HOMILÍA EN LA NOCHE SANTA DE LA NAVIDAD.

Santa Iglesia Catedral, Ciudad episcopal de Santiago de Querétaro, Qro., a 24 de diciembre de 2017.

Año Nacional  de la Juventud

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Hermanos y hermanas todos en el Señor,

 

  1. Les anuncio una gran alegría, hoy nos ha nacido el Salvador”. Con estas palabras del evangelio según san Lucas (2, 10-11), la solemne liturgia de esta noche quiere que también nosotros seamos partícipes del acontecimiento en el cual el Hijo de Dios, nació del seno de la Virgen María, asumió nuestra débil naturaleza, para instaurar el reino de Dios entre nosotros y poder así, salvarnos de la muerte, del pecado, de las tinieblas, misterio que será consumado con su muerte y resurrección en la pascua gloriosa. “La palabra de Dios se hizo carne y habitó entre nosotros”. Es el mensaje central, el núcleo y el fundamento de esta celebración navideña. En esto consiste la Navidad, en la vivencia del misterio de aquella noche, que se hace presente en su Palabra y en la Eucaristía, la “carne de Cristo desde donde se engancha nuestra salvación” (cf. Tertuliano, De resurrectione mortuorum, 8, 2). Al reunirnos aquí esta noche, cada uno de nosotros hacemos vida las palabras del evangelio, que hemos escuchado, pues contemplamos al recién nacido de la Virgen María, Cristo; quien está presente en el pesebre desde donde su Palabra se proclama y desde donde su Cuerpo se nos da como alimento en cada Eucaristía.
  1. Motivado por este inconmensurable gozo, en esta noche quiero enviarles a tres cosas:
  1. No tengan miedo”. Es muy curioso que al mismo tiempo que el Ángel, anuncia a los pastores el alegre anuncio de la Navidad, les anima a no tener miedo. ¿Por qué les dice esto? recordemos que la teología del antiguo testamento concebía a un Dios lejano, inaccesible, imposible de ver, al punto que quien lo llegase a ver, moriría. Con la Encarnación del Hijo de Dios, las cosas cambian, Dios se hace un Dios cercano, accesible todos, más aun se hace uno como nosotros.  Por eso el Ángel anuncia: “no teman”, advirtiéndonos que de ahora en adelante ese Dios, es un Dios que podemos ver tocar, experimentar. Aprovechemos esto. Acudamos al pesebre donde Dios se ha querido hacer presente y contemplémosle. Desafortunadamente a veces nos hemos hecho una idea errónea de Dios. Entendiéndole como un Dios que condena, que castiga y que no perdona. Su justica, no es como la justicia de los hombres. Es una justicia rica en misericordia. Que no nos de miedo acercarnos a su persona, a su amor a su misericordia. Dios no es un Dios terrible, castigador, guerrero. Les animo y les invito a que se atrevan a acercarse. Hoy se nos ofrece como un recién nacido, pobre indefenso, pero resplandeciente de luz y de ternura. Si en tu corazón hay una situación que te impide acercarte, es tiempo y momento de dejarla atrás y acercarte. Vayamos a él con confianza, desde aquello en lo que nos sentimos marginados, desde nuestros límites, desde nuestros pecados. De manera muy especial les animo para que se acerquen a la vida sacramental, como es el Sacramento de la Reconciliación  e la Eucaristía. Particularmente invito a los adolescentes y jóvenes. Tengan la confianza que este pequeño niño tiene mucho que enseñarles. Tiene mucho que decirles. No tengan miedo de escuchar el susurro de su aliento que les sugiere opciones audaces; no tengan miedo cuando en lo secreto de su conciencia este  pequeño niño, les pida arriesgar todo para seguirle a él. Dios quiso hacerse hombre para que nosotros alcancemos la divinidad.
  2. Dejen que Jesús Niño sea la razón y el motivo de su alegría”: Dice San León Magno “Alegrémonos. No puede haber lugar para la tristeza, cuando acaba de nacer la vida. Nadie tiene por qué sentirse alejado de la participación de semejante gozo, a todos es común la razón para el júbilo porque nuestro Señor, destructor del pecado y de la muerte, corno no ha encontrado a nadie libre de culpa, ha venido para liberarnos a todos. Alégrese el santo, puesto que se acerca a la victoria; regocíjese el pecador, puesto que se le invita al perdón; anímese el gentil, ya que se le llama a la vida.” (Sermón 1 en la Natividad del Señor, 1-3: PI, 54, 190-193). Muchas podrán ser quizá las razones que cada uno tiene  para no estar alegres en este día y vivirlo como un día común y ordinario, sin embargo, la sola razón de saber que Jesús ha nacido para nuestro bien, es suficiente  para vivir alegres. Hagamos un espacio en el corazón para que el ‘Pequeño Emmanuel’, el ‘Dios-con-nosotros’,  ponga su morada entre nosotros. Con la seguridad y la certeza que su presencia no será una presencia invasiva, abrumadora, pesante, sino por el contrario, será una presencia confortante, liberadora, consoladora, esperanzadora. Dejemos que su presencia nos ayude a soportar el peso y el cansancio que la vida misma trae consigo;  dejemos que su presencia nos ayude a sobrellevar la carga de trabajo, la enfermedad, la soledad, las crisis de la edad, la desilusión. Si tenemos a Dios en el corazón, nada ni nadie podrá robarnos la alegría de vivir.
  1. Hagan oración”. La mejor manera de celebrar Navidad, es sin duda haciendo oración, de tal forma que con esta actitud, podamos realmente darnos cuenta de lo ocurrido aquella noche santísima, y así asumamos el llamado de los humildes pastores a ser partícipes de lo acontecido y podamos adorar al recién nacido. Desafortunadamente, en muchos lugares las luces y los regalos, le restan tiempo y quietud a nuestra vida, llevándonos por otro camino que no es el de Belén. Dejémonos guiar durante estos días por la liturgia y las prácticas de piedad que nos ayudan a adorar al Señor. Hagamos oración de manera personal, en familia, en comunidad. Con el corazón en las manos y arrodillados ante la presencia del Dios niño, hagamos un momento de silencio y en esta noche santa de Navidad digámosle contemplando: “Oh Cristo, Hijo de Dios, nacido a este mundo de una Virgen, que conmocionas los reinos por el terror de tu Natividad y apremias a los reyes a la admiración: Danos tu temor, que es el principio de la sabiduría, para que podamos fructificar en él y presentarte como homenaje un fruto de paz. Tú que, para llamar a las naciones, has llegado con la rapidez de un río, viniendo a nacer en la tierra para la conversión de los pecadores, muéstranos el don de tu gracia, a fin de que, siendo desterrado todo pavor, te sigamos siempre en el casto amor de una íntima caridad. (cf. Breviario Mozárabe). Amén.
  1. Que estas tres actitudes: “No tengan miedo”/ “Dejen que Jesús Niño sea la razón y el motivo de su alegría” / “Hagan oración”, sean para nosotros la ruta que nos permita vivir estos días de Navidad como auténticos cristianos. Tengamos la audacia de hacer frente al secularismo que de manera brutal nos seduce y nos hace perder el sentido auténtico de la Navidad. Dios pide hoy a cada uno de nosotros acoger a su Hijo, como Señor de nuestra vida y de nuestra historia. ¡Feliz Navidad¡

 

+ Faustino Armendáriz Jiménez

Obispo de Querétaro