Entre el riesgo y la esperanza

Por lo pronto, para no perdernos ante la maraña de promesas que escuchamos, le vamos a recordar algunos principios elementales de la sabiduría popular sobre el proceder humano y cristiano ante el poder.

Un hombre previsor decidió consultar a una agencia especializada en pronósticos adivinatorios sobre su futuro. El adivino mayor le manifestó que su agencia no tenía ninguna dificultad en pronosticar el futuro, sino que el problema mayor era enfrentar el pasado: recordar, aceptar e interpretar correctamente lo sucedido, para no cometer los mismos errores en el futuro, ése sí que era asunto de gravedad.

Ahora que estamos pensando en el futuro del país, quienes se ofrecen para gobernarnos multiplican promesas, compromisos y propuestas que miran todas al porvenir, cada uno desde su óptica en la contienda electoral. No toquemos sus intenciones, que suponemos buenas; pero, como advierte el inflexible refranero popular, el prometer no empobrece sino el dar es lo que aniquila y nadie da lo que no tiene, es bueno ver primero qué es lo que tiene cada uno en su haber y mirar su ideología, su pensamiento, palabras y obras y desde allí juzgar lo que prudentemente pueda creerse y esperarse de quienes pretenden salvar el país.

Por lo pronto, para no perdernos ante la maraña de promesas que escuchamos, le vamos a recordar algunos principios elementales de la sabiduría popular sobre el proceder humano y cristiano ante el poder.

Primero: El estado, por su propia naturaleza, no está capacitado para determinar el destino de la vida humana, mucho menos para crear felicidad. Lo mínimo que se le pide es no impedirla y cumplir con su deber de crear las condiciones para propiciarla. Nadie puede ser feliz por decreto de la autoridad.

Segundo: Será siempre un abuso intolerable de parte del estado el pretender determinar quién debe vivir y quién no. Respetar y promover la vida es condición indispensable para gobernar con legitimidad.

Tercero: La conciencia de la libertad y de la dignidad de toda persona humana y la salvaguarda de sus legítimos derechos son valores que el estado debe respetar para gobernar con justicia y equidad. Todo ordenamiento educativo, económico, social, político o de salud que viole estos derechos está condenado al fracaso. El ser humano es capaz de usar las mejores causas para lo peor.

Cuarto: La inteligencia está hecha para la verdad y la voluntad para el bien y el amor. Quien miente desprecia la verdad y quien hace el mal destruye la convivencia social. Ambos atentan contra la dignidad de la persona humana. Una mentira es capaz de empañar toda una vida y el odio de destruir una nación.

Quinto: El mejor hombre para gobernar no es el que hace muchas cosas, sino el que hace lo que debe, lo hace con oportunidad y lo hace bien. Gobernar es hacer lo propio y lograr que los demás cumplan con su deber. Saber gobernar es dejarse ayudar por gente honesta y capaz.

Estos cinco criterios pueden ayudarnos a reflexionar sobre nuestra participación cívica consciente, libre y responsable. Recuerde: el problema mayor no es el futuro, sino el pasado desde donde se construye el futuro.

 

 Mario De Gasperín Gasperín
Obispo Emérito de Querétaro