HOMILÍA EN LA CELEBRACIÓN DE EXEQUIAS DEL REV. P. J. JUAN HERNÁNDEZ GARCÍA

HOMILÍA EN LA CELEBRACIÓN DE EXEQUIAS DEL REV. P. J. JUAN HERNÁNDEZ GARCÍA

Templo parroquial de la Parroquia de San Miguel Arcángel, Huimilpan, Qro., a 06 de septiembre de 2016.
Año de la misericordia
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escudo del obispo
Estimados hermanos y hermanas todos en el Señor:

1. Reunidos en oración en torno a los restos mortales de nuestro querido Padre J. Juan Hernández García, mejor conocido como el P. Juve, le damos en la fe la última despedida; una despedida llena de esperanza en Cristo, quien lo eligió para ser parte el grupo de sus discípulos, consagrando su vida al servicio de su Reino en la fidelidad y en la cercanía con su pueblo. Compartió con nosotros su vida en el ministerio sacerdotal como ‘pastor bueno” de la viña del Señor. Ahora Dios lo ha llamado a sí, después de una larga enfermedad, para acogerlo entre sus brazos paternos y misericordiosos y darle el premio de los justos.

2. Sumergidos en oración por este acontecimiento, los sacerdotes y fieles de esta diócesis, nos unimos al sentimiento de sus familiares y amigos cercanos, especialmente al de sus hermanas Flora y Adela, para dirigir con confianza nuestra mirada hacia el cielo, de donde viene la única luz que puede iluminar el misterio de la vida y de la muerte. En estos momentos de tristeza y de dolor viene en nuestra ayuda la palabra de Dios, que ilumina nuestra fe y sostiene nuestra esperanza: la muerte no tiene la última palabra sobre el destino del hombre. “La vida (…) no termina ―afirma la liturgia―, se transforma, y, al deshacerse nuestra morada terrenal, adquirimos una mansión eterna en el cielo” (Prefacio I de difuntos). “Dios llevará con Jesús a los que murieron con él” (1 Tes 4, 13). “Consuélense mutuamente con estos pensamientos” (1 Tes 4, 18).

3. Sin duda que esta mañana nos conforta y nos anima la Palabra de Dios que hemos escuchado, de manera muy especial en el hermoso relato de la resurrección de Lázaro, que nos narra el evangelio según san Juan (Jn 11, 1-45). Donde Jesús nos ofrece el punto de vista de Dios sobre la muerte física: “Dios la considera precisamente como un sueño, del que se puede despertar”. Jesús en varios episodios demostró un poder absoluto sobre esta muerte. La muerte del cuerpo es un sueño del que Dios nos despertara en el último día para llevarnos a ka morada del cielo y hacernos sentar junto él. Este señorío sobre la muerte no impidió a Jesús experimentar una sincera com-pasión por el dolor de la separación. Al ver llorar a Marta y María y a cuantos habían acudido a consolarlas, también Jesús “se conmovió profundamente, se turbó” y, por último, “lloró” (Jn 11, 33. 35). El corazón de Cristo es divino-humano: en él Dios y hombre se encontraron perfectamente, sin separación y sin confusión. Él es la imagen, más aún, la encarnación de Dios, que es amor, misericordia, ternura paterna y materna, del Dios que es Vida. Jesús sabe de nuestra naturaleza y conoce perfectamente que el hombre la muerte es para nosotros el final de la vida. Jesús sabe que para muchos de nosotros este momento es muy difícil y cruel. Por eso, hoy sigue diciéndonos aquellas bellas palabras que le dijo a Marta: “Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre”. Y añadió: “¿Crees esto?” (Jn 11, 25-26). Una pregunta que Jesús nos dirige hoy a cada uno de nosotros; una pregunta que ciertamente nos supera, que supera nuestra capacidad de comprender, y nos pide abandonarnos a él, como él se abandonó al Padre.
4. La respuesta de Marta es ejemplar y es una respuesta que les invito a que hagamos nuestra: “Sí, Señor, yo creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo” (Jn 11, 27). Al vernos hundidos en el dolor y en la tristeza por experimentar la muerte tan cercana del Padre Juve, estamos invitados para decir con fe y con esperanza: ¡Sí, Señor yo creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo! También nosotros creemos, a pesar de nuestras dudas y de nuestras oscuridades; creemos en el Señor, porque solo él tiene palabras de vida eterna; queremos creer en él, porque nos da una esperanza fiable de vida más allá de la vida, de vida auténtica y plena en tu reino de luz y de paz. Creemos que el Padre Juve, resucitará con el Señor y gozará de la gloria del cielo, porque como escuchamos en la primera lectura del libro de la sabiduría: “Fue agradable para Dios y Dios lo amó” (Sab 4, 10). Lo amó tanto que lo distinguió con la llamada divina del sacerdocio para ejercer en medio de su pueblo el ministerio sacerdotal por casi 29 años, en numerosas comunidades parroquiales:

