Homilía en el Retiro del Presbiterio de Querétaro

Santiago de Querétaro, Qro., 17 de agosto de 2011

1. Muy queridos  hermanos sacerdotes, en este clima de retiro y de convivencia sacerdotal, nos reunimos nuevamente para celebrar la fe y compartir la alegría en la esperanza en la resurrección gloriosa.

2. Hemos escuchado de la Palabra de Dios dos textos que centran nuestra mirada y nuestra reflexión en “la justicia de Dios”. La lectura semicontinua del libro de los jueces muestra la elección de Abimélek para ser rey entre los señores de Siquem, la cual fue muy criticada. Primero, porque fue impuesto mediante la fuerza y la violencia; y a raíz de eso, casi todo lo que sabemos de él viene juzgado negativamente. Y segundo, se prevé que su reinado quede marcado por la injusticia y la tiranía. Precisamente ése es el tema de fondo en la parábola de los árboles, con la cual se denuncia la elección ilegítima de Abimélek y les advierte a quienes lo apoyaron, que no deben esperar algo bueno de este tipo de gobernantes tiranos.

3. El capítulo 9 del libro de los Jueces está dedicado a Abimélek, hijo de Gedeón, medio israelita y medio cananeo (8,30-32). Abimélek no forma parte del grupo de los grandes jueces, ya que no salvó de nada a los israelitas. Al contrario, se hizo con el poder asesinando a sus setenta hermanos (9,1-6). Al cabo de tres años moría traicionado por los que le ayudaron a entronizarse. Para iluminar esta historia desdichada, el narrador inserta aquí el apólogo de Yotán (9,7-15). Era el único hijo de Gedeón que se escapó de la matanza. El apólogo de Yotán, más antiguo que la narración de Abimélek, se adapta sólo parcialmente a las circunstancias a que lo hallamos aplicado: los árboles piden un rey, mientras que los siquemitas no piden ninguno. Pero el apólogo ilumina el episodio de Abimélek con una determinada luz, y éste es el enfoque que a nosotros llega. Vemos tres grupos de árboles, todos ellos útiles en una civilización agrícola: el olivo, la higuera y la vid; no aceptan renunciar a su propia función, portadora de felicidad para todos, para ir a balancearse sobre los demás árboles. El lector, después de cada negativa, se pregunta: «Pero si ningún árbol bueno acepta ser el rey de los otros árboles, quién quedará, pues, para serlo?» Él cuarto árbol, nocivo y espinoso, contrasta con los anteriores. No tiene nada que perder si acepta, y, naturalmente, lo hace. La utilidad de los tres primeros árboles pone de relieve la nocividad del espino, que corresponde a la de Abimélek. Yotán quiere hacer comprender por medio de su apólogo el error que han cometido los habitantes de Siquén cuando han aceptado por rey a un hombre tan pernicioso como Abimélek. En la aplicación de la fábula (16-20), Yotán reprueba la injusticia y la crueldad de Abimélek y de los siquemitas. Estos, consintiendo a la injusticia, tendrán en Abimélek la paga merecida: «Salga de Abimelec fuego que devore a los habitantes de Siquén… y salga de Siquén… fuego que devore a Abimelec» (20). Los siquemitas no se entenderán, pues, con Abimélek. Como leemos poco más adelante: «Mandó Dios un mal espíritu…».

4. La narración de los Jueces nos hace ver que la violencia crea siempre una espiral de destrucción que acaba con los mismos que la han provocado. Dios es activo ante la injusticia. La Iglesia, sacerdotes y laicos,  estamos llamados a colaborar con todos los hombres en la verdad, en la justicia y en el amor para construir una auténtica “comunión”, pues cada uno de nosotros sin duda que Dios le ha concedido infinidad de carismas,  que nos permite abrir el horizonte  para el ejercicio cotidiano  de la comunión a través de la cual los dones del Espíritu son puestos a disposición de los demás para que circule la caridad (Cfr. 1 Cor 12, 4-12). Cada bautizado, cada sacerdote, cada uno de nosotros es en efecto portador de dones que debe desarrollar en unidad y complementariedad con los otros a fin de formar el único cuerpo de Cristo, entregado para la vida del mundo. El reconocimiento práctico de la unidad orgánica y la diversidad de funciones asegurará mayor vitalidad misionera y será signo e instrumento de reconciliación y paz para nuestros pueblos, parroquias y comunidades (Cfr. DA 162). Nuestra familia presbiteral está llamada a descubrir e integrar los talentos de cada sacerdote y ponerlos al servicio de los demás.

