Homilía en la Celebración por el X encuentro Diocesano de Pastoral Familiar y el I Encuentro Diocesano de Pastoral Vocacional.

Auditorio de la Divina Providencia, Corregidora, Qro., 19 de marzo de 2012

Hermanos presbíteros:
Miembros de la Vida Consagrada:
Familias todas:
Amados hermanos y hermanas:

1. Saludo con gozo en el Señor a cada uno de ustedes. Siento una gran alegría al participar en este encuentro diocesano, en el cual se quiere celebrar con gran esperanza el don divino de la familia y de la vocación, e impulsar el Plan Diocesano de Pastoral, de manera particular promoviendo la búsqueda y reencontrar el sentido de la vida social y cultural en las familias, en los jóvenes y en los niños de este tiempo.

2. Unidos por la misma fe en Cristo, nos hemos congregado aquí de las diferentes comunidades parroquiales de nuestra diócesis, en este día en que la Iglesia nos presenta a San José como modelo de virtud, celebrando esta solemnidad; nos hemos reunido como una comunidad que agradece y da testimonio con júbilo de que el ser humano fue creado a imagen y semejanza de Dios para amar y que sólo se realiza plenamente a sí mismo cuando hace entrega sincera de sí a los demás. La familia es el ámbito privilegiado donde cada persona aprende a dar y recibir amor. Por eso la Iglesia manifiesta constantemente su solicitud pastoral por este espacio fundamental para la persona humana. Así lo enseña en su Magisterio: «Dios, que es amor y creó al hombre por amor, lo ha llamado a amar. Creando al hombre y a la mujer, los ha llamado en el matrimonio a una íntima comunión de vida y amor entre ellos, «de manera que ya no son dos, sino una sola carne» (Mt 19, 6)» (Compendio del Catecismo de la Iglesia católica, 337).

3. Esta es la verdad que la Iglesia proclama sin cesar al mundo. El beato Juan Pablo II, decía que «el hombre se ha convertido en «imagen y semejanza» de Dios, no sólo a través de la propia humanidad, sino también a través de la comunión de las personas que el varón y la mujer forman desde el principio. Se convierten en imagen de Dios, no tanto en el momento de la soledad, cuanto en el momento de la comunión» (cf. Juan Pablo II, Catequesis, 14 de noviembre de 1979).

4. Al escuchar en esta celebración la Palabra de Dios nos damos cuenta que el proyecto divino de salvación, se entreteje en el dinamismo de Dios y el ser humano.

Un proyecto que tiene por objeto sencillamente mostrarnos el amor infinito de Dios para con el hombre. El profeta Samuel en sencillas palabras nos revela mediante la profecía de Natán “aquel misterioso designio de Dios que quiere establecer su morada entre los hombres, una morada que rebasa los límites de lo temporal y lo físico”. La tradición cristiana ha visto siempre este fragmento como profético y mesiánico, aplicándolo a Jesús, mesías descendiente de David y de modo indirecto, también a José, último eslabón de la genealogía davídica y transmisor de la herencia histórica de la promesa divina hecha a Israel.

5. En este proyecto salvífico de Dios el ser humano ha sido llamado a colaborar de manera directa y precisa con generosa obediencia y con atenta escucha a la “Palabra”. El evangelio según san Lucas que hemos escuchado nos muestra claramente cómo es que ha habido personajes paradigmáticos que lo han hecho y que hoy día nos dan la clave para que cada uno de nosotros seamos personajes activos en esta dinámica de la historia de salvación. En este anuncio, el ángel le manifiesta a José su misión de padre “davídico” del hijo que, concebido por María, “por acción del Espíritu Santo”, será el Mesías de Israel, el Salvador. Sin embargo, como todo proyecto divino, Dios pide el asentimiento voluntario, el cual muchas veces es purificado entre la duda y la resistencia. La dificultad o crisis interior de José no era tanto la aceptación del misterio como aceptar la paternidad y la misión de ser el padre legal ante la sociedad, guía y educador del que debía ser el Maestro de Israel. Su humildad, iluminada por las palabras del ángel le hacen aceptar después, plenamente, el designio de Dios. A José le resulta difícil aceptar esa paternidad que no era suya. Sin embargo, el respeto, la obediencia y la humildad, figuran en la base de la justicia de José, y esta actitud interior suya le ha situado en la cima de la santidad cristiana y junto con María, su esposa (rompe su proyecto y hace suyo el proyecto de Dios. Su “Fiat”).