– Primero, como Vicario Parroquial de la Parroquia de Santa María de la Asunción, Tequisquiapan, Qro., 02/10/1987.

– Después, fue párroco de las parroquias: Jesús María de Atarjea, Gto., 30/09/1991; La Purísima Concepción, Purísima de Arista, Qro. 10/07/1995; San Miguel Arcángel, Huimilpan, Qro., 30/10/1998; Santa María, Amealco, 01/08/2013. Además de ser decano y miembro de algunos órganos del gobierno eclesiástico como el Consejo Presbiteral.

5. Dios no puede dejar desamparado a quien ha puesto su confianza en él. La gente lo ve y no o comprende ni se da cuenta de que el Señor ama a su elegidos y se apiada de ellos y cuida de aquellos que le son fieles. Al Padre Juve, después de un fecundo ministerio el Señor le permitió experimentar la enfermedad donde sin bien es cierto que no fue fácil, el Padre supo acogerlo como un camino de purificación y santificación. El Papa San Juan Pablo II decía: “El sufrimiento parece pertenecer a la trascendencia del hombre; es uno de esos puntos en los que el hombre está en cierto sentido destinado a superarse a sí mismo y de manera misteriosa es llamado a hacerlo” (Salvifici doloris, 2). El Padre Juvenal fue un hombre de mucha fe y con su vida nos enseñó que “el amor es también la fuente más plena de la respuesta a la pregunta sobre el sentido del sufrimiento. Esta pregunta ha sido dada por Idos al hombre en la cruz de Jesucristo” (Salvifici doloris, 13).

6. Al celebrar esta Santa Misa Exequial, sin duda que pensamos en nuestra propia vida y en nuestra propia muerte, sin embargo, la fe nos anima y fortalece, pues deseamos que también cada uno de nosotros podamos “sumergirnos en el océano del amor infinito, en el cual el tiempo –el antes y el después– ya no existen” (cf. Spe salvi, 12). Esto nos ha de llevar a comprometernos más con Dios, experimentando su amor y su misericordia. En este sentido, es verdad que quien no conoce a Dios, aunque tenga múltiples esperanzas, en el fondo está sin esperanza, sin la gran esperanza que sostiene toda la vida (cf. Ef 2,12). La verdadera, la gran esperanza del hombre que resiste a pesar de todas las desilusiones, sólo puede ser Dios, el Dios que nos ha amado y que nos sigue amando “hasta el extremo, hasta el total cumplimiento” (cf. Jn 13,1; 19,30). La vida en su verdadero sentido no la tiene uno solamente para sí, ni tampoco sólo por sí mismo: es una relación. Y la vida entera es relación con quien es la fuente de la vida. Si estamos en relación con Aquel que no muere, que es la Vida misma y el Amor mismo, entonces estamos en la vida. Entonces “vivimos” (cf. Spe salvi, 27).

7. Que la Santísima Virgen María, a quien el padre Juve tanto amó, lo acompañe con su materna solicitud e interceda por él para que las puertas del Paraíso se abran y pueda así entrar a gozar eternamente de la gloria del Padre para ofrecer eternamente con Cristo el Sacrificio de amor en la eternidad. Y que a cada uno de nosotros que lloramos de tristeza, ella nos ayude a mantener la mirada fija en la Patria que nos espera; nos aliente a estar preparados, “con nuestros lomos ceñidos y las lámparas encendidas” para acoger al Señor “en cuanto llegue y llame” (cf. Lc 12, 35-36). A cualquier hora y en cualquier momento.

Dale, Señor el descanso eterno. Y luzca para él la luz perpetua. Descanse en paz. Así sea.

Que su alma y la de todos los fieles difuntos por al misericordia de Dios descansen en paz. Así sea.

+ Faustino Armendáriz Jiménez
Obispo de Querétaro