SANTA IGLESIA CATEDRAL. Homilía domingo xx del tiempo ordinario.

DOMINGO 20° DEL TIEMPO ORDINARIO
Lc 12, 49-53.
“El mensaje de Jesús pone en tensión”

escudo del obispo

Queridos agentes de la Pastoral Penitenciaria,
Queridos miembros de las jornadas por la salud y por la paz,

Hermanos y hermanas todos en el Señor:

Con alegría les saludo a todos ustedes en esta mañana de domingo en la que como familia nos reunimos a celebrar la fe en Cristo, nuestra pascua y nuestra paz verdadera.

Lo hacemos en este día en el que también celebramos la memoria del martirio de un gran santo de nuestro tiempo San Maximiliano María Kolbe, muerto en los campos de concentración de Auschwitz. Aparentemente su existencia se podría considerar una derrota, pero precisamente en su martirio resplandece el fulgor del amor que vence las tinieblas del egoísmo y del odio. A san Maximiliano Kolbe se le atribuyen las siguientes palabras que habría pronunciado en el pleno furor de la persecución nazi: “El odio no es una fuerza creativa: lo es sólo el amor”. El generoso ofrecimiento que hizo de sí en cambio de un compañero de prisión, ofrecimiento que culminó con la muerte en el búnker del hambre, el 14 de agosto de 1941, fue una prueba heroica de amor.

He querido invitar a esta santa Misa a quien integran la Pastoral Penitenciaria pues al celebrar hoy la fiesta de este gran santo, es bueno que recordemos su enseñanza y su manera de vivir el evangelio, y así poder continuar con la bella tarea que muchos de ustedes realizan.

Gracias también por venir al grupo de médicos que realizan las jornadas de salud y de la paz, pues sin duda que de esta manera, hacen vida el evangelio.

En el evangelio de este domingo hay una expresión de Jesús que siempre atrae nuestra atención y hace falta comprenderla bien. Mientras va de camino hacia Jerusalén, donde le espera la muerte en cruz, Cristo dice a sus discípulos: “¿Piensan que he venido a traer al mundo paz? No, sino división”. Y añade: «En adelante, una familia de cinco estará dividida: tres contra dos y dos contra tres; estarán divididos: el padre contra el hijo y el hijo contra el padre, la madre contra la hija y la hija contra la madre, la suegra contra la nuera y la nuera contra la suegra” (Lc 12, 51-53). Quien conozca, aunque sea mínimamente, el evangelio de Cristo, sabe que es un mensaje de paz por excelencia; Jesús mismo, como escribe san Pablo, “es nuestra paz” (Ef 2, 14), muerto y resucitado para derribar el muro de la enemistad e inaugurar el reino de Dios, que es amor, alegría y paz. ¿Cómo se explican, entonces, esas palabras suyas? ¿A qué se refiere el Señor cuando dice —según la redacción de san Lucas— que ha venido a traer la “división”, o —según la redacción de san Mateo— la “espada”? (Mt 10, 34).

Para poder entender bien este pasaje son necesarias dos cosas:

a) El Reino de Dios es la idea central que lo atraviesa, y esto no es una cosa cualquiera; es lo más importante de todo y ante ello hay que decidirse. Por eso el evangelio de hoy nos invita a tomar una decisión radical por Jesús. No se puede perder el tiempo en consideraciones y excusas, porque el Reino ya está presente.

b) Jesús esta entregado de lleno y con pasión al anuncio de la buena noticia. Desde esta perspectiva se entienden mucho mejor las palabras: «Fuego he venido a traer a la tierra, y ¡como desearía que ya estuviese ardiendo!».

El mensaje de Jesús es como una espada tajante que se introduce hasta en lo que la sociedad considera más sagrado: la familia. Pone a todos en tensión, porque anuncia y trae un cambio de situación. Por ello, Jesús provoca al mismo tiempo, simpatías profundas y movimientos de viva oposición, y esto tanto entre los ricos como entre los pobres.

Jesús es un mensajero de la paz, pero de una paz que implica justicia y respeto a los derechos de los más indefensos. Proclamar la paz encuentra la oposición de quienes se benefician de un orden social injusto. Señalar las razones de la falta de fraternidad y de justicia les parecerá a algunos querer provocar divisiones.

Al proclamar un mensaje que era fuego, les invitaba a un cambio radical (el fuego es símbolo del Espíritu que separa el bien del mal, la verdad de la mentira, que acrisola lo bueno y pone al descubierto la escoria de las personas y de la sociedad.

El Reino de Dios no viene sin oposición. Tiene que ver con esta sociedad, con la paz y con la guerra, con la riqueza y la pobreza, con el hambre y el confort, con la vida y las muertes, con la seguridad y la violencia. Por eso anunciarlo y construirlo provoca división. Unos a favor y otros en contra.

El seguimiento de Cristo nos enfrenta al propio entorno. Y en esa lucha hemos de ser constructores de paz, ganando muchas batallas con paciencia y mansedumbre. El seguimiento de Jesús nos exige a cada paso violencias y rupturas. Algunas veces hasta derramar la sangre, como lo anota algunas veces la carta a los hebreos.

Quien lucha con sinceridad en su vida cristiana, en su entrega al servicio de la pastoral, sabe por experiencia cuantos retos tiene que afrontar con quienes quieren abaratar la cruz del evangelio; especialmente cuando se quiere devaluar la radicalidad del evangelio, haciéndolo al gusto de todos sin el compromiso que ello exige. Relativizar la ida cristiana será siempre una lucha que marcara muchas diferencias.

Una invitación: a vivir el evangelio, y a afrontar muchos conflictos. Primero en su propio corazón. Porque, tanto la paz como la guerra brotan de los estratos más hondos de la persona.

Una oración: Gracias Señor, por entrelazar nuestra vida, con tantas otras desvalidas, necesitadas, desprotegidas y solas. Gracias por llamar a l puerta cada día con una cara distinta, para mantener viva nuestra capacidad de entrega, y de fraternizar.