HOMILIA EN LA SOLEMNE APERTURA DEL V CONGRESO EUCARÍSTICO DIOCESANO

Auditorio de los Trabajadores del Estado, Av. Fray Luis de León, Colinas del Cimatario, Ciudad episcopal de Santiago de Querétaro, Qro; lunes 23 de mayo de 2016

Año de la Misericordia
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“Jesús Eucaristía, fuente de comunión pastoral»

Estimados hermanos sacerdotes y diáconos
queridos miembros de la vida consagrada,
queridos laicos,
hermanos y hermanas todos en el Señor.

Con alegría nos hemos reunido esta tarde para la apertura solemne de este V Congreso Eucarístico Diocesano, que bajo el lema: “Jesús Eucaristía, fuente de comunión pastoral “, busca llevarnos a la reflexión en torno a Jesucristo Eucaristía y poder así aprender, de Él que el camino de la Iglesia en su afán de hacer vida La Nueva Evangelización, es la comunión, en la cual y mediante la cual, cada uno de los bautizados nos vemos sumergidos en el misterio del amor trinitario.

La Eucaristía es el corazón de la comunión eclesial, pues sin duda que ella construye la Iglesia y la Iglesia es el lugar donde se realiza la comunión con Dios y entre los hombres debemos ser conscientes de que la Eucaristía es el sacramento de la unidad y de la santidad, de la apostolicidad y de la catolicidad, sacramento esencial para la Iglesia, Esposa de Cristo y su Cuerpo. Así lo vemos constatado en las notas de la Iglesia son al mismo tiempo los vínculos de la comunión católica que permite la legítima celebración de la Eucaristía.

En este sentido creo que es importante recordar lo que en algún momento el Magisterio nos ha enseñado. “La Iglesia hace la Eucaristía y la Eucaristía hace la Iglesia”. Si bien ambas han sido instruidas por Cristo una en vista de la otra, los dos términos del conocido aforismo no son equivalentes. Si la Eucaristía hace crecer la Iglesia, porque en el sacramento está Jesucristo vivo, aún antes, Él ha querido que exista la Iglesia para que ella celebre la Eucaristía.

Los cristianos de Oriente subrayan especialmente que, desde la creación, la Iglesia preexiste a su realización terrena. La pertenencia a la Iglesia es prioritaria para poder acceder a los sacramentos: no se pude acceder a la Eucaristía sin haber antes recibido el Bautismo o no se puede retornar a la Eucaristía sin haber recibido la Penitencia que es el “bautismo laborioso” para los pecados graves. Desde los orígenes la iglesia para expresar tal urgencia propedéutica, instituyó respectivamente el catecumenado para la iniciación y el itinerario penitencial de la reconciliación. Además no existe Eucaristía válida y legítima sin el sacramento del Orden.

Por estas razones la encíclica Ecclesia de Eucharistía habla de un influjo causal de la Eucaristía en los orígenes mismos de la Eucaristía, y de la estrecha conexión entre una y otra. Con estas premisas se comprende mejor la afirmación que la celebración de la Eucaristía, no obstante, no puede ser el punto de partida de la comunión, que la presupone previamente, para consolidarla y llevarla a perfección.

El Sacramento expresa este vínculo de comunión, sea en la dimensión invisible…sea en la dimensión visible… La íntima relación entre los elementos invisibles y visibles de la comunión eclesial, es constitutiva de la Iglesia como sacramento de salvación. Solo en este contexto tiene lugar la celebración legítima de la Eucaristía y la verdadera participación en la misma.

Hablar de eclesiología eucarística no significa que en la Iglesia todo puede ser deducido de la Eucaristía, la cual, sin embargo, es siempre fuente y cumbre de la vida eclesial. En efecto, como afirma el Concilio Vaticano II: “ La sagrada liturgia no agota toda la actividad de la Iglesia, pues para que los hombres puedan llegar a la liturgia es necesario que antes sean llamados a la fe y a la conversión” (SC. 9).

Ahora bien, el espacio donde naturalmente se desarrolla en la parroquia. Ella, debidamente renovada y animada, debería ser el lugar idóneo para la formación y para el culto eucarístico, dado que, como enseñaba S. Juan Pablo II, la parroquia es una comunidad de bautizados que expresan y confirman su identidad principalmente por la celebración del Sacrificio eucarístico.

La parroquia debería aprovechar la experiencia y cooperación de los movimientos y de las nuevas comunidades que, bajo el impulso del Espíritu Santo han sabido valorizar, según los propios carismas, los elementos de la iniciación cristiana. Así podrán ayudar a muchos fieles a volver a descubrir la belleza de la vocación cristiana, cuyo centro es el centro de la Eucaristía para todos en la comunidad parroquial.

La expresión litúrgica de la eclesiología católica se encuentra en la anáfora mediante los llamados dípticos que recuerdan la dimensión eucarística del primado del Papa, Obispo de Roma, como elemento interno de la Iglesia universal, análogamente a la del obispo en la Iglesia particular. Es la única Eucaristía que convoca en la unidad la Iglesia contra cualquier fragmentación. La única Iglesia querida por Cristo repite siempre a una Eucaristía que se realiza en comunión con el colegio apostólico, del cual, el Sucesor de Pedro es la Cabeza.

Es éste el vínculo que hace legítima la Eucaristía. No es conforme a la unidad eucarística querida por Cristo solo una comunión transversal entre las llamadas iglesias hermanas. Es un elemento interior al sacramento la comunión con el Sucesor de Pedro, principio de unidad en la Iglesia, depositario del carisma de unidad y universalidad, que es el carisma petrino. Por lo tanto, la unidad eclesial se manifiesta en la unidad sacramental y eucarística de los cristianos.

Queridos hermanos y hermanas está es la consciencia que nuestra madre la Iglesia ha tenido y ha creído desde sus orígenes, así reflejado en el hermoso texto de la Didajé:

“Te damos gracias, nuestro Padre por la vida y la ciencia que nos enseñaste por Jesús, tu Hijo y Siervo: a Ti la gloria en los siglos. Como este pan fue repartido sobre los montes, y, recogido, se hizo uno, así sea recogida tu Iglesia desde los límites de la tierra en tu Reino porque tuya es la gloria y el poder, por Jesucristo, en los siglos” (Didajé, 3)

Que todos nosotros, dispersos en los diferentes montes de la vida, del trabajo, de la política, de la economía, del mundo laboral, de la educación y de los diferentes ambientes tengamos nuestra unión en Cristo. Todo esto debe llevarnos a testimoniar con más fuerza la presencia de Dios en el mundo, a no tener miedo de hablar de Dios y demostrar con la frente alta los signos de la fe, en el testimonio y con el diálogo con todos. Amén.