¡Cómo quisiera una Iglesia pobre!

La relación de las dimensiones del ser humano entre su capacidad de pensar o saber (homo sapiens) y de actuar o hacer (homo faber) se ha expresado de muchas maneras a través de la historia de la humanidad. En la Grecia clásica el principio rector se expresó con el “conócete a ti mismo” délfico. En ese contexto la actividad más excelsa que el hombre podía realizar era el inteligirse a sí mismo y al mundo.

En años más recientes Marx afirmaba en su famosa Tesis 11 sobre Feuerbach: “Los filósofos no han hecho más que interpretar de diversos modos el mundo, pero de lo que se trata es de transformarlo”.

Para el pensamiento cristiano la actividad más importante que el ser humano puede y debe realizar es el amor; este sencillo y profundo principio es el que ha guiado el ideal de la cristiandad a través de los siglos. Esos principios generales, tanto filosóficos como teológicos se van encarnando en propuestas específicas en los diversos momentos históricos. El siglo pasado el mundo pudo contemplar los intentos por llevar a la práctica los principios marxistas, ese afán de transformar el mundo recurriendo incluso a la revolución y uso de las armas para vencer las resistencias del “statu quo”.

En una América Latina que en las últimas décadas del siglo XX se vio presa de diversos regímenes inhumanos, la Iglesia no permaneció indiferente ni en su pensar ni en su actuar. En diciembre de 1971 aparecía en Perú un texto que llegó a marcar de algún modo el inicio de lo que se conocería como lo que su título enunciaba: “Teología de la liberación”. Su autor, un sacerdote diocesano peruano, hoy de la Orden de Santo domingo, afirmaba: “La teología de la liberación nos propone, tal vez, no tanto un nuevo tema para la reflexión, cuanto una nueva manera de hacer teología. La teología como reflexión crítica de la praxis histórica es así una teología liberadora, una teología de la transformación liberadora de la historia de la humanidad y, por ende, también, de la porción de ella —reunida en ecclesia— que confiesa abiertamente a Cristo”. (GUTIÉRREZ, GUSTAVO; Teología de la liberación. Perspectivas; Sígueme, Salamanca 199014, p. 72). Esta nueva forma de hacer teología provocó suspicacias dentro y fuera de la Iglesia al ser acusada de influencias marxistas; en realidad hoy se acepta que no era una teología, sino varias teologías de la liberación. Entre sus principales propuestas está la que afirma que la Iglesia debe hacer una “opción preferencial por los pobres”.

El pasado 16 de marzo del presente, en una audiencia a los comunicadores que cubrieron el evento del cónclave, el Papa Francisco hablando de cómo había elegido su nombre, inspirado en el santo de Asís, exclamó: “Es el hombre que nos da este espíritu de paz, el hombre pobre… ¡Ah, cómo me gustaría una Iglesia pobre y para los pobres!”. El pensamiento del Papa no es improvisado, hunde sus raíces en la teología de la Iglesia, de manera especial de la Iglesia latinoamericana que se expresa de modo puntual en los Documentos del Consejo Episcopal Latinoamericano en sus Conferencias de Río de Janeiro (1955), Medellín (1968), Puebla (1979), Santo Domingo (1992) y la más reciente en Aparecida (2007), de la que el Cardenal Bergoglio fue Relator General.

Para el Teólogo jesuita Juan Carlos Scannone, también él argentino, el Cardenal Bergoglio tiene su propia de versión de la teología en comento, a la que él llama “Teología del pueblo”, y dice: «como la teología de la liberación, utiliza el método “ver-juzgar-actuar”, une praxis histórica y reflexión teológica, y recurre a la mediación de las ciencias sociales y humanas. Pero privilegia un análisis histórico-cultural con respecto al socio-estructural de tipo marxista».

Durante los años de la evolución de la “Teología de la liberación” la Congregación para la Doctrina de la Fe, entonces presidida por el Cardenal Ratzinger, publicó dos documentos que hacían referencia al tema de modo explícito: Libertatis nuntius (1984) y Libertatis conscientia (1986).

El miércoles 4 de septiembre del presente, en L’Osservatore Romano apareció un artículo que comenta la aparición de un libro intitulado “Dalla parte dei poveri. Teologia Della liberazione, teologia de la Chiesa” (De la parte de los pobres. Teología de la liberación, teología de la Iglesia) escrito a cuatro manos, por el Padre Gustavo Gutiérrez y el Cardenal Gerhard Ludwig Müller, actual Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la fe.

Dejémonos de recelos, parte de lo mejor de esa experiencia latinoamericana de reflexión es hoy oficialmente reconocida, el Papa nos recuerda en la Lumen fidei el papel de la teología: “la teología participa en la forma eclesial de la fe; su luz es la luz del sujeto creyente que es la Iglesia. Esto requiere, por una parte, que la teología esté al servicio de la fe de los cristianos, se ocupe humildemente de custodiar y profundizar la fe de todos, especialmente la de los sencillos. Por otra parte, la teología, puesto que vive de la fe, no puede considerar el Magisterio del Papa y de los Obispos en comunión con él como algo extrínseco, un límite a su libertad, sino al contrario, como un momento interno, constitutivo, en cuanto el Magisterio asegura el contacto con la fuente originaria, y ofrece, por tanto, la certeza de beber en la Palabra de Dios en su integridad” (n. 36).

Pbro. Mtro. Filiberto Cruz Reyes