Alocución en la Clausura del año del P. Eusebio Francisco Kino (2011), por los 300 años de su fallecimiento.

Magdalena de Kino, Son., 2 de diciembre de 2011

Muy buenos días:

Saludo con grande gozo a cada uno de ustedes, quienes se han reunido en este día para recordar la memoria del hombre que entregó su vida por la civilización y la evangelización de nuestra tierra, imprimiendo en nuestras raíces y en nuestra historia, los más vivos sentimientos de humanidad, de cultura y de compromiso cristiano.

Me dirijo con particular aprecio a las autoridades civiles, el Sr. Alcalde Arq. Melesio Chavarin y esposa, Sra. Teresita de Millán, colaboradores a las autoridades eclesiásticas, hermanos sacerdotes, quienes  en comunión han unido esfuerzos por reconocer la labor civilizadora y misionera del Padre Kino, ofrendando este homenaje en el «Año del P. Kino», como signo de reconocimiento a su labor de Padre y Pastor.

Al encontrarnos hoy venerando la memoria del Padre Kino, podemos hacernos inmediatamente una serie de preguntas que nos permitan  evidenciar tan emblemática figura entre ellas explicitar solamente tres: 1. ¿Quién fue el Padre Kino? 2. ¿Cuáles eran sus motivaciones? 3. ¿Qué nos enseña hoy a nosotros este gran personaje?

Para responder a dichas preguntas parto de las palabras del escritor Saturnino Campoy quien escribe: “Eusebio Francisco Kino es uno de los personajes que vinculados con la historia de Sonora; merece como muy pocos la admiración y gratitud de un pueblo”. Pues,  en primer lugar el Padre Kino respondió de la manera posible a la misión apostólica que le había sido confiada, que consistía en lograr la conversión de la mayor parte de los indios aborígenes a la religión cristiana; Segundo: predicó y difundió con una fe inquebrantable, las reglas de la moral cristiana, suavizando paulatinamente las asperezas de las costumbres y hábitos sociales de las tribus aborígenes; Tercero: impartió, simultáneamente, enseñanzas y conocimientos de aplicación práctica que mejoraran las condiciones de vida primitiva y de abandono de los indios que se aglomeraban en sus rancherías. Sin duda su motivación profunda para todo ello fue el amor, es decir Dios.

Al lado de cada Misión constituida en la iglesia edificada, sirvió desde luego al propósito puramente religioso, pero su actividad incansable desplegada entre los pueblos que poco a poco fueron quedando bajo su influencia, cumplió propósitos profundamente humanos porque el indio autóctono halló en él al maestro que lo iniciara en las primeras artes; y con el mismo ahínco con que enseñara a mejorar las siembras e introdujo el cultivo de hortalizas, etc., organizó también con éxito lisonjero la cría de ganado vacuno, cabrío, etc,, de tal manera que su afán constructivo o de organización trascendía notoriamente a los pueblos circunvecinos que poco a poco pasaban a formar parte de su esfera de acción.

Sus obras escritas nos permiten descubrir la base angular de sus características espirituales. Su abnegación, su espíritu de sacrificio, su ternura, su benevolencia e indulgencia especialmente para con los humildes y por otra parte su entereza y valentía para afrontar las más serias vicisitudes y peligros, sin más armas que las de su fe y aquellas prendas morales, dan tal vez la clave que lo condujo a realizar sus grandes proezas con una sencillez y rectitud admirables. Al mismo tiempo fue un sabio y sus discusiones y trabajos que formuló sobre astronomía como cartógrafo, matemático, etc, que le valieron entonces merecidos elogios hacen hoy que resalten más por eso mismo las cualidades morales a que antes nos referimos a las que se sumaron su ingenio y una gran dosis de buen humor. Kino fue un gran educador, de tal manera que afronto los retos de su tiempo porque evangélico educando y educo evangelizando; el P. Kino fue autor de diversos vocabularios indígenas de las lenguas guaycura, cochimi y nebe, y de la obra titulada «Las misiones de Sonora y Arizona»‘ además de un sinfín de obras diversas, entre ellas «Favores celestiales» reflejo de todo su itinerario misionero y de una sólida experiencia espiritual, junto con la pasión por el servicio desde el evangelio (aventuras y desventuras de su vida desde 1687 hasta 1706, cinco años antes de su muerte).

John Fiske escribe: “Al contemplar tal vida todas las palabras de alabanza son débiles e inútiles. El historiador puede solo inclinarse con respeto delante de tal figura. Cuando de tarde en tarde en el discurso de los siglos manda la providencia de Dios tales hombres al mundo, su memoria debe conservarse con cariño por la humanidad como la más preciosa y sagrada de sus preseas. Para los pensamientos, las palabras, las hazañas de tal personaje, no hay muerte que valga; la esfera de su influencia se va ensanchando para siempre… retoñan, florecen y llevan fruto de un siglo a otro”.

