Homilía en las Solemnes Vísperas en el Curso de Formación Litúrgica del Presbiterio

Capilla del Semanario Conciliar de Nuestra Señora de Guadalupe de Querétaro,
Santiago de Querétaro, Qro., a 10 de septiembre de 2012.  


Queridos hermanos sacerdotes:

1. Les saludo a cada uno de ustedes en el Señor Jesús, el Pontífice de la Nueva Alianza, al iniciar esta semana de estudio y de formación permanente, la cual quiere ser una herramienta en todos los esfuerzos que como Diócesis queremos ofrecer para lograr redescubrir el sentido de la vida personal y ministerial del sacerdote. Somos conscientes que una de nuestras tareas principales es la santificación de los fieles.  Por ello, el directorio general para la vida y ministerio de los presbíteros dice: “El sacerdocio ministerial encuentra su razón de ser en esta perspectiva de la unión vital y operativa de la Iglesia con Cristo. En efecto, mediante tal ministerio, el Señor continúa ejercitando, en medio de su Pueblo, aquella actividad que sólo a Él pertenece en cuanto Cabeza de su Cuerpo. Por lo tanto, el sacerdocio ministerial hace palpable la acción propia de Cristo Cabeza y testimonia que Cristo no se ha alejado de su Iglesia, sino que continúa vivificándola con su sacerdocio permanente. Por este motivo, la Iglesia considera el sacerdocio ministerial como un don a Ella otorgado en el ministerio de algunos de sus fieles” (cf. Directorio general para la vida y ministerio de los presbíteros, n. 1).

2. Queridos sacerdotes, la temática elegida para esta semana de estudio es muy significativa: «La liturgia de la Iglesia, fuente de renovación espiritual que nos permite rencontrar el sentido de la vida sacerdotal». Pues la liturgia es “el ejercicio de la misión sacerdotal de Jesucristo en la que, mediante signos sensibles, se significa y se realiza, según el modo propio de cada uno, la santificación del hombre y, así, el Cuerpo místico de Cristo, esto es, la cabeza y sus miembros, ejerce el culto público» (cf. Sacrosactum Concilium, n. 7).  De este modo el sacerdote redescubre cada día en su ministerio su identidad más profunda y más visible, ayudando al pueblo santo de Dios a vivir la liturgia como expresión de la Iglesia en oración, como presencia de Cristo en medio de los hombres y como actualidad constitutiva de la historia de la salvación. De hecho, el documento conciliar pone en viva luz el doble carácter teológico y eclesiológico de la liturgia. La celebración realiza al mismo tiempo una epifanía del Señor y una epifanía de la Iglesia, dos dimensiones que se conjugan en unidad en la asamblea litúrgica, donde Cristo actualiza el misterio pascual de muerte y resurrección, y el pueblo de los bautizados bebe más abundantemente de las fuentes de la salvación. En la acción litúrgica de la Iglesia subsiste la presencia activa de Cristo: lo que realizó a su paso entre los hombres, sigue haciéndolo operante a través de su acción sacramental personal, cuyo centro es la Eucaristía.

3. En vísperas del Concilio, era cada vez más viva en el campo litúrgico la urgencia de una reforma, postulada también por las peticiones realizadas por varios episcopados. Por otra parte, la fuerte exigencia pastoral que animaba al movimiento litúrgico requería que se favoreciera y suscitara una participación más activa de los fieles en las celebraciones litúrgicas a través del uso de las lenguas nacionales, y que se profundizara el tema de la adaptación de los ritos en las diversas culturas, especialmente en tierras de misión. Además, resultaba clara desde el principio la necesidad de estudiar más profundamente el fundamento teológico de la liturgia, para evitar caer en el ritualismo o favorecer el subjetivismo, el protagonismo del celebrante, y para que la reforma estuviera bien justificada en el ámbito de la Revelación y en continuidad con la tradición de la Iglesia.

