Homilía en la Misa celebrada con motivo de Ordenación de Diáconos

Seminario Conciliar de Nuestra Señora de Guadalupe,
Plaza Presbyterorum Ordinis, 
Santiago de Querétaro, Qro., 10 de enero de 2010.
Annus Fidei
Hermanos Sacerdotes,
muy queridos Ordenandos,
hermanos y hermanas todos en el Señor:
 

escudo_armendariz1. Estoy muy contento de estar en esta mañana con ustedes y poder celebrar la Eucaristía, en la cual queremos agregar a estos 7 hermanos nuestros al Sagrado Orden, mediante  la ordenación diaconal, a fin de seguir haciendo extensiva la  misión de Cristo en medio de los hombres, sirviendo a los misterios de Cristo y de la Iglesia (cf. LG, 41) y manifestando a los hombres y mujeres de nuestro tiempo, la hermosura de la fe. Una fe que nace del encuentro con Dios que se revela (Rm 1, 5) y que se vive en la comunión de la gracia como una respuesta obediente al proyecto de Dios. Hemos querido llevar a cabo estas ordenaciones en este día memorable para el seminario, pues con filial devoción celebramos el 56° Aniversario de la Coronación Pontificia de la Venerada Imagen de Nuestra Señora de Guadalupe, cuyo patrocinio preside nuestra Alma Mater. Sin duda que innumerables generaciones han puesto sus ojos y su esperanza en esta bendita imagen, encomendando su vocación y recibiendo una mirada tierna y maternal en los momentos de duda y de desconcierto en el itinerario vocacional. “Cada aspecto de la formación sacerdotal puede referirse a María como la persona humana que mejor que nadie ha correspondido a la vocación de Dios; que se ha hecho sierva y discípula de la Palabra hasta concebir en su corazón y en su carne al Verbo hecho hombre para darlo a la humanidad” (cf. Juan Pablo II, Exhort. Apost. Post. Pastores dabo vobis, 82).

2. Agradezco de antemano a las familias de los ordenandos, que en la fe, han entregado a uno de sus hijos para consagrarse enteramente al servicio de Dios y de su Iglesia. Sin duda que Dios mira en lo profundo de su corazón y reconoce el esfuerzo que han hecho hasta este momento, en  que la Iglesia confirma el llamado de Dios en cada uno de estos jóvenes, al consentir la petición que el Rector en nombre de la Iglesia, hace al Obispo. La vocación es un llamado de Dios que nace en el seno de la familia, se descubre día a día y se cultiva en la vida de la gracia, bajo el impulso y las mociones del Espíritu. “Este itinerario, que hace capaz de acoger la llamada de Dios, tiene lugar dentro de las comunidades cristianas que viven un intenso clima de fe, un generoso testimonio de adhesión al Evangelio, una pasión misionera que induce al don total de sí mismo por el Reino de Dios, alimentado por la participación en los sacramentos, en particular la Eucaristía, y por una fervorosa vida de oración” (cf. Benedicto XVI, Mensaje para la L Jornada Mundial de Oración por las vocaciones).

3. La liturgia que estamos viviendo esta mañana, es el reflejo genuino de la esperanza en que Dios nos confirma en la vida de la gracia, al manifestar en el  sacramento de Orden, el sacramento del ministerio apostólico, cuya acción ministerial  consiste en inculturizar el evangelio para que sea recibido en un tejido de humanidad concreto, y en luchar por el Reino, para que la humanidad sea la humanidad que Dios quiere. La Palabra de Dios que apenas ha sido proclamada, expresa una de las notas más características de este ministerio apostólico, el “servicio de la caridad”, sirviendo a los miembros del cuerpo de Cristo, sobre todo a los pobres y pequeños y servir a su cabeza.  Hemos escuchado en el evangelio de Mateo una de las enseñanzas más exigentes de Jesús sobre el seguimiento. El mundo y la cultura tienen su modo muy particular de servir, sin embargo, Jesús les dice: “Que no sea así entre ustedes. El que quiera ser grande entre ustedes, que sea el que los sirva, y el que quiera ser el primero, que sea su esclavo” (Mt 20, 26).  Para su servicio reciproco los creyentes  podemos  tomar como ejemplo al Hijo del hombre, que con su vida nos muestra que esa actitud servicial es realmente posible. El Hijo del hombre  incluso ha entregado su vida. Hoy podemos preguntarnos: ¿En qué consistió el servicio que Jesucristo ha hecho a la humanidad? La respuesta es clara “Cristo, ha venido a servir y a dar la vida por la redención de todos” (Mt 20, 28).

