PALABRA DOMINICAL: 2° DOMINGO DE PASCUA – A Jn 20, 19-31 “DE LA MISERICORDIA DIVINA, A LA MISERICORDIA HUMANA”

“DE LA MISERICORDIA DIVINA, A LA MISERICORDIA HUMANA”

 

Después de celebrar la Pascua de Cristo y contemplar que ha vencido a la muerte, nos maravillamos del poder de Dios. Aunque la grandeza de Dios impresiona, no nos quedamos ahí, sino que probamos de su amor, que conmociona, emociona y enternece. Por tal motivo, este segundo domingo de Pascua, reconocemos y celebramos la misericordia que Dios ha tenido con nosotros. 

El Papa San Juan Pablo ll, de feliz memoria, en el contexto de la canonización de Sor Faustina Kowalska, determinó que, en adelante, este ll Domingo de Pascua, se designé como “domingo de la Misericordia Divina”. Pues en efecto, las lecturas en general y el Evangelio de un modo muy particular, nos encaminan a descubrir la gran misericordia que Dios ha tenido con nosotros. Misericordia de la cual somos destinatarios y a la cual, estamos invitados a compartir como mensajeros, como misioneros de la misericordia. 

Los discípulos, nos narra el Evangelio, se hallaban encerrados “por miedo a los judíos”. A pesar de que la roca había sido removida del sepulcro, la piedra de los temores no había logrado removerse del espíritu apostólico de los discípulos. Cuantas veces el temor nos encierra: el temor a la crítica, las burlas, el fracaso, pero ni el temor o el encierro tienen la última palabra y, ante la desolación de los suyos, el bálsamo de la misericordia divina se derrama como alivio y motivación. 

Misericordia, es el “segundo nombre del amor” (Juan Pablo ll, Dives in misericordia, n. 7). Por ello, lo primero que hace el Señor ante los discípulos, es mostrar su misericordia. No llega Jesús regañándolos o reprochándoles su abandono. No llega Jesús acusándolos por sus miedos o denunciado su huida en el momento crucial de la cruz. Jesús es el rostro de la misericordia y se comporta de este modo, siendo sus primeras palabras: “la paz esté con ustedes”. El saludo del resucitado, el saludo de la misericordia divina, un modo de decir: los perdono, superemos los temores, es tiempo de salir y anunciar mi mensaje. 

El saludo, la confianza, el amor, despiertan nuevamente en los apóstoles la alegría. Cristo, después de probar en la cruz las consecuencias del pecado y sus horrores, confía a sus discípulos el don inestimable de su gracia que perdona, a fin de que a fuerza de experimentar su amor, estas tragedias no se vuelvan a repetir. La misericordia, queridos hermanos, es la historia del bien que no es recibido. Para hacer la gracia efectiva, es preciso ser tocado profundamente por ella. 

En la reunión, sin embargo, faltaba uno de los discípulos: Tomás. Su ausencia, le despertó ciertas dudas a pesar del testimonio de los otros diez. Ante esta actitud de Tomás, el Señor vuelve aparecerse en medio de los apóstoles y, dirigiéndose a él, lo invita a tocar las marcas de los clavos en sus manos y a comprobar su corazón traspasado, sobre todo este último, su corazón herido, del cual brota la misericordia que sana a la humanidad. 

Pero este amor misericordioso, no se limita a una relación egoísta, incluso diríamos dependiente ente la misericordia de Dios y yo, sino que me debe encaminar al encuentro con mi prójimo. Al final del Evangelio nos dice: “para que creyendo” en la misericordia divina, “tengan vida”. El pecado genera sufrimiento, ira, lucha y al final, muerte. La misericordia conlleva consuelo, perdón y vida. Por ello, la misericordia no se limita a un don para mí que se convierte en un derecho que retengo para juzgar si puedo o no compartirlo con el otro. La misericordia debe sensibilizarnos ante las necesidades y miserias humanas, debe ser como esa lanza que traspasa y toca nuestro corazón, para que nos permita convertirnos en misioneros de la misericordia divina. No olvidemos que el sufrimiento del otro, constituye un recordatorio para la conversión, ya que la necesidad de mi hermano, me recuerda la fragilidad de la mía. 

Un corazón misericordioso, ya nos lo ha recordado el Papa Francisco, no significa tener un corazón débil, sino todo lo contrario, es un corazón fuerte, firme, cerrado al tentador, pero abierto a Dios. De este modo, contemplando la misericordia, experimentando este amor y comprometidos con las necesidades de los hermanos, les invito a que, a fuerza de misericordia, devolvamos un rostro más humano a nuestra familia, sociedad, iglesia, mundo. El Señor nos anime, el Señor nos sostenga, el Señor nos bendiga.