La Cabeza de la Medusa

Decir que el país se está convirtiendo en un nido de serpientes es, sin duda, una expresión exagerada e injusta; pero afirmar que hay focos infecciosos donde el veneno de la violencia, de la mentira, del fraude, de la ilegalidad y de la injusticia tienen su morada estable, forma parte de la experiencia cotidiana de los ciudadanos. La violencia que se manifiesta a lo largo y ancho del país  y los focos de corrupción que se han tratado –por fin– de desmantelar en barrios connotados por lo mismo en el Distrito Federal, son ejemplos paradigmáticos que nos deben hacer reflexionar dónde estamos y hasta dónde más podemos llegar. La maldad difícilmente se contiene. Siempre puede ser mayor. Todo límite que se le imponga pasa por el sufrimiento y el dolor, y debe ser confiado a la misericordia infinita de Dios.

Después de la curación del ciego de nacimiento, Jesús invitaba a las autoridades a abrir ellos también los ojos y a caer en la cuenta de los tiempos que estaban viviendo. Encolerizados sus interlocutores le reprocharon que ellos no eran ciegos. Jesús les concede la razón haciéndoles ver empero su sinrazón: bastante luz han tenido con la palabra de Dios; sin embargo, no creen y su pecado es mayor. La luz brilla en el mundo, está claro, pero la preferencia según las cifras que arrojan las encuestas, es a favor de las tinieblas. Sólo quienes se abren al “esplendor de la verdad”, al Evangelio de Jesucristo, llegan a ser hijos de Dios. Siempre una mal vista minoría.

El cuadro de la miseria nacional se completa muy bien –lastimosamente– por las escenas  que vemos en el recinto de los representantes populares. Son para llorar: Perversión del orden social en nombre de la ley; acoso a las instituciones sustentadoras de la vida social pretextando contribuir a la convivencia; legalizar lo criminal en nombre de la virtud y de la vida… Nuestra orgullosa ciudad capital se ha -la han- convertido, para pena de todos, en la cabeza de la Medusa.

En medio de este enredijo moral y social anda penando el “alma nacional”, el pueblo mexicano de a pie, el que sufre y calla, fatiga y trabaja, ora y perdona; que poco explica cuando lo acosan los reporteros con sus micrófonos y cámaras amenazantes, pero que tiene la sabiduría de Dios y lleva su santo temor en el corazón; que “cree en Jesucristo y reza en español” aunque esté del otro lado de la frontera, que va a misa el domingo y guarda la semana Mayor. Ese es el pueblo que todavía sostiene la infraestructura moral y social del país y que constituye la parte mayoritaria y privilegiada de la Iglesia de Jesucristo. Esa es la raíz de donde brotará el retoño que sostendrá la esperanza del futuro mejor que deseamos.

 

† Mario De Gasperín Gasperín
Obispo de Querétaro