Palabra Dominical: ¡Qué no se nos olvide mirar al cielo!

 

Nos ayuda a entender mejor este relato de los Magos, la contraposición entre dos actitudes que se repiten continuamente a lo largo de todo el evangelio: Israel −su pueblo−, rechaza a Jesús, mientras que los paganos le reconocen como Hijo de Dios.
Es el domingo de la Epifanía del Señor, que quiere decir “manifestación”, y la Palabra de Dios en esta solemnidad está centrada toda sobre Jesús Mesías, Rey y Señor universal de todas las naciones. No ha venido solo para Israel sino también para los paganos.

La venida de los Magos es el inicio de la unidad de las naciones, que se realizará plenamente en la fe en Jesús, cuando todos los hombres se sientan hijos del mismo Padre y hermanos entre ellos. Los Magos como primeros “escuchadores” y testigos de Cristo son tipo y preludio de una más grande multitud de “verdaderos adoradores”. Jesús es el sembrador que trae la buena semilla, de la Palabra para todos, y es la Palabra la que crea la unidad en el amor entre los creyentes de todos los tiempos.

Los Magos son hombres de fe y con sensibilidad para descubrir los signos de Dios que los “expertos” en las cosas de Dios no pudieron descifrar; por ello preguntan: “¿Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido? Hemos visto surgir su estrella y venimos para adorarlo”. En esta pregunta está la grandeza de estos hombres.

Los Magos se manifiestan personas deseosas de saber y buscan la Verdad que da sentido a la vida. Por eso ¿cómo es posible concebir un viaje desde tierras lejanas, guiados solamente por un indicio luminoso? La sed de verdad de estos hombres tenía que ser muy ardiente para exponerse a los riesgos del ridículo, buscando noticias sobre un misterioso personaje. Su caminar por las calles de Jerusalén fue para ellos un viaje hacia la esperanza, un tentativo para encontrar una nueva luz para su espíritu. Una bella actitud que no permite estancarnos en la mediocridad.

Al darse cuenta la ciudad, los escribas y Herodes de esta actitud de búsqueda de los Magos se turban; no estaban en la misma sintonía ni tenían la capacidad para poner atención a la venida del Mesías. No tienen nada que aprender ni a quien buscar. Una actitud peligrosa y arrogante, también en nuestro tiempo. Es la actitud del fariseo, que incluso al salir del templo, trae un pecado más.

En los caminos de Dios es necesario estar desinstalados, siempre en actitud de movimiento, porque la vida es siempre un tiempo de conversión, ya que creer, no estar sentado en el trono de la autosuficiencia, sino caminar siempre en la humilde búsqueda de un bien más grande. Es un constante recorrer, en actitud vigilante, el sendero de la humildad y del servicio. Que no se nos olvide mirar hacia el cielo, en medio de la visión preocupante y horizontal de las inercias y de los legítimos trabajos de cada día.

Hoy el Señor nos comparte su luz. Una luz que tenemos que compartir cuando la hemos recibido de Dios y vemos la claridad del camino. Cristo no vino a salvar a unos cuantos privilegiados, sino a todos, porque es el Salvador de todos los hombres y quiere que nosotros colaboremos en esta tarea como discípulos suyos. Por eso, nuestra esperanza y compromiso es que un día toda la ciencia, la técnica y la humanidad globalizada, reconozcan que Jesús es su Señor y Salvador.

La luz del Señor nos contagie para que en nuestro proyecto misionero de un año nuevo, seamos luz del mundo y sal de la tierra.

† Faustino Armendáriz Jiménez
Obispo de Querétaro