HOMILÍA EN LA CLAUSURA DEL AÑO JUBILAR MARIANO, BASÍLICA DE NUESTRA SEÑORA DE LOS DOLORES DE SORIANO.

Basílica de Nuestra Señora de los Dolores de Soriano, Soriano Colon Qro. 03 de febrero de 2020. 


Del Recuerdo a la Esperanza.

1°. De la Historia de la Salvación hemos aprendido los cristianos a volver nuestra mirada al pasado, para recordar los hechos más significativos de la vida, y asumir nuestra propia historia de redimidos. Recordar nuestro pasado es comprender mejor el presente y proyectar el porvenir, según el futuro providente de Dios. Los cristianos vivimos del recuerdo vivo de Jesucristo, que murió por nuestros pecados, y actúa resucitado entre nosotros: “Hagan esto en memoria mía, hasta que vuelva”. Jesús, porque vive, volverá. Mediante su promesa consoladora, su presencia misteriosa en la Eucaristía, y la fuerza poderosa de su Espíritu, esperamos la resurrección de los muertos y la vida eterna.

Nuestra memoria agradecida.

. Hoy venimos aquí, a los pies de Nuestra Patrona Diocesana la Virgen santa de los Dolores de Soriano, para recordar, agradecidos, los incontables beneficios recibidos de su intercesión y protección maternal, durante largos y gloriosos años entre nosotros: los 156 de la fundación de nuestra Diócesis de Querétaro; los 306 de la llegada de su piadosa Imagen a esta Misión dominicana; el 56 aniversario de su Coronación Pontificia; los 29 de la creación de los Consejos Parroquiales de Pastoral; el 11 aniversario de su elevación, del título de Santuario, al de Basílica Menor; y ahora, la Clausura del Año Jubilar Mariano  con motivo de los 50 años de la declaración pontificia como Principal Celestial Patrona de nuestra Diócesis de Querétaro. Muchas fechas gloriosas, numerosas gracias recibidas, e infinitas las misericordias que por sus manos y con sus lágrimas maternales, han fecundado los corazones creyentes del pueblo queretano, y de otros muchos lugares.

Nuestro tiempo en la Hora de Dios.

3°. Sólo con la luz de la divina Sabiduría podemos descubrir el sentido profundo de los acontecimientos que nos rodean y van tejiendo nuestras vidas. La vida de los cristianos no es sólo un fluir del tiempo o dejar correr el reloj, sino un caminar y crecer al ritmo que el corazón de Dios nos va marcando y nos permite gozar de su compañía. Siempre hay un momento especial de gracia y de bendición para cada uno de nosotros. Dios rige y gobierna toda la historia humana, porque Cristo es el Señor del tiempo y nos sale al encuentro en el momento de mayor necesidad: “Lámpara es tu palabra para mis pasos, luz en mi sendero” (Ps.119,105).  La salvación que Dios nos ofrece tiene, como la vida de Cristo, “su tiempo”, “su hora”,  su “espera”, su “momento culminante”. Tiene “día y hora” propia. Saber descubrir e interpretar estos “signos de los tiempos” es gracia infinita de Dios, porque en ellos se cumple nuestro “tiempo de salvación”.

“Cada cosa tiene su tiempo”.

4°. La santa Escritura nos enseña que “cada cosa tiene su tiempo”, y que hay un “tiempo para llorar y un tiempo para reír” (Ecco. 3,4), un tiempo de fiesta cuando el esposo está presente, y otro de duelo cuando es arrebatado. Ese momento de su partida, Jesús lo interpretó como su “Hora”, y en ella prometió a sus discípulos que “su tristeza se convertiría en gozo, gozo y alegría que nadie en el mundo puede arrebatar”(Cf. Jn. 16,20.22). Ese llanto transformado en gozo y alegría destinado a sus discípulos, quien primero lo experimentó fue su Madre santísima. Ella fue la primera invitada a “alegrarse”, porque  había alcanzado gracia delante de Dios; sería la bendita y bendecida entre las mujeres por todas las generaciones, como lo estamos haciendo ahora nosotros en esta celebración. Pero esta alegría sería sometida a la prueba del dolor cuando la espada atravesaría su alma como la lanza traspasó el corazón de su Hijo en la cruz.

