Homilía en la Misa por el LX Aniversario de Coronación Pontificia de la Purísima Concepción

Templo parroquial de la Purísima Concepción, Hércules, Qro., 5 de diciembre de 2014
Año de la Pastoral de la Comunicación – Año de la Vida Consagrada

Muy queridos hermanos y hermanas todos en el Señor

[Les saludo a todos ustedes en este día tan especial y significativo para esta comunidad parroquial.
Saludo a mis hermanos sacerdotes aquí presentes. Al Sr. Cura El Pbro. Héctor Hernández Ugalde].

1. Con alegría nos reunimos en esta tarde para celebrar el LX Aniversario de la Coronación Pontificia de la venerada imagen de la Santísima Virgen María en su advocación de la Purísima Concepción, patrona principal de esta Parroquia; celebración mediante la cual, esta comunidad parroquial quiere renovar el reinado de María sobre todos y cada uno de los que conforman. Hoy, se renueva la alegría de hace sesenta años, cuando por voluntad del Papa Pio XII, esta comunidad depositaba sobre las cienes de esta bendita imagen una corona material adornada con piedras preciosas. Signo del amor y la devoción a la Santísima Virgen María. Sin embargo, al celebrar este feliz aniversario, es necesario que nos preguntemos sobre el significado real de este gesto tan hermoso y sobre la importancia en la vida de esta comunidad.

2. La liturgia que celebramos en esta tarde nos ayuda a comprender la dignidad real de la Santísima Virgen María. “Quien, preservada inmune de toda mancha de culpa original, terminado el decurso de su vida terrena, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celestial y fue ensalzada por el Señor como Reina universal con el fin de que se asemejase de forma más plena a su Hijo, Señor de señores (cf. Ap 19, 16) y vencedor del pecado y de la muerte” (Lumen Gentium, 59).

3. En el Evangelio hemos escuchado como María, ante la propuesta del Ángel, asume con humildad el proyecto de Dios. “Aquí esta la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra” (Lc 1, 38). El ángel le propuso algo realmente inconcebible: participar del modo más comprometedor posible en el más grandioso de los planes de Dios, la salvación de la humanidad. Ante la propuesta de Dios María se turbó, pues era consciente de la pequeñez de su ser frente a la omnipotencia de Dios, y se preguntó: ¿Cómo es posible? ¿Por qué precisamente yo? Sin embargo, dispuesta a cumplir la voluntad divina, pronunció prontamente su «sí», que cambió su vida y la historia de la humanidad entera. Gracias a su «sí» hoy también nosotros nos encontramos reunidos esta tarde.

4. Queridos hermanos y hermanas, quizá valga hoy preguntarse: lo que Dios nos pide, por más arduo que pueda parecernos, ¿podrá equipararse a lo que pidió a la joven María? Aprendamos de María a pronunciar nuestro «sí», porque ella sabe de verdad lo que significa responder con generosidad a lo que pide el Señor. María, conoce las aspiraciones más nobles y profundas que se anidan en nuestro corazón. Conoce bien, sobre todo, nuestro gran anhelo de amor, nuestra necesidad de amar y ser amados. Mirándola a ella, siguiéndola dócilmente, descubriremos la belleza del amor, pero no de un amor que se usa y se tira, pasajero y engañoso, prisionero de una mentalidad egoísta y materialista, sino del amor verdadero y profundo.

5. En lo más íntimo del corazón, todo aquel que se abre a la vida cultiva el sueño de un amor que dé pleno sentido a su futuro. Para muchos este sueño se realiza en la opción del matrimonio y en la formación de una familia, donde el amor entre un hombre y una mujer se vive como don recíproco y fiel, como entrega definitiva, sellada por el «sí» pronunciado ante Dios el día del matrimonio, un «sí» para toda la vida.

6. Reconocer a María como reina, significa estar dispuestos a dar nuestro «sí» a Dios. Ella lo hizo en la Anunciación, lo hizo en la Visitación; ella nos enseña que para reinar es necesario ponerse a la escucha de Dios, reflexionar, tratar de comprender la realidad y decidirse abandonarse totalmente a Dios. Ella nos enseña que reinar es ponerse al servicio de los más necesitados, incluso estando encinta, visita a la pariente anciana; ella nos enseña en las bodas de Caná que decide incluso contracorriente encomendarse al Hijo con insistencia para salvar la alegría de la boda.

7. María, nos enseña que servir es reinar y reinar es servir. El servicio que Dios nos pide es un servicio en favor de la familia humana. Y el mejor servicio que podemos hacer es anunciar a Jesucristo, vivo y resucitado. María, incluso asunta a los cielos, no ha dejado esta misión salvadora, sino que con su múltiple intercesión continúa obteniéndonos los dones de la salvación eterna. Con su amor materno cuida de los hermanos de su Hijo, que todavía peregrinan y hallan en peligros y ansiedad hasta que sean conducidos a la patria bienaventurada.

8. En la oración, ante Dios que habla, al reflexionar y meditar acerca de los hechos de su vida, María no tiene prisa, no se deja atrapar por el momento, no se deja arrastrar por los acontecimientos. Pero cuando tiene claro lo que Dios le pide, lo que debe hacer, no se detiene, no se demora, sino que va «deprisa». San Ambrosio comenta: «La gracia del Espíritu Santo no comporta lentitud» (Expos. Evang. sec. Lucam, II, 19: PL 15, 1560). La acción de María es una consecuencia de su obediencia a las palabras del Ángel, pero unida a la caridad: acude a Isabel para ponerse a su servicio; y en este salir de su casa, de sí misma, por amor, lleva cuanto tiene de más valioso: a Jesús; lleva al Hijo.

9. Queridos hermanos y hermanos, al colocar hoy nuevamente esta corona sobre la cabeza de la Santísima Virgen María, cada uno de nosotros nos comprometemos a estar dispuestos a dar nuestro “sí”, incluso a pesar de la propia vida y de los propios intereses. No podemos permanecer ajenos a este gesto, sin ejercer a caridad. “Cada cristiano y cada comunidad estamos llamados a ser instrumentos de Dios para la liberación y promoción de los pobres, de manera que puedan integrarse plenamente en la sociedad; esto supone que seamos dóciles y atentos para escuchar el clamor del pobre y socorrerlo. Hacer oídos sordos a ese clamor, cuando nosotros somos los instrumentos de Dios para escuchar al pobre, nos sitúa fuera de la voluntad del Padre y de su proyecto, porque ese pobre «clamaría al Señor contra ti y tú te cargarías con un pecado» (Dt 15,9).” (EG, 182).

10. Pidámosle a ella que nos enseñe a ser dóciles a la Palabra de Dios y generosos en nuestro servicio a los hermanos. María. haz que nuestras manos y nuestros pies se muevan «deprisa» hacia los demás, para llevar la caridad y el amor de tu Hijo Jesús, para llevar, como tú, la luz del Evangelio al mundo. Amén.

† Faustino Armendáriz Jiménez
Obispo de Querétaro