Homilía en la Santa Misa de la Consagración de la Diócesis de Querétaro al Sagrado Corazón de Jesús y al Inmaculado Corazón de María

Santa Iglesia Catedral, Santiago de Querétaro, Qro.,  a 25 de agosto de 2012.


Hermanos sacerdotes,
hermanos y hermanas de la Vida Consagrada,
estimados representantes de los movimientos y asociaciones religiosas de nuestra comunidad diocesana,
queridas familias,
hermanos y hermanas todos en el Señor:

1. Les saludo a todos ustedes con la alegría de saber que por el bautismo hemos sido marcados y consagrados con el sello del Espíritu Santo, el cual habita en nosotros y nos hace exclamar: ¡Abbá Padre! De modo que ya no somos esclavos, sino hijos y por ello, herederos por voluntad e Dios (cf. Ga 4, 6). Saludo con grande aprecio a los Señores Vicarios Generales de nuestra Diócesis: Mons. Javier Martínez Osornio y al P. Martín Lara Becerril. Un saludo y un agradecimiento al Movimiento “Misión por el amor de Dios en Todo el Mundo”, a su fundador el Sr. John Rick Miller. Gracias por esta iniciativa que fortalece los proyectos pastorales de nuestra Diócesis. Saludo muy especialmente a las autoridades civiles aquí presentes. A todos ustedes les agradezco su respuesta generosa a esta iniciativa, que sin duda, es decisiva en la tarea de instaurar el Reino de Cristo en la tierra, en el presente histórico de nuestra Iglesia Diocesana.

2. Este día es un día memorable para esta Diócesis, pues renovamos nuestra consagración y pertenencia a Dios por medio de Jesucristo y de María Santísima de Guadalupe. Hemos escuchado en la Palabra de Dios, del libro de Josué un texto que es providencial para este día, en él se expresa y refleja el deseo y la voz de cada uno de nosotros quienes reconocemos nuestra total partencia a Dios y al cual deseamos consagrarnos, sirviendo al Señor porque él es nuestro Dios (cf. Josué 24, 18). Josué al proponer la renovación de la  alianza, subraya el momento de la decisión: “Hoy”, lo cual hace de la acción, no sólo es un acontecimiento histórico, sino que se actualiza entre nosotros bajo la acción del Espíritu Santo. De esta manera la consagración se convierte en una acción en el presente de nuestra vida y de nuestra historia. Pero ¿qué significa realmente consagrarse? En primer lugar decimos que tiene que ver con una realidad santa. Con el término «santo» se describe en primer lugar la naturaleza de Dios mismo, su modo de ser del todo singular, divino, que corresponde sólo a Él. Sólo Él es el auténtico y verdadero Santo en el sentido originario. Cualquier otra santidad deriva de Él, es participación en su modo de ser. Él es la Luz purísima, la Verdad y el Bien sin mancha. Por tanto, consagrar algo o alguno significa dar en propiedad a Dios algo o alguien, sacarlo del ámbito de lo que es nuestro e introducirlo en su ambiente, de modo que ya no pertenezca a lo nuestro, sino enteramente a Dios. Consagración es, pues, un sacar del mundo y un entregar al Dios vivo. La cosa o la persona ya no nos pertenece, ni pertenece a sí misma, sino que está inmersa en Dios. Un privarse así de algo para entregarlo a Dios, lo llamamos también sacrificio: ya no será propiedad mía, sino suya. Así, la alianza de salvación entre Dios y su pueblo es siempre de iniciativa divina, pero no elimina la responsabilidad humana. Hemos de corresponder con gran amor al amor inmenso de Dios. La respuesta del pueblo elegido es un acto de fe y de aceptación: servirá al Dios del éxodo o salida de Egipto, al Dios que ha realizado tan grandes maravillas en su favor, al Dios que siempre ha sido fiel a sus promesas, no obstante las muchas rebeliones de Israel, que ahora funda su elección en el recuerdo agradecido y en la reflexión de la experiencia histórica vivida. Es una gran lección para nosotros, que hemos sido más favorecidos que el Antiguo Israel. Quiero particularmente retomar y proponer para todos ustedes las cuatro piedras angulares en las cuales podemos hacer efectiva esta consagración:

  1. Consagración: Una promesa de cambio, un compromiso o alianza con Dios, lo cual conlleva una gracia, la conversión.

  2. Conversión: Metanoia -despertar espiritual- por el cual poco a poco un día a loa vez empezamos a experimentar ese proceso de conversión. Es llegar al pleno entendimiento  de que somos hijos de Dios Padre y no hijos de este mundo.

  3. Oración desde el corazón: es una relación de alianza establecida por Dios dentro de nuestros corazones.

  4. Buenas obras.


3. Ante esto, queridos hermanos y hermanas, la primera exhortación que brota de la Palabra de Dios,  la encontramos en la respuesta que hemos cantado con el salmista: “haz la prueba y verás qué bueno es el Señor” (cf. Salmo 33). En palabras humanas diríamos: ¡atrévete a consagrarte a Dios, a pertenecerle sólo a él, con todo tu ser, con toda tu historia, con toda tu realidad! Esta invitación nace de lo más profundo del corazón de Dios y es un gran misterio que como dirá el apóstol Pablo es semejante a la relación de Cristo con la Iglesia (cf. Ef 5, 21-32). Nuestra aceptación de Cristo y nuestra comunión de vida con Él tiene como marco de garantía la comunión eclesial con su Esposa fiel, amada y purificada con su sangre. Escribe Orígenes: “No quisiera que creyeran que se habla de la Esposa de Cristo, es decir, la Iglesia, con referencia únicamente al tiempo que sigue a la venida del Salvador en la carne, sino más bien se habla de ella desde el comienzo del género humano, desde la misma creación del mundo. Más aún, si puedo seguir a Pablo en la búsqueda de los orígenes de este misterio, he de decir que se hallan todavía más allá, antes de la misma creación del mundo. Porque dice Pablo: “Nos escogió en Cristo, antes de la creación del mundo, para que fuésemos santos (cf. Ef 1,4)” (Comentario al Cantar 2).

