La Encarnación, camino de la salvación. La ley de la objetividad litúrgica

 

1. El camino por el cual Dios se comunica al hombre para ofrecerle su salvación, no está a la elección de cada uno ni, mucho menos sujeto a los propios gustos o caprichos, sino que está trazado y diseñado, casi podríamos decir que en cada uno de sus detalles, por voluntad explícita de Dios. Convenía que el Hijo de Dios padeciera y así entrara en su gloria; yo no procedo por mi propia cuenta, sino que todo lo que oí de mi Padre, eso hago; mi voluntad es hacer la voluntad del que me envió, etcétera, son textos que expresan el plan salvífico de Dios, escondido por siglos y ahora revelado a nosotros por medio de su Hijo. Existe, pues, una ley objetiva, concreta y querida por Dios para comunicarnos su salvación.

2. El hombre, si quiere salvarse, no puede hacer otra cosa que aceptar libremente este plan  y colaborar eficazmente con el designio salvífico que Dios nos ofrece, sin que podamos  inventar, modificar o trastocar a nuestro gusto el camino trazado por Dios. Esta realidad normativa de la salvación se llama Cristo, el Hijo de Dios encarnado; está explicitado en la santa Escritura, expresado sensiblemente en los santos Sacramentos y custodiado y transmitido por medio de la santa Iglesia, como pueblo de Dios fuera del cual no hay salvación, pueblo de Dios organizado jerárquicamente, bajo la dirección de sus legítimos pastores cuya cabeza es el Romano Pontífice. Toda la vida litúrgica está regulada por esta ley de la objetividad. La liturgia, como la Iglesia, es epifanía del Verbo encarnado.

3. Sabemos que la exaltación de la subjetividad es una de las características del hombre moderno, de la nueva mentalidad. Los sentimientos privan sobre el razonamiento, la sensibilidad sobre las convicciones, la inventiva sobre los principios, los gustos sobre la misma verdad. Es natural, pues, que todo esto choque, en cierta manera, con la objetividad  que debe regir en las acciones litúrgicas. Para la liturgia la objetividad y la verdad es Cristo, muerto y resucitado, escándalo para los paganos pero sabiduría de Dios para los que creen. Nuestra tarea consiste precisamente en la educación del pueblo de Dios, del hombre moderno, para que acepte y se adapte a este plan de Dios. No es Dios quien debe adaptarse al hombre: eso ya lo hizo en la Encarnación; ahora es el hombre el que debe adaptarse a Dios dejándose modelar y guiar por el Espíritu Santo mediante la santa Iglesia. Por tanto, la liturgia producirá sus frutos  cuando exista un clima en el que la majestad infinita de Dios, su santidad, irrumpa y tome posesión del hombre, de su psicología, de su interioridad y el sujeto interiorice el objeto —el misterio— respondiendo vitalmente a la norma objetiva que se le ofrece, la salvación del Verbo encarnado. La liturgia es la zarza ardiente que invita al hombre a acercarse y, ante la presencia del misterio, se descalza, se despoja de sus pertenencias y cae de rodillas en actitud de adoración. Entonces el hombre queda habilitado para levantarse y  cumplir su misión, que es la de liberar a sus hermanos de la esclavitud y conducirlos hacia la tierra prometida, la libertad de los hijos de Dios.

 

† Mario De Gasperín Gasperín
Obispo de Querétaro