Homilía en la Misa de Ordenación de Diáconos y el XXXIII Aniversario de Ordenación Sacerdotal

Plaza “Presbyterotum Ordinis” del Seminario Conciliar de Querétaro. Qro., a 11 de septiembre de 2015

Año de la vida Consagrada Año de la Pastoral de la Comunicación

 

Estimados hermanos sacerdotes,

queridos ordenandos,

apreciados miembros de la vida consagrada,

hermanos y hermanas todos en el Señor.

 

1. Nuestra Iglesia diocesana se alegra hoy de poder celebrar la ordenación diaconal de estos 11 jóvenes seminaristas, quienes después del proceso de formación que el Seminario les ha  ofrecido, se han decidido en decir sí al Señor, de manera alegre y generosa. Una respuesta que supone: la libertad interior, el encuentro con la persona de Cristo y la generosidad del corazón para entregase sin reserva por la causa del Evangelio, siendo don del servicio a la Iglesia y a los pobres, en comunión con el Obispo y su presbiterio, sirviendo al Pueblo de Dios en el ministerio de la liturgia, de la palabra y de la caridad (cf. LG, 29). Los diáconos reciben el don del Espíritu Santo para que ejerzan el ministerio fielmente, por eso se ruega que sean fortalecidos con los siete dones del Espíritu, con su gracia septiforme, de manera que puedan imitar a Cristo en su servicio de amor, en su solicitud generosa para con los que padecen cualquier clase de marginación  o de exclusión. Así lo expresa, de manera hermosa, la liturgia de este día que estamos celebrando.

2. Es por eso que esta mañana quiero invitarles a reflexionar juntos en la importancia de algunos elementos que constituyen el ritos de la ordenación y que definen el ser y quehacer de los diáconos en la Iglesia:

  1. En primer lugar me quiero fijar en los ritos que constituyen la elección por la Iglesia local. Es decir, el gesto que hemos realizado ya, mediante el cual el Padre Rector del Seminario y en nombre de la comunidad presenta a los candidatos ante el Obispo, quien a su vez en nombre de Dios, expresa su consentimiento. Un consentimiento que genera en la misma comunidad alegría y gozo. Este rito expresa la llamada de Dios  y a la vez la comunión al rasgo real del cuerpo eclesial de Cristo. El ordenando no está solo, lo acompaña toda la Iglesia. La Iglesia de donde ha salido y la Iglesia a la cual servirá. Este gesto no es un mero rito. Es signo del fundamento del ministerio de la comunión, es decir, la Iglesia. Los ordenandos al  recibir la sagrada ordenación, entran a formar parte de la comunión ministerial y quedan vinculados sacramentalmente a esta Iglesia local. En este sentido quisiera poner hincapié: Ustedes queridos jóvenes se ordenan para el servido de esta Iglesia. Su gloria y su pasión será por ende, entregarse a ella, de donde han salido. Por eso es muy importante no perder de vista que en el ejercicio del ministerio, la comunidad es algo esencial. ¡Jóvenes amen a su comunidad! En este sentido, retomando las palabras del Papa Francisco hoy les digo: “El predicador necesita también poner un oído en el pueblo, para descubrir lo que los fieles necesitan escuchar. Un predicador es un contemplativo de la Palabra y también un contemplativo del pueblo. De esa manera, descubre «las aspiraciones, las riquezas y los límites, las maneras de orar, de amar, de considerar la vida y el mundo, que distinguen a tal o cual conjunto humano», prestando atención «al pueblo concreto con sus signos y símbolos, y respondiendo a las cuestiones que plantea»” (EG, 154).  
  2. Un segundo aspecto que quiero resaltar es la invocación del Espíritu, la imposición de manos del obispo y la plegaria de ordenación. Tres realidades rituales que conforman una única realidad  que significa y representa  que la llamada la hace Dios y él la sella con la gracia santificante. Los diáconos son ordenados al servicio del obispo y no para ofrecer la Eucaristía. Sólo presentan los dones al obispo, que ejerce el supremo sacerdocio. La plegaria de ordenación diaconal, después de recordar que Dios Padre ha constituido tres órdenes al servicio de su nombre, invoca a Dios Padre para que vierta sobre los nuevos diáconos el don del Espíritu Santo, para que ejerzan el ministerio, por eso se pide que sean fortalecidos con los sietes dones,  los dones mesiánicos que ha profetizado el profeta Isaías: “Espíritu de sabiduría y de inteligencia, espíritu de consejo y de fortaleza, espíritu de ciencia y de piedad, espíritu de temor del Señor” (cf. Is 11, 1-3). De dicha plegaria se delinean de manera implícita las funciones a ejercer por los diáconos. —Reza la plegaria—: “Que resplandezca en ellos un estilo de vida evangélica, un amor sincero, solicitud por pobres y enfermos, una autoridad discreta, una pureza sin tacha y una observancia de sus obligaciones espirituales” (Plegaria de ordenación diaconal, Ritual de ordenes). Queridos jóvenes, en la Plegaria, ustedes pueden ver delineado el camino por donde deben andar. Quiero pedirles en nombre de Dios que de ahora en adelante, se distingan en la solicitud por los pobres y enfermos.  ¡Amen, el misterio de la salud! ¡Amen, la defensa de los que más sufren! ¡Amen, el cuidado y la promoción de los pobres y desvalidos! “Es indispensable —como señala el Santo Padre — prestar atención para estar cerca de nuevas formas de pobreza y fragilidad donde estamos llamados a reconocer a Cristo sufriente, aunque eso aparentemente no nos aporte beneficios tangibles e inmediatos: los sin techo, los toxicodependientes, los refugiados, los pueblos indígenas, los ancianos cada vez más solos y abandonados, etc. Los migrantes me plantean un desafío particular por ser Pastor de una Iglesia sin fronteras que se siente madre de todos” (cf. EG, 210). Queridos jóvenes,  el servicio a los pobres, si no quiere convertirse en