la vida y de discernir el bien del mal, y por su salud, no sólo física sino también moral”.  Evangeliza educando quien es consciente de la intrínseca calidad educativa del anuncio evangélico y la fomenta mientras presenta el evangelio; quien, reconociendo la finalidad evangelizadora de la acción educativa, permanece a ella fiel mientras educa. No siempre resulta obvia esta mutua relación y si, advertida, no es raro que quede descuidada. La tentación es doble: o se olvida educar, cuando los evangelizadores privilegian la gestión institucional o la administración sacramental o silencian el evangelio; o se olvida evangelizar cuando los educadores se convierten en operadores sociales trabajando en red con otros agentes. En el primer caso se corre el riesgo de presentar el evangelio sin la mediación educativa y, por tanto, se pone en peligro su eficacia y solidez; en el segundo, se promueve una educación sin referencias explicitas a Cristo Jesús ni vinculación afectiva y real a su Iglesia. Resurge, así, la tentación del sacralismo y del secularismo, dos riesgos no imaginarios que, además de comprometer una auténtica evangelización, no dejan de causar división y fracturas entre los evangelizadores.

8. Deseo animarles a no desfallecer. Súmense a la tarea que en la Diócesis hemos emprendido con la Misión Permanente; es muy triste ver el éxodo de varias generaciones de jóvenes que incluso de las escuelas católicas y particulares, terminan vacunados contra la Iglesia y, los más triste contra su propia fe. Que todos los reconocimientos y las herramientas con las que cuentan como federación, sean de ayuda para educar evangelizando y evangelizar educando.

9. Que la Virgen Santísima, nos enseñe a educar el corazón de los niños y de los jóvenes, inspirándose en el modelo de Jesucristo nuestro Señor.  Amén.

† Faustino Armendáriz Jiménez
Obispo de Querétaro