Homilía en la Misa del Domingo de Ramos y de la Pasión del Señor

Santa Iglesia Catedral, Ciudad episcopal de Santiago de Querétaro, Domingo 13 de Abril de 2014
Año de la Pastoral Litúrgica

 

Queridos hermanos y hermanas todos en el Señor:

1. Mientras nos encaminábamos en peregrinación hacia este lugar, entre el júbilo y la alegría  de los cantos, hacíamos nuestras las palabras de los niños hebreos quienes a las puertas de Jerusalén aclamaron a Jesús como su Mesías y como su Redentor. Así, nosotros como Iglesia, hemos imitado lo sucedido aquel día, mediante la sugestiva liturgia de la bendición y procesión con los ramos por algunas calles de nuestra ciudad; esta liturgia nos invita a que asúmanos la actitud sencilla y humilde de los niños para reconocer en Jesús a nuestro Mesías y Redentor. ¡Solamente los sencillos de corazón, poseerán el Reino de los cielos! ¡Solamente los que son como niños serán capaces de reconocer y aclamar a Jesús como el Bendito que viene en el nombre del Señor!

2. Al iniciar esta semana, que para los católicos representa la Semana Mayor, hemos escuchado en la palabra de Dios tres textos que vistos de manera sinóptica, nos describen hermosamente la imagen perfecta del Hijo del hombre, quien “mañana tras mañana, abriendo el oído a la voz del Señor, escuchó su palabra y supo asumir de manera voluntaria el desafío de redimirnos, incluso al precio de ofrecer su vida en el escarnio y el sufrimiento, renunciando a su gloria y a su divinidad  en una pasión dolorosa, que lo ha llevó a la muerte y muerte de cruz (Is 50, 4-7; Fil 2, 6-11); Mt 26, 14-27,66).  Esto con el fin de enseñarnos que efectivamente es Jesucristo, muerto y resucitado, el único Señor de la vida y de la historia, en quien hemos de poner nuestra esperanza. Al contemplar en esta liturgia la pasión dolorosa de Jesús, entendemos  precisamente que Jesús mismo “es el grano de trigo venido de Dios, el grano de trigo divino, que se deja caer en tierra, que se deja partir, romper en la muerte y, precisamente de esta forma, se abre y puede dar fruto en todo el mundo” (Benedicto XVI, Visita a la Iglesia luterana de Roma, 14 de marzo de 2010; L’Osservatore Romano, edición en lengua española, 21 de marzo de 2010, p. 8).

3. Queridos hermanos y hermanas, quisiera invitarles en esta tarde para que “mañana tras mañana” como decía el profeta Isaías en la primera lectura, escuchemos la voz de Dios y a ejemplo de Jesús, asumamos su voluntad en nuestra vida. Lo cual muchas veces incluye la pasión. Hoy día, culturalmente esto es inconcebible, porque se ha sobre exaltado una cultura del confort, una cultura del bienestar, una cultura que olvida precisamente la fragilidad humana. Sin embargo, este día la Palabra de Dios nos enseña que lo más importante es la fidelidad con la cual cada uno, responde a la voluntad de Dios. En este sentido hemos de ser muy cuidadosos pues no todo lo que nos ocurre o que nos pasa de bueno o malo en la vida es voluntad de Dios.  Muchas veces,  sencillamente es el resultado del mal uso de la libertad, de las circunstancias adversas a nosotros o simplemente de factores externos a nosotros. La Voluntad de Dios solo quiere lo que es bueno y santo, pero el libre albedrío del hombre y las tentaciones del enemigo producen otros efectos que no son buenos. Estos efectos son los que sufrimos, pero Dios, para quien todo es presente, ve lo bueno en nuestra manera de enfrentarnos al mal y lo permite para obtener un bien mayor. San Pablo trae esto a colación cuando nos recuerda que aquellos que aman a Dios tienden a lo bueno (Rm 8, 28). Nuestro Señor se enfrentó a la malicia, al odio y a la crucifixión para cumplir la Voluntad de Dios, pero eso lo entendió humanamente sólo estando atento a la voz de su Padre y a lo que él le iba indicando.

4. No podemos decir que Dios ordenó a los hombres rechazar y matar a su Hijo, pero al saber de antemano los sentimientos del pueblo elegido cuando apareciese su Hijo en la tierra, permitió la disposición de ese pueblo al mal y por la perfecta obediencia su Hijo logró nuestra redención. Ordenó que el hombre no cayese, pero el orgullo rechazó ese deseo. Ordenó al hombre aceptar a su Hijo, pero muchos no lo hicieron. Al permitir los efectos del rechazo, el Padre generó un gran bien. El hombre sabría cuánto lo ama Dios, recibiría al Espíritu, la gracia, la filiación divina y finalmente, el cielo. Todo este bien fue obtenido a partir de la malicia del hombre. Dios lo vio y permitió que su Hijo sufriera intensamente para terminar con el yugo del demonio sobre el hombre y destruir a la muerte completamente por medio de su gloriosa Resurrección. Al tomar decisiones relativas a nuestro estado de vida, los amigos, el trabajo, los planes futuros, negocios; debemos utilizar las facultades mentales que Dios nos ha dado y debemos rezar para pedir una guía. No podemos esperar que descienda como una especie de visión de éxtasis que nos diga exactamente qué hacer.

5. Por otro lado, la Iglesia al leer en la liturgia la la Pasión nos sitúa ante Cristo, vivo en la Iglesia. El misterio pascual, que reviviremos durante los días de la Semana Santa, es siempre actual. Nosotros somos hoy los contemporáneos del Señor y, como la gente de Jerusalén, como los discípulos y las mujeres, estamos llamados a decidir si estamos con él o escapamos o somos simples espectadores de su muerte. Todos los años, durante la Semana Santa, se renueva la gran escena en la que se decide el drama definitivo, no sólo para una generación, sino para toda la humanidad y para cada persona. La narración de la Pasión pone de relieve la fidelidad de Cristo, en contraste con la infidelidad humana. En la hora de la prueba, mientras todos, también los discípulos, incluido Pedro, abandonan a Jesús (cf. Mt 26, 56), él permanece fiel, dispuesto a derramar su sangre para cumplir la misión que le confió el Padre. Junto a él permanece María, silenciosa y sufriente. Dios no nos pide e éxito de nuestra vida nos pide fidelidad.

6. Queridos hermanos, espero que cada uno de ustedes participe de esta alegría. Aquel a quien en este día hemos aclamado como Señor no es un mercader de ilusiones, no es un poderoso de este mundo, ni un astuto y hábil pensador. No es un fracasado que se queda en la muerte y en la desventura. Si contemplamos el dolor y el sufrimiento de Jesús es para que veamos y nos demos cuenta, hasta donde fue capaz de llegar el Señor. Sepa cada uno de ustedes que a quién los cristianos seguimos es a Cristo crucificado, a Cristo muerto por nosotros, a Cristo resucitado por nosotros.

7. Hoy la Iglesia nos asegura que no quedaremos defraudados. En efecto, nadie, excepto él, puede darnos el amor, la paz y la vida eterna que anhela profundamente nuestro corazón. ¡Siéntanse dichosos, si son fieles discípulos de Cristo! ¡Siéntanse Dichosos si están dispuestos a testimoniar, en cualquier circunstancia, que verdaderamente este hombre es el Hijo de Dios! (cf. Mt 27, 39). Amén.

 

† Faustiano Armendáriz Jiménez
Obispo de Querétaro