Homilía en las solemnes vísperas para la presentación de la obra literaria «Cristianos Ejemplares»

Capilla de Teología del Seminario Conciliar, Santiago de Queréetaro, Qro., a 30 de octubre de 2014
Año de la Pastoral Litúrgica

 

Queridos hermanos y hermanas todos en el Señor:

1. Con júbilo y alegría nos hemos reunido en esta hora para ofrecer a Dios el sacrificio vespertino de nuestros labios, desempeñando la función sacerdotal de Cristo, cabeza de la Iglesia, ofreciendo a Dios, «sin interrupción» el sacrificio de alabanza, es decir, la primicia de nuestros labios que cantan su nombre (cf. IGLH, 15), obedeciendo al mandato del Señor de orar sin desfallecer (cf. Lc 18, 1).

2. La celebración del jubileo por los 150 años de la erección canónica de nuestra amada diócesis de Querétaro, ha favorecido que juntos —pastores y fieles— hayamos podido hacer un alto para reflexionar en nuestro ser y quehacer como Iglesia; además, para reconocer la herencia cultural, artística, misionera y evangelizadora que hemos recibido de nuestros antepasados como un tesoro privilegiado y poder así, refrendar  con parresía el compromiso de la Nueva Evangelización en un proceso consciente de Misión Permanente, donde todos y cada uno de los bautizados, asumamos el mandato de Jesús de anunciar su palabra a todos los pueblos, haciendo de ellos discípulos misioneros de Jesucristo.

3. Hoy, valorando esta herencia, queremos reconocer la vida y el testimonio de fe de: 1. Mons. Manuel Rivera Muñoz (IV Obispo de Querétaro), J. Inés Sotero Nieves (Mártir), 3. Don Juan Caballero y Osio (Generoso benefactor queretano), 4. Rev. Madre Clemencia Borja Taboada (Fundadora de las Religiosas Misioneras Marianas), 5. Pbro. Florencio Rosas (Padre de Querétaro), 6. Norberto García de la Vega (Mártir), 7. Fray Antonio Margil de Jesús, OFM (Misionero santo e incansable), 8. Sr. Pbro. José Guadalupe Velázquez Pedraza (compositor y músico queretano), 9. Rev. Madre María Eugenia González Lafon (Fundadora de las Religiosas Catequistas de María Santísima) y 10. Manuel Campos Loyola (Mártir). Estos diez hombres y mujeres, que en el curso de la historia de la diócesis de Querétaro, dieron ejemplo de vida cristiana con su vivir y con su obrar, incluso —algunos de ellos— con el derramamiento cruento de la propia sangre. Somos conscientes que sin duda, son muchos más quienes en el silencio y en el anonimato, han sido verdaderos héroes de la fe en la vida sacerdotal, religiosa o  en el apostolado laical. Pues no cabe duda que a lo largo de todos estos años de historia diocesana “La santidad se ha manifestado como la dimensión que expresa mejor el misterio de la Iglesia. Mensaje elocuente que no necesita palabras, la santidad representa al vivo el rostro de Cristo” (NMI, 7). De esta manera, nosotros y las jóvenes generaciones podremos entender que es posible vivir el Evangelio.

4. Las palabras del apóstol Pedro que hemos escuchado en la lectura breve de estas vísperas (1 Pe 22-23) nos guían para captar la esencia de la identidad cristiana y el camino mediante el cual estos diez hombres y mujeres han dirigido sus pasos y ahora cada uno de nosotros podemos hacerlo, asumiendo el compromiso de hacer vida el evangelio. San Pedro escribe diciendo: “Por la obediencia a la verdad han purificado sus almas para un amor fraternal no fingido”. ¿Que dignifica esto? La novedad de la revelación bíblica consiste en que Dios se da a conocer en el diálogo que desea tener con nosotros. «Dios invisible, movido de amor, habla a los hombres como amigos, trata con ellos para invitarlos y recibirlos en su compañía» (Dei verbum, 2) invitándonos a vivir una experiencia de fe y de amor, que explique la dignidad y el valor de cada persona. Pues, creados a imagen y semejanza de Dios amor, sólo podemos comprendernos a nosotros mismos en la acogida del Verbo y en la docilidad a la obra del Espíritu Santo. Hoy, como Iglesia debemos estar convencidos que “El enigma de la condición humana se esclarece definitivamente a la luz de la revelación realizada por el Verbo divino”.

5. Es en este sentido que la “obediencia a la verdad” se entiende como la escucha atenta de la palabra revelada en Cristo, en el corazón de cada hombre y de cada persona con el fin de vivir como hijos de Dios. El hombre ha sido creado en la Palabra y vive en ella; no se entiende a sí mismo si no se abre a este diálogo, si no se deja transformar  y purificar por él. La Palabra de Dios revela la naturaleza filial y relacional de nuestra vida; la palabra de Dios nos purifica y lava de aquello que el pecado se  ha denigrado la imagen de Dios en nosotros mismos. Llevándonos a estar necesitados de la gracia de Dios, la cual Cristo, palabra del Padre, nos otorga mediante la fe y la obediencia a la verdad misma.

