Hablando de los seguidores de Jesús

V DOMINGO DE CUARESMA
Jn. 12, 20 – 33

“Queremos ver a Jesús” fue la audiencia solicitada al apóstol Felipe que era de Betsaida de Galilea, una ciudad medio pagana; por ello, seguramente recibió muchas peticiones como esta en su camino. El verdadero discípulo no tiene problemas en mostrar a Jesús, como seguramente lo hizo Felipe, mas aun esa es su tarea, pues su vida es transparencia de la presencia de Dios. Para ver a Jesús se necesita que algún Apóstol conduzca a Jesús.

En el itinerario del discipulado, después de ver a Jesús, hay que conocer y creer en Jesús, a quien el evangelista describe a la luz y la experiencia de la Pascua, diciendo que quien quiera ser su discípulo, ha de estar dispuesto a seguirle y a compartir su suerte en la muerte y en la vida.

Jesús lo afirma de manera desafiante, contundente y provocativa: “Si el grano de trigo cae en tierra y no muere, queda infecundo; en cambio, si muere, da mucho fruto”. Jesús es claro. No se puede engendrar vida sin dar la propia. No se puede hacer vivir a los demás, si uno no está dispuesto a “des-vivirse” por los otros. La vida es fruto del amor, y brota en la medida en que nos entregamos.

El caer en la tierra y morir es condición para que el grano libere toda la energía que tiene. El fruto comienza en el mismo grano que muere. El don total de sí es lo que hace que la vida de una persona sea realmente fecunda. Jesús está hablando de sí y está hablando de sus seguidores.

Hoy quiero recordar a uno de ellos, y a quien precisamente sepultamos en días pasados, a Mons. Salvador Espinosa Medina, a quien he conocido en edad avanzada, y que sin embargo en ningún momento disminuyó la marcha de su entrega, como reflejo de ese grano de trigo, que sembrado en el dinamismo acogedor de la tierra queretana, dio frutos con creces a lo largo de toda su vida sacerdotal; como Vicario General se conservó activo, con la alegría de un corazón limitado físicamente, pero jovial, enorme y abierto al amor a Dios y a la Iglesia, donde teníamos cabida todos los que a él nos acercábamos regalándonos una palabra de consejo, o la contundente afirmación de quien habla con la autoridad del testimonio. Desde su ordenación sacerdotal, hace 58 años, se sembró como semilla que se fue muriendo cada día sin detenerse por ningún obstáculo o resistencia. Maestro de tantas generaciones en el seminario, y pastor de muchas ovejas que recuerdan sus enseñanzas y que son testigos de su trascendente obra.

Días antes me mostró su preocupación de morir en una próxima cirugía, pero resaltó más su fe al decir “me pongo en las manos de Dios”. Hoy el evangelio del grano de trigo se actualiza por el testimonio y los frutos de su vida sacerdotal. Que en paz descanse.

† Faustino Armendáriz Jiménez
IX Obispo de Querétaro