Hoy aparece en el escenario de nuestra Iglesia como un testimonio vivo y elocuente, porque la Iglesia está llamada a repensar profundamente y relanzar con fidelidad y audacia su misión en las nuevas circunstancias latinoamericanas y mundiales. No puede replegarse frente a quienes sólo ven confusión, peligros y amenazas, o de quienes pretenden cubrir la variedad y complejidad de situaciones con una capa de ideologismos gastados o de agresiones irresponsables. Se trata de confirmar, renovar y revitalizar la novedad del Evangelio arraigada en nuestra historia, desde un encuentro personal y comunitario con Jesucristo, que suscite discípulos y misioneros. Ello no depende tanto de grandes programas y estructuras, sino de hombres y mujeres nuevos que encarnen dicha tradición y novedad, como discípulos de Jesucristo y misioneros de su Reino, protagonistas de vida nueva para una Iglesia y una comunidad que quiere reconocerse con la luz y la fuerza del Espíritu (cf. DA, 11).

Esto es lo que  hoy nos enseña el Padre Kino, estas son las convicciones que lo movieron a recorrer grandes distancias en el afán de anunciar la alegría de la resurrección y la liberación del hombre, encontrándose con las realidades más humanas del hombre. “A todos nos toca recomenzar desde Cristo”. Estos son los caminos que hoy día hay que recorrer. “Caminos de muerte que llevan a dilapidar los bienes recibidos de Dios a través de quienes nos precedieron en la fe. Caminos que trazan una cultura sin Dios y sin sus mandamientos o incluso contra Dios, animada por los ídolos del poder, la riqueza y el placer efímero, la cual termina siendo una cultura contra el ser humano y contra el bien de los pueblos latinoamericanos. Caminos de vida verdadera y plena para todos, caminos de vida eterna, son aquellos abiertos por la fe que conducen a “la plenitud de vida que Cristo nos ha traído: con esta vida divina se desarrolla también en plenitud la existencia humana, en su dimensión personal, familiar, social y cultural” Esa es la vida que Dios nos participa por su amor gratuito, porque “es el amor que da la vida” (cf. DA, 13).

Con profunda gratitud, contemplamos la presencia de Jesucristo en la historia de nuestra Nación al tener un hombre como el Padre Kino. Valoramos las acciones, las virtudes, e incluso sus defectos, pues ha participado decididamente en la construcción y desarrollo de nuestra tierra, especialmente en los momentos más decisivos de la historia… Estamos llamados a ver con objetividad la historia y desentrañar sus enseñanzas que son más positivas que negativas, en su contexto histórico. La presencia en el mundo y la participación en el acontecer humano no es sólo pretensión legítima de los discípulos de Jesucristo, sino exigencia ineludible de su misión, pues “lo que no es asumido no es redimido” (San Irineo).

Quiero proponerles que renovemos nuestra cultura haciendo hincapié  en el tipo de cultura que los discípulos de Jesús debemos fomentar para mostrar la vitalidad de la fe y para colaborar a construir un proyecto nuevo al servicio de la Nación en el momento actual. Antes de que la fe pueda reflejarse en la vida social, su itinerario natural exige pasar por el ámbito de la conciencia personal, de las convicciones, de los estilos de vida que lleven a una conversión, es decir a un “cambio de mentalidad”  que transforme e impacte la propia vida y el entorno social. Este cambio renueva el modo como vivimos y como nos responsabilizamos de la realidad que nos toca afrontar. Precisamente por ello la fe cristiana posee una esencial dimensión cultural.

El P. Kino pasó por nuestra tierra como Jesús, «sanando a muchos y curándolos de sus enfermedades»; el P. Kino una bendición de Dios para Magdalena, para Sonora, para México. El gran misionero infatigable que aparece hoy como un paradigma para el sacerdote misionero de Sonora, de México.  No podemos pasar de largo ante su memoria, por ello que esta celebración y recuerdo tenga un seguimiento en un proceso que todos queremos, el camino hacia los altares. Gracias a Dios por este insigne misionero que deja su impronta espiritual en todos los magdalenense, quienes queremos recorrer sus huellas. Deja una huella en Sonora, en México, y su amor por nosotros le llevo a quedarse entre nosotros. El P. Kino siga vivo en nuestra memoria y continúe vivo y recorriendo los caminos de la misión en quienes hemos optado el itinerario de discípulos misioneros de Jesús.

¡Muchas Gracias!

† Faustino Armendáriz Jiménez
IX Obispo de Querétaro