Homilía en el Retiro del Presbiterio de Querétaro con sus Familias

Santiago de Querétaro, Qro., 16 de agosto de 2011

1. Saludo de corazón a cada uno de ustedes hermanos sacerdotes, quienes como “próvidos colaboradores” en el ministerio de Jesucristo, cabeza y guía, entregan su vida por amor al Reino de los cielos, para que el Evangelio llegue a toda la tierra; les agradezco su presencia en esta celebración eucarística que nos hermana y confirma nuestros lazos de fe, de amistad y de filiación (Cfr. PO 28) en la comunión y en la fraternidad sacerdotal.

2. Me dirijo con particular afecto para saludar a ustedes papás, hermanos y familiares de cada uno de nosotros, sacerdotes,  quienes integramos esta gran familia sacerdotal en esta, nuestra diócesis de Querétaro, “pues ustedes familias, en el más absoluto respeto de su hijo sacerdote que ha decidido darse a Dios y a sus hermanos, deben seguir siendo siempre testigos fieles y alentadores de su misión, sosteniéndola y compartiéndola con entrega y respeto” (PDV 79).

3. El día de hoy al congregarnos en torno al Altar del Señor, resucitado, reconocemos que la providencia de Dios es grande y no se deja ganar en generosidad, pues a manos llenas nos da muestras de su amor y de su misericordia. Al escuchar la Palabra de Dios en esta liturgia, descubrimos que el proyecto de Dios es un proyecto por establecer lazos de amistad con el pueblo de Israel y que los personajes que van entrando en escena, sin duda son la esperanza de un Dios sediento de  que su plan salvífico sea una realidad desde los hijos de Israel hasta los hermanos de Cristo, en la Iglesia, y de esta manera “responder a la vocación cumpliendo la misión de la regeneración del mundo”.

4. Vocación y misión van de la mano cuando se trata de la propuesta de Dios. Todo el que es llamado, lo es para algo, para cumplir con una tarea, y debe confiar firme y ciegamente en Aquel que lo envía, pues Dios sabe que la tarea que encomienda requiere del acompañamiento para que pueda ser ejecutada sin problema. Es justamente lo que ocurre con Gedeón en el texto que nos propone la liturgia de la Palabra en la primera lectura de hoy.

5. Para el profeta, el cumplimiento de la tarea a ejecutar necesita de la seguridad de saber que es Dios quien lo envía, que no es un capricho del profeta ni que él se envía sólo a nombre de Dios. No. Es Dios mismo quien le solicita cumplir con la misión para la cual ha sido llamado. En esta noble tarea del anuncio evangélico es indispensable la disposición y la libertad del discípulo misionero, pues el afán del lucro es un verdadero obstáculo, como nos indica el Evangelio, que atrapa el corazón humano, impidiéndole entregarse a Dios y atender con generosidad  a las necesidades del prójimo. Jesús no pide un sacrificio por el sacrificio en sí, sino un compromiso incondicional con el Reino de Dios a fin de obtener una riqueza mucho mayor. Quien ha sido llamado, desde el Antiguo Testamento hasta el Nuevo, tiene siempre como característica que la iniciativa proviene de Dios mismo, y así lo ratifica Jesús en el Evangelio al responder a la inquietud de Pedro (Cfr. Mt 19, 28): Es cierto que ellos lo han dejado todo por seguirle, por eso deben estar tranquilos, pues aunque consideren que han arriesgado mucho pensando en que lo hicieron a cambio de nada, Jesús les garantiza que lo que es imposible para los hombres, es posible para Dios. Por eso les confirma que no fue a cambio de nada, pues les mantiene la promesa de que recibirán cien veces más de lo que han dejado, y adicional a eso, heredarán la vida eterna.

6. Jesús llama a sus discípulos, los adoctrina y luego los envía (Cfr. Mc 3, 13-15), pero les garantiza su compañía hasta el fin de los tiempos, confirmando que quien cumpla con la misión encomendada recibirá el premio de estar en la gloria eterna junto con Él. No dudemos ni un solo instante en responder al llamado y cumplir con la misión, pues si nos elige para algo es porque confía en que no lo defraudaremos y ejecutaremos, con fe, la tarea asignada.

7. Hoy, nosotros sacerdotes y familias de los sacerdotes, al encontrarnos con esta Palabra renovemos nuestro compromiso al que fuimos llamados en la vocación concreta a la santidad. Pues en ésta se encuentra trazado el proyecto primero y último de nuestra vida cristiana; el Beato Juan Pablo II al inicio del milenio nos decía “poner la programación pastoral bajo el signo de la santidad es una opción llena de consecuencias. Significa expresar la convicción de que, si el Bautismo es una verdadera entrada en la santidad de Dios por medio de la inserción en Cristo y la inhabitación de su Espíritu, sería un contrasentido contentarse con una vida mediocre, vivida según una ética minimalista y una religiosidad superficial. Preguntar a un catecúmeno,  ¿quieres recibir el Bautismo?», significa al mismo tiempo preguntarle, «¿quieres ser santo?» Significa ponerle en el camino del Sermón de la Montaña: «Sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial» (Mt 5,48)”  (Cfr. NMI 31).

