HOMILÍA EN LA FIESTA DE LA PRESENTACIÓN DEL SEÑOR Y XXII JORNADA MUNDIAL DE LA VIDA CONSAGRADA

Santa Iglesia Catedral, ciudad episcopal de Santiago de Querétaro, Qro., viernes  02 de febrero de 2018.

Año Nacional de la Juventud

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Muy estimados sacerdotes y diáconos,
Estimado P. Sacramento Arias Montoya, Vicario Episcopal para la Vida Consagrada,
Queridos miembros de la vida consagrada,
Hermanos y hermanas todos en el Señor:

 

  1. Como cada año, me complace poder encontrarme con todos ustedes y celebrar juntos en este día “la fiesta de la Presentación del Señor”, que conmemora el acontecimiento en el cual José y María, cumpliendo por lo prescrito por la Ley, llevaron a su Hijo primogénito para consagrarlo al Señor y ofrecer por ello un par de tórtolas o de pichones. Desde el punto de vista religioso – cultural, dicho acontecimiento tal parece que en la vida de cualquier familia judía no tenía nada de extraordinario, pues era una cosa muy común. Sin embargo, lo novedoso de esto, versa en torno a un dato curioso que nos trasmite la narración: dos ancianos —Simeón y Ana—, se percatan de la grandeza de dicho acontecimiento pues en Aquel Niño ven cumplidas todas sus esperanzas.

  1. De Simeón se dice que era “un hombre justo, piadoso y que esperaba la consolación de Israel”. Era hombre “justo”, como José, porque vivía en y de la Palabra de Dios, vivía en la voluntad de Dios descrita en la Torá. Era “piadoso” porque vivía en una íntima apertura personal hacia Dios. Y esperaba la consolación de Israel porque vivía orientado hacia lo que salva y redime, hacia quien había de venir. Por eso al tomar en sus brazos Aquel Niño, sabía que el Espíritu de Dios, el Paráclito, el Dios consolador, estaba en Él, y por eso bendijo a Dios diciendo: “Ahora, Señor, según tu promesa puedes dejar a tu siervo irse en paz”.

  1. De Ana leemos que era “una mujer de ochenta y cuatro años que, después de estar siete años casada, vivía viuda desde hacía decenios”. No se apartaba del templo ni de día ni de noche, sirviendo a Dios con ayunos y oraciones. En el templo se sentía como en su casa, se sentía a gusto y segura en las cosas de Dios, como un niño a gusto y seguro en los brazos de su padre o de su madre. Ana se acercó en aquel momento, dando gracias a Dios y hablando del niño a todos los que aguardaban la liberación de Jerusalén. Ana es la imagen por excelencia de la persona verdaderamente “piadosa”. Es una mujer colmada por el Espíritu. La piedad es esa disposición habitual que nos abre a un amor confiado a Dios.

  1. Los ancianos Simeón y Ana son testigos de la memoria del pueblo. Transmiten las promesas y las esperanzas a las nuevas generaciones. El testimonio de estos dos ancianos fue la última voz de la profecía que había cumplido su cometido. Ambos personajes implícitamente: reconocieron, acogieron y dieron testimonio de Aquel que ha venido a cumplir todas sus expectativas mesiánicas y proféticas. Tres actitudes que conllevan el itinerario de todo aquel que llamado por Dios, quiere asimilar su papel dentro de la historia de la salvación.

  1. En este contexto podemos hacer una lectura espiritual y decir que la vida consagrada posee todas las características de estos dos ancianos, es decir, los consagrados y consagradas vocacionalmente recorren el mismo itinerario: reconocer, acoger y dar testimonio del Mesías de Dios:
  2. Re-conocer: Todo conocimiento entre las personas —lo experimentamos todos en nuestras relaciones humanas—comporta una implicación, un vínculo interior entre quien conoce y quien es conocido, a nivel más o menos profundo. No se puede conocer sin una comunión del ser. Sólo estando en comunión con el otro, comienzo a conocer; así también con Dios, sólo si tengo un contacto verdadero, si estoy en comunión puedo también re-conocerlo. La revelación divina no sucede según la lógica terrena, por la que son los hombres cultos y potentes los que poseen los conocimientos importantes y los transmiten a la gente más sencilla, a los pequeños. Dios tiene otro estilo: los destinatarios de su comunicación son concretamente los “pequeños”. Esta es la voluntad del Padre y el Hijo la comparte con alegría. Pero qué significa “ser pequeños”, sencillos? el Discurso de la Montaña donde Jesús afirma: “Beatos los que tienen el corazón puro, porque verán a Dios” (Mt 5,8). Es la pureza del corazón la que permite reconocer el rostro de Dios en Jesucristo; y tener el corazón sencillo como el de los niños, sin la presunción de quien se cierra en sí mismo, pensando. Simeón y Ana re-conocieron en Aquel niño al Dios de Israel, al Mesías esperado, porque tenían un corazón puro, porque conocían los elementos de la “hermenéutica divina”, descrita en los profetas. Así, todo consagrado y consagrada, por vocación está llamado a ser un experto de la “hermenéutica divina”, de tal forma que pueda re-conocer, en los signos de los tiempos, la presencia de Dios y así acogerlo. Esto sin duda exige tener el corazón de los pequeños, de “los pobres en espíritu” (Mt 5,3), para reconocer que no somos auto-suficientes, que no podemos construir nuestra vida solos, que necesitamos de Dios, necesitamos encontrarle, escucharle y hablarle. Debemos acostumbrarnos a percibir a Dios. Dios normalmente está lejos de nuestra vida, de nuestras ideas, de nuestro actuar. Se ha acercado a nosotros y debemos acostumbrarnos a estar con Dios.