Madre del Hijo y de los hijos.

5°. La Virgen Dolorosa participó admirable y generosamente en los sufrimientos redentores de su Hijo. Lo hizo como Madre de Cristo y como Madre nuestra, y de toda la humanidad. El Concilio Vaticano II nos lo enseña: “La unión de la Madre con el Hijo en la obra de la salvación se manifiesta desde el momento de la concepción virginal de Cristo hasta su muerte” (N° 57)… Ella “mantuvo fielmente la unión con su Hijo hasta la cruz” (N° 58). Esta asociación no es sólo un sentimiento piados, sino una cooperación en nuestra regeneración espiritual por ser Madre de Cristo Cabeza, Hermano y Redentor nuestro. Por eso el Papa San Pablo VI la proclamó solemnemente “Madre de la Iglesia”, es decir, de todos los redimidos. Nosotros la llamamos “Nuestra Madre Santísima de los Dolores”, aquí en Soriano.

El llanto humano de Dios.

6°. Los humanos expresamos el dolor con el llanto y con lágrimas. Quien no ha llorado, poco tiene de humano. No lo es. Dios llora porque se hizo humano, para llorar con y por nosotros los humanos. La carta a los Hebreos nos refiere este drama en la pasión de Cristo: “(Cristo) ofreció oraciones y súplicas con clamor poderoso y con lágrimas a Dios, que podía salvarlo de la muerte” (Hb 5,7). Cristo lloró en el Huerto de los olivos; lloró por Jerusalén y por el pueblo elegido; lloró ante el sepulcro de su amigo Lázaro, y sintió compasión ante las multitudes hambrientas porque “andaban errantes como ovejas sin pastor”. Su paso entre nosotros fue rociado con sus lágrimas.

Las lágrimas limpian el alma y alegran el corazón.

7°. Este llanto de Jesús nos revela su corazón humano y su presencia salvadora: Ante las multitudes hambrientas ordena a sus discípulos darles de comer; a su amigo Lázaro le ordena con voz poderosa salir del sepulcro y volver a vivir; así lo hace con la pequeña –tabitha-, de doce años, y manda darle de comer; a la viuda de Naín le dijo, imperativo y compasivo, ante el féretro de su hijo: “¡No llores!”, y le devolvió vivo a su hijo único; a la pecadora que, arrepentida, lavó con lágrimas sus pies, le devolvió la alegría de vivir: “tus pecados te son perdonados. Vete en paz”; a la las mujeres que lo acompañan en su dolor, les pide que lloren por ellas mismas y por sus hijos; a Pedro, bañado en lágrimas, le pide confesar su amor: ”¿Me amas más que éstos? -Señor, tú bien sabes que te quiero”, y lo hace Pastor de sus ovejas; a María Magdalena, purificada con su llanto, la invita a olvidar las lágrimas y a anunciar su resurrección a sus hermanos. Jesús transformó este “valle de lágrimas”, con las suyas propias, en “valle de la esperanza”.

Dios enjuga nuestras lágrimas.

8°. El llanto y las lágrimas de Jesús son para mitigar nuestro llanto y secar nuestras lágrimas. El lloró para que cese el llanto de la humanidad dolorida: A aquellos que llegan victoriosos ante el trono de Dios, “que vienen de la gran tribulación, y han lavado y blanqueado sus túnicas en la sangre del Cordero… el Cordero los pastoreará y los guiará a manantiales de agua viva, y el mismo Dios secará las lágrimas de sus ojos” (Ap 7,14.17). El manantial vivo de la gracia que brota del Santuario de Dios, nos lavará nuestras culpas y secará el torrente de lágrimas que lastima a la humanidad. Las lágrimas que llora Dios, son las que Él enjuga de nuestros ojos.

María nos devuelve la sonrisa de Dios.

