Homilía en la Celebración Eucarística y la Recepción de Ministerios de Lectorado y Acolitado

Seminario Conciliar, Santiago de Querétaro, Qro., 29 de marzo de 2012

Estimados padres formadores del seminario:
Queridos seminaristas:
Hermanos y hermanas en el Señor:

1. Me complace el saludar a cada uno de ustedes en esta noche en la cual nos hemos reunido para celebrar nuestra fe en Jesucristo, en el contexto del itinerario cuaresmal, “signo visible de reconciliación y de conversión del corazón a Dios”. En este ambiente agradezco la presentación que el Padre Rector del Seminario hace de estos (29) jóvenes seminaristas, quienes en su proceso formativo, viviendo de manera más clara su compromiso bautismal, han solicitado a la Iglesia de Dios, poder ejercitar, algunos el ministerio de lectores en la comunidad cristiana y otros el ministerio de acólitos, al servicio del Altar en la asamblea litúrgica. Saludo con particular afecto a
sus familiares, quienes les acompañan, pues ustedes representan el ambiente natural donde la vocación sacerdotal hunde sus raíces y fundamenta las bases de una buena formación humana y espiritual.

2. La liturgia de la Palabra de este día buscando animarnos en este itinerario de conversión, -ya casi en la recta final-, nos pone de frente a una realidad que nos exige una respuesta y una determinación en la propia vida cristiana, es decir, nos anima a reconocer en la Palabra de Jesucristo la única esperanza para poder vivir. Pues Jesús afirma categóricamente: “el que acepta mi palabra no morirá nunca” (Jn 8, 51). Esta realidad paradigmática en el ministerio de Jesús, manifiesta la vida que él posee y comunica la vida que excluye la muerte. Jesús responde indirectamente con una verdad fundamental: Él, se declara Hijo del único Padre verdadero, buscando su gloria. El Padre es quien le hace hablar y actuar. Por esta razón sin blasfemar y mentir puede afirmar “antes que naciese Abraham, yo soy” (Jn 8, 58). No hay vida en el hombre sin el reconocimiento de este Dios que se manifiesta en el Hijo. Entre Padre e Hijo se da una comunión plena. Hacia esta comunión plena tiende la historia de la salvación de la que Abraham recibió la promesa y en la fe entrevió su cumplimiento.

3. Si la liturgia de hoy ha escogido el texto del libro del Génesis como primera lectura es porque se habla también de Abraham en el Evangelio. Aunque no se trata de una relación artificial. Abraham es modelo del creyente porque su fe está vivificada por la caridad y por la humildad, basta recordar su acogida a los misteriosos personajes en el encinar de Mambré, su intercesión a favor de las ciudades pecadoras, el ponerse en segundo plano ante su sobrino Lot dejándole elegir la tierra más fértil. El fragmento de hoy expresa de modo particular su disposición interior. Manifestada en el gesto de postrarse en adoración al recibir la promesa de convertirse en bendición
para todos los pueblos. Apoyándose humildemente en la Palabra de Dios a pesar de que todo parecía imposible, Abraham creyó que llegaría a ser fecundo.

4.Queridos hermanos y hermanas, la fe es una lucha por la vida. Y afronta la muerte en la forma más insidiosa y cotidiana, lo que podemos llamar “inutilidad de la existencia”. Jesús es el verdadero descendiente de Abraham, porque el combate entre la muerte y al vida, se abre a todos una esperanza inesperada. En el muro de la angustia que nos oprime, Jesús abre una brecha para que pueda irrumpir al vida, pues él es la vida: “Antes que naciese Abraham, yo soy” (Jn 8, 58).

5. Jóvenes seminaristas, en unos momentos más, mediante el gesto litúrgico de la bendición, tras manifestar su deseo de seguir respondiendo al llamado de Dios como hombres de fe, deseando que su vida tenga la centralidad de Jesucristo, “Camino, Verdad y Vida” (cf. Jn 14, 6-9), la Iglesia orará por ustedes para que mediante el ejercicio del ministerio de lectores “puedan revelar a los hombres el misterio del amor de Dios” (cf. Ritual de la institución de los lectores), meditando asiduamente su palabra y transformados por ella, puedan anunciarla con fidelidad a sus hermanos.
En este sentido, deseo destacar la importancia de la Palabra de Dios en el itinerario formativo, pues “la exigencia intrínseca de la fe de profundizar la relación con Cristo, Palabra de Dios entre nosotros, llama a cada uno personalmente, a manifestar que la vida misma es vocación en relación
con Dios. Esto quiere decir que, cuanto más ahondemos en nuestra relación personal con el Señor Jesús, tanto más nos daremos cuenta de que Él nos llama a la santidad mediante opciones definitivas, con las cuales nuestra vida corresponde a su amor, asumiendo tareas y ministerios para edificar la Iglesia. En esta perspectiva, se entiende la invitación para todos los cristianos –laicos y consagrados- para profundizar en su relación con la Palabra de Dios en cuanto bautizados, pero también en cuanto llamados a vivir según los diversos estados de vida (cf. VD, 77).

6. Su Palabra no sólo nos concierne como destinatarios de la revelación divina, sino también como sus anunciadores. Él, el enviado del Padre para cumplir su voluntad (cf. Jn 5,36-38; 6,38-40; 7,16-18), nos atrae hacia sí y nos hace partícipes de su vida y misión. El Espíritu del Resucitado capacita así nuestra vida para el anuncio eficaz de la Palabra en todo el mundo. Ésta es la experiencia de la primera comunidad cristiana, que vio cómo iba creciendo la Palabra mediante la predicación y el testimonio (cf. Hch 6,7). Quisiera referirme aquí, en particular, a la vida del apóstol Pablo, un hombre poseído enteramente por el Señor (cf. Flp3,12) –«vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí» (Ga 2,20)– y por su misión: «¡Ay de mí si no anuncio el Evangelio!» (1 Co 9,16), consciente de que en Cristo se ha revelado realmente la salvación de todos los pueblos, la liberación de la esclavitud del pecado para entrar en la libertad de los hijos de Dios.

7. Se hace, pues, necesario proponer a los fieles la Palabra de Dios como don del Padre para el encuentro con Jesucristo vivo, camino de “auténtica conversión y de renovada comunión y solidaridad”. Esta propuesta será mediación de encuentro con el Señor si se presenta la Palabra revelada, contenida en la Escritura, como fuente de evangelización. Los discípulos de Jesús anhelan nutrirse con el Pan de la Palabra: quieren acceder a la interpretación adecuada de los textos bíblicos, a emplearlos como mediación de diálogo con Jesucristo, y a que sean alma de la propia evangelización y del anuncio de Jesús a todos (cf. DA 248). Esto exige por parte de obispos, presbíteros, diáconos y ministros laicos de la Palabra un acercamiento a la Sagrada Escritura que no sea sólo intelectual e instrumental, sino con un corazón “hambriento de oír la Palabra del Señor”
(cf. DA 248).

8. Queridos Seminaristas: Otro camino de auténtica conversión y de renovada comunión es sin duda la Eucaristía, la cual de manera perfecta nos ejercita en la vida de la gracia, de la fe y de la caridad. En ella y por ella la vida se transforma en “vida eterna”. Es el sí de Dios por la humanidad. “El Señor Jesús, que por nosotros se ha hecho alimento de verdad y de amor, hablando del don de su vida nos asegura que «quien coma de este pan vivirá para siempre» (Jn 6,51). Pero esta «vida eterna» se inicia en nosotros ya en este tiempo por el cambio que el don eucarístico realiza en nosotros: «El que me come vivirá por mí» (Jn 6,57). Estas palabras de Jesús nos permiten comprender cómo el misterio «creído» y «celebrado» contiene en sí un dinamismo que lo convierte en principio de vida nueva en nosotros y forma de la existencia cristiana. En efecto, comulgando el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo se nos hace partícipes de la vida divina de un modo cada vez más adulto y consciente» (Exhort. Apostol. Sacrametum Caritatis, 71).

9.La Iglesia mediante este ministerio de acolitado que hoy confía a sus manos, confirma en ustedes la responsabilidad que como bautizados tenemos cada uno de nosotros en la edificación de la Iglesia. El cristiano está llamado a expresar en cada acto de su vida el verdadero culto a Dios. De aquí toma forma la naturaleza intrínsecamente eucarística de la vida cristiana. La Eucaristía, al implicar la realidad humana concreta del creyente, hace posible, día a día, la transfiguración progresiva del hombre, llamado a ser por gracia imagen del Hijo de Dios (cf. Rm 8,29 s.). Todo lo que hay de auténticamente humano —pensamientos y afectos, palabras y obras— encuentra en el sacramento de la Eucaristía la forma adecuada para ser vivido en plenitud. Aparece aquí todo el valor antropológico de la novedad radical traída por Cristo con la Eucaristía: el culto a Dios en la vida humana no puede quedar relegado a un momento particular y privado, sino que, por su naturaleza, tiende a impregnar todos los aspectos de la realidad del individuo. El culto agradable a Dios se convierte así en un nuevo modo de vivir todas las circunstancias de la existencia, en la que cada detalle queda exaltado al ser vivido dentro de la relación con Cristo y como ofrenda a Dios. La gloria de Dios es el hombre viviente (cf. 1 Co 10,31). Y la vida del hombre es la visión de Dios (Exhort Apostl. Sacramentum Caritatis, 71).

10. Abraham porque era hombre de fe creyó ante la palabra de Dios y se postró en adoración porque supo hacer propia la alianza que el Señor había establecido. Cada uno de nosotros: formadores, seminaristas y familiares todos, tenemos la grave responsabilidad de ejercer un culto que nos implique e incluya toda nuestra existencia. Felicitamos a estos valientes jóvenes que con generosa entrega desean participar con frecuencia de la Eucaristía, distribuyendo con fidelidad el pan de vida a los fieles, para crecer en la fe y en el amor.

11. Pidamos a María, la mujer fiel y atenta a la escucha de la Palabra de Dios, que nos muestre el camino para convertir nuestra vida en una vida auténticamente eucarística. Amén.

† Faustino Armendáriz Jiménez
IX Obispo de Querétaro