Homilía en la Solemne Vigilia Pascual

Santa Iglesia Catedral, Ciudad Episcopal de Santiago de Querétaro, Qro.,  4 de abril de 2015

Año de la Pastoral de la Comunicación – Año de la Vida Consagrada

 

Muy queridos hermanos y hermanas todos en Cristo resucitado:

1. Con inmensa alegría y con el gozo de estar reunidos en esta Noche Santísima, celebramos el misterio central de nuestra fe: “Jesús de Nazaret, que fue crucificado, resucitó” (Mc 16, 1.7). Este es el mensaje que desde aquella noche santa hasta nuestros días, ha resonado en el universo entero y ha trasformado la historia de la humanidad. Mensaje que se quedó grabado en las almas y en el corazón de los discípulos y que posteriormente germinó una nueva cultura y una nueva forma de comprender al mundo, al hombre y al mismo Dios. Hoy, escuchamos que  esta Buena Noticia vuelve a resonar en este templo porque Dios desea que cada uno de nosotros seamos también partícipes de este gran acontecimiento, creyendo en su Hijo Jesucristo resucitado y llevando un vida nueva.

2. Jesús ha resucitado para que también nosotros, creyendo en Él, podamos tener la vida eterna. Este anuncio está en el corazón del mensaje evangélico. San Pablo lo afirma con fuerza: «Si Cristo no ha resucitado, nuestra predicación carece de sentido y vuestra fe lo mismo». Y añade: «Si nuestra esperanza en Cristo acaba con esta vida, somos los hombres más desgraciados» (1 Co 15,14.19). Desde la aurora de Pascua una nueva primavera de esperanza llena el mundo; desde aquel día nuestra resurrección ya ha comenzado, porque la Pascua no marca simplemente un momento de la historia, sino el inicio de una condición nueva: Jesús ha resucitado no porque su recuerdo permanezca vivo en el corazón de sus discípulos, sino porque Él mismo vive en nosotros y en Él ya podemos gustar la alegría de la vida eterna.

3. La liturgia, valiéndose fundamentalmente de algunos  signos como la luz, la palabra misma, el agua y el canto, nos hace comprensible este misterio, introduciéndonos en la pedagogía de la gracia hasta colocarnos en el umbral donde Dios mora y vive inmortal y glorioso por los siglos de los siglos.

4. La luz nos permite darnos cuenta de la realidad, nos ubica en el espAcio y en el tiempo, la luz nos permite conocernos y saber quién somos. La Iglesia antigua ha calificado el Bautismo como fotismos, como Sacramento de la iluminación, como una comunicación de luz, y lo ha relacionado inseparablemente con la resurrección de Cristo. En el Bautismo, Dios dice al bautizando: «Recibe la luz». El bautizando es introducido en la luz de Cristo. Ahora, Cristo separa la luz de las tinieblas. En Él reconocemos lo verdadero y lo falso, lo que es la luminosidad y lo que es la oscuridad. Con Él surge en nosotros la luz de la verdad y empezamos a entender. Por eso Cristo en esta noche resplandece ante nuestros ojos como luz del mundo. Porque desea disipar de nuestra vida aquello que nos impide entrar en contacto con la realidad, con la belleza, con la bondad, con el amor. Queridos hermanos y hermanas, quizá convenga que cada uno de nosotros en esta noche nos dejemos iluminar por esta Luz Santa, de manera que seamos iluminados y podamos descubrir la belleza con la cual fuimos creados; si nos dejamos iluminar por esta Luz Santa, sabremos descubrir la realidad que nos circunda y sabremos distinguir entre el camino del bien y el camino del mal, consientes que  existe una “gran diferencia entre los dos caminos” (cf. Didajé, 1, 1).

