Homilía en la Misa del 2° Festival por la Vida

Estadio “Corregidora”, Ciudad episcopal de Santiago de Querétaro, Qro., a 7 de septiembre de 2013.
Annus Fidei – Año de la Pastoral Social – Año Jubilar Diocesano

Queridos hermanos y hermanas todos en el Señor:

1. Les saludo a todos ustedes con el gozo de saber que Jesucristo, ha venido al mundo encarnándose en el seno de la Santísima Virgen María por obra del Espíritu Santo, para que todos tengamos vida y la tengamos en abundancia (Mt 1, 20; Jn 10, 10). Les saludo con el corazón lleno de gozo al ver a cada uno de ustedes unirse a esta celebración festiva, en favor de la vida humana y en favor de la paz, particularmente en nuestro país y en Siria. Nos unimos desde este lugar a la Jornada de oración y de ayuno  por la paz en Siria, a la que su Santidad el Papa Francisco, nos ha convocado en este día. Agradezco a quienes han encabezado esta hermosa Jornada de Oración, al P. Javier Coellar Ríos y al equipo de laicos y voluntarios, quienes generosamente se han entregado con esmero y con amor para la buena celebración y realización de esta gran obra.

2. De este modo queremos ofrecer al Dios grande y bueno, un acto consciente y con devoción, de desagravio por las innumerables faltas que se han cometido en nuestro país en contra de la vida en gestación, mediante el aborto y a la vida humana, mediante la guerra, tanto en México como en Siria. Pues la Buena Nueva que Jesucristo nos ha traído es que, “El hombre está llamado a una plenitud de vida que va más allá de las dimensiones de su existencia terrena, ya que consiste en la participación de la vida misma de Dios” (cf. Evangelium Vitae, 2). Y todo aquello que va en contra de la vida humana, no es sino un agresión a la imagen de Dios, inscrita en cada persona y en cada ser humano.

3. Pues como nos han dicho el Concilio Vaticano II:  “Todo lo que se opone a la vida como los homicidios de cualquier género, los genocidios, el aborto, la eutanasia y el mismo suicidio voluntario […] todo lo que ofende a la dignidad humana, como las condiciones infrahumanas de vida, los encarcelamientos arbitrarios, las deportaciones, la esclavitud, la prostitución, la trata de blancas y de jóvenes; también las condiciones ignominiosas de trabajo en las que los obreros son tratados como meros instrumentos de lucro, no como personas libres y responsables; todas estas cosas y otras semejantes ―continua diciendo el Concilio― son ciertamente oprobios que, al corromper la civilización humana, deshonran más a quienes los practican que a quienes padecen la injusticia y son totalmente contrarios al honor debido al Creador” (Const. Past. Gaudium et spes, sobre la iglesia en el mundo actual, 27). Ante esta triste y penosa realidad, nosotros los bautizados, defendemos la vida. “Con la alegría de la fe que recibimos cada uno de en el bautismo, somos discípulos y misioneros para proclamar el Evangelio de Jesucristo y, en Él, la buena nueva de la dignidad humana, de la vida y de la familia (cf. DA 103).

4. Esta tarde celebramos ya las vísperas de la fiesta de la Natividad de la Santísima Virgen María, y la liturgia eucarística la hemos querido tomar de dicha fiesta, pues nos enseña cómo es que en María se confirma la promesa de la salvación dada a nuestros padres y, que más tarde, se verá consumada en el acontecimiento de la Encarnación de su Hijo, Jesucristo.  Esta fiesta se celebra ya  desde hace muchos siglos y se ha fijado el 8 de septiembre, fecha en la que en Jerusalén fue consagrada la basílica construida sobre la casa de santa Ana, madre de la Virgen Santísima.

5. La liturgia de la Palabra centra nuestra mirada en el aconteciendo de la encarnación y cómo María desempeña un papel extraordinario y fundamental. “Su consentimiento en la Anunciación y su maternidad son el origen mismo del misterio de la vida que Cristo vino a dar a los hombres (cf. Jn 10, 10). A través de su acogida y cuidado solícito de la vida del Verbo hecho carne, la vida del hombre ha sido liberada de la condena de la muerte definitiva y eterna” (cf. Evangelium Vitae, 102). En la primera lectura, se anuncia el nacimiento del Mesías en el estupendo oráculo del profeta Miqueas sobre Belén. El oráculo dice que será descendiente del rey David, procedente de Belén como él, pero su figura superará los límites de lo humano, pues «sus orígenes son de antigüedad», se pierden en los tiempos más lejanos, confinan con la eternidad; su grandeza llegará «hasta los últimos confines de la tierra» y así serán también los confines de la paz (cf. Mi 5, 1-4). Para definir la venida del «Consagrado del Señor», que marcará el inicio de la liberación del pueblo, el profeta usa una expresión enigmática: «Hasta el tiempo en que dé a luz la que ha de dar a luz» (Mi 5, 2). Así, la liturgia, que es escuela privilegiada de la fe, nos enseña a reconocer que el nacimiento de María está directamente relacionado con el del Mesías, Hijo de David.