4. La liturgia de la Iglesia va más allá de la misma «reforma conciliar» (cf. Sacrosanctum Concilium, n. 1), que, de hecho, no tenía como finalidad principal cambiar los ritos y los textos, sino más bien renovar la mentalidad y poner en el centro de la vida cristiana y de la pastoral la celebración del misterio pascual de Cristo. Por desgracia, quizás también nosotros los pastores, tomamos la liturgia más como un objeto por reformar que como un sujeto capaz de renovar la vida cristiana, dado que «existe, en efecto, un vínculo estrechísimo y orgánico entre la renovación de la liturgia y la renovación de toda la vida de la Iglesia. La Iglesia, saca de la liturgia las fuerzas para la vida». Nos lo recuerda el beato Juan Pablo II: “la liturgia se presenta como el corazón palpitante de toda actividad eclesial” (cf. Juan Pablo II,  Carta apostólica Vicesimus quintus annus, n. 4). Por ello, “Es necesario entonces que  la vida espiritual de los sacerdotes y delos fieles se alimente en la celebración litúrgica” (cf. Juan Pablo II, Carta apostólica Spiritus et Sponsa, n. 10). Y también, “Es necesario un cristianismo que se distinga ante todo en el arte de la oración litúrgica” (cf. Juan Pablo II, carta apostólica Novo millennio ineunte, n. 32). Para educar en la oración, y especialmente para promover la vida litúrgica, es indispensable el compromiso de los pastores. Implica un deber de discernimiento y guía. Esto no se ha de ver como un principio de rigidez, en contraste con la necesidad del espíritu cristiano de abandonarse a la acción del Espíritu de Dios, que intercede en nosotros y «por nosotros, con gemidos inenarrables» (cf. Rm 8, 26). A través de la guía de los pastores se realiza más bien un principio de «garantía», previsto en el plan de Dios sobre la Iglesia y gobernado por la asistencia del Espíritu Santo.

5. La liturgia, culmen hacia el que tiende la acción de la Iglesia y al mismo tiempo fuente de la que brota su virtud (cf. Sacrosanctum Concilium, 10), con su universo celebrativo se convierte así en la gran educadora en la primacía de la fe y de la gracia. La liturgia, testigo privilegiado de la Tradición viva de la Iglesia, fiel a su misión original de revelar y hacer presente en el hodie de las vicisitudes humanas la opus Redemptionis, vive de una relación correcta y constante entre sana traditio y legitima progressio, lúcidamente explicitada por la constitución litúrgicas conciliar en el número 23. Con estos dos términos, los padres conciliares quisieron expresar su programa de reforma, en equilibrio con la gran tradición litúrgica del pasado y el futuro. No pocas veces se contrapone de manera torpe tradición y progreso. En realidad, los dos conceptos se integran: la tradición es una realidad viva y por ello incluye en sí misma el principio del desarrollo, del progreso. Es como decir que el río de la tradición lleva en sí también su fuente y tiende hacia la desembocadura.

6. Queridos sacerdotes,  confío en que esta semana sirva de manera muy especial para que dé un renovado impulso a su servicio ministerial en la Iglesia, con plena fidelidad a la rica y valiosa tradición litúrgica y a la reforma querida por el concilio Vaticano II, según las líneas maestras de la Sacrosanctum Concilium y de los pronunciamientos del Magisterio. La liturgia cristiana es la liturgia de la promesa realizada en Cristo, pero también es la liturgia de la esperanza, de la peregrinación hacia la transformación del mundo, que tendrá lugar cuando Dios sea todo en todos (cf. 1 Co 15, 28). Por intercesión de la Virgen María, Madre de la Iglesia, en comunión con la Iglesia celestial y con los santos, iniciemos esta semana de estudio que pretende contribuir para la renovación del sentido de la vida, personal y ministerial de cada uno de nosotros. Amén.

 

† Faustino Armendáriz Jiménez
Obispo de Querétaro