HOMILÍA EN LA SANTA MISA IN CŒNA DOMINI

Santa Iglesia Catedral, ciudad episcopal de Santiago de Querétaro, Qro., a 13 de abril de 2017.

***

Estimados hermanos sacerdotes,
Queridos miembros de la vida consagrada,
Queridos laicos,
Hermanos y hermanas todos en el Señor:

  1. Con esta celebración se abre para toda la Iglesia el Triduo Pascual, que ‘conmemora’ de manera solemne la pasión, muerte y resurrección del Señor. En estos tres días, que reconocemos como días santos, los creyentes en Cristo, unidos en oración, tendremos la oportunidad de contemplar de manera sacramental el misterio de la Redención, mediante el cual el Señor Jesús, amándonos hasta el extremo, y entregando su vida hasta la muerte, rescató para su Padre, al hombre, la historia, el cosmos. Son días que podríamos considerar como un único día: constituyen el corazón y el fulcro de todo el año litúrgico, así como de la vida de la Iglesia.
  1. Al final del itinerario cuaresmal, también nosotros nos disponemos a entrar en el mismo clima que Jesús vivió entonces en Jerusalén. Queremos volver a despertar en nosotros la memoria viva de los sufrimientos que el Señor padeció por nosotros y prepararnos para celebrar con alegría la verdadera Pascua, en la que se inmola el verdadero Cordero, cuya sangre consagra las puertas de los fieles (cf. Pregón pascual, MR, 318).
  1. La liturgia de esta tarde, tan rica en gestos y palabras, quiere ser para nosotros una experiencia mistagógica que nos motive a tres cosas: “Conmemorar”, “Pregustar “y “Adorar” el misterio que hoy estamos viviendo.

a)Conmemorar:

En la narración del éxodo que acabamos de escuchar, el escritor sagrado nos refiere las “prescripciones sobre la cena pascual” (12, 1-8.11-14), con las que pretendía garantizar en el pueblo de Israel, que el acontecimiento del paso de Dios en medio de su pueblo, que dio pie a su liberación, lograra ser una experiencia viva, de manera que este día se perpetuase como un ‘memorial’ y lo ‘celebrasen’ como fiesta en honor del Señor. Por otro lado, el apóstol San Pablo, nos ha descrito la experiencia de aquello que él mismo recibió como mandato, pues él entendió que la experiencia del Cenáculo, en la cual el Señor Jesús entregó su Cuerpo y su Sangre para sellar la nueva alianza, era la garantía.

Estas dos experiencias nos ayudan a comprender que “conmemorar” no sólo es recordar, sino sobre todo es hacer presente mediante ritos y oraciones el misterio de salvación mediante el Cristo ha liberado a su pueblo y ha sellado la Pascua definitiva. La Iglesia hace memoria de la última Cena, durante la cual el Señor, en la víspera de su pasión y muerte, instituyó el sacramento de la Eucaristía, y el del sacerdocio ministerial. En esa misma noche, Jesús nos dejó el mandamiento nuevo, el mandamiento del amor fraterno. La Iglesia cumple fielmente el mandato del Señor al repetir las palabras y los gestos de la institución y, además, la anamnesis expresa el sentido profundo y la actitud espiritual: “Por eso, Señor, nosotros tus siervos y todo tu pueblo santo, al celebrar este memorial de la pasión gloriosa de Jesucristo…” (cf. Canon Romano, MR, 562).

Puesto que se recuerda el misterio de la salvación ‘hasta que el Señor vuelva’, la anamnesis encierra una referencia al retorno del Señor en la gloria. De hecho, el memorial litúrgico es, de por sí, un alimento para la esperanza del pueblo; el recuerdo de las maravillas de Dios actualizadas en el hoy por la celebración de la Santa Misa, lo cual asegura la total fidelidad de Dios a su promesa.

Recordarle algo a Dios es tanto como asegurar su intervención. De ahí que el sentido original de la lectura que acabamos de escuchar en la carta a los Corintios  donde dice: “Pues cada vez que comen este pan y beben de este  cáliz, anuncian la muerte del Señor hasta que venga” (cf. 1 Cor 11, 23-26), La traducción más exacta sería: ‘hasta que se realice su venida’, lo cual tendría un sentido más profético.

Al celebrar la divina liturgia en la Misa, anunciamos la muerte del Señor. Esta proclamación se realiza por el mismo hecho de celebrar la Eucaristía, pues cuando la comunidad se reúne en asamblea para celebrar el memorial, constituye un signo o señal para toda la humanidad. En la anamnesis se expresa la conciencia que tiene la Iglesia de constituir el signo del misterio pascual de una manera que compromete a toda la humanidad, pues toda ella está abocada, como destino final, a encontrarse con Cristo en su retorno.

