Homilía en la Celebración Eucarística por el 147 Aniversario de Fundación del Seminario Conciliar de Querétaro y el IX Aniversario de la Dedicación del Altar de la Capilla del Seminario Menor

Santiago de Querétaro, Qro., 3 de marzo de 2012

Queridos padres formadores, Padre Rector J. Martín Lara Becerril;
Apreciados diáconos;
Queridos seminaristas;
Hermanos todos en el Señor:

1.Me llena de grande alegría en esta mañana ver reunidos en comunión a mis seminaristas en sus diferentes etapas de formación, pues al verles a ustedes en camino hacia el sacerdocio se vislumbra de este modo a la Iglesia de mañana, la Iglesia que vive siempre. A todos ustedes les saludo con gozo en el Señor Jesús, Aquel que nos ha llamado a colaborar en su viña, en la santidad de vida y en la perfección de nuestra existencia.

2. Al reunirnos en esta celebración litúrgica de cuaresma, lo hacemos con la intención de agradecer a Dios los innumerables beneficios que su providencia nos ha dispensado a lo largo de 147 años de la existencia de este seminario, en donde innumerables jóvenes han contemplado el rostro de Dios, buscando clarificar su vida para darle una respuesta concreta a las interrogantes que la llamada genera y de las cuales es necesario tomar una decisión (586 sacerdotes diocesanos y 11 diáconos).

3. Hemos escuchado en la liturgia de la Palabra de esta Eucaristía dos textos (cf. Dt 26,16-19;Mt 5,43-48) que favorecen con claridad la reflexión, durante este tiempo y que nos ayudan a seguir respondiendo con generosidad, en el itinerario cuaresmal que hace algunos días hemos iniciado.

4. En primer lugar el texto tomado del libro del Deuteronomio, es una fórmula de tratado, una ratificación formal de la alianza. Por eso, es significativa su ubicación después del cuerpo legislativo y las bendiciones y maldiciones consiguientes a la observancia o trasgresión de los decretos del Señor. En el plano jurídico, en el antiguo Israel, el pacto representa la forma más radical para construir una comunión entre personas; consiste en crear una situación en la que los contrayentes se intercambian lo que tiene de más personal y propio. Con presencia de testigos y con un documento público cada una de las partes propone y acepta un doble compromiso reciproco. El fragmento que nos propone la liturgia de este día presenta un particularísimo tipo de “pacto”: no se trata de un pacto entre dos hombres, sino entre Dios y un pueblo, entre el Dios fiel e Israel. Es un pacto teológico en el que los contrayentes están en distinto plano.

5. En su sencillez este texto tiene algo que decirnos y que enseñarnos: manifiesta la experiencia que Israel tiene de Dios: Dios es comunión, es voluntad de salvación para el pueblo que él ha elegido. Es él quien toma la iniciativa de la elección por puro amor gratuito. Es él quien da las leyes y mandatos que constituyen un camino de vida y un modelo de sabiduría para los individuos. Acoger la gracia y corresponder por medio de la obediencia a la voz del Señor, es la respuesta fiel que Dios pide a cada uno de nosotros, quienes con recta intención creemos haber escuchado esta voz y a la cual queremos responder. En este tiempo cuaresmal no debemos olvidar que también nosotros, formadores y seminaristas, estamos llamados a reconsiderar el proyecto de la conversión en nuestra vida, la cual inicia con el deseo de la salvación que Dios nos quiere otorgar. “Él será nuestro Dios sólo si caminamos por sus sendas y escuchamos su voz” Hemos cantado con el Salmo responsorial: “Dichoso el que cumple la voluntad del Señor” (cf. Sal 118). Él nos llama pero quiere que sus leyes y mandatos sean la normativa de nuestra conducta, antes que ser sacerdotes o seminaristas somos bautizados y por lo tanto la meta no es el sacerdocio, es la santidad, la vida plena con Dios y de Dios.

6. El Evangelio nos presenta la última síntesis en la que Jesús, con su enseñanza de la Ley indica su cumplimiento. El libro del Levítico manda el amor al prójimo y prohíbe la venganza y el rencor. Jesús, por el contrario, pide una caridad sin restricciones, una oración que abarque a todos, también a los que nos hacen sufrir. Y la pregunta que podemos hacernos es: ¿Cómo puede exigir tanto? El fundamento es el amor gratuito e incondicionado que nosotros recibimos de un Dios que es Padre y nos quiere hijos semejantes a él, en el obrar el bien y en procurar el gozo a los demás. No se trata de una universalidad ideal, sino muy concreta, propone amar a aquel que no nos ama, saludar al que nos niega el saludo, buscar al que no nos busca. Es lo que distingue al discípulo de Cristo y superando la tendencia natural y humana nos hace tender a la perfección con la misma medida inconmensurable del Padre que es amor. Llegado a este punto, carece de sentido pedir una recompensa a Dios por la observancia tan minuciosa y estricta de las normas de justicia: la gratuidad del amor se convierte en ley reguladora de las relaciones de Dios y con los hombres. En esto consiste la justicia superior que Jesús pone como condición para entrar en el reino de los cielos.

