Homilía en la Jornada Mundial de la Paz

Santiago de Querétaro, Qro., 1° de Enero de 2008

Hermanas y hermanos:

1.”Hoy ha nacido en Belén nuestra Paz”, dice el Papa san León Magno en su homilía de Navidad. De la gruta de Belén ha brotado la paz para el mundo entero. A Cristo, nuestra Paz, ahora en los brazos de su Madre Santa María Virgen, encomendamos nuestra vida, el bienestar de nuestras familias, de nuestra ciudad y de nuestra patria durante este nuevo año 2008, que hoy iniciamos. Que Él nos  bendiga con su paz.

2. El mensaje del Papa Benedicto para esta Jornada Mundial de la Paz, lleva por título “La Familia humana, comunidad de paz” y, para que esto sea posible, el aporte de la familia es esencial. En efecto, explica el Papa, “la primera forma de comunión entre las personas es la que el amor suscita entre un hombre y una mujer decididos a unirse establemente para construir juntos una nueva familia”; allí, el ser humano, aprendiendo la convivencia pacífica en su familia, podrá convertirse en artífice de paz en la sociedad y en el mundo. La educación para la paz comienza en el seno del hogar, pues “la familia natural, en cuanto comunión íntima de vida y amor, fundada en el matrimonio entre un hombre y una mujer, es el lugar primario de humanización de la persona en la sociedad, lacuna de la vida y del amor… la primera sociedad natural, una institución divina, fundamento de la vida de las personas y prototipo de toda organización social” (Mensaje, No. 2).

3. El matrimonio y la familia fueron fundados por Dios para que los hombres aprendamos a vivir en paz: “En la vida familiar ‘sana’, explica el Papa, se experimentan algunos elementos esenciales de la paz: la justicia y el amor entre hermanos y hermanas, la función de la autoridad por los padres, el servicio afectuoso a los miembros más débiles, porque son pequeños, ancianos o están enfermos; la ayuda mutua en las necesidades de la vida, la disponibilidad para acoger al otro y, si fuera el caso, para perdonarlo. Por eso, la familia es la primera e insustituible educadora de la paz”(No. 3). Una familia enferma de violencia o de rencor daña a la sociedad.

4. Ante tan grande honor y responsabilidad, el Papa anota: “La violencia intrafamiliar es algo intolerable”. Los católicos debemos dar ejemplo desterrando cualquier agresión del hogar. La paz de la comunidad, de la ciudad, de las naciones depende de la paz familiar. Por su propia naturaleza, “el lenguaje de la familia es un lenguaje de paz; a él es necesario recurrir siempre para no perder el uso del vocabulario de la paz”. Todo hombre aprende de los gestos y miradas de mamá y papá, antes que de sus palabras, el lenguaje de la paz.

5. Cuando decimos que la familia es la célula primera y vital de la sociedad,  decimos algo de suma importancia: Decimos que la familia es anterior al Estado y que éste debe cuidar, servir, favorecer, defender a la familia; afirmamos que el Estado y la sociedad no pueden prescindir de la familia, mucho menos suplantarla o sustituirla, si quieren contribuir a la paz; sostenemos que el Estado y la sociedad están al servicio de la familia y no al contrario y, en este caso concreto, deben ofrecerle todos los recursos necesarios para educar a sus miembros en la paz; deben protegerla eficazmente contra todas las agresiones que sufra en su integridad, porque sólo así se propicia la paz social, que es tarea específica del Estado. El Estado es el garante de la existencia de una vida moral sana y una paz social estable. La moralidad pública y la seguridad ciudadana son deber primario de la potestad civil.

6. Por tanto, promover y defender a la familia es construir la paz; no hacerlo es claudicar de la propia responsabilidad y propiciar la desintegración social. Lo dice el Papa con meridiana claridad: “Todo lo que contribuye a debilitar la familia fundada en el matrimonio de un hombre y una mujer, lo que directa e indirectamente dificulta su disponibilidad para la acogida responsable de la nueva vida, lo que se opone a su derecho de ser la primera responsable de la educación de los hijos, es un impedimento objetivo para el camino de la paz” (No. 4). Y continúa: “La familia tiene necesidad de una casa, del trabajo y del debido reconocimientos de la actividad doméstica de los padres; de escuela para sus hijos, de asistencia sanitaria básica para todos. Cuando la sociedad y la política no se esfuerzan por ayudar a la familia en estos campos, se privan de un recurso esencial al servicio de la paz. Concretamente, los medios de comunicación social… tienen una responsabilidad especial en la promoción del respeto por la familia, en ilustrar sus esperanzas y derechos, en resaltar su belleza” (Ibid.).

7. Llegados a este punto, tendríamos que mirar nuestra realidad y ver si tienen las familias las condiciones indispensables para educar para la paz. Mirando hacia el interior, tendríamos que ver la conformación misma de nuestras familias, su estabilidad, los valores que allí se viven, las aspiraciones que se tienen, el vocabulario que se usa, el tono de voz, gestos y ademanes que se emplean; los programas de televisión que se ven, el respeto que se tiene hacia los niños, hacia los ancianos, hacia la mujer y las relaciones armoniosas con los vecinos. Ningún vecino debe molestar a su vecino: ¡Hay que recobrar la buena vecindad!

