HOMILÍA EN EL DOMINGO DE RAMOS XXIV JORNADA MUNDIAL DE LA JUVENTUD.

Santa Iglesia Catedral, Ciudad episcopal de Santiago de Querétaro., Qro., a 14 de abril de 2019.

Año Jubilar Mariano

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Queridos hermanos y hermanas todos en el Señor: 

  1. Con alegría y con mucha esperanza damos inicio en este día a la Semana Santa, en la que unidos a los cristianos de todo el mundo, queremos conmemorar el misterio pascual de Jesucristo, y así, experimentar en nuestra vida, el misterio de la Redención.

  1. El itinerario cuaresmal que hemos iniciado hace ya casi cuarenta días, en esta etapa final, el día de hoy se obstina en el propósito de ofrecernos una nueva oportunidad para que nos decidamos a seguir a Jesús y le reconozcamos en nuestra vida como “aquel que viene en el nombre del Señor, a salvarnos” (Lc 19, 28-40) y convencidos de su palabra, le sigamos de cerca hasta llegar a reconocerlo como: “Señor de nuestra vida y de nuestra historia”; es por eso que, la liturgia de la palabra en este día, nos hace una insistente invitación, mediante dos acciones muy concretas: la conversión y el seguimiento (cf. Lc 22, 14-23, 56).

  1. ¿Qué significa la conversión’, ¿Qué significa el seguimiento? ¿Cómo podemos hacer nuestras estas dos actitudes cristianas?.

  1. La Conversión. Cuando Dios creó al hombre a su imagen y semejanza, lo hizo con la intención de establecer con cada uno, una relación de amistad, de cercanía, de confianza, de familiaridad; hizo todo y dispuso todo para que entre él y nosotros, existiese una relación tan íntima que, en él y con él, viviéramos una vida plena. Sin embargo, el ser humano al hacer mal uso de sus facultades humanas, en un momento decidió romper esos lazos de amistad, al grado de violentar las relaciones de familiaridad y cercanía con Dios. Trayendo como consecuencia la muerte. Sin embargo, Dios no se conformó con ello, hizo todo y volvió a disponer todo para volver a establecer esa alianza entre él y cada ser humano, para ello preparó el plan de salvación hasta que envió a su Hijo, quien encarnándose y haciéndose uno como nosotros, vino a reconciliarnos y a reestablecer el camino para volver al Padre. Para lo cual centró su mensaje en la contante invitación a la conversión, es decir al deseo de volver a establecer los lazos de amistad con Aquel que nos creó. En esto centró su mensaje “El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca; conviértanse  y crean en la Buena Nueva” (Mc 1,15). En la predicación de la Iglesia, ésta llamada se dirige primeramente a los que no conocen todavía a Cristo y su Evangelio. Así, el Bautismo es el lugar principal de la conversión primera y fundamental. Por la fe en la Buena Nueva y por el Bautismo (cf. Hch 2,38) se renuncia al mal y se alcanza la salvación, es decir, la remisión de todos los pecados y el don de la vida nueva. Pero también y sobre todo, a quienes habiendo sido bautizados, se han alejado del camino de la vida, del camino de la santidad. La llamada de Cristo a la conversión sigue resonando en la vida de los cristianos. Esta segunda conversión es una tarea ininterrumpida para toda la Iglesia que “recibe en su propio seno a los pecadores” y que siendo “santa al mismo tiempo que necesitada de purificación constante, busca sin cesar la penitencia y la renovación”. Este esfuerzo de conversión no es sólo una obra humana. Es el movimiento del “corazón contrito” (Sal 51,19), atraído y movido por la gracia (cf. Jn 6,44; 12,32) a responder al amor misericordioso de Dios que nos ha amado primero (cf. 1 Jn 4,10). (cf. CEC, 1428). La conversión es como dijimos los obispos en Aparecidala respuesta inicial de quien ha escuchado al Señor con admiración, cree en Él por la acción del Espíritu, se decide a ser su amigo e ir tras de Él, cambiando su forma de pensar y de vivir, aceptando la cruz de Cristo, consciente de que morir al pecado es alcanzar la vida. En el Bautismo y en el sacramento de la Reconciliación se actualiza para nosotros la redención de Cristo” (DA 278).

Pero, ¿cómo es que Dios nos ha amado? Enviándonos a su Hijo para dar la vida por nosotros, quien padeció, murió y resucitó. En este sentido la conversión consiste en creer en la muerte y resurrección de Jesús como realidades que se han dado para cada uno y que solo de la mano de Cristo es posible conocer y vivir la riqueza de su amor”. Convertirse significa creer que Jesús ‘se ha dado a sí mismo por mí’, muriendo en la cruz y resucitando, vive conmigo y en mí. Confiándome a la potencia de su perdón, dejándome tomar de la mano, puedo salir de las arenas movedizas del orgullo y del pecado, de la mentira y de la tristeza, del egoísmo y de toda falsa seguridad, para conocer y vivir la riqueza de su amor”. Quiere que le reconozcamos como el SEÑOR de nuestra vida y de nuestra historia, de tal forma que podamos llegar a decir como el ladrón arrepentido, que colgado junto a él en la cruz le dice: “SEÑOR, cuando llegues a tu reino, acuérdate de mí”. Esperando que también a nosotros nos diga: “Yo te aseguro que hoy mismo estarás conmigo en el paraíso”. Dejémonos cautivar por el amor de Dios y aprovechemos esta nueva oportunidad.