Hacer memoria de los misterios de Cristo significa también vivir en adhesión profunda y solidaria al hoy de la historia, convencidos de que lo que celebramos es realidad viva y actual. Por tanto, llevemos en nuestra oración el dramatismo de hechos y situaciones que en estos días afligen a muchos hermanos nuestros en todas las partes del mundo. Sabemos que el odio, las divisiones y la violencia no tienen nunca la última palabra en los acontecimientos de la historia. Estos días vuelven a suscitar en nosotros la gran esperanza: Cristo crucificado ha resucitado y ha vencido al mundo. El amor es más fuerte que el odio, ha vencido y debemos asociarnos a esta victoria del amor.

b)Pregustar:

En la liturgia eucarística, se nos da a pregustar el cumplimiento escatológico hacia el cual se encamina todo hombre y toda la creación (cf. Rm 8,19 ss.). Este memorial nos permite pregustar ya desde ahora del cielo. Lo hacemos en la escucha de la palabra de Dios que se proclama en las lecturas y cuando somos invitados,  a comer el pan de los Ángeles. Los dones eucarísticos son figura e imagen de la verdad de la Eucaristía. El hombre ha sido creado para la felicidad eterna y verdadera, que sólo el amor de Dios puede dar. Pero nuestra libertad herida se perdería si no fuera posible experimentar, ya desde ahora, algo del cumplimiento futuro. Por otra parte, todo hombre, para poder caminar en la dirección correcta, necesita ser orientado hacia la meta final. Esta meta última, en realidad, es el mismo Cristo Señor, vencedor del pecado y la muerte, que se nos hace presente de modo especial en la Celebración eucarística. De este modo, aun siendo todavía como “extranjeros y forasteros” (1 Pe 2,11) en este mundo, participamos ya por la fe de la plenitud de la vida resucitada. El banquete eucarístico, revelando su dimensión fuertemente escatológica, viene en ayuda de nuestra libertad en camino. El banquete eucarístico es para nosotros anticipación real del banquete final, anunciado por los profetas (cf. Is 25,6-9) y descrito en el Nuevo Testamento como « las bodas del cordero (Ap 19,7-9), que se ha de celebrar en la alegría de la comunión de los santos. (Sacramentum Caritatis, nn. 30-31).

Esto nos anima para que en comunidad recordemos la importancia de la oración de sufragio por los difuntos, y en particular la celebración de santas Misas por ellos, para que, una vez purificados, lleguen a la visión beatífica de Dios. Al descubrir la dimensión escatológica que tiene la Eucaristía, se nos ayuda en nuestro camino y se nos conforta con la esperanza de la gloria (cf. Rm 5,2; Tt 2,13).

c)Adorar:

Ya decía san Agustín: “Nadie come de esta carne sin antes adorarla […], pecaríamos si no la adoráramos (cf. Enarrationes in Psalmos 98,9 CCL XXXIX 1385); en efecto, en la Eucaristía el Hijo de Dios viene a nuestro encuentro y desea unirse a nosotros; la adoración eucarística no es sino la continuación obvia de la celebración eucarística, la cual es en sí misma el acto más grande de adoración de la Iglesia. Recibir la Eucaristía significa adorar al que recibimos. Precisamente así, y sólo así, nos hacemos una sola cosa con Él y, en cierto modo, pregustamos anticipadamente la belleza de la liturgia celestial. La adoración fuera de la santa Misa prolonga e intensifica lo acontecido en la misma celebración litúrgica. En efecto, sólo en la adoración puede madurar una acogida profunda y verdadera. Y precisamente en este acto personal de encuentro con el Señor madura luego también la misión social contenida en la Eucaristía y que quiere romper las barreras no sólo entre el Señor y nosotros, sino también y sobre todo las barreras que nos separan a los unos de los otros.

En unos momentos tendremos la noble oportunidad para adorar al Señor en la Eucaristía, al arrodillarnos en la consagración, al comulgar su cuerpo y su sangre y al rendirle postrarnos ante su presencia real en el momento en el cual será trasladado hacia el monumento que ha sido preparado.

Es curioso que hoy muchos se hayan acostumbrado a no hacer ningún gesto o signo ante la presencia real de Jesús. Para muchos es indiferente y cuando pasa ante nosotros, ni nos arrodillamos, ni nos descubrimos la cabeza. Les invito a cultivar estos gestos que lejos de ser avasalladores o humillantes son gestos pedagógicos y performativos.

  1. Queridos hermanos y hermanas, si somos conscientes que “Conmemorar”, “Pregustar” y “Adorar”, son tres realidades que vivimos cada que celebramos la santa Misa, nuestro amor por al Eucaristía será cada vez más grande. Y el servicio a la caridad se fortalecerá. Pues no cabe duda que cuando participamos con alegría en la santa Misa nuestra vida toda se transforma, cobra sentido y nos lanza al vivir el evangelio en la caridad y el amor fraterno. la vida de fe peligra cuando ya no se siente el deseo de participar en la Celebración eucarística, en que se hace memoria de la victoria pascual. Participar en la asamblea litúrgica dominical, junto con todos los hermanos y hermanas con los que se forma un solo cuerpo en Jesucristo, es algo que la conciencia cristiana reclama y que al mismo tiempo la forma. Perder el sentido del domingo, como día del Señor para santificar, es síntoma de una pérdida del sentido auténtico de la libertad cristiana, la libertad de los hijos de Dios.
  1. Pidámosle a Dios que nos conceda participar siempre en sus santos misterios, con la esperanza que algún día podamos participar de la liturgia del cielo. Amén.

+Faustino Armendáriz Jiménez

Obispo de Querétaro