Homilía en la Misa celebrada con motivo del Encuentro Nacional de Formación Permanente para los Responsables de la Dimensión Intelectual de los Seminarios de México

Templo de Santa Rosa de Viterbo
Ciudad Episcopal de Santiago de Querétaro, 24 de enero de 2013


Estimados hermanos sacerdotes y formadores,
Queridos hermanos y hermanas:

escudo_armendariz1. Me alegra verdaderamente poder encontrarme con ustedes en esta tarde, en el marco del Encuentro Nacional de Formación Permanente para los Responsables de la Dimensión Intelectual en los Seminarios. Les saludo a cada uno, con el gozo de saber que en el Señor Jesucristo tenemos un salvador, a quien Dios ha constituido Sacerdote Eterno, a fin de salvar definitivamente a los que por su medio se acercan a Dios (cf. Heb 7, 23).

2. Aprovecho para darles una cordial bienvenida, esperando que su estancia en esta ciudad, les ayude a fortalecer las herramientas necesarias, para responder a la noble tarea de la formación sacerdotal. Es importante, ser conscientes que la formación intelectual es una exigencia de la propia vocación. Antes de referirse al quehacer de cada uno, se refiere a su mismo ser. Para vivir la vocación específica del sacerdocio es necesaria una cierta cultura, un fundamento intelectual. Sin esta formación, la persona corre el riesgo de vivir los valores vocacionales desencajados de su contexto y por ello de un modo absurdo. Al contrario, cuanto más cultura posea con mayor claridad podrá comprender y poner en práctica los valores del evangelio. Las exigencias  de la evangelización de la cultura y de la nueva evangelización, necesitan de sus evangelizadores un nivel intelectual suficiente,  para la difícil tarea de adaptar los valores de la fe a las nuevas manifestaciones culturales. Es por ello que, la formación intelectual no puede reducirse a un adoctrinamiento religioso, ni a un tradicionalismo,  ni a la repetición de los postulados de la filosofía y la teología clásica, sino que se ha de preparar al alumno para el discernimiento crítico de la realidad personal, social, comunitaria, eclesial e incluso de los mismos contenidos de la fe. “La formación intelectual es un camino de profundización en el misterio  y por ello de mayor adhesión a la Palabra de Dios y de profundización espiritual” (cf. Los itinerarios formativos en el seminario diocesano. Directorio para la formación sacerdotal, p. 121).

3. Hemos venido escuchando en la Liturgia de la Palabra, desde hace algunos días, la lectura continua de la carta a los hebreos, cuya mirada se centra en la persona de Jesucristo, el sacerdote eterno del Altísimo, en quien se cumplen la promesas mesiánicas: “La espera del verdadero rey de Israel y del mundo” (cf. Sal 110, 4) y la promesa del verdadero Sacerdote.  El autor de la carta a los hebreos, comprendió que en Cristo están unidas las dos promesas: Cristo es el verdadero Rey, el Hijo de Dios —según el salmo 2— pero es también el verdadero Sacerdote. Así, todo el mundo cultual, toda la realidad de los sacrificios, del sacerdocio, que se encuentra en búsqueda del verdadero sacerdocio, del verdadero sacrificio, encuentra en Cristo su clave, su cumplimiento. En Cristo hay un nuevo sacerdote, una nueva tienda del encuentro, otra sangre del sacrificio, una nueva entrada en el verdadero santuario. La muerte de Jesús es un verdadero sacrificio que alcanza una nueva relación de los seres humanos con Dios.  Jesús es el nuevo único sumo y eterno sacerdote. San Fulgencio de Ruspe dice muy bellamente: «Él es quien en Sí mismo hace lo que era necesario para que se efectuara nuestra redención. Es decir, Él mismo es el sacerdote y el sacrificio; es Dios y templo; es el sacerdote por cuyo medio nos reconciliamos y el Dios con quien nos hemos reconciliado. Ten, pues, por absolutamente seguro y no dudes en modo alguno, que el mismo Dios unigénito, Verbo hecho carne, se ofreció por nosotros a Dios en olor de suavidad, como sacrificio y hostia. (cf. De fide ad Petrum, 22).

