Homilía en el Festejo por el XXV Aniversario de ordenación Episcopal del Sr. Obispo, Decanato de Nuestra Señora del Pueblito

Santiago de Querétaro, Qro., 4 de Abril de 2008

 

Hermanos Presbíteros, Hermanos Religiosos y Religiosas, Hermanos y Hermanas en el Señor:

1. Muchas gracias por su invitación a compartir con ustedes este momento de alegría y de acción de gracias a Dios por mi ya próximos veinticinco años de servicio episcopal, seis en la recordada diócesis de Tuxpan y diecinueve en esta querida diócesis de Querétaro, pero siempre al servicio de la misma y santa madre Iglesia. Este Decanato, que lleva por nombre el de Nuestra Señora del Pueblito, Patrona principal con el Apóstol Santiago de nuestra Ciudad episcopal, es eminentemente mariano. Casi todas las parroquias están encomendadas a la Virgen Santísima, en sus diversas y piadosas advocaciones: Nuestra Señora de los Ángeles, Nuestra Señora de la Esperanza y Nuestra Señora de la Anunciación; la parroquia de la Sagrada Familia de Nazaret asocia a la protección de María la de su castísimo Esposo Señor san José; la parroquia de San Francisco Galileo, que nos recibe, tiene asociada por múltiples títulos y de manera inseparable a Nuestra Señora del Pueblito, aquí en su casa grande, en su Santuario. De más reciente  llegada es la advocación de la Virgen de Schöenstatt, cuya imagen se encuentra ya en numerosos hogares y corazones; la parroquia  de los Santos Mártires Mexicanos nos recuerda su amor a Cristo Rey y a santa María de Guadalupe, por quienes derramaron su sangre y entregaron sus vidas. Ahora nos visita la piadosa imagen de Nuestra Señora de los Dolores de Soriano, nuestra Patrona Diocesana, que acompañó a su Hijo en su pasión y muerte y después en su Resurrección. ¡Qué mejor ocasión que ésta, rodeado de la ternura y cariño de nuestra Madre Santísima en sus diversas advocaciones, para agradecer, junto con todos ustedes, a Dios el don del sacerdocio y episcopado que me ha regalado para edificación de su santa Iglesia. Que la Virgen Santísima acoja en sus manos puras esta súplica y la presente con su Hijo al Padre del cielo.

2. La lectura continua que nos ofrece la liturgia en estos días, nos habla del misterio pascual de Cristo vivido ya en su Iglesia, comenzando por los Apóstoles. El sanedrín que condenó a Jesús, ahora continúa su hostilidad con sus discípulos: “Les hemos prohibido enseñar en el nombre de Jesús; sin embargo, ustedes han llenado a Jerusalén con sus enseñanzas y quieren hacernos responsables de la sangre de ese hombre”, escuchábamos en la lectura de ayer. La respuesta de los Apóstoles es clara: “Primero hay que obedecer a Dios que a los hombres”, y les anuncian el Kerigma: “El Dios de nuestros padres resucitó a Jesús… la mano de Dios lo exaltó, lo ha hecho jefe y salvador, para dar a Israel la conversión y el perdón de los pecados”. Este es el Evangelio, la Buena nueva, el feliz anuncio de la salvación, el Kerigma que ustedes también han escuchado de boca de los santos misioneros, de sus sacerdotes, evangelizadores y catequistas. Todos ellos, siguiendo el ejemplo de los Apóstoles, “han sido testigos de todo esto, junto con el Espíritu Santo que Dios da a los que lo obedecen”. Los Apóstoles, testigos del resucitado, iban anunciando con gozo, en medio de las persecuciones y palizas, la Buena nueva de la salvación. Anunciar a Jesucristo nunca ha sido fácil, pero tampoco triste porque lleva consigo el gozo de la salvación.

3. La lectura de hoy nos dice que un hombre sensato, Gamaliel, intervino invitando a los perseguidores a recapacitar y ver que las obras de los hombres, tarde o temprano, se desmoronan; las obras de Dios, en cambio, permanecen. Por eso, la actividad misionera de los Apóstoles pudo continuar “anunciando el Evangelio de Cristo Jesús, tanto en el templo como en las casas”. Aquí tenemos a los Apóstoles hechos ya verdaderos discípulos de Jesucristo, partícipes de sus sufrimientos y, al mismo tiempo, llenos de gozo por padecer algo por el nombre del Señor Jesús. Esta es la imagen de la Iglesia que nos presentan nuestros Pastores en Aparecida, cuando nos invitan a ser “discípulos misioneros de Jesucristo” para edificación de su Reino mediante la santa Iglesia. Las llagas de Cristo, así como se imprimieron en el cuerpo de san Francisco, siguen grabadas en el Cuerpo místico de Jesucristo, que es su santa Iglesia, de modo que el que quiera seguir al Señor debe tomar su cruz cada día, para participar del gozo de su resurrección. El cristiano, el católico de verdad, obedece a Dios antes que a los hombres y lleva en su cuerpo las llagas de Cristo y su gozo en su corazón. La Iglesia celebra y vive del  misterio pascual de Cristo, que se continúa en la vida de sus hijos todos los días por la acción poderosa del Espíritu Santo en nosotros.