6. En la página del evangelio el apóstol san Mateo, nos ha presentado precisamente el relato del nacimiento de Jesús. Desde la lista de la genealogía, que pone al inicio de su evangelio como un prólogo. También aquí el papel de María en la historia de la salvación resalta con gran evidencia: el ser de María es totalmente relativo a Cristo, en particular a su encarnación. «Jacob engendró a José, el esposo de María, de la que nació Jesús, llamado Cristo» (Mt 1, 16). Salta a la vista la discontinuidad que existe en el esquema de la genealogía: no se lee «engendró», sino «María, de la que nació Jesús, llamado Cristo». Precisamente en esto se aprecia la belleza del plan de Dios que, respetando lo humano, lo fecunda desde dentro, haciendo brotar de la humilde Virgen de Nazaret el fruto más hermoso de su obra creadora y redentora. El evangelista pone luego en escena la figura de san José, su drama interior, su fe robusta y su rectitud ejemplar. Tras sus pensamientos y sus deliberaciones está el amor a Dios y la firme voluntad de obedecerle. Pero ¿cómo no sentir que la turbación y, luego, la oración y la decisión de José están motivados, al mismo tiempo, por la estima y por el amor a su prometida? En el corazón de san José la belleza de Dios y la de María son inseparables; sabe que no puede haber contradicción entre ellas. Busca en Dios la respuesta y la encuentra en la luz de la Palabra y del Espíritu Santo: «La virgen concebirá y dará a luz un hijo, y le pondrán por nombre Emmanuel», que significa «Dios con nosotros» (Mt 1, 23; cf. Is 7, 14).

7. Queridos hermanos y hermanas, de esta manera, una vez más, podemos contemplar el lugar que ocupa María en el plan salvífico de Dios, el «plan» del que nos habla la segunda lectura, tomada de la carta a los Romanos. Aquí, el apóstol san Pablo, en dos versículos de notable densidad, expresa la síntesis de lo que es la existencia humana desde un punto de vista meta-histórico: una parábola de salvación que parte de Dios y vuelve de nuevo a él; una parábola totalmente impulsada y gobernada por su amor. Se trata de un plan salvífico completamente penetrado por la libertad divina, la cual, sin embargo, espera que la libertad humana dé una contribución fundamental: la correspondencia de la criatura al amor de su Creador. Y aquí, en este espacio de la libertad humana, percibimos la presencia de la Virgen María, aunque no se la nombre explícitamente. En efecto, ella es, en Cristo, la primicia y el modelo de «los que aman a Dios» (Rm 8, 28). En la predestinación de Jesús está inscrita  la predestinación de María, al igual que la de toda persona humana. El «Heme aquí» del Hijo encuentra un eco fiel en el «Heme aquí» de la Madre (cf. Hb 10, 7), al igual que en el «Heme aquí» de todos los hijos adoptivos en el Hijo, es decir, de todos nosotros.

8. Al celebrar este festival de la vida queremos profesar nuestra fe en el Evangelio de la Vida, creemos que como discípulos y misioneros de Jesucristo, es necesario sumarnos y disponer el corazón para que la Palabra de Dios penetre nuestra vida, nuestra inteligencia y nuestra voluntad. Solamente la Palabra de Dios puede transformar el corazón y llenarnos de alegría plena, y de este modo estar abiertos a la vida y  explicarnos el misterio mismo del hombre, ante el cual muchas veces se siente afligido y quizá confundido. “Tan sólo en el misterio de la Palabra encarnada, se aclara verdaderamente el misterio del hombre. Cristo, en la revelación misma del misterio del Padre y de su amor, manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre su altísima vocación” (cf. Gaudium et spes,  22). Ante una vida sin sentido, Jesús nos revela la vida íntima de Dios en su misterio más elevado, la comunión trinitaria. Es tal el amor de Dios, que hace del hombre, peregrino en este mundo, su morada: “Vendremos a él y viviremos en él” (Jn 14, 23). Ante la desesperanza de un mundo sin Dios, que sólo ve en la muerte el término definitivo de la existencia, Jesús nos ofrece la resurrección y la vida eterna en la que Dios será todo en todos (cf. 1Cor 15, 28). Ante la idolatría de los bienes terrenales, Jesús presenta la vida en Dios como valor supremo: “¿De qué le sirve a uno ganar el mundo, si pierde su vida?” (Mc 8, 36). Ante el subjetivismo hedonista, Jesús propone entregar la vida para ganarla, porque “quien aprecie su vida terrena, la perderá” (Jn 12, 25). Es propio del discípulo de Cristo gastar su vida como sal de la tierra y luz del mundo. Ante el individualismo, Jesús convoca a vivir y caminar juntos. La vida cristiana sólo se profundiza y se desarrolla en la comunión fraterna. Jesús nos dice “uno es su maestro, y todos ustedes son hermanos” (Mt 23, 8). Ante la despersonalización, Jesús ayuda a construir identidades integradas (Cf. DA, 109.110).