4. En esta tarde la liturgia de la Palabra nos ofrece algunas luces que nos permiten bosquejar algunos elementos para fortalecer el itinerario de la formación sacerdotal que tenemos en nuestras manos: uno de ellos parte del hecho de entender que  “El Hijo de Dios se hizo hombre precisamente para ser sacerdote, para poder realizar la misión sacerdotal, que consiste en establecer un puente entre Dios y los hombres”. Esta realidad, Cristo la ha querido compartir con nosotros, pues “con especial predilección elige a algunos de entre los hermanos, y mediante la imposición de las manos, los hace partícipes de su ministerio de salvación” (cf. Prefacio de la ordenación sacerdotal). El sacerdote debe ser hombre, pero por sí mismo no puede hacerse mediador. El sacerdote necesita una autorización, una institución divina, y sólo perteneciendo a las dos esferas —la de Dios y la del hombre— puede ser mediador, puede ser «puente». Esta es la misión del sacerdote: combinar, conectar estas dos realidades aparentemente tan separadas, es decir, el mundo de Dios —lejano a nosotros, a menudo desconocido para el hombre— y nuestro mundo humano. La misión del sacerdocio es ser mediador, puente que enlaza, y así llevar al hombre a Dios, a su redención, a su verdadera luz, a su verdadera vida. En pocas palabras el sacerdote es un puente que comunica a Dios con los hombres.

5. Queridos padres formadores, durante estos días, ustedes han estado reflexionando sobre la importancia de la formación en los Medios de Comunicación. Quizás no hemos descubierto aún en plenitud, sus alcances y exigencias, pero este cambio de época exige un nuevo perfil sacerdotal: un sacerdote formado con una visión holística del hombre y la humanidad, un hombre de Iglesia, con una densa formación eclesiológica y cristológica, en actitud de permanente escucha como pastor de su pueblo, comprometido con los más pobres, en comunión con el Obispo y con el Papa, dispuesto a servir y a entregar su vida a imagen de Jesús; un sacerdote, que sin poseer todos los carismas, los preside en su comunidad, un hombre lleno de Dios, en continua comunicación con el Padre, a través de la oración, conciliador, artífice de la unidad y de la paz, proclamador de la Buena Nueva, un comunicador y profeta de esperanza. Un hombre de excelentes relaciones, consciente de que para ser un buen sacerdote, primero debe ser un excelente ser humano. Y este perfil se forja en el seno de la familia y en el Seminario Mayor, para lo cual, se requiere de un proceso de discernimiento comprendido como la búsqueda de la voluntad de Dios, para vivir conforme a esa voluntad y configurarse personal y sacramentalmente con Jesucristo, camino, verdad y vida (cf. Jn 14, 6).

6. Este itinerario comienza con un encuentro íntimo y personal con Jesús, en el que Cristo comunica su vida misma, el creyente asume una actitud de acogida y de escucha de la Palabra y comprende que su Maestro le llama a vivir un proceso de conversión. Su actitud de escucha y de apertura a la acción de Dios en la oración, en la lectura asidua de la Palabra, en esa comunicación permanente con Jesús, le hace reconocer, que cuanto recibe de Jesús, debe compartirlo. Su compromiso misionero nace precisamente de ese encuentro que se revitaliza en la comunidad, el discípulo se hace consciente de su misión, como discípulo misionero, viviendo su responsabilidad de bautizado, se hace evangelizador. Así, la misión es la consecuencia lógica de su respuesta de amor al Dios de la Vida. Sale a “comunicar” lo que le ha oído a Dios en la intimidad de su corazón. Como evangelizador, comunica vida, esperanza, fe, sabiduría y, como testigo, en su manera de actuar y de vivir, muestra el rostro de misericordia de Jesús. El papa Benedicto XVI se pregunta: “¿Quién mejor que un hombre de Dios puede desarrollar y poner en práctica, a través de la propia competencia en el campo de los nuevos medios digitales, una pastoral que haga vivo y actual a Dios en la realidad de hoy? ¿Quién mejor que él para presentar la sabiduría religiosa del pasado como una riqueza a la que recurrir para vivir dignamente el hoy y construir adecuadamente el futuro?” (cf. Benedicto XVI, Mensaje para la XLIV Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales). El desafío radica en la importancia de anunciarle al mundo nuestra propia experiencia de Dios, ese es el reto. En el contacto con el mundo digital, nosotros los sacerdotes y los que lo serán debemos trasparentar, más que la mano de un simple usuario de los medios, nuestro corazón de consagrados que da alma no sólo al compromiso pastoral que nos es propio, sino al continuo flujo comunicativo de la «red». En el mundo digital, se debe poner de manifiesto que la solicitud amorosa de Dios en Cristo por nosotros no es algo del pasado, ni el resultado de teorías eruditas, sino una realidad muy concreta y actual.