6. Estas tres virtudes para nosotros como familia cristiana, nos dan la clave para ver en José, un modelo de quien sabe cumplir la voluntad del Señor, dándole sentido a nuestra vida:

a) Respeto: en primer lugar a la ley de Dios, a la vida y a María. José como verdadero descendiente de Abraham no solamente vivió según las exigencias de la ley, sino que supo acoger con respeto el don de la fe y vivió de ella agradecido. Dentro de la comunión-comunidad conyugal y familiar, el hombre está llamado a vivir su don y su función de esposo y padre de esta manera.

El Papa Juan Pablo II escribe: “El auténtico amor conyugal supone y exige que el hombre tenga profundo respeto por la igual dignidad de la mujer: «No eres su amo —escribe san Ambrosio— sino su marido; no te ha sido dada como esclava, sino como mujer… Devuélvele sus atenciones hacia ti y sé para con ella agradecido por su amor». El hombre debe vivir con la esposa «un tipo muy especial de amistad personal». El cristiano además está llamado a desarrollar una actitud de amor nuevo, manifestando hacia la propia mujer la caridad delicada y fuerte que Cristo tiene a la Iglesia” (cf. Familiaris consortio, 25).

El amor a la esposa madre y el amor a los hijos son para el hombre el camino natural para la comprensión y la realización de su paternidad. Sobre todo, donde las condiciones sociales y culturales inducen fácilmente al padre a un cierto desinterés respecto de la familia o bien a una presencia menor en la acción educativa, es necesario esforzarse para que se recupere socialmente la convicción de que el puesto y la función del padre en y por la familia son de una importancia única e insustituible. Como la experiencia enseña, la ausencia del padre provoca desequilibrios psicológicos y morales, además de dificultades notables en las relaciones familiares,
como también, en circunstancias opuestas, la presencia opresiva del padre, especialmente donde todavía se vive el fenómeno del «machismo», o sea, la superioridad abusiva de las prerrogativas masculinas que humillan a la mujer e inhiben el desarrollo de sanas relaciones familiares (cf. Familiaris consorortio, 25).

Revelando y reviviendo en la tierra la misma paternidad de Dios, el hombre está llamado a garantizar el desarrollo unitario de todos los miembros de la familia. Realizará esta tarea mediante una generosa responsabilidad por la vida concebida junto al corazón de la madre, un compromiso educativo más solícito y compartido con la propia esposa, un trabajo que no disgregue nunca la familia, sino que la promueva en su cohesión y estabilidad, un testimonio de vida cristiana adulta, que introduzca más eficazmente a los hijos en la experiencia viva de Cristo y de la Iglesia (cf. Familiaris consortio, 25).

b) Obediencia: sin esta virtud que consiste en saber escuchar con atención lo que otro me dice, habría sido imposible para José, responder con generosidad al proyecto de Dios. Por lo tanto, la familia humana, está llamada en primer lugar a estar atenta a la voz de Dios que particularmente se encuentra en las Sagradas Escrituras. El Sínodo sobre la Palabra de Dios en la vida y en la Misión de la Iglesia, ha sentido también la necesidad de subrayar la relación entre Palabra de Dios, matrimonio y familia cristiana. “En efecto, «con el anuncio de la Palabra de Dios, la Iglesia revela a la familia cristiana su verdadera identidad, lo que es y debe ser según el plan del Señor». Por tanto, nunca se pierda de vista que la Palabra de Dios está en el origen del matrimonio y que Jesús mismo ha querido incluir el matrimonio entre las instituciones de su Reino, elevando a sacramento lo que originariamente está inscrito en la naturaleza humana” (cf. VD 85).

