Homilía en la Misa del XXII aniversario luctuoso del R.P. Enrique Amezcua Medina, CORC

Capilla del Seminario de la Confraternidad de los Operarios del Reino de Cristo, Col. Jardines de la Hacienda
Año de la Pastoral Litúrgica

 

Queridos padres formadores
muy queridos seminaristas,
apreciados bienhechores,
hermanos y hermanos todos en el Señor:

 

  1. Con alegría nos reunimos en esta tarde para celebrar nuestra fe en el Señor y conmemorar juntos el XXII aniversario luctuoso del P. Enrique Amezcua Medina, Fundador de la Confraternidad de los Operarios del Reino de Cristo. Me complace poder encontrarme con cada uno de ustedes —formadores y seminaristas— celebrando la Santa Eucaristía, en la cual el Señor Jesús nos abre su corazón y nos muestra el camino de su gracia, el camino de la salvación. Saludo al Rev. P. José Antonio Gómez Elisea, Superior general de la Confraternidad a quien le agradezco la amable invitación para estar con ustedes en esta noche. Gracias padre. Saludo al Rev. P. Marco Antonio Hernández Vázquez, Rector de este seminario. De manera muy especial saludo a todos ustedes queridos seminaristas, quienes en un camino serio de formación van configurando su vida para llegar a ser verdaderamente “operarios” de la viña del Señor. siéntanse dichosos de poder vivir esta experiencia de discipulado a los pies del Señor y bajo el amparo de Santa María de Guadalupe.
  1. A la luz de la Palabra de Dios que hemos escuchado en esta tarde, deseo compartir con ustedes algunas reflexiones que considero nos pueden ayudar en nuestra vida espiritual y formativa. El Evangelio de hoy nos invita a reflexionar acerca del tema de la salvación. Jesús está subiendo desde Galilea hacia la ciudad de Jerusalén y en el camino —relata el evangelista Lucas— alguien se le acerca y le pregunta: «Señor, ¿son pocos los que se salvan?» (13, 23). Jesús no responde directamente a la pregunta: no es importante saber cuántos se salvan, sino que es importante más bien saber cuál es el camino de la salvación. Y he aquí entonces que, a la pregunta, Jesús responde diciendo: «Esfuércense en entrar por la puerta estrecha, pues les digo que muchos intentarán entrar y no podrán» (v. 24). ¿Qué quiere decir Jesús? ¿Cuál es la puerta por la que debemos entrar? Y, ¿por qué Jesús habla de una puerta estrecha?.
  1. Par entender el verdadero sentido de las palabras de Jesús, es necesario recurrir a la “imagen de la puerta” que se utiliza en la Sagrada Escritura y que tiene mucha relación con la vida pastoril del pueblo de Israel. A menudo, las aldeas tenían un rebaño grande que pertenecía a la comunidad, mantenido por una fuerte entrada. En la región interior, sin embargo, los rebaños eran mucho menos grandiosos. En vez de una entrada bien hecha, sólo tenían una abertura.  En ese caso, el pastor hacía su cama en esa abertura – tapando la entrada con su propio cuerpo – protegiendo al rebaño con su vida. En el sentido más literal, el pastor era la puerta; no había otro acceso al rebaño excepto por él. La puerta, entonces, representa para el dueño de las ovejas la seguridad, la confianza y la certeza, que quienes han entrado por ella, una a una, le pertenecen y forman parte de su rebaño. Por eso en el evangelio de Juan, Jesús se manifiesta como la puerta “Yo soy la puerta de las ovejas” (Jn 10, 7), precisamente porque quiere enseñarnos que el camino para ir al Padre es él mismo, es su propio cuerpo. Jesús al manifestarse como la puerta de las ovejas asume la responsabilidad de llevar a la humanidad, a estar bajo un sólo rebaño y  bajo un sólo pastor. Por eso, ante la pregunta que le ha hecho aquel que se le acercó, Jesús responde con toda seguridad: “Esfuércense por entrar por la puerta angosta porque yo les aseguro que muchos  tratarán de entrar y no podrán” (v. 24).
  1. Queridos hermanos, quizá muchos de nosotros hoy estemos preocupados por muchas otras cosas –incluso buenas-, sin embargo, hemos olvidado que lo principal y lo más importante: es la llamada que el Señor nos ha hecho a la vida eterna. Hoy el Señor nos recuerda que el principal y único objetivo de la vida cristiana es la salvación. Lo cual significa que  todo lo que hagamos y toda nuestra vida, tiene que estar orientada para buscar conseguir el Reino de Dios. Jesús es muy claro,  no basta conocerle y haber comido con él. No basta con ser sacerdotes o seminaristas. Es necesario pasar por él. ¿Qué significa esto? ¿Qué significa pasar por él? Significa escuchar su palabra y cumplirla. Significa amarle a él y amar a los hermanos. Inclusive hasta dar la propia vida. Significa seguirle, cargar la propia cruz y correr la misma suerte que Jesús.
