Homilía en la Eucaristía por el XXV Aniversario de Ordenación del Pbro. Juvenal Hernández

Parroquia de San Miguel Arcángel,
Huimilpan, Qro.,  a 18 de septiembre de 2012

1. Me llena de gozo presidir esta Eucaristía con ustedes, para celebrar el XXV aniversario de ordenación sacerdotal de nuestro hermano, el presbítero Juvenal Hernández García. Teniendo la oportunidad de saludar a mi hermano arzobispo Mons. Rogelio Cabrera López; a mi hermano Obispo: Mons. Florencio Olvera Ochoa.  Saludo a cada uno de ustedes hermanos presbíteros, gracias porque su presencia en esta celebración, es signo de la comunión y la fraternidad sacerdotal. De manera muy particular te saludo a ti P. Juve, te felicito por tu generosidad y entrega en el ejercicio del ministerio sacerdotal, durante estos 25 años, vividos en con las diferentes comunidades parroquiales, tanto de la sierra queretana como de Guanajuato, Tequisquiapan y significativamente aquí en esta comunidad parroquial de San Miguel Arcángel, Huimilpan. Saludo a cada uno de ustedes miembros de esta hermosa comunidad parroquial de San Miguel Arcángel, su testimonio y su compromiso es algo que particularmente me renueva al encontrarme con ustedes.

2. Al reunirnos como comunidad cristiana para celebrar el sacerdocio de Jesucristo, quiero meditar hoy con ustedes, uno de los textos con los que la Iglesia orante responde a la Palabra de Dios proclamada en las lecturas, tomadas del esquema de la festividad de “Santa María de Guadalupe”. Hemos cantado junto con el salmista: «Que te alaben, Señor, todos los pueblos» (cf. Sal 66). En este salmo se invita a todos los pueblos y naciones a alabar con júbilo al Señor que nos salva, el salmista inicia su oración invocando la bendición de Dios sobre Israel, para que todas las naciones puedan reconocer en las gracias concedidas a Israel, el pueblo elegido, un mensaje de salvación  universal. La bendición invocada sobre Israel es aquella que Dios había ordenado a los sacerdotes transmitir a su pueblo en el libro de los números (cf. 6, 22-27). En este canto, -palabra y respuesta se compenetran-. Por una parte, están tomados de la Palabra de Dios, pero, por otra, son ya al mismo tiempo la respuesta del hombre a dicha Palabra, respuesta en la que la Palabra misma se comunica y entra en nuestra vida.

3. Una respuesta que nace de la alegría de saberse pueblo bendecido por Dios, pues en Jesucristo hemos conocido la benignidad de Dios, una benignidad que nace de la pasión de Cristo  y de su muerte en la cruz. Cristo nos ha  rescatado de la esclavitud de la ley, convirtiéndose él mismo en causa de salvación para cada uno de nosotros. Por medio del árbol de la cruz, la alegría ha entrado en nuestro mundo y la tierra ha dado su fruto más exquisito, su justicia se ha manifestado a los pueblos de la tierra. También nosotros hoy, exultando por el fruto de esta tierra, decimos: «Que te alaben, Señor, todos los pueblos» (Sal 66,4. 6). Proclamamos el don de la redención alcanzada por Cristo, y en Cristo, reconocemos su poder y majestad divina, de manera muy especial reconocemos que el sacerdocio de Cristo, es el fruto que nos trae la vida y que nos nutre mediante la Eucaristía, sacrificio de salvación.

4. Este sacrificio, Cristo lo ha cumplido en la sumisión y obediencia que manifestó en la encarnación y en la inmolación en la cruz. Jesucristo, por lo tanto, habiendo sido constituido Sumo Sacerdote de los bienes futuros, a través de un Templo más grande y más perfecto, no construido por manos de hombre, es decir, no perteneciente a esta creación, no con sangre de toros y animales, sino con su propia sangre, entró de una vez y para siempre en el santuario, procurándonos una salvación eterna. Este maravilloso designo de salvación, manifestado en Cristo, ha sido anunciado y participado a los creyentes, en la Iglesia y mediante los sacerdotes. Dios se ha dirigido a la humanidad que esperaba la salvación constituyendo la Iglesia, mediante la cual perpetúa la obra de la redención humana. Con ella también nosotros podemos ofrecer nuestros cuerpos como sacrificio viviente, santo y agradable a Dios (Rm 12, 1-2); es este el culto espiritual que quiere el Señor (Jn 4, 24). El sacrificio en Espíritu y verdad que la Iglesia cumple en unión con Cristo es su liturgia, es al mismo tiempo fuente y fruto de la Redención. “Esto significa que la liturgia es el lugar privilegiado donde la experimentamos la obra de Dios. En ella está ardiendo el fuego de la zarza que no se consume, la Jerusalén celeste que desciende del cielo, la Encarnación y el nacimiento de Jesús, la transfiguración y el calvario  la resurrección y el pentecostés. En una palabra, el éxtasis de la belleza que derrama el fuego de Dios en el corazón de los hombres”.

