“Navegar mar adentro y echar las redes…”

Llamada y envió

Son dos palabras que siempre van unidas en la Sagrada Escritura. Dios llama para enviar. Y llama por el nombre propio y encomienda una misión concreta. La lista de los llamados es larga hasta nuestros días: Abrahán, Moisés, Jeremías, María, Pedro, Santiago,  Juan y Pablo, un largo etc… Los llamados expresan sus dificultades, pero el Señor siempre nos da las respuestas correctas a nuestros temerosos corazones y nos regala una bella promesa: “Yo estaré siempre con vosotros”.

La Hora de la Misión

Aunque la palabra Misión, pareciera dirigida solo a los consagrados sacerdotes y religiosos (as)  es Palabra – Envío común. Todos los bautizados somos enviados. La fe no es un bien privado, es una luz que tiene que resplandecer. “¡Ay de mí si no evangelizo!” –decía Pablo. Hay areópagos que se quedan sin Palabra de Dios. Y más en los tiempos que nos toca vivir en donde cada cual tiene que hacer su cada don-tarea efectivo entre sus hermanos, el mundo que nos toca vivir exige testimonio, exige renuncia, exige verdad en obras, la sola Palabra parece no convencer, ni los largos discursos bellos, llenos de doctrina y teología, pero carentes de vida real, llenos de elocuencias de lenguajes académicos, pero carentes de sentimiento y vida que despierte en el oyente, verdadero deseo de constante conversión. No podemos ceder ante las pretensiones de ir cumpliendo a medias una tarea que exige radicalidad: “Venga a nosotros tu Reino”, verdadera obra reconstructora de una sociedad cada vez más alejada de ese Reino entre dos fuegos el de la nada que representa el valor de la vida y el poco esfuerzo que ponemos en denunciar tajantes los males que nos aquejan.  El Reino es un mundo según el corazón de Dios; por eso mismo el reino pide cambio de corazones, de estructuras, de justicia y equidad. Es verdad que el Reino lo hace Dios, pero también es cierto (que Dios que te creo sin ti, no te salvara sin ti) como sabiamente lo dice el gran San Agustín. Por eso en la construcción del Reino de Dios entre los hombres de hoy se necesitan mis manos y tus manos, mi corazón, mi inteligencia, nuestra diaria entrega  y la de cada uno de los que ahora leen mis letras. El bautizado vive en el mundo y es en el mundo en donde está llamado a construir este Reino. Esta es nuestra misión preferente.

Año dos mil, Roma, Italia, en la gran Plaza de San Pedro, participaba del gran Jubileo Sacerdotal junto a hermanos sacerdotes de todo el mundo, muchas instantáneas grabadas en la mente ante esa gran multitud en la Misa dominical, pero un solo recuerdo que me acompañará toda la vida. La de mirar por última vez y muy de cerca al Gran San Juan Pablo II, su semblante enfermo y su debilitado cuerpo dolido me conmovieron;  en mi mente siempre guardé a ese gran Pontífice que vi por primera vez en el puente San Luisito, hoy puente del Papa en Monterrey a solo unos meses del inicio del Pontificado  que cambiaría la historia, en aquella ocasión la figura atlética enérgica carismática, hipnótica, nos invitaba a “no tener miedo”,  ahora mi dolor ante su figura cansada se convirtió en certeza esperanzadora, al escucharle con cansada, pero firme voz: “Naveguen mar adentro”. No era la voz de Juan Pablo II era la voz de Jesús desde todos los tiempos para el corazón de la Iglesia: “Remen mar adentro… echen las redes… Yo he vencido al mundo”.

Con mis pobres oraciones, necesitado siempre de las vuestras. @Pbro_JRodrigo

 

Pbro. José Rodrigo López Cepeda
Publicado en el periódico «Diócesis de Querétaro» del 16 de noviembre de 2014