En la celebración sacramental, el hombre y la mujer pronuncian una palabra profética de recíproca entrega, el ser “una carne”, signo del misterio de la unión de Cristo con la Iglesia (cf. Ef5,32). La fidelidad a la Palabra de Dios lleva a percibir cómo esta institución está amenazada también hoy en muchos aspectos por la mentalidad común. Frente al difundido desorden de los afectos y al surgir de modos de pensar que banalizan el cuerpo humano y la diferencia sexual, la Palabra de Dios reafirma la bondad originaria del hombre, creado como varón y mujer, y llamado al amor fiel, recíproco y fecundo (cf. VD 85).

Del gran misterio nupcial, se desprende una imprescindible responsabilidad de los padres respecto a sus hijos. En efecto, a la auténtica paternidad y maternidad corresponde la comunicación y el testimonio del sentido de la vida en Cristo; mediante la fidelidad y la unidad de la vida de familia, los esposos son los primeros anunciadores de la Palabra de Dios ante sus propios hijos. La comunidad eclesial ha de sostenerles y ayudarles a fomentar la oración en familia, la escucha de la Palabra y el conocimiento de la Biblia. Por eso, el Sínodo desea que cada casa tenga su Biblia y la custodie de modo decoroso, de manera que se la pueda leer y utilizar para la oración. Los sacerdotes, diáconos o laicos bien preparados pueden proporcionar la ayuda necesaria para ello. El Sínodo ha encomendado también la formación de pequeñas comunidades de familias, en las que se cultive la oración y la meditación en común de pasajes adecuados de la Escritura. Los esposos han de recordar, además, que «la Palabra de Dios es una ayuda valiosa también en las dificultades de la vida conyugal y familiar» (cf. VD 85).

c) finalmente la Humildad: José, porque fue humilde confió en Dios, consiente y coopera al plan de la salvación, aunque ciertamente, la intervención divina en su vida no podía por menos que turbar su corazón. Sin embargo, porque fue humilde supo renunciar así mismo y conformar su voluntad a la de Dios.

7. Queridas familias, hoy nosotros podemos renovar nuestro compromiso con Dios,teniendo como modelo a José, de este modo la promesa mesiánica se cumple entre nosotros. Pablo define, en la segunda lectura que hemos escuchado, como “herederos de Abraham” a los que han aprendido de él la lección de la fe y no solo la obediencia a la ley. Se trata de una herencia extremadamente preciosa y delicada, porque reclama y unifica diferentes actitudes de vida, todas ellas reducibles a la escucha de Dios, que habla y manda, que invita y promete. Mediante la fe todo creyente puede convertirse en destinatario y no solo en espectador de acontecimientos tan extraordinarios que solo pueden ser atribuidos a Dios.

8. Pidámosle a la Sagrada Familia de Nazaret que inspire nuestra vida y que mediante su patrocinio seamos colmados de la gracia de Dios. En unos momentos haremos la consagración a los sagrados corazones que realmente este sea un compromiso por vivir dispuestos a colaborar con Dios en el proyecto de salvación. Mientras tanto le decimos al Señor:

Oh, Dios, que en la Sagrada Familia

nos dejaste un modelo perfecto

de vida familiar vivida en la fe

y la obediencia a tu voluntad.

Ayúdanos a ser ejemplo de fe y amor

a tus mandamientos.

 Socórrenos en nuestra misión

de transmitir la fe a nuestros hijos.

Abre su corazón para que

crezca en ellos la semilla de la fe

que recibieron en el bautismo.

Fortalece la fe de nuestros jóvenes,

para que crezcan en el conocimiento

de Jesús.

 Aumenta el amor y la fidelidad

en todos los matrimonios,

especialmente aquellos que pasan por

momentos de sufrimiento o dificultad.

(…)

 Que San José, «hombre justo», trabajador incansable, custodio integérrimo de los

tesoros a él confiados, las guarde, proteja e ilumine siempre.

 A Cristo, a María y a José encomiendo cada familia. Amén.

† Faustino Armendáriz Jiménez
IX Obispo de Querétaro