5. Queridos hermanos sacerdotes y hermanos todos, la presencia del ministerio sacerdotal en la comunidad, es el signo más claro y contundente de la bendición de Dios, para que así esta realidad se siga perpetuando en la Iglesia mediante los frutos de este “gran ministerio de comunión”, pues los sacerdotes estamos llamados a ser y a actuar In persona Christi, mediante el ejercicio del ministerio en profunda comunión con Cristo. En Cristo, la verdad y Vida, tiene su origen el ministerio, en el encuentro con Jesucristo a través de su Palabra, ya que  conquistados por sus palabras, por sus gestos y por su misma persona y, alcanzados por la irradiación de su amor que emanan de él, nos hemos de sentir comprometidos con su misión, llevando al mundo el anuncio de su Evangelio. “El ministro del evangelio es aquel que se deja conquistar  por Cristo, que sabe permanecer con él, que entra en sintonía, en íntima amistad con él, para que todo se cumpla según su voluntad de amor”. (Benedicto XVI, Homilía en las vísperas para la inauguración del año académico de las universidades pontificias, 04 de nov de 2011). Para así, responder personalmente, a las preguntas sobre Dios, compartiendo la propia experiencia de fe y de esperanza al hombre contemporáneo. Esta es nuestra identidad padre Juvenal, dar respuesta de nuestra fe, desde la experiencia. Nosotros somos los primeros en “recibir” la Palabra de Dios, en ella es donde alimentamos nuestra propia vocación, la descubrimos, la entendemos, la amos y la seguimos, llegando a convertirse en nosotros en el nuevo criterio de juicio y apreciación de los hombres y de las cosas de los acontecimientos y de los problemas (Cfr. VD 82). Por ello te invito, Padre Juve, a renovar hoy tu compromiso  de ser testigo del amor de Dios, ya que el evangelizador es heraldo, pero también testigo, el cual evangeliza, no tanto de lo que sabe, cuanto de lo que vive. Porque el evangelizador  es también profeta; él mismo es anuncio y palabra, y no puede iluminar si él, no está lleno de luz, de la única luz. El sacerdote está en condiciones de acompañar a los hombres de su tiempo  para darles la certeza  de la presencia  y la cercanía de Dios. María le dijo al ángel ‘que se cumpla en mí lo que has dicho’ e inmediatamente vemos a esa mujer levantarse e ir a Judá. Ese verbo -levantarse- corresponde a una acción que tiene relación con estar despierto y atento. María ‘despierta’ por la visita del ángel, se levanta para ir a ver a Isabel. La figura de María es de un dinamismo intenso. Se ha dicho que es la más presente de todos los discípulos: Ella está allí, llevando a su hijo a la vida ordinaria a pesar de las dificultades.

6. Les exhorto a cada uno de ustedes hermanos y hermanas, de manera especial a ti Padre Juve,  hoy que das gracias por 25 años de ministerio, a no perder nunca de vista los que significa este don puesto en tus manos, es necesario abrirse a la acción continua del Espíritu, entregándote por Dios y por los hermanos. Dice el papa Benedicto XVI: “el ministerio de la evangelización es fascinante y exigente: requiere amor al anuncio y al testimonio, un amor total que puede verse marcado  incluso por el martirio. La Iglesia no puede faltar a su misión  de llevar la luz de Cristo, de proclamar el anuncio gozoso del evangelio  aunque ello conlleve la persecución” (cf. Benedicto XVI,  Discurso a los participantes en la Asamblea  general de las Obras Pontificias Misionales, 14 mayo de 2011). El Salmo 66, se convierte entonces en la oración del discípulo misionero pues, asume el objetivo que a cada discípulo de Cristo  le incumbe el saber de esparcir cuanto le sea posible la fe (cf. LG 17). Así haremos posible que todos los pueblos bendigan al Señor.

7. Este es el objetivo de la “Nueva Evangelización”, siguiendo el ejemplo de Cristo, no debemos descansar hasta imprimir en el corazón de los hombres el amor y la ley de Dios, para vivir en la plenitud de la gracia  y poder llegar a ser ofrecidos como hostias vivas inmaculadas y santas (Rm 12, 1-2).  Ahí cobran sentido las palabras que día a día pronunciamos en la celebración de la Misa: “esto es mi cuerpo que se entrega por ustedes”… Esta es mi sangre que se derrama por ustedes” (Cfr. Lc 22, 19-20). Déjate envolver de la santidad de Dios, maravillándote continuamente de las grandezas de la redención del cual has sido constituido ministro. Estas palabras nos introducen en la intimidad del misterio de Cristo, y nos acercan al misterio de la Eucaristía, en la que el Hijo consustancial al Padre, le ofrece el sacrificio de sí mismo por la humanidad y por toda la creación.

8. Hermanos sacerdotes, celebrando la Eucaristía, penetramos en el corazón de este misterio. Por eso la celebración de la Eucaristía es para cada uno de nosotros, el momento más importante y sagrado de nuestra jornada y el centro de nuestra vida”. El ministerio que ha sido puesto en nuestras manos, es un ministerio de amor que estamos llamados a conocer, a saborear y a amar, de esta manera nos veremos inmersos en él y nosotros seremos los primeros en gozar de sus gracias. Ello implica la fidelidad, la entrega y la generosidad, pues “la vocación no es fruto de méritos particulares, es un don al que hay que corresponder dedicándose no a un proyecto propio, sino al de Dios, de modo generoso y desinteresado”.

9. Finalmente, y luego de agradecer a Dios “el don inmenso del sacerdocio ministerial”, también quiero dar gracias a ustedes, hermanos sacerdotes,  de manera particular a ti Padre Juve, con quienes comparto la hermosa misión de anunciar el Evangelio en medio de tantas dificultades y desafíos. Deseo que sientan mi cercanía; reconozco y admiro su entrega fiel y generosa en la misión que el Señor les ha encomendado.

10. Que la Madre de Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote, Santa María de Guadalupe, interceda por nosotros y pidámosle que nos enseñe a vivir como su Hijo, en un continuo: “Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad”. Amén.

† Faustino Armendáriz Jiménez
Obispo de Querétaro