7. Nuestra misión es formar sacerdotes que busquen anunciar toda la voluntad de Dios, en su totalidad y sencillez última. Pero es importante el hecho de que debemos predicar y enseñar —como dice san Pablo—, y proponer realmente toda la voluntad de Dios. Y pienso que si el mundo de hoy tiene curiosidad de conocer todo, mucho más nosotros deberemos tener la curiosidad de conocer la voluntad de Dios: ¿qué podría ser más interesante, más importante, más esencial para nosotros que conocer lo que Dios quiere, conocer la voluntad de Dios, el rostro de Dios? Esta curiosidad interior debería ser también nuestra curiosidad por conocer mejor, de modo más completo, la voluntad de Dios. Debemos responder y despertar esta curiosidad en los demás, curiosidad por conocer verdaderamente toda la voluntad de Dios, y así conocer cómo podemos y cómo debemos vivir, cuál es el camino de nuestra vida. Así pues, deberíamos dar a conocer y comprender —en la medida de lo posible— el contenido del Credo de la Iglesia, desde la creación hasta la vuelta del Señor, hasta el mundo nuevo. La doctrina, la liturgia, la moral y la oración —las cuatro partes del Catecismo de la Iglesia católica— indican esta totalidad de la voluntad de Dios. También es importante no perdernos en los detalles, no dar la idea de que el cristianismo es un paquete inmenso de cosas por aprender. En resumidas cuentas, es algo sencillo: Dios se ha revelado en Cristo. Pero entrar en esta sencillez —creo en Dios que se revela en Cristo y quiero ver y realizar su voluntad— tiene contenidos y, según las situaciones, entramos en detalles o no, pero es esencial hacer comprender por una parte la sencillez última de la fe. Creer en Dios como se ha revelado en Cristo es también la riqueza interior de esta fe, las respuestas que da a nuestras preguntas, también las respuestas que en un primer momento no nos gustan y que, sin embargo, son el camino de la vida, el verdadero camino; en cuanto afrontamos estas cosas, aunque no nos resulten tan agradables, podemos comprender, comenzamos a comprender lo que es realmente la verdad. Y la verdad es bella. La voluntad de Dios es buena, es la bondad misma.

8. Padres formadores, les animo y les aliento en esta tarea que como Iglesia tenemos en los ideales más altos, cada uno de ustedes hará mucho cando se sienta comprometido más que por la obligación de formar, por el deseo de ver y esculpir en cada seminarista el corazón de Jesús. “Jesús no es un simple maestro de novedades, recurso fácil para envolverse de fama, sino de ideales para alcanzar el verdadero desarrollo de las virtudes, por ello enseña la exigencia de la verdad y la dureza y sacrificio  que supone alcanzar la perfección” (cf. Educar para una sociedad nueva, CEM, n. 57). La virgen María, modelo de maestra y discípula, nos anime e interceda por nosotros y podamos así ser formadores del sacerdocio de su Hijo en cada seminarista. Pidámosle que nos ayude a caminar con alegría en las sendas del Espíritu. Amén.

† Faustino Armendáriz Jiménez
Obispo de Querétaro