MISA DEL DÍA DE LA VIDA CONSAGRADA, SANTA IGLESIA CATEDRLA DE QUERÉTARO.

Santa Iglesia Catedral de Querétaro, Qro., 02 de febrero de 2020.

La tarde del día 02 de febrero de 2021, Día de la Vida Consagrada, se llevó a la Santa Misa que fue presidida por Mons. Fidencio López Plaza, X Obispo de la Diócesis de Querétaro, en la Santa Iglesia Catedral, ubicada en la ciudad episcopal de Santiago de Querétaro, contando con la presencia de una representatividad de las distintas congregaciones de vida Consagrada tanto femeninas como masculinas de manera presencial y los demás se unieron de manera virtual, ya que debido a la pandemia no son recomendable las reuniones masivas, antes de la celebración eucarística, se tuvo un tema: “San José custodio de la vida consagrada”, que fue expuesto por el Pbro. Rafael Gavidia Arteaga, entre los temas que resalto fueron los tres votos que se hacen al consagrarse: Castidad, Pobreza y Obediencia tomando como modelo idóneo a San José, hombre casto, pobre y obediente además de la Fraternidad: “somo parte de la gran familia de Dios, por lo cual debemos tomar como modelo a la familia de Nazaret y San José es el modelo de fraternidad para vivirse en sus casas y en sus familias”, concluyo para posteriormente preparase a la Santa Misa.

Esta Santa Eucaristía fue concelebrada por el Pbro. Lic. Sacramento Arias Montoya, Vicario Episcopal para la Vida Consagrada, y algunos otros sacerdotes que en esta ocasión pudieron estar de manera presencial en la Santa Iglesia Catedral, en el marco de la Jornada de oración por la Vida Consagrada.  

En el Momento de la homilía, Mos. Fidencio les compartió diciendo:

“Venerables Hermanas y Hermanos de Vida Consagrada. Hermanas y Hermanos que físicamente y presencialmente están conectados con nosotros en ésta Santa Eucaristía.

Como consecuencia de la exhortación apostólica ‘Vita Consecrata’ del 25 de marzo de 1996, El Papa san Juan Pablo II estableció el 2 de febrero de 1997, que cada año en esta fecha se celebre el día de la Vida Consagrada. Felicidades hermanas y hermanos.

No es casual, la Vida Consagrada con la riqueza de los carismas y ministerios que contiene, está llamada a ser “Candelaria”, a ser lucernario en medio de la noche, a prolongar la luz de la noche de Pascua, a transformar el mundo en familia de Dios y a despertar al mundo (Cf. Jn 16, 33; Lc 12, 4), siendo la “voz” de Dios, y siendo pioneros de comunión y de fraternidad.

Si san Juan Pablo II, a la luz de la doctrina sobre la Iglesia-comunión, había exhortado a las personas consagradas a “ser verdaderamente expertas en comunión, y a vivir la respectiva espiritualidad” (Vita consecrata, n. 46), el Papa Francisco, inspirándose en san Francisco de Asís, fundador e inspirador de tantos institutos de vida consagrada, ensancha el horizonte e invita a todos a ser constructores de fraternidad universal, custodios de la casa común: de la tierra y de toda criatura ( cfr. Encíclica Laudato si). Comunión y fraternidad, no sólo porque son alimentos de la canasta básica de la vida consagrada, sino porque son dos medicinas que tenemos que aplicar con urgencia, en estos tiempos marcados por el cambio de época y acelerados por la pandemia COVID-19.

En este contexto, la Palabra de Dios nos pone ante la mirada de Jesús, María y José, de Simeón y Ana. Tres generaciones de la familia grande: los niños, los adultos y los abuelos; la promesa, responsabilidad y sabiduría, como constitutivos elementales de la Iglesia doméstica también llamada célula básica de la sociedad.

Primera generación, los niños:

Dios se ha manifestado como niño envuelto en pañales y recostado en un pesebre. Las expresiones de piedad popular en las fiestas de Navidad y en esta fiesta de la Candelaria son impresionantes: mirar al niño Dios en los brazos de las familias; las relaciones entre los padrinos y los compadres, la fiesta de los tamales, la rosca, las semillas, las plantas medicinales…, toda una fiesta para celebrar que Dios se hace niño y necesita de nuestra ternura y de nuestros cuidados, todo para celebrar que Dios es de nuestra familia y de nuestra sangre (Cfr. Hb. 2, 14), que se hizo carne en el vientre de María, que nació en una familia, y que necesita de nuestros abrazos y de nuestros besos; porque Él sabe, que sólo si podemos decir: que lo hemos visto, que lo hemos oído, y que lo hemos tocado, nuestra alegría será plena, y nuestro seguimiento será verdadero (Cfr. 1 Jn. 1, 1-4). Busquemos pues hermanas y hermanos a Dios donde se ha encarnado, busquémoslo en los seres humanos, en los enfermos, en los débiles, en los sencillos, en los pobres, y en los pequeños. Dios se ha inclinado y ha asumido la miseria de sus hijos, especialmente de los que viven en el subsuelo de la sociedad.

Segunda generación los adultos:

La santa Palabra de Dios dice que María y José como padres responsables de la educación de su Hijo, dieron cumplimiento a los ritos de la purificación de María y de la presentación de Jesús en el templo, dice que solían ir cada año a Jerusalén para las fiestas de Pascua, y que “Jesús crecía en edad, en sabiduría, y en gracia delante de Dios y de los hombres”. Una hermosa síntesis de los desafíos que Dios pone en las manos de quienes, como María y José, son responsables de la educación de sus hijos. Así, se consolida el proyecto creador de Dios sobre la familia para celebrar el amor y la fe, para orar y contemplar lo más sagrado, que es la vida de un recién nacido fruto del amor creador de Dios y de la familia.

Tercera generación, los ancianos:

Simeón y Ana son prototipo de las personas que tienen el espíritu y se dejan mover por él. De Simeón se dice explícitamente: “El Espíritu Santo estaba sobre él”; de Ana se dice implícitamente pues era profetiza. Ambos descubren en la presencia de una familia normal, de un niño normal, y en lo que sucedía todos los días, la irrupción de Dios, el cumplimiento de sus promesas y la novedad de su salvación.

Sobre esto dijo el Papa apenas hace dos días: “El Espíritu Santo sigue suscitando hoy pensamientos y palabras de sabiduría en los ancianos: su voz es preciosa porque canta las alabanzas de Dios y custodia las raíces de los pueblos. Nos recuerdan que la vejez es un don y que los abuelos son el eslabón entre generaciones, para transmitir a los jóvenes la experiencia de la vida y la fe. Los abuelos son a menudo olvidados y nosotros olvidamos esta riqueza de custodiar las raíces y transmitirlas.”

Que San José y la Santísima Virgen que cuidaron del cuerpo físico de Jesús y ahora cuidan de su cuerpo místico que es la Iglesia, nos protejan y nos acompañen. Que así sea”.

Momentos antes de terminar la celebración a nombre de la Vida Consagrada, le hicieron unos presentes al Señor Obispo, entre otros, un pectoral, un báculo y una mitra, al final Mons. Fidencio les dio la bendición.