9. Hermanos y hermanas, es urgente que abramos nuestro corazón, nuestra familia, nuestras comunidades, nuestros estados y todo el país, al evangelio de la vida; por el contrario, el mal anidará en nuestro corazón y provocará en nosotros tristeza, desaliento, desesperanza y lo más doloroso: la muerte, como está ocurriendo con tantos y tantos niños que nos han podido nacer y que quizá están a punto de ser abortados, con pretexto de una interrupción del embarazo legal y voluntario. Si cada uno de nosotros no colaboramos desde la educación formal e informal en los valores del evangelio y de la vida, de la familia y del amor, poco a poco se irá gestando cada vez más, una cultura de violencia, del dolor y de la muerte. La guerra que sufre nuestro pueblo mexicano y el pueblo sirio, nos es fruto de hoy, sino de una cultura de muerte, minada poco a poco en el corazón de muchos, por la falta de Dios en su vida; porque quizá como Iglesia no hemos hecho lo que teníamos que hacer, anunciándoles el evangelio de la vida y no han podido conocer el amor de Dios. El camino para la paz es la misión, es el anuncio del evangelio, es Jesucristo. “Camino,  Verdad y Vida” (cf. Jn 14, 6-9).

10. El primer paso fundamental para realizar este cambio cultural consiste en la formación de la conciencia moral sobre el valor inconmensurable e inviolable de toda vida humana. Además de la formación de la conciencia es el descubrimiento del vínculo constitutivo entre la libertad y la verdad. (cf. Evangelium vitae, 96).  Es necesario educar en el valor de la vida comenzando por sus mismas raíces. Es una ilusión pensar que se puede construir una verdadera cultura de la vida humana, si no se ayuda a los jóvenes a comprender y vivir la sexualidad, el amor y toda la existencia según su verdadero significado y en su íntima correlación (cf. Evangelium vitae, 87). Es urgente y necesario que la familia adquiera su papel formativo y promotora de la cultura de la fe y de la vida. Pues en ella, “la fe está presente en todas las etapas de la vida, comenzando por la infancia: los niños aprenden a fiarse del amor de sus padres. Por eso, es importante que los padres cultiven prácticas comunes de fe en la familia, que acompañen el crecimiento en la fe de los hijos. Sobre todo los jóvenes, que atraviesan una edad tan compleja, rica e importante para la fe, deben sentir la cercanía y la atención de la familia y de la comunidad eclesial en su camino de crecimiento en la fe” (cf. Lumen fidei, 53). Así, la fe se arraigará, cada vez más en el corazón de los fieles hasta convertirse en cultura y producir frutos de santidad.

11. Sé bien que María está en su corazón. Hoy, queremos darle gracias por su protección y renovarle nuestra confianza y nuestra consagración a su inmaculado corazón, reconociendo en ella la «Estrella de la nueva evangelización», en cuya escuela podemos aprender cómo llevar a Cristo Salvador a los hombres y a las mujeres contemporáneos. Que María nos ayude a llevar a Cristo a las familias, pequeñas iglesias domésticas y células de la sociedad, hoy más que nunca necesitadas de confianza y de apoyo tanto en el ámbito espiritual como en el social. Que ella nos ayude a encontrar las estrategias pastorales más oportunas para hacer que encuentren a Cristo los jóvenes, por naturaleza portadores de nuevo impulso, pero con frecuencia víctimas del nihilismo generalizado, sedientos de verdad y de ideales precisamente cuando parecen negarlos. Que ella nos capacite para evangelizar al mundo del trabajo, de la economía, de la política, que necesita una nueva generación de laicos cristianos comprometidos, capaces de buscar con competencia y rigor moral soluciones de desarrollo social. En todos estos aspectos del compromiso cristiano siempre podemos contar con la guía y el apoyo de la Virgen santísima. Encomendémonos, por tanto, a su intercesión maternal.

12. María es puerto, refugio y protección para nuestro pueblo, que tiene en sí la fuerza de la tradición y  de la fe. Así pues, renovemos con alegría nuestra consagración a una Madre tan solícita. Estoy seguro de que las generaciones de los queretanos seguirán acudiendo a Santa María del Pueblito para invocar su protección. Nunca quedará defraudado quien se encomienda a Nuestra Señora del Pueblito, Madre misericordiosa y poderosa. ¡María, Reina de la paz y Estrella de la esperanza, intercede por nosotros! Amén.

 

† Faustino Armendáriz Jiménez
Obispo de Querétaro