5. La palabra de Dios, de manera muy hermosa y sintética, nos ha permitido hacer un recorrido por la historia de la salvación, — desde la creación del mundo hasta la restauración en Cristo Jesús con su resurrección—, historia que de ninguna manera ha sido ajena al hombre, por el contrario ha sido el hombre mismo pieza clave. La contemplación del cosmos desde la perspectiva de la historia de la salvación nos lleva a descubrir la posición única y singular que ocupa el hombre en la creación: «Y creó Dios al hombre a su imagen; a imagen de Dios lo creó; hombre y mujer los creó» (Gn 1,27). Esto nos permite reconocer plenamente los dones preciosos recibidos del Creador: el valor del propio cuerpo, el don de la razón, la libertad y la conciencia. En todo esto encontramos también lo que la tradición filosófica llama «ley natural». En efecto, «todo ser humano que llega al uso de razón y a la responsabilidad experimenta una llamada interior a hacer el bien» y, por tanto, a evitar el mal. Como recuerda santo Tomás de Aquino, los demás preceptos de la ley natural se fundan sobre este principio (cf. Summa Theologiae, I-II, q. 94, a. 2). La escucha de la Palabra de Dios nos lleva sobre todo a valorar la exigencia de vivir de acuerdo con esta ley «escrita en el corazón» (cf. Rm 2,15; 7,23). A continuación, Jesucristo dio a los hombres la Ley nueva, la Ley del Evangelio, que asume y realiza de modo eminente la ley natural, liberándonos de la ley del pecado, responsable de aquello que dice san Pablo: «el querer lo bueno lo tengo a mano, pero el hacerlo, no» (Rm 7,18), y da a los hombres, mediante la gracia, la participación a la vida divina y la capacidad de superar el egoísmo (cf. VD, 9).

6. El manantial de gracias que podemos recibir en esta noche, es una invitación para que como los primeros cristianos: “vivamos según el Domingo” (Ignacio de Antioquía, Ad Magnesios 9, 1), es decir, para que vivamos según el Señor, poniendo en práctica la nueva ley que ha escrito en nuestro corazón. Un nuevo estilo de vida donde Cristo sea realmente luz de nuestra vida; luz para nuestros pasos. Un nuevo estilo de vida donde el agua viva, sacie la sed de nuestra vida, la sed que provoca en nuestro paladar espiritual el desgaste por el pecado, el desgaste por querer vivir sin Dios.  Un nuevo estilo de vida donde  la palabra de Dios sea el punto de referencia de nuestros proyectos personales, familiares y sociales. Un nuevo estilo de vida donde vivamos según la nueva ley inscrita en el corazón por el mismo Dios (cf. Ez 36, 16-28).

7. Queridas catecúmenos Karla y Mireya: en esta noche santísima ustedes serán introducidas en este misterio de salvación, Cristo luz de las naciones las conducirá hacia las aguas del bautismo, donde mediante su muerte las hará morir al pecado y mediante su resurrección les hará renacer a una vida nueva. De ahora en adelante, ustedes están llamadas a vivir el estilo de vida según el Evangelio. Un estilo de vida donde la experiencia de la resurrección  sea su punto de referencia. Cristo murió y resucitó para salvarnos a todos y mediante el bautismo hacernos partícipes de esta gracia. Siéntanse dichosas de poder ser admitidas a formar parte de los hijos de Dios. De ahora en adelante esfuércense en vivir realmente como tal.  Me alegra que en este día tan importante para ustedes se vean acompañadas de sus papás y padrinos, ellos son un signo visible del amor de Dios y de la comunidad cristiana que ha suscitado en ustedes la fe. Cuiden esta fe. Considérense muertas al pecado y vivas para Dios en Cristo Jesús, Señor nuestro (cf. Rm 6, 11).

8. Queridos hermanos y hermanas, La resurrección de Cristo es nuestra esperanza. La Iglesia proclama hoy esto con alegría: anuncia la esperanza, que Dios ha hecho firme e invencible resucitando a Jesucristo de entre los muertos; comunica la esperanza, que lleva en el corazón y quiere compartir con todos, en cualquier lugar, especialmente allí donde los cristianos sufren persecución a causa de su fe y su compromiso por la justicia y la paz; invoca la esperanza capaz de avivar el deseo del bien, también y sobre todo cuando cuesta. Hoy la Iglesia canta «el día en que actuó el Señor» e invita al gozo. Hoy la Iglesia ora, invoca a María, Estrella de la Esperanza, para que conduzca a la humanidad hacia el puerto seguro de la salvación, que es el corazón de Cristo, la Víctima pascual, el Cordero que «ha redimido al mundo», el Inocente que nos «ha reconciliado a nosotros, pecadores, con el Padre». A Él, Rey victorioso, a Él, crucificado y resucitado, gritamos con alegría nuestro Alleluia.

9. Felices Pascuas de Resurrección para todos ustedes, para sus familiares y amigos y en especial para quienes viven tristes porque han perdido la alegría de vivir. Amén.

 

† Faustino Armendáriz Jiménez

Obispo de Querétaro