8. Esta llamada universal nos exige cuatro momentos fundamentales de los cuales no podemos prescindir:

a. Llamados al seguimiento de Jesucristo. Jesús invita a encontrarnos con él y a que nos vinculemos más estrechamente a él, porque es la fuente de la vida (Cfr. Jn 15, 5–15) y sólo él tiene Palabras de vida eterna. En la convivencia cotidiana con Jesús y con la confrontación con los seguidores de otros maestros, los discípulos pronto descubren dos cosas del todo originales en la relación con Jesús. Por una parte, no fueron los que escogieron a su Maestro fue Cristo quien los eligió. De otra parte, ellos no fueron convocados para algo, sino para Alguien, elegidos para vincularse íntimamente a su persona. (Cfr. DA 131).

b. Configurados con el Maestro. Para configurarse verdaderamente con el Maestro es necesario asumir la centralidad del mandamiento del amor que él quiso llamar suyo y nuevo: “Ámense los unos  a los otros, como yo los he amado” (Jn 15, 12). “El ministerio ordenado tiene una radical forma comunitaria y sólo puede ser desempeñado en la comunión de los presbíteros con el Obispo. Es necesario que esta comunión, basada en el Sacramento del Orden y manifestada en la concelebración eucarística, se traduzca en diversas formas concretas de fraternidad sacerdotal efectiva y afectiva. Solo así los sacerdotes sabrán vivir en plenitud el don del celibato y serán capaces de hacer florecer comunidades cristianas en las cuales se repitan los prodigios de la primera predicación del Evangelio” (Cfr. Benedicto XVI, Carta para la convocación del año sacerdotal, junio de 2009)

c. Enviados a anunciar el Evangelio del Reino de la vida. Al participar de esta misión, el discípulo camina hacia la santidad. Vivirla en la misión lo lleva al corazón del mundo. Por eso la santidad no es una fuga hacia el intimismo o hacia el individualismo religioso, tampoco abandono de la realidad urgente de los grandes problemas (DA 148). El Directorio para el ministerio y la vida de los presbíteros animando a propiciar la fraternidad sacerdotal, señala: “El sacerdote hará todos los esfuerzos necesarios para evitar vivir el propio sacerdocio de modo aislado y subjetivista, y buscará favorecer la comunión fraterna dando y recibiendo –de sacerdote a sacerdote– el calor de la amistad, de la asistencia afectuosa, de la comprensión, de la corrección  fraterna, bien consciente de la gracia del orden ‘asume y eleva las relaciones humanas, psicológicas, afectivas, amistosas y espirituales (…)ʼ y se concreta en las formas más variadas de ayuda mutua, no solo espirituales sino también materiales”. (Cfr. DMVP 27). La corrección fraterna es una advertencia que el cristiano dirige a su prójimo para ayudarle en el camino de la santidad.

d. Animados por el Espíritu Santo. La Iglesia en cuanto marcada y sellada, continúa la obra del Mesías, abriendo para el creyente las puertas de la salvación. En nuestra diócesis de Querétaro movidos por el Espíritu Santo asumimos en el “Plan Pastoral” como prioridad básica y fundamental,  la familia. “creemos que la familia es imagen de Dios, que en su misterio más íntimo no es una soledad, sino una familia. En la comunión de amor de las tres personas divinas, nuestras familias tiene su origen, su modelo perfecto, su motivación más bella y su último destino (Cfr. DA 434). Queremos ser una familia a imagen de Dios Trinidad; Queremos que la familia sea una verdadera Iglesia doméstica; Deseamos que las familias sean verdaderas escuelas de la fe; Queremos que nuestras familias sean familias evangelizadas y evangelizadoras; Queremos que la familia sea formadora de personas inculcando en ellas los valores humanos y cristianos; Queremos que la familia sea, santuario de la vida y esperanza de la sociedad. (Cfr. PDP 229–235).

9. Por ello, apreciadas familias aquí se justifica su razón de ser en la vida de cada sacerdote, pues como dice la Exhortación pastores dabo vobis “Una responsabilidad particularísima está confiada a la familia cristiana, que en virtud del sacramento del matrimonio participa, de modo propio y original, en la misión educativa de la Iglesia, maestra y madre. «La familia cristiana, que es verdaderamente «como iglesia doméstica» (LG, 11), ha ofrecido siempre y continúa ofreciendo las condiciones favorables para el nacimiento de las vocaciones. Y puesto que hoy la imagen de la familia cristiana está en peligro, se debe dar gran importancia a la pastoral familiar, de modo que las mismas familias, acogiendo generosamente el don de la vida humana, formen «como un primer seminario» (OT, 2) en el que los hijos puedan adquirir, desde el comienzo, el sentido de la piedad y de la oración y el amor a la Iglesia». En continuidad y en sintonía con la labor de los padres y de la familia está la escuela, llamada a vivir su identidad de «comunidad educativa» incluso con una propuesta cultural capaz de iluminar la dimensión vocacional como valor propio y fundamental de la persona humana. En este sentido, si es oportunamente enriquecida de espíritu cristiano (sea a través de presencias eclesiales significativas en la escuela estatal, según las diversas legislaciones nacionales, sea sobre todo en el caso de la escuela católica), puede infundir «en el alma de los muchachos y de los jóvenes el deseo de cumplir la voluntad de Dios en el estado de vida más idóneo a cada uno, sin excluir nunca la vocación al ministerio sacerdotal» (PDV 41).

10. Pidamos a la Sagrada familia de Nazaret Jesús, María y José, que bendiga a cada una de nuestras familias y que siendo modelo, inspire los hogares de nuestra diócesis donde se gesten, fecunden y cultiven las vocaciones a la vida sacerdotal.

Amén.

† Faustino Armendáriz Jiménez
IX Obispo de Querétaro