5. En el pueblo de Dios la comunión y la misión están profundamente unidas entre sí: “la comunión es misionera y la misión es para la comunión” (DA 163).

6. San Mateo con  la parábola de “los jornaleros a la viña” nos muestra como Dios actúa de manera que no se ajusta a los criterios de una justicia fundada en el principio de “do ut des”. Su misericordia rompe los cuaces de los contratos y de los compromisos bilaterales, que rigen de manera casi exclusiva las relaciones entre los seres humanos. La parábola es una descripción bien lograda de la generosidad divina, que da sin tomar en cuenta los criterios de la estricta justicia.

7. La invitación que Jesús hace a los jornaleros “vayan también ustedes a mi viña” (Mt 20, 8) está dirigida también hoy a cada uno de nosotros queridos sacerdotes, y es una invitación a “trabajar en la construcción de la comunión”, en la diócesis, en la parroquia y concretamente en la familia sacerdotal,  será siempre un llamado dentro del llamado, pues el ministerio sacerdotal que brota del Orden Sagrado tiene una “radical forma comunitaria” como una “tarea colectiva” (DA 195). Que encuentra su fuerza en la vida de oración; ahí, en el encuentro a solas con Dios, construiremos la comunidad, ahí comprenderemos la lógica de Dios. En el encuentro con la Palabra se forma el corazón de un buen jornalero de la viña del Señor, pues de ella es ministro. El Obispo, los presbíteros y los diáconos no podemos pensar de ningún modo en vivir nuestro llamado y nuestra misión sin un compromiso decidido y renovado de santificación, que tiene en el contacto con la Biblia uno de sus pilares. (Cfr. VD 78). Hemos de ser los primeros en cultivar una gran familiaridad personal con la Palabra de Dios, con un corazón dócil y orante para que penetre en nuestros pensamientos y sentimientos y engendre dentro de nosotros una mentalidad nueva “la mente de Cristo” (1 Co 2, 16).

8. La llamada a trabajar en la viña del Señor requiere ser consagrados en la verdad. Jesús mismo formula esta exigencia respecto a sus discípulos: “santifícalos en la verdad. Tu palabra es la Verdad. Como tú me enviaste al mundo, así los envío yo también al mundo” (Jn 17, 17.18). Los discípulos son en cierto sentido “sumergidos en lo íntimo de Dios mediante su inmersión en la Palabra de Dios es, por decirlo así, el baño que purifica, el poder creador que los transforma en el ser de Dios. Y puesto que Cristo mismo es la Palabra de Dios  hecha carne (Jn 1, 14), es la Verdad (Jn 14, 6), la plegaria de Jesús al Padre, santifícalos en la verdad”, quiere decir en el sentido más profundo: “Hazlos una sola cosa conmigo, Cristo sujétalos en mí, ponlos dentro de mí. Y, en efecto, en último término hay un único sacerdote de la Nueva Alianza, Jesucristo mismo. Es necesario por tanto que los sacerdotes renueven cada vez más profundamente la conciencia de esta realidad (VD 80).

9. Pidamos a María la mujer que supo escuchar la Palabra y meditarla en su corazón que nos enseñe el camino para que nuestro presbiterio sea cada día un cenáculo donde resida la fuerza del Espíritu y podamos así ser constructores de la comunidad cristiana.

Amén.

† Faustino Armendáriz Jiménez
IX Obispo de Querétaro