  1. Queridos seminaristas, la llamada que el Señor les ha hecho a ustedes y a mí, en primer lugar es una llamada a la santidad, a la salvación. Por eso, la meta de la formación no es el sacerdocio, sino la santidad. Una santidad que estamos llamados a conseguir mediante el sacerdocio y la vida de consagración. Hoy, debemos estar alegres porque el Señor nos enseña el camino para lograrlo es: conocerle, amarle y seguirle. Al grado de que cada uno de nosotros lleguemos a ser la puerta de las ovejas,  es decir, el camino para que  la humanidad llegue a ser parte del rebaño de Dios y pueda entrar así  en los verdes pastos de la gracia y de la salvación.
  1. Hoy, la invitación que la palabra de Dios nos hace es para que revisemos nuestra vida y veamos, si realmente estamos buscando el Reino de Dios y su justicia, o más bien, nos estamos preocupando de otras cosas banales y superfluas que no nos ayudan a nada y no buscan nuestra salvación. En la actualidad incluso, a pesar de ser sacerdotes y seminaristas, pasamos ante muchas puertas que invitan a entrar prometiendo una felicidad que luego nos damos cuenta de que dura sólo un instante, que se agota en sí misma y no tiene futuro. Por eso yo me pregunto: nosotros, ¿por qué puerta queremos entrar? Y, ¿a quién queremos hacer entrar por la puerta de nuestra vida? No tengamos miedo de cruzar la puerta de la fe en Jesús, de dejarle entrar cada vez más en nuestra vida, de salir de nuestros egoísmos, de nuestras cerrazones, de nuestras indiferencias hacia los demás. La vida del seminario, nos debe ayudar para entender que estamos llamados a ser la “puerta de las ovejas” y que es necesario estar atentos para que el ladrón o el mercenario, no entren a robar y a matar a las ovejas del rebaño de Dios.
  1. Quiero invitarles para que vivan una vida disciplinada, de oración y de entrega que les asegure la salvación y les haga capaces de ser pastores según el corazón de Cristo, “anunciando el Evangelio a todos, en todos los lugares, en todas las ocasiones, sin demoras, sin asco y sin miedo” (cf. EG, 23). Quiero invitarles a formarse para ser sacerdotes de puertas abiertas, que tendiendo la llave para entrar en la vida de la gracia, entren ustedes y permitan que los demás entren. El Papa Francisco nos ha dicho: “La Iglesia está llamada a ser siempre la casa abierta del Padre. Uno de los signos concretos de esa apertura es tener templos con las puertas abiertas en todas partes. De ese modo, si alguien quiere seguir una moción del Espíritu y se acerca buscando a Dios, no se encontrará con la frialdad de unas puertas cerradas” (EG, 47). Y esto lo debemos entender, en sentido literal y en sentido espiritual, es decir, necesitamos cambiar los modos de llevar la vida pastoral de nuestras comunidades, al grado que hagamos accesible la vida de la gracia ideando, de manera creativa y evangelizadora, nuevas formas que permitan hacer volver a la oveja perdida, enferma y marginada.
  1. El Padre Enrique, supo entender muy bien esto, y fue consciente que los sacerdotes, antes que buscar otra cosa, debemos buscar la salvación nuestra. Para lo cual es muy importante la vida de comunidad, por eso, admiro y reconozco como una gracia del carisma de la Confraternidad, el estilo de vida comunitario que buscan vivir y promover. Yo estoy convencido que  hoy día, los sacerdotes debemos, cada vez más, propiciar la vida de comunidad, en la cual tengamos una experiencia de fe y de fraternidad. El día domingo en el  V Taller de Coordinadores de Consejos Parroquiales de Pastoral, hablando precisamente de la importancia de las pequeñas comunidades, un laico preocupado decía que por qué los sacerdotes no vivíamos y formábamos pequeñas comunidades. Creo que la respuesta a su inquietud  es precisamente esta: la vida de comunidad sacerdotal. Les invito para que aprovechen esta hermosa manera de vivir su vida cristiana y sacerdotal y como nos ha dicho el Papa Francisco: “No nos dejemos robar la comunidad” (cf. EG, 99)
  1. Pidamos a la Santísima Virgen María “Puerta del cielo”, que nos enseñe a ser sacerdotes de puertas abiertas, para que llevemos al rebaño del Señor hasta donde está Cristo, su Pastor, sentado a la derecha de Dios Padre. Amén.

 

† Faustino Armendáriz Jiménez
Obispo de Querétaro