Homilía en la Celebración Eucarística con motivo del XXV Aniversario Sacerdotal del Pbro. Hugo Rayón Ortiz

Santiago de Querétaro, Qro., 17 de noviembre de 2011

Me llena de gozo presidir esta Eucaristía con ustedes, para celebrar el XXV aniversario de ordenación sacerdotal de nuestro hermano, el presbítero Hugo Rayón Ortiz.

Teniendo la oportunidad de saludar a mi hermano arzobispo Mons. Rogelio Cabrera López; a mis hermanos Obispos: Mons. Mario De Gasperín Gasperín y Mons. José Luis Mendoza. Gracias por su presencia.

Saludo con especial aprecio a ustedes hermanos presbíteros, gracias porque su presencia en esta celebración, es signo de la comunión y la fraternidad sacerdotal. De manera muy particular te saludo a ti Padre Hugo, te felicito por tu generosidad y entrega en el ejercicio del ministerio sacerdotal por 25 años:

Hermanos y   hermanas todos en el Señor:

1. Al reunirnos como comunidad cristiana para celebrar el sacerdocio de Jesucristo, quisiera meditar hoy con ustedes, sobre todo, los textos con los que la Iglesia orante responde a la Palabra de Dios proclamada en las lecturas, tomadas del esquema de “Jesucristo Sumo y eterno Sacerdote”. En este canto, -palabra y respuesta se compenetran-. Por una parte, están tomados de la Palabra de Dios, pero, por otra, son ya al mismo tiempo la respuesta del hombre a dicha Palabra, respuesta en la que la Palabra misma se comunica y entra en nuestra vida. El más importante de estos textos en la liturgia de hoy es el Salmo 39: “Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad”, mediante el cual el salmista refleja “proféticamente” la experiencia el ser y la esencia de la misión de Jesucristo, como economía salvífica al servicio de Dios y de los hombres.

2. El salmista ha hecho una alegre experiencia: en un momento doloroso de su vida ha esperado en el Señor y el Señor se ha inclinado a escuchar su voz, dando seguridad y estabilidad a su existencia como está la construcción sobre la roca firme. Por eso, él puede cantar al Señor un canto nuevo de alabanza y agradecimiento y, así muchos, viendo lo que Dios ha hecho por él han adquirido mayor fe  y esperanza en el Señor.

3. Verdaderamente dichoso es aquel  que confía en Dios y no corre detrás de los hombres extraviados: Dios dirige los acontecimientos de la vida humana según un plan establecido, sabio y maravilloso, que sobrepasa todo entendimiento humano y quien graba la ley en su corazón y la cumple se convierte en siervo de Dios.

4. Según la enseñanza de la carta a los Hebreos, Cristo ha cumplido el sacrifico total e interior de la propia voluntad al Padre, en la sumisión y obediencia que manifestó en la encarnación y en la inmolación en la cruz, de la cual nos ha referido la lectura profética de Isaías: “He aquí que mi siervo prosperará, será engrandecido y exaltado, será puesto en alto. Muchos se horrorizarán al verlo porque estaba desfigurado su semblante” (Is 53, 13). Jesucristo, por lo tanto, habiendo sido constituido Sumo Sacerdote de los bienes futuros, a través de un Templo más grande y más perfecto, no construido por manos de hombre, es decir, no perteneciente a esta creación, no con sangre de toros y animales, sino con su propia sangre, entró de una vez y para siempre en el santuario, procurándonos una salvación eterna.