4. En el evangelio hemos escuchado una palabra que ilumina nuestra realidad de manera extraordinaria, dónde ante el escandalo del anuncio mesiánico muchos se han escandalizado y se han marchado, Jesús nos dice: “¿También ustedes quieren marcharse? Creo que quienes estamos aquí en esta celebración podemos asumir las palabras de Pedro: “Señor ¿a quién iremos? Tus palabras dan vida eterna. Nosotros creemos y sabemos que tu eres el santo de Dios” (cf. Jn 6, 68-69). Adherirse a su mensaje y a su persona a través de la fe es un don que nadie puede darse a sí mismo. Sólo el Padre. El hombre que es dueño de su propio destino siempre es libre de rechazar el don de Dios  y la comunión de vida con Jesús, sólo quien ha nacido y ha sido vivificado por el Espíritu y no obra según la carne, comprende la revelación de Jesús.  Y es introducido en al vida de Dios. Es a través de la fe como el discípulo debe acoger al Espíritu y al mismo Jesús, Pan eucarístico, sacramento que comunica el espíritu y transforma la carne.

5. Queridos hermanos y hermanas, no podemos prescindir de esta realidad, somos llamados a la santidad y a vivir como tales. La Iglesia está fundada, no solo sobre los apóstoles, sino también sobre los profetas (Ef 2,20). Hoy la realidad que nos asecha se ha vuelto para el ser humano cada vez más opaca y compleja. Por ello los cristianos necesitamos recomenzar desde Cristo, desde la contemplación de quien nos ha revelado en su misterio la plenitud del cumplimiento de la vocación humana y de su sentido. “Él amó tanto a la Iglesia, que se entregó por ella, santificándola con el lavatorio de agua” (Ef 5,26). Necesitamos hacernos discípulos dóciles, para aprender de Él, en su seguimiento, la dignidad y plenitud de la vida. Y necesitamos, al mismo tiempo, que nos consuma el celo misionero para llevar al corazón de la cultura de nuestro tiempo, aquel sentido unitario y completo de la vida humana que ni la ciencia, ni la política, ni la economía ni los medios de comunicación podrán proporcionarle. En Cristo Palabra, Sabiduría de Dios (cf. 1 Cor 1, 30), la cultura puede volver a encontrar su centro y su profundidad, desde donde se puede mirar la realidad en el conjunto de todos sus factores, discerniéndolos a la luz del Evangelio y dando a cada uno su sitio y su dimensión adecuada (cf. DA 41). Sólo de la unión con Jesús podremos obtener la fecundidad espiritual que genera esperanza en nuestra vida. San León Magno recuerda que “nuestra participación en el cuerpo y la sangre de Cristo sólo tiende a convertirnos en aquello que recibimos” (Sermón 12, De Passione 3, 7: PL 54).

6. Conscientes de ser indignos a causa de los pecados, pero necesitados de alimentarnos con el amor que el Señor nos ofrece en el sacramento eucarístico, renovemos esta tarde nuestra fe en la Eucaristía. No hay que dar por descontada nuestra fe. Hoy existe el peligro de una secularización que se infiltra incluso dentro de la Iglesia y que puede traducirse en un culto eucarístico formal y vacío, en celebraciones sin la participación del corazón que se expresa en la veneración y respeto de la liturgia. Siempre es fuerte la tentación de reducir la oración a momentos superficiales y apresurados, dejándose arrastrar por las actividades y por las preocupaciones terrenales. “La fe en Jesús como el Hijo del Padre es la puerta de entrada a la Vida. Los discípulos de Jesús confesamos nuestra fe con las palabras de Pedro: “Tus palabras dan Vida eterna” (Jn 6, 68)” (cf. DA 102). Cuanto más sepamos ponernos a disposición de la Palabra divina, tanto más podremos constatar que el misterio de Pentecostés está vivo también hoy en la Iglesia de Dios. El Espíritu del Señor sigue derramando sus dones sobre la Iglesia para que seamos guiados a la verdad plena, desvelándonos el sentido de las Escrituras y haciéndonos anunciadores creíbles de la Palabra de salvación en el mundo.

7. Quiero finalmente proponer como modelo de consagración a la Virgen María, ella quien supo saberse separada para Dios y cuya clave no fue otra, sino la de estar atenta a la escucha dela Palabra de Dios. Jesús muestra la verdadera grandeza de María, abriendo así también para todos nosotros la posibilidad de esa bienaventuranza que nace de la Palabra acogida y puesta en práctica. Por eso, recuerdo a todos ustedes que nuestra relación personal y comunitaria con Dios depende del aumento de nuestra familiaridad con la Palabra divina. Esta tarde, la presencia maternal de María nos asegura que Dios no nos abandona nunca, si nos entregamos a él y seguimos sus enseñanzas. Pongamos todos nuestros anhelos e inspiraciones bajo su protección e intercesión de manera que acogiéndonos a sus ojos misericordiosos podamos vivir en este valle de lágrimas. Que al consagrarnos, conscientes de lo que somos, realmente tomemos como modelo a María. Amén.

† Faustino Armendáriz Jiménez
IX Obispo de Querétaro