9°. Presagio e icono de este santuario del cielo es esta Basílica Menor, regalo de la Providencia divina, para que la Madre santísima de Jesús, cooperadora insigne en su obra salvadora, derramara su misericordia y compasión maternal, enjugando con su pañuelo nuestras lágrimas y haciendo brillar en nuestros rostros la sonrisa de Dios. Así lo experimentaron nuestros abuelos y padres en la fe en estas tierras, junto con sus mártires; así lo testifican los numerosos exvotos que se exhiben en su “Museo de los milagros”; así lo manifiestan las constantes  peregrinaciones de fieles que la visitan en sus necesidades, como ahora esta gran familia, nuestra Iglesia diocesana, que venimos alegres a agradecerle las incontables gracias recibidas durante este Año Jubilar, proclamado en su honor.

Completar con María la pasión del Señor.

10°. Inspirada la Iglesia en san Pablo, que nos invita a “completar con nuestros sufrimientos lo que falta a la pasión de Cristo”, en la “secuencia” que entonamos, le pedimos a María santísima: “De tu Hijo, Señora, divide conmigo ahora, las penas que padeció por mí”. La Iglesia no tiene miedo al dolor, no por dolorismo, sino porque sabe que detrás de las lágrimas está el consuelo de Dios. Por la cruz se va a la luz. Pedimos la gracia de compartir, como María, las penas y las lágrimas que Cristo derramó por nosotros, porque nos sabemos pecadores perdonados. En su Exhortación Apostólica postsinodal juvenil, el Papa Francisco dice, hablando a la Iglesia: “No seamos una Iglesia que no llora frente a los dramas de sus hijos jóvenes”. Nunca nos acostumbremos, porque quien no sabe llorar, no es madre. Nosotros queremos llorar para que la sociedad sea también madre, para que en vez de matar, aprenda a dar vida. Lloramos cuando recordamos a los que ya han muerto por la miseria y la violencia, y pedimos a la sociedad que aprenda a ser madre solidaria. Ese dolor no se va, camina con nosotros, porque la realidad no se puede esconder…Cuando sepas llorar, entonces sí serás capaz de hacer algo de corazón por los demás” (Chr. vivit, 76). A nosotros, los Sacerdotes, el Papa nos pregunta: “¿Has llorado por tu pueblo?” “Sólo quien siembra entre lágrimas cosecha entre cantares”(Ps 126,5). Son las lágrimas las que hacen fecunda nuestra misión. Pidamos a María santísima que, antes de enjugar nuestras lágrimas, nos enseñe a llorar junto y con los padres y madres, los hermanos y hermanas que sufren y que tenemos encomendados a nuestro cuidado pastoral.

“Consolar como somos consolados”, nuestra misión.

11°. A cada Santuario y cada Imagen allí venerada se le concede su gracia particular. Nuestra Iglesia de Querétaro ha recibido la gracia del Buen Samaritano: levantar al caído y curar sus heridas con el aceite del consuelo y con el vino de la alegría. Esta es la misión, dice san Pablo, que hemos recibido de nuestro Dios, “el Padre de Nuestro Señor Jesucristo, el Padre misericordioso y Dios de todo consuelo. Él nos consuela en todos nuestros sufrimientos, para que nosotros también, con el consuelo que recibimos de Dios –aquí mediante su Madre santísima- podamos consolar a los que pasan por cualquier tribulación” (2 Cor 1,3-4). Por eso decimos de corazón: “Dios te salve, Reina y Madre de misericordia, y vida y esperanza nuestra: ¡Dios te Salve! A Ti llamamos los desterrados, hijos de Eva; a Ti suspiramos, gimiendo y llorando, en este valle de lágrimas. Ea, pues, Señora, abogada nuestra, vuelve a nosotros esos tus ojos misericordiosos; y después de este destierro, muéstranos a Jesús, fruto bendito de tu vientre. ¡Oh, clementísima; oh, piadosa, oh, dulce virgen María!”. Ruega por nosotros, oh, santa Madre de Dios…

¡Madre de Dolores, acuérdate que en la cruz, te nombró tu Hijo Jesús Madre de los pecadores! Amén.

+ Mario De Gasperín Gasperín

Obispo Emérito de Querétaro

 

Soriano, 3 de Febrero de 2020.