5. Este sacerdocio que remite a Gn 14, 17-20, tiene una dimensión real. Si el Mesías real, por su función propia recibe de Dios un sacerdocio, éste no puede ser del mismo orden que el de los sacerdotes surgidos de Leví. Esto es más claro si el nuevo sacerdote que aparece, es uno como Melquisedec. Quien no fue sacerdote, según una ley que establece de qué familia debe venir, sino según el poder  de una vida indestructible. Porque esto es lo que Dios dice de él: Tú eres sacerdote para siempre, a la manera de Melquisedec; éste nos aporta la firme esperanza de una remisión total de nuestros pecados, una esperanza que viene garantizada por el mismo Dios. En definitiva, Jesucristo es el único mediador. Esto significa que en Cristo no hay separación entre culto y vida, sacerdote y víctima, víctima y Dios; realiza la alianza perfecta, une la humanidad a Dios en sí mismo.

6. Este maravilloso designo de salvación, manifestado en Cristo, ha sido anunciado y participado a los creyentes, en la Iglesia. Dios se ha dirigido a la humanidad que esperaba la salvación constituyendo la Iglesia, mediante la cual perpetúa la obra de la redención humana. Con  ella también nosotros podemos recitar las palabras del salmo 39 y ofrecer nuestros cuerpos como sacrificio viviente, santo y agradable a Dios (Rm 12, 1-2); es este el culto espiritual que quiere el Señor (Jn 4, 24). El sacrificio en Espíritu y verdad que la Iglesia cumple en unión con Cristo es su liturgia, es al mismo tiempo fuente y fruto de la Redención. “esto significa que la liturgia es el lugar privilegiado donde la experimentamos experimenta la obra de Dios. En ella está ardiendo el fuego de la zarza que no se consume, la Jerusalén celeste que desciende del cielo, la Encarnación y el nacimiento de Jesús, la transfiguración y el calvario  la resurrección y el Pentecostés. En una palabra, el éxtasis de la belleza que derrama el fuego de Dios en el corazón de los hombres”.

7. Queridos hermanos sacerdotes y hermanos todos, la presencia del ministerio sacerdotal en la comunidad, es el signo más claro y contundente del deseo de Dios, para que así esta realidad se siga perpetuando en la Iglesia mediante los frutos de este “gran ministerio de comunión”, pues los sacerdotes estamos llamados a ser y a actuar In persona Christi, mediante el ejercicio del ministerio en profunda comunión con Cristo. En Cristo la verdad y Vida, tiene su origen el ministerio, en el encuentro con Jesucristo a través de su Palabra, ya que  conquistados por sus palabras, por sus gestos y por su misma persona y, alcanzados por la irradiación de su amor que emanan de él, nos hemos de sentir comprometidos con su misión, llevando al mundo el anuncio de su Evangelio. “El ministro del evangelio es aquel que se deja conquistar  por Cristo, que sabe permanecer con él, que entra en sintonía, en íntima amistad con él, para que todo se cumpla según su voluntad de amor”. (Benedicto XVI, Homilía en las vísperas para la inauguración del año académico de las universidades pontificias, 04 de nov de 2011). Para así, responder personalmente, a las preguntas sobre Dios, compartiendo la propia experiencia de fe y de esperanza al hombre contemporáneo. Esta es nuestra identidad padre Hugo, dar respuesta de nuestra fe, desde la experiencia; traigo a la memoria las palabras de la ordenación diaconal, al momento de recibir los santos Evangelios, donde se nos decía: “recibe el Evangelio de Cristo, del cual has sido constituido su mensajero; ten presente que debes creer la Palabra de Dios  que proclamas y hacer de ella la norma de tu vida”. Nosotros somos los primeros en “recibir” la Palabra de Dios, en ella es donde alimentamos nuestra propia vocación, la descubrimos, la entendemos, la amos y la seguimos, llegando a convertirse en nosotros en el nuevo criterio de juicio y apreciación de los hombres y de las cosas de los acontecimientos y de los problemas (Cfr. VD 82). Por ello te invito, Padre Hugo, a renovar hoy tu compromiso  de ser testigo del amor de Dios, ya que el evangelizador es heraldo, pero también testigo, el cual evangeliza, no tanto de lo que sabe, cuanto de lo que vive. Porque ele evangelizador  es también profeta; él mismo es anuncio y palabra, y no puede iluminar si él, no está lleno de luz, de la única luz. San Agustín decía: “si no se inflama el ministerio de la Palabra al predicar, no enciende a quien predica” (En. In ps. 103, s. II 4).