6. Queridos hermanos y hermanas, la obediencia a la verdad nos pone de frente al encuentro vivo con la palabra del Padre, es decir, con Jesús mismo quien con su muerte y resurrección nos invita a vivir como hijos de un mimo Padre y miembros de una misma familia. Esta esperanza, otorgada en la resurrección de Jesús, tiene consecuencias para la vida humana, implica una respuesta pero la respuesta no está presentada simplemente como “exigencia a cumplir” sino también como reconocimiento del don  en el marco del propio pasado, caracterizado por la ignorancia y la realidad de una vida vacía y que convoca: a ser santos como Dios es santo, por haber sido rescatados de una vida vacía por la sangre de Cristo, el Cordero sin mancha; a la fraternidad y al amor mutuo, por haber renacido por la fuerza de la palabra de Dios y finalmente, a beber como recién nacidos de la leche espiritual para crecer sanos.

7. Esta tarde el apóstol san Pedro pone ante nuestros ojos y en nuestros oídos, la necesidad del amor mutuo como la consecuencia de haber hecho nuestra la promesa de salvación. Pues dice: “ámense, pues, con intensidad y muy cordialmente unos a otros, como quienes han sido engendrados no de semilla corruptible, sino incorruptible, por la palabra viva y permanente de Dios” (v. ).  Estas palabras iluminan nuestra existencia y nos mueven a revisar en profundidad la propia vida, y nuestras relaciones interpersonales. Pues, la misma Palabra de Dios reclama la necesidad de nuestro compromiso en el mundo y de nuestra responsabilidad ante Cristo, Señor de la historia. El compromiso por la justicia, la reconciliación y la paz, tiene su última raíz y su cumplimiento en el amor que Cristo nos ha revelado. Todos los creyentes hemos de comprender la necesidad de traducir en gestos de amor la Palabra escuchada, porque sólo así se vuelve creíble el anuncio del Evangelio, a pesar de las fragilidades humanas que marcan a las personas. SAn Pablo en su carta a los Corintios nos enseña que “el amor es comprensivo, el amor es servicial y no tiene envidia; el amor no presume ni se engríe; no es mal educado, ni egoísta; no se irrita, no lleva cuentas del mal; no se alegra de la injusticia, sino que goza con la verdad. Disculpa sin límites, cree sin límites, espera sin límites, aguanta sin límites. El amor no pasa nunca” (1 Co 13,4-8).

8. Social y culturalmente estamos viviendo tiempos en los cuales, la experiencia del encuentro con Cristo, mediante su palabra, exige de cada uno de nosotros, el compromiso con la propia fe, el cual está llamado a verse reflejado en la vida, en las costumbres y en las relaciones interpersonales. Conscientes de esto, nos planteamos hoy la pregunta dirigida a Pedro en Jerusalén, inmediatamente después de su discurso de Pentecostés:”¿Qué hemos de hacer, hermanos?” (Hch 2,37). No se trata, pues, de inventar un nuevo programa. El programa ya existe. Es el de siempre, recogido por el Evangelio y la Tradición viva. Se centra, en definitiva, en Cristo mismo, al que hay que conocer, amar e imitar, para vivir en él la vida trinitaria y transformar con él la historia hasta su perfeccionamiento en la Jerusalén celeste (cf. NMI, 29). “Todos los cristianos, de cualquier clase o condición, estamos llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección del amor” (LG, 40). Los caminos de la santidad son múltiples y adecuados a la vocación de cada uno. Es el momento de proponer de nuevo a todos con convicción que al santidad es una llamada para todos los bautizados. La vida entera de la comunidad eclesial y de las familias cristianas debe ir en esta dirección.

9. Queridos hermanos y hermanas, hoy toca a nosotros reconocer la tarea y la vida de estos hombres y mujeres ilustres que nos han precedido en la fe, sin embargo, quiero invitarles para que siguiendo su ejemplo, cada uno de nosotros forjemos  la historia futura viviendo auténticamente nuestro cristianismo, sembrado la semilla del evangelio con la esperanza de ver cumplido el deseo del Señor en el propio corazón y en la propia vida. Seamos artífices de la historia de salvación, contrayendo la paz, promoviendo al justica y la caridad, y sobre todo, llevando el mensaje de la salvación como auténticos discípulos misioneros de Jesucristo a todos los rincones de nuestra querida diócesis.

10. Quiero aprovechar este momento para agradecer a todos aquellos quienes se han dedicado con esmero para preparar la edición de estas diez vidas ejemplares. Que su empeño y dedicación en este valioso trabajo, se va recompensado con frutos de verdadera santidad en ustedes.

11. Que la Santísima Virgen María, a quien invocamos como Madre de Dios y Madre nuestra, sea siempre para cada uno de nosotros la “Estrella de la mañana” que nos conduzca por los caminos de la santidad. Amén.

† Faustino Armendáriz Jiménez
Obispo de Querétaro