8. Habría, después, que analizar quién es realmente el que educa en los valores fundamentales a los hijos, si son los padres, o han claudicado de este derecho y deber, exponiendo la formación de la conciencia moral de sus hijos al arbitrio de instituciones públicas, del club, de la pandilla o de la pantalla de la televisión. Los papás y mamás podrían hacerse esta pregunta: ¿Quién está verdaderamente educando a mis hijos? ¿Con qué valores morales, con qué principios cívicos los educo yo?  Ya que hablo a católicos, nos podríamos preguntar: ¿Educo a mi familia con los principios de la familia de Nazaret? En mi familia, ¿se aprecia la virginidad y el don de la maternidad? ¿Se imita la justicia, la honestidad, la castidad, el trabajo y la responsabilidad paterna de Señor san José? ¿Se conoce y estudia en mi familia la santa Biblia, el Catecismo y la Doctrina Social de la Iglesia? ¿Se promueve una cultura católica sólida leyendo, por ejemplo, El Observador?

9. Cuando la Iglesia habla de una casa para la familia, de un trabajo digno, de una educación responsable, de una salud suficiente, de un ambiente apto para el desarrollo personal y la sana diversión, tendríamos que preguntarnos si nuestra organización social propicia estos valores y servicios, mirando el tipo de habitación que se construye (que llaman de “interés social”), los jardines, campos deportivos, servicios comunitarios, incluidos los templos, áreas verdes y todo lo que propicia la vida en comunidad… Tendríamos que ver cuidadosamente si los puestos de trabajo que ofrecen las empresas nacionales e importadas son dignos, si los salarios son justos, es decir, suficientes para el sostenimiento digno de una familia, pues el salario justo es, en su base, el salario familiar. Los servicios de salud elemental deben sustentarse en principios éticos, respetando la dignidad de las personas y sus convicciones religiosas y, entre cristianos, ejercidos con caridad.

10. Especial reflexión merece en el Mensaje papal, dada su influencia, el tipo de valores o antivalores que ofrecen los medios de comunicación en orden a la construcción de la paz. Si persisten, por ejemplo, las escenas violentas, la exaltación morbosa de la sexualidad, la explotación del dolor y de la miseria moral; si se mantiene la oferta sueños imposibles, la creación de falsas necesidades y el ofrecimiento de una felicidad inalcanzable; si abunda el vocabulario pobre en ideas y rico en vulgaridades, con un manejo deficiente del idioma, signo fundamental del sustento cultural de un pueblo; si todas éstas, y otras lacras invaden el santuario del hogar, ¿cómo podremos ofrecer a las familias elementos válidos para educar para la paz? Ya decía el escritor Pier Paolo Pasolini que “si los modelos de vida propuestos a los jóvenes son los de la televisión, ¿cómo puede pretenderse que la juventud más expuesta e indefensa no sea criminaloide? La televisión ha cerrado la era de la piedad y ha iniciado la era del placer”. No sólo se han incrementado los crímenes en número, sino en crueldad. Sin el santo temor de Dios, nos estamos volviendo una sociedad sin piedad. El bajo nivel cultural y moral no pueden favorecer la cultura de la paz, como la prensa de colores: rosa, amarilla y roja sólo podrá formar ciudadanos incoloros, materia disponible para la manipulación. Al retroceder en moral retrocedemos en cultura y sacrificamos la paz.

11. La Iglesia no suple a la familia, la quiere servir. Le ofrece los valores propios del Evangelio, los que vivió Jesús en su familia de Nazaret. Jesús, con esa experiencia fundamental humana, ideó la gran familia de los hijos de Dios, que es la Iglesia. Cuando le avisaron: “Allí está tu Madre y tus hermanos, que te buscan… mirando a los que estaban en derredor suyo, dijo: Éstos son mi madre y mis hermanos. Todo el que hiciere la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre” (Mc 3, 34). En la medida que cumplamos la voluntad de Dios manifestada en sus Mandamientos y en el Evangelio, en esa proporción construiremos la gran familia de los hijos de Dios y colaboraremos para la paz. Esta labor comienza en la ‘iglesia doméstica’, es decir, en la familia de cada uno de nosotros, los católicos. La Iglesia quiere ayudarles a cumplir esta enorme y encomiable tarea. Para lograrlo, pedimos a Dios nos de un corazón amante de la paz y nos conceda autoridades, líderes políticos y sociales, economistas, empresarios, maestros y comunicadores que abran su entendimiento a estos valores, para que nuestras familias, especialmente las de los barrios marginados, encuentren condiciones favorables para una vida digna y construyamos juntos la paz. Esta es la misión que Dios nos encomendó. Dios bendiga nuestras familias, nuestra ciudad y nuestro mundo con el don de su paz. Amén.

 
† Mario de Gasperín Gasperín
Obispo de Querétaro