8. Les exhorto a cada uno de ustedes hermanos y hermanas, de manera especial a ti Padre Hugo,  hoy que das gracias por 25 años de ministerio, a no perder nunca de vista los que significa este don puesto en tus manos, es necesario abrirse a la acción continua del Espíritu, entregándote por Dios y por los hermanos. Esto es lo que llamamos “caridad pastoral”, siguiendo el ejemplo de Cristo, hasta imprimir en el corazón de los hombres el amor y la ley de Dios, para vivir en la plenitud de la gracia  y poder llegar a ser ofrecidos como hostias vivas inmaculadas y santas (Rm 12, 1-2).  Ahí cobran sentido las palabras que día a día pronunciamos en la celebración de la Misa: “esto es mi cuerpo que se entrega por ustedes”… Esta es mi sangre que se derrama por ustedes” (Cfr. Lc 22, 19-20).

9. Retóricamente pregunta Juan Pablo II: “¿Hay en el mundo una realización más grande de nuestra humanidad que poder representar cada día “in persona Christi” el Sacrificio redentor, el mismo que Cristo llevó a cabo en la Cruz? En este Sacrificio está presente del modo más profundo el Misterio trinitario, y como «recapitulado” todo el universo creado (Ef 1,10). La Eucaristía ofrece «sobre el altar de la tierra entera el trabajo y el sufrimiento del mundo”, en bella expresión de Teilhard de Chardin. En la Eucaristía todas las criaturas visibles e invisibles, y en particular el hombre, bendicen a Dios como Creador y Padre con las palabras y la acción de Cristo, Hijo de Dios. Por eso Padre Hugo te invito a repetir continuamente en tu vida las mismas palabras que Jesús dirigió a su Padre:  “Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las has revelado a pequeños. Nadie conoce quién es el Hijo sino el Padre; y quién es el Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar” (Cfr. Mt 11, 25-30). Déjate envolver de la santidad de Dios, maravillándote continuamente de las grandezas de la redención del cual has sido constituido ministro.

10. Estas palabras nos introducen en la intimidad del misterio de Cristo, y nos acercan al misterio de la Eucaristía, en la que el Hijo consustancial al Padre, le ofrece el sacrificio de sí mismo por la humanidad y por toda la creación. Hermanos sacerdotes, celebrando la Eucaristía, penetramos en el corazón de este misterio. Por eso la celebración de la Eucaristía es para cada uno de nosotros, el momento más importante y sagrado de nuestra jornada y el centro de nuestra vida”.

11. Queridos hermanos sacerdotes, el ministerio que ha sido puesto en nuestras manos, es un ministerio de amor que estamos llamados a conocer, a saborear y a amar, de esta manera nos veremos inmersos en él y nosotros seremos los primeros en gozar de sus gracias. Ello implica la fidelidad, la entrega y la generosidad, pues “la vocación no es fruto de méritos particulares, es un don al que hay que corresponder dedicándose no a un proyecto propio, sino al de Dios, de modo generoso y desinteresado”.

12. Finalmente, y luego de agradecer a Dios “el don inmenso del sacerdocio ministerial”, también quiero dar gracias a ustedes, hermanos sacerdotes,  de manera particular a ti Padre Hugo, con quienes comparto la hermosa misión de anunciar el Evangelio en medio de tantas dificultades y desafíos. Deseo que sientan mi cercanía; reconozco y admiro su entrega fiel y generosa en la misión que el Señor les ha encomendado.

13. Que la Madre de Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote, interceda por nosotros y pidámosle que nos enseñe a vivir como su Hijo, en un continuo: “Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad”. Amén.

† Faustino Armendáriz Jiménez
IX Obispo de Querétaro