4. Quien es maestra en la Iglesia y discípula perfecta de su Hijo es la Virgen María. Ella, “por su fe y obediencia a la voluntad de Dios” es “interlocutora del Padre en su proyecto de enviar a su Verbo al mundo para la salvación humana. María, con su fe, llega a ser primer miembro de la comunidad de creyentes en Cristo, y también se hace colaboradora en el renacimiento espiritual de los discípulos”, dicen nuestros Obispos en Aparecida. La Virgen “renueva el parto virginal de Cristo” cuando se bautizan nuevos cristianos en la Iglesia y, si la vida cristiana llega a languidecer, Ella “colabora al renacimiento espiritual de los discípulos” (A 266). Esto es lo que ahora estamos necesitando, ante una cultura marcada por la muerte, en sus diversas expresiones: violencia, aborto, asesinatos, drogadicción, pornografía, abuso de menores y de mujeres; búsqueda del placer y del poder pasando sobre los demás y generando mecanismos de represión institucional; se endurecen las leyes, se aumenta la vigilancia, se multiplican los retenes, se colocan topes y cámaras de grabación, se promueve la delación y la desconfianza, etcétera. Hermanas y hermanos: Esta no es la enseñanza que recibimos de nuestra madre la Iglesia. Esta no es la educación que nos dejaron nuestros mayores. Esto es contrario a lo que nos enseñó Jesucristo y que celebramos el Jueves Santo: el amarnos unos a otros y lavarnos mutuamente los pies. Alguien nos está cambiado el corazón. Alguien ha trastocado nuestros valores. Alguien ha pervertido el camino de la caridad, del amor y de la fraternidad por la simple y vulgar tolerancia, que cada vez tolera menos. Jesús no nos mandó simplemente tolerarnos, sino amarnos y perdonarnos. ¿No lo hemos notado?, ¿no hemos caído en la cuenta de este desbarrancadero moral y social que nos lleva a la muerte? Necesitamos que Jesús resucitado nos abra los ojos como a los discípulos de Emaús, que el Evangelio de Cristo disipe las tinieblas de nuestro entendimiento, que la gracia del Espíritu Santo cambie nuestro corazón de piedra por un corazón de carne, sensible y compasivo; nos urge que la Virgen Santísima nos ayude a lograr “un renacimiento espiritual de todos los discípulos de de Cristo”, en nuestra Iglesia local. Jesucristo, ahora por boca de nuestros Pastores, nos dice de nuevo: “Francisco, repara mi Iglesia”. Todos, su obispo, sus sacerdotes, religiosos y religiosas, consagrados y consagradas, catequistas, madres y padres de familia, jóvenes y fieles cristianos, católicos todos, debemos empeñar nuestra vida en restaurar y embellecer el rostro de nuestra santa Madre la Iglesia cumpliendo los Mandamientos y llevando una vida más cristiana. No estamos solos: ¡Ahí tienes a tu Madre”, nos dice Jesús. María, “la discípula más perfecta del Señor” (A 266), está con nosotros en la santa Iglesia.

5. Este Decanato tiene una riqueza muy grande en la presencia múltiple de Órdenes y Congregaciones Religiosas, de hombres y de mujeres consagrados, que son un don del Espíritu Santo a su Iglesia. Todos los Fundadores y Fundadoras de estas Órdenes y Congregaciones Religiosas, fueron adornadas con dones y carismas, que transmitieron a sus hijos y seguidores. Es necesario que, como antaño, también ahora crezcan y florezcan para adornar la vida cristiana y hacerla producir frutos de santidad. Cada monasterio, cada convento, cada casa religiosa, lo mismo que cada parroquia, debe ser un foco, “una escuela de santidad” (NMI), que manifieste un aspecto de la riqueza y belleza del Rostro de Cristo, para que todos se sientan atraídos por Él y, en Él, tengan vida. Si el proselitismo de los grupos religiosos cristianos o anticristianos adquiere adeptos, es porque nosotros, los católicos, no reflejamos el rostro atrayente y bello de Cristo en nuestra vida de cada día. Los Apóstoles iban contentos, radiantes de haber sido juzgados dignos de padecer algo por Cristo y, al reunirse para la oración, tenían una sola alma y un solo corazón, compartían sus bienes, nadie pasaba necesidad, partían el Pan con sencillez y gozaban de la estimación de la gente del pueblo. ¡Que este Decanato del Pueblito, congregado en torno a la Virgen María, la Madre de Jesús, apoyado en el Testimonio de los Apóstoles y de los Mártires y sostenido por la fuerza del Espíritu Santo, sea una verdadera familia de hijos de Dios. “María Santísima es la presencia materna, indispensable y decisiva en la gestación de un pueblo de hijos y hermanos, discípulos y misioneros de su Hijo” (A 524). Que así sea.

† Mario de Gasperín Gasperín
Obispo de Querétaro