  1. El Seguimiento. La segunda actitud a la que la palabra de Dios el Señor hoy nos invita después de habernos motivado al conversión es al seguimiento. Reconocerle como SEÑOR, significa aceptarle como quien nos indica el camino, Aquél de quien nos fiamos y a quien seguimos. Significa, aceptar, día tras día, su palabra como criterio válido para nuestra vida. Significa, ver en Él la autoridad a la que nos sometemos. Nos sometemos a Él porque su autoridad es la autoridad de la verdad. Ante todo, la procesión de las Palmas es, como lo fue en aquella ocasión para los discípulos, una manifestación de alegría, porque podemos conocer a Jesús, porque Él nos permite ser sus amigos y porque nos ha dado la clave de la vida. Esta alegría, que se encuentra en el origen, es también expresión de nuestro «sí» a Jesús y de nuestra disponibilidad a caminar con Él allí donde nos lleve. La exhortación del inicio de nuestra liturgia interpreta justamente el sentido de la procesión, que es también una representación simbólica de lo que llamamos «seguimiento de Cristo»: «Pidamos la gracia de seguirle», hemos dicho. La expresión «seguimiento de Cristo» es una descripción de toda la existencia cristiana en general. ¿En qué consiste? ¿Qué quiere decir en concreto «seguir a Cristo»?

Al inicio, en los primeros siglos, el sentido era muy sencillo e inmediato: significa que estas personas habían decidido dejar su profesión, sus negocios, toda su vida para ir con Jesús. Significaba emprender una nueva profesión: la de discípulo. El contenido fundamental de esta profesión consistía en ir con el maestro, confiar totalmente en su guía. De este modo, el seguimiento era algo exterior y al mismo tiempo muy interior. El aspecto exterior consistía en caminar tras Jesús en sus peregrinaciones por Palestina; el interior, en la nueva orientación de la existencia, que ya no tenía sus mismos puntos de referencia en los negocios, en la profesión, en la voluntad personal, sino que se abandonaba totalmente en la voluntad de Otro. Ponerse a su disposición se había convertido en la razón de su vida. La renuncia que esto implicaba, el nivel de desapego, lo podemos reconocer de manera sumamente clara en algunas escenas de los Evangelios.

Así queda claro lo que significa para nosotros el seguimiento y su verdadera esencia: se trata de un cambio interior de la existencia. Exige que ya no me cierre en mi yo, considerando mi autorrealización como la razón principal de mi vida. Exige entregarme libremente al Otro por la verdad, por el amor, por Dios, que en Jesucristo, me precede y me muestra el camino. Se trata de la decisión fundamental de dejar de considerar la utilidad, la ganancia, la carrera y el éxito como el objetivo último de mi vida, para reconocer sin embargo como criterios auténticos la verdad y el amor. Se trata de optar entre vivir sólo para mí o entregarme a lo más grande. Hay que tener en cuenta que verdad y amor no son valores abstractos; en Jesucristo se han convertido en una Persona. Al seguirle a Él, me pongo al servicio de la verdad y del amor. Al perderme, vuelvo a encontrarme.

  1. Queridos hermanos, aprovechemos esta semana santa para asumir estas dos actitudes en nuestra vida. Dejemos que el testimonio de Jesús toque nuestra vida, de tal forma que seamos capaces de reconocerle a él como Señor, y así, sin titubeos, nos decidamos a seguirle de cerca. Viviendo la vida que vivimos, pero con el estilo propio de los cristianos. A todos nos hará bien detenernos un poco para saber hacia dónde estamos caminando. Y si estamos yendo hacia un camino contrario al propuesto por Jesús en el Evangelio, valdría la pena aceptar la invitación de Jesús: ¡Sígueme, carguemos juntos la cruz!, ¡Hagamos algo por la humanidad que necesita descubrir y encontrar a Dios en su vida y en su historia!

  1. Concretamente en este día quiero dirigirme a ustedes jóvenes aquí presentes, reunidos para celebrar la XXXIV Jornada Mundial de la Juventud. Quiero invitarles para que se dejen cautivar por la persona de Jesucristo vivo. Jesucristo que sube a Jerusalén para padecer y morir por ustedes, por mí por nosotros. Sube a Jerusalén para hacer lo que nadie se ha atrevido a hacer: “Dar la vida por los malhechores, por los pecadores, por ti y por mí, por al humanidad” Como nos ha dicho el Papa Francisco en su reciente exhortación: “Los discípulos escucharon el llamado de Jesús a la amistad con Él. Fue una invitación que no los forzó, sino que se propuso delicadamente a su libertad: «Vengan y vean» les dijo, y «ellos fueron, vieron donde vivía y se quedaron con Él aquel día» (Jn 1,39). Después de ese encuentro, íntimo e inesperado, dejaron todo y se fueron con Él.” (Exhort. Christus vivit, n. 153). Busquemos y aceptemos esa amistad con el amigo que nunca falla y digámosle a los ojos: “Jesús, amigo mío, quiero caminar contigo en tu camino hacia la pascua, y ahí, morir contigo por mis hermanos por la humanidad, para que juntos podamos resucitar a la vida nueva, donde reiremos contigo.

  1. Dejemos que en esta semana la Virgen María nos acompañe también. Ella sabrá orientarnos para volver el corazón a Dios. Ella sabrá orientarnos para saber enfilarnos entre los seguidores de su Hijo. Pidámosle que nos revele los secretos que nos ayuden para mejor vivir esta semana como su nombre lo dice como una Semana Santa. Amén.

+ Faustino Armendáriz Jiménez

IX Obispo de Querétaro