La Voz del Espíritu

El mensaje de los miles de ciudadanos libres que salieron a las calles y plazas en todas las ciudades importantes de la república, es claro: queremos vivir en paz y, para eso, reclamamos seguridad. Las interrogantes sobre el cómo y el cuándo pesan sobre las conciencias de los responsables como exigencias ciudadanas ineludibles. Quien no sea capaz de escuchar este clamor y de responder con hechos, tiene abiertas las puertas de su despacho, pidieron los ciudadanos agraviados.

Desde luego que a esta lectura sustancial de la marcha se pueden añadir otras muchas, quizá válidas también. Podemos intentar una de ellas fijándonos en la utilización de los símbolos más expresivos y privilegiados por los manifestantes. El llamado Ángel de la Independencia ocupa un lugar de honor en la iconografía patriótica capitalina, lo mismo que la Bandera nacional, que ondeaba en el centro de la Plaza principal de la capital mexicana. Estos símbolos gozan de estima y son celebrados con particular honor por el pueblo mexicano, sobre todo en las fiestas patrias septembrinas, ya a las puertas. Son expresiones válidas para reafirmar su deseo de libertad.

Otro símbolo privilegiado fue la luz, en su singular expresión de “veladora”, artículo religioso, no precisamente litúrgico, de raigambre netamente popular. Es un objeto devocional con el que pueblo expresa su fe y alumbra ante el altar o ante la imagen sagrada los momentos más significativos de su parda existencia. Finalmente, las campanas de la Catedral, cuyo sonoro tañido centenario se convirtió en vibrante acompañamiento al clamor de justicia popular y al canto del Himno nacional.

Todas estas expresiones simbólicas manifestaron cuál es el verdadero sentir y latir del corazón del mexicano y se convirtieron, con más intuición que reflexión pero siempre con verdad, en público desagravio a las múltiples agresiones que ha sufrido el máximo símbolo de los católicos en los últimos tiempos, la iglesia Catedral metropolitana. Son las lacrimae rerum de que hablaba Virgilio o, dicho en cristiano, el paso del Espíritu de Dios, que sopla donde quiere, sana las heridas, remueve las escorias y eleva los corazones. ¿Habrá alguien que de verdad esté dispuesto a escuchar su voz?

† Mario De Gasperín Gasperín
Obispo de Querétaro