PALABRA DOMINICAL: Domingo XVIII Ordinario, Ciclo B. ( Jn 6, 24-35)

“No trabajen por ese alimento que se acaba, sino por el alimento que dura para la vida eterna”

Seguimos reflexionado el capítulo sexto del Evangelio de San Juan. Este domingo se nos presenta a Jesús poniendo un fuerte contraste con lo que los hombres quieren y lo que Él desea darles, después de la multiplicación de los panes, los hombres ven en el seguimiento a Jesús una útil y cómoda posibilidad para garantizarse el necesario alimento, no quieren de Jesús otra cosa solo satisfacer su necesidad sin mayor compromiso.

Jesús les invita a descubrir en el signo de la multiplicación del pan algo más profundo:  “Yo soy el pan de la vida; el que viene a mí no pasará hambre, y el que cree en mí no pasará nunca sed” con esta expresión el Señor explica, sirviéndose de una realidad terrena la necesidad vital, cuál es la importación de  su persona para la humanidad. Nuestra relación con el pan –o con el alimento en general– queda caracterizad por el hecho de tener que recurrir necesariamente a él. Dependemos del pan (alimento) no para algo superfluo o algo a lo que podamos fácilmente renunciar, sino para la base misma de nuestra existencia, para nuestra misma vida. Sin las fuerzas que nos vienen del pan no podemos vivir. No somos independientes y soberanos. Lo que el pan nos da no nos lo podemos proporcionar por nosotros mismos de ningún modo, ni con los pensamientos más clarividentes ni con la voluntad más firmes ni con los supuestos ‘decretos’ puestos de moda. El pan tiene que ver directamente con la vida y la muerte. Esto no depende de nuestra voluntad; es simplemente así. Por naturaleza debemos recurrir al pan. El pan está entre nosotros, con su maravillosa capacidad de mantenernos en vida. Se trata, sin embargo, de una capacidad limitada. Para cada hombre llega su momento en que ya ni el mejor pan puede ayudarle. Por desenas de años, le ha sustraído de la muerte, pero finalmente no consigue hacerlo.

Con la expresión “Yo soy el pan de vida”, Jesús afirma que la relación entre su persona y nosotros es del mismo tipo que la que se da entre el pan y nosotros. Por su parte, esto significa en Él en su persona, con todo cuanto le pertenece, nos puede dar aquello que el pan nos da, y no para la limitada vida mortal, sino para la infinita vida eterna. Aquello que ningún pan puede dar y a lo que no llega ninguna promesa o moda humana, por muy grande que sea, lo puede dar Él. Jesús es superior a la muerte y quiere conducirnos más allá de la muerte. Por parte nuestra esto significa que debemos recurrir a Él para tener la Vida Plena. Así como con el pan (alimento) encontramos el medio para sustraernos a la muerte y permanecer en la vida, en Jesús encontramos el camino para superar la muerte y entrar en la vida eterna.

Pero para que el pan me mantenga nutrido y por ende me de vida, debo comerlo. Si no lo como, termino teniendo hambre y muriendo, incluso ante cestos llenos de pan. No basta con hablar de pan o con pensar en él. Dedo entrar en la justa relación con él. Lo mismo se ha de hacer para la justa relación con la persona de Jesús: no basta con saber algo sobre su Evangelio o con hablar profundamente de Cristo. La única relación verdadera con Jesús es creer en Él. Yo creo en Jesús cuando le concedo toda mi confianza, me fío de Él y de su pretensión, sigo exclusiva y decididamente su persona y su vida, construyo todo sobre Él, sostengo todo en Él, vinculo mi vida a la suya. La Fe no es en primer término una certeza intelectual ni retener como cierta una declaración o un dato de hecho; es la actitud firme y confiada hacia la persona de Jesús, plenamente conscientes de su identidad y reconociéndole en toda su integridad personal. La Fe es relación y vinculación de persona a persona. Yo creo en Jesús cuando me vinculo totalmente a Él y me dejo determinar completamente por Él. La Fe podría parecer una vinculación tenue y débil. Pero una verdadera amistad o un verdadero matrimonio demuestra hasta qué punto una relación personal puede ser importante, firme y determinante para la vida. En la Fe en Jesús alcanza su punto culminante el poder y la eficacia vivificadora de la relación personal.

El pan-alimento da la fuerza necesaria para continuar viviendo sobre la tierra; la Fe en Jesús da la vida plena y eterna. Acerquemos a Jesús, abramos nuestro corazón a su propuesta evangélica, que sea Él quien sacie los anhelos más profundos de nuestro ser. Amén.