 

  1. Acoger: Quien se detiene a meditar ante el Hijo de Dios no puede por menos de quedar sorprendido por este acontecimiento humanamente increíble; no puede por menos de compartir el asombro y el humilde abandono de la Virgen María, que Dios escogió como Madre del Redentor precisamente por su humildad. Por eso pide que lo acojamos, que le demos espacio en nosotros, en nuestro corazón, en nuestras casas, en nuestras ciudades y en nuestras sociedades. En la mente y en el corazón resuenan las palabras del prólogo de san Juan: “A todos los que lo acogieron les dio poder de hacerse hijos de Dios” (Jn 1, 12). Tratemos de contarnos entre los que lo acogen. Ante Él nadie puede quedar indiferente. También nosotros, queridos consagrados, debemos tomar posición continuamente. ¿Cuál será, por tanto, nuestra respuesta? ¿Con qué actitud lo acogemos? Simeón tomó en brazos al Niño. Es decir, lo acogió. El amor que Jesús trajo al mundo al nacer en Belén une a los que lo acogen en una relación duradera de amistad y fraternidad. San Juan de la Cruz afirma: Dios “lo que hablaba antes en partes a los profetas ya lo ha hablado en el todo, dándonos al Todo, que es su Hijo. (…) Pon los ojos sólo en él (…) y hallarás en él aún más de lo que pides y deseas” (Subida del monte Carmelo, libro II, cap. 22, 4-5). Queridos consagrados y consagradas, que al renovar en este día sus votos, renueven en ustedes el compromiso de abrir a Cristo la mente y el corazón, manifestándole sinceramente la voluntad de vivir como verdaderos amigos suyos. Así serán colaboradores de su proyecto de salvación y testigos de la alegría que él da da para que la difundan abundantemente en su entorno.

  1. Dar testimonio: es sorprendente que en ambos profetas la tercera actitud es la del testimonio. El re-conocimiento de Dios y la acogida en sus vidas, les llevó sin duda a proclamar las maravillas de Aquel Niño. Simeón anuncia: “Este niño ha sido puesto para ruina y resurgimiento de muchos en Israel, como signo que provocará contradicción, para que queden al descubierto los pensamientos de todos los corazones”. Ana canta las maravillas. Con su venida entre nosotros Dios nos indica y nos asigna también una tarea: precisamente la de ser semejantes a él “Luz de las naciones” “gloria de Israel”. Déjense sorprender e iluminar de nuevo por este acto de Dios, totalmente inesperado. Las personas consagradas están llamadas de modo particular a ser testigos de esta misericordia del Señor, en la que el hombre encuentra su propia salvación. Quisiera insistir en esta actitud, de tal manera que cada uno de ustedes, dé testimonio de haber reconocido y acogido a Dios en su vida, especialmente en los adolescentes y en los jóvenes que esperan ver cumplidas en sus vidas las promesas. En los adolescentes y en los jóvenes que esperan que la fe les diga algo. En los adolescentes y en los jóvenes que esperan ser liberados de las esclavitudes propias de la edad. “En la búsqueda de caminos capaces de despertar la valentía y los impulsos del corazón no se puede dejar de tener en cuenta que la persona de Jesús y la Buena Noticia por Él proclamada siguen fascinando a muchos jóvenes”. En México y en Querétaro estamos celebrando el ‘Año de am Junventud’, que sea esta una oportunidad para revitalizar la pastoral juvenil. La gran mayoría de ustedes dedica sus esfuerzos, carismas y trabajos a evangelizar a los adolescentes y  jóvenes. Síganlo haciendo con el espíritu de la nueva evangelización.

  1. Queridos consagrados y consagradas, muchas felicidades por seguir diciendo “si” al llamado. Continúen dando testimonio de vocaciones humanas y cristianas, acogidas y vividas con fidelidad y compromiso, suscitando en quien los ve el deseo de hacer lo mismo: respondiendo con generosidad a la propia vocación es el primer modo de hacer pastoral vocacional. En la acción pastoral con los jóvenes, donde es necesario poner en marcha procesos más que ocupar espacios, descubrimos, en primer lugar, la importancia de su servicio, al crecimiento humano de cada uno y de los instrumentos pedagógicos y formativos que pueden sostenerlo. Entre evangelización y educación se constata una fecunda relación genética que, en la realidad contemporánea, debe tener en cuenta la gradualidad de los caminos de maduración de la libertad.

 

  1. Que a todos el Señor nos ilumine con su luz y que la intercesión de la Virgen María, que nos trae al Salvador, nos alcance hoy y siempre. Amén.

 

+ Faustino Armendáriz Jiménez

Obispo de Querétaro