4. Queridos Ordenandos, ustedes han solicitado a la Iglesia la ordenación diaconal y se quieren comprometer a vivir una vida de servicio entregada a Dios. Pues bien, quiero reflexionar con ustedes tres rasgos específicos que surgen a partir de lo que la Iglesia confiesa en la liturgia  de ordenación, a este ministerio tan hermoso que están por asumir como norma y estilo de vida, de manera voluntaria y generosa:

5. El primero consiste en ser conscientes de que el servicio de los diáconos asume una parte de la responsabilidad que tiene el obispo diocesano de hacer presente en el seno de la Iglesia local, la atención del Señor a todos los suyos (sobre todo a los pobres y pequeños). El servicio de la caridad, cuyo modelo son los siete diáconos de los que escuchamos en la segunda lectura (Hech 6, 1-7) da el tono al servicio de la Palabra  y al servicio de la liturgia como escuchamos en la primera lectura (Num 3, 5-9). En esta perspectiva, se entiende cómo, en las diversas dimensiones del ministerio diaconal, un «elemento que distingue la espiritualidad diaconal es la Palabra de Dios, de la que el diácono está llamado a ser mensajero cualificado, creyendo lo que proclama, enseñando lo que cree, viviendo lo que enseña». Recomiendo por tanto que de ahora en adelante cultiven en su propia vida una lectura creyente de la Sagrada Escritura con el estudio y la oración. Que se introduzcan en la Sagrada Escritura y en su correcta interpretación; en la teología del Antiguo y del Nuevo Testamento; en la interrelación entre Escritura y Tradición; en el uso de la Escritura en la predicación, en la catequesis y, en general, en la actividad pastoral. (cf. Benedicto XVI, Exhort. Apost. Post. Vebum Domini, 81). Uno de los ritos explicativos de la ordenación es la entrega de los santos evangelios, precisamente para resaltar la naturaleza e identidad de su ministerio. Así,  La caridad es amor recibido en la Palabra de Dios y ofrecido en la vida litúrgica. Los hombres, destinatarios del amor de Dios, se convierten de esta manera en sujetos de caridad, llamados a hacerse ellos mismos instrumentos de la gracia para difundir la caridad de Dios y para tejer redes de caridad. Hoy, es importante que asumamos el desafío de combatir la “Ignorancia de la Fe”, una forma de pobreza diría yo, más triste y más lacerante que la pobreza material, constituyendo un obstáculo para la misión de la Iglesia. “Ignorar a Jesús es ignorar sus enseñanzas y su estilo de vida”; por ello, jóvenes ordenandos, ustedes deberán asumir el compromiso de educar en la fe a las nuevas generaciones, con el firme propósito de que  asimilen los valores  humanos y cristianos,   a fin de tender a la búsqueda y al amor de lo verdadero y lo bello y poder penetrar en la realidad divina que satisface toda la  existencia y toda la persona  (cf. LG 15).

6. El segundo rasgo consiste en que los diáconos hacen suya la voz de los fieles para presentarla al obispo diocesano y, en la liturgia,  a Dios mismo. Como parte del Ordo, en torno al Obispo, los diáconos lo ayudan a hacer realidad la reunión eucarística  que está a punto de realizarse desde el umbral. El servicio de los diáconos podría ser definido como transversal: no reúnen a un segmento de la población en un mismo lugar, lo llevan del umbral al altar y del altar al umbral. Así lo manifiesta uno de los compromisos que asume quien desea ser ordenado; ¿Quieren conservar y acrecentar el espíritu de oración, tal como corresponde a su género de vida, y fieles a este espíritu, celebrar la liturgia de las horas, según su condición, junto con el pueblo de Dios y en beneficio suyo y de todo el mundo? Queridos Hijos, aquí podrán hallar una fuente abundantísima de santificación. Esta oración es la voz de la misma Esposa que habla al Esposo; más aún: es la oración de Cristo, con su cuerpo, al Padre. Por tanto, así contribuirán a  cumplir el deber de la Iglesia y, por otra, participarán del altísimo honor de la Esposa de Cristo, ya que, mientras alaban a Dios, están ante su trono en nombre de la madre Iglesia. (cf. Principios y normas generales sobre la Liturgia de las horas, 15). ¡Vivan con alegría este ministerio y este oficio que hoy asumen con libertad! La Iglesia confía en ustedes, ustedes confíen en la Iglesia. Cuando ustedes tomen en sus manos la ofrenda del pueblo de Dios y la depositen en las manos de quien presida la Eucaristía, recuerden que con ustedes van las intenciones y necesidades de muchos fieles que se acogen con esperanza a la Iglesia. Amen su ministerio, sean celosos y diligentes. Por eso, en la oración consecratoria, pediremos para ustedes una “una autoridad discreta, una pureza sin tacha y una observancia de sus obligaciones espirituales”.

7. Finalmente, el tercer rasgo se desvela, cuando los diáconos testimonian la autenticidad de la Eucaristía  que la Iglesia local celebra: la solidaridad con los pobres. El sacramento del Altar es inseparable del sacramento del hermano, del servicio al hermano. En otras palabras, el servicio de los diáconos consiste en manifestar el vínculo del misterio de Cristo en la Eucaristía con el misterio de Cristo en los pobres. Estamos viviendo el año de la Pastoral Social y es providencial que su ordenación se dé en este contexto. Hoy, hay muchos rostros sufrientes que nos duelen. La situación precaria y la realidad familiar, con frecuencia obliga a muchos niños y adolescentes a salir del seno familiar para emigrar a las grandes urbes, propiciando el abandono de su identidad cristiana y de sus costumbres morales. Ha llamado mi atención que en el Sínodo se haya subrayado repetidamente la importancia de la familia para la transmisión de la fe, como lugar auténtico en el que se transmiten  las formas fundamentales  del ser persona humana; necesitamos, pastores y fieles, responder desde la luz que ofrece la fe. La cultura de lo humano de la que ella se hace valedora, ha nacido y se ha desarrollado a partir del encuentro entre la revelación de Dios  y la existencia humana.  Solamente así, queridos hermanos, podremos contribuir en el servicio de la caridad. El celibato que ustedes quieren abrazar y al cual se van a comprometer, no es un empobrecimiento de la humanidad, sino por el contrario, es un ejercicio de la libertad que manifiesta la sublimidad del servicio en la caridad. Sólo quien es auténticamente libre es auténticamente caritativo. Y sólo quien es caritativo es capaz de dar su vida por los demás al estilo de Jesucristo, casto, pobre y obediente.

8. El diaconado, queridos jóvenes, tiene su papel allí donde se anuda la acción litúrgica y la acción evangelizador con la acción solidaria. Y como Ordo no colegial, ustedes le recordarán a la Iglesia que son inseparables los servicios  evangelizadores y litúrgicos de los servicios solidarios. Por eso, su tarea es muy hermosa y clara: el ejercicio de la Palabra y del servicio litúrgico. Dicho de otra manera, lo específico del ministerio que ahora reciben radica en hacer presente y vivo el servicio de amor de Cristo a la humanidad que es le mismo Evangelio dirigido preferentemente a los pobres (Lc 4, 18).

9. Queridos hermanos y hermanas, san Agustín en una de sus homilías decía: “Rogad pues para que yo sea fuerte, de la misma manera que yo ruego para que el peso que ustedes representan no me sea demasiado pesado… Si Cristo no lleva la carga con nosotros sucumbimos; si no nos aguanta, caemos” (Agustín de Hipona, In natale episcopi (CCL 104, 919,1). Por lo que les pido que asumamos cada uno, el compromiso de orar por estos siete jóvenes que desean consagrarse, pues sabemos que la tarea hoy día no es fácil, sin embargo, confiamos en la gracia que Dios nos concede. En unos momentos más, nos uniremos a la voz de la Iglesia celeste mediante la letanía de los santos. Que realmente oremos para que el Señor “bendiga, santifique y consagre a estos elegidos”. Esta es la mejor manera en que podemos contribuir en su santificación.  Que Nuestra Señora Guadalupe, patrona y reina de este seminario, sea la primera protectora del ministerio de estos jóvenes. Amén.

 

† Faustino Armendáriz Jiménez
Obispo de Querétaro