7. Queridos padres formadores, diáconos y seminaristas, Dios ha sellado con nosotros un pacto de alianza reciproca pidiéndonos observar sus leyes y normas con todos el corazón. Jesús nos muestra la meta de esta obediencia: “llegar a ser semejantes al Padre, perfectos como él es perfecto”. Pero la perfección de Dios no es una inalterable serenidad, una pureza aséptica. Es una configuración del corazón que toca toda la existencia. El modo de pensar, de ver, de juzgar, inclusive de amar. Esta es la meta. Cristo nos revela que es misericordia con todos, gratuidad universal, bondad que supera cualquier medida humana. Por consiguiente, tender a la perfección significa conformar nuestro corazón con el del Padre que derrama bienes sobre todos, sin hacer distinción entre buenos y malos, justos e injustos, agradecidos e ingratos.

8. No nos limitemos a lo que es connatural, siendo benevolentes con los que nos manifiestan benevolencia: esto lo hace también de modo natural quienes todavía no conocen el rostro del Padre. A nosotros se nos manifiesta continuamente, pues para esto hemos venido a este lugar, con frecuencia se nos concede una gracia sobreabundante, no nos quedemos en cuestiones de mérito, no busquemos recompensas. El amor de Dios derramado sobre nuestros corazones es la más espléndida e inmerecida recompensa.

9. Esta urgencia cristiana exige la renovación de la forma de pensar y de ver la realidad. Es necesario renovarla no según las categorías de lo acostumbrado; renovar quiere decir realmente dejarnos iluminar por la Verdad que nos habla en la Palabra de Dios. Así, finalmente, aprender el nuevo modo de pensar, que es el modo que no obedece al poder y al tener, al aparentar, sino que obedece a la verdad de nuestro ser que habita profundamente en nosotros y que se nos da nuevamente en el Bautismo.

10. La “Renovación de la mente”, cada día es una tarea precisamente en el camino del estudio de la teología, de la preparación para el sacerdocio. Estudiar bien la teología, espiritualmente, pensarla a fondo, meditar la Escritura cada día; este modo de estudiar la teología con la escucha de Dios mismo que nos habla es el camino de renovación de la mente, de transformación de nuestro ser y del mundo. Con la finalidad de saber discernir cuál es la voluntad de Dios, qué es lo bueno, lo que le agrada, lo perfecto». Discernir la voluntad de Dios: Esto sólo lo podemos aprender en un camino obediente, humilde, con la Palabra de Dios, con la Iglesia, con los sacramentos, con la meditación de la Sagrada Escritura. Conocer y discernir la voluntad de Dios, lo que es bueno. Esto es fundamental en nuestra vida. Solo así podremos ser hombres de Dios como nos lo exige la vida y la cultura de nuestro tiempo. “Al final no basta con tener un diploma académico valdrá la pena un diploma en Santidad”.

11. Hoy recordamos también el IX aniversario de la dedicación de este altar, y lo recordamos porque su presencia en este lugar nos recuerda constantemente la importancia y la centralidad de la eucaristía en nuestra vida. Soy consiente, porque así lo viví yo, que todos los que estamos aquí presentes hemos anhelado el día en el cual nos pongamos de pie junto al altar de Dios para ofrecer el Sacrificio agradable al Padre de su Hijo Jesucristo, el sacrificio que nos redime y que nos salva; pero también soy consiente y quisiera que ustedes también lo fueran que para poder ponerse de pie ante el altar, es importante una preparación cuya meta es la santidad, y que se logra buscando responder con generosidad a la gracia, dejándose moldear el corazón hasta que llegue a ser como el corazón de Jesucristo.

12. A los más pequeños: cuiden la ilusión de vivir este camino, unidos a sus amigos. A los jóvenes: consoliden su opción no dejando que entre, como decía Pablo VI “humo por donde debe entrar luz a sus vidas”. A los avanzados (teólogos) sean cuidadosos, no se confíen, fíjense cuán grande es la meta y actúen ya como consagrados, no abran ningún resquicio a posibilidades extrañas a su vocación porque la posibilidad engendra debilidad.

13. Queridos seminaristas, confío su camino de preparación al sacerdocio a la maternal protección de Santa María de Guadalupe, Patrona Principal del Seminario, cuya casa fue escuela de bien y de gracia. Que su vida y ejemplo siempre sea como la estrella de la mañana a la cual dirijamos nuestra mirada continuamente para orientar la vida y la vocación con la cual el Señor Jesús nos ha distinguido. Amén.

† Faustino Armendáriz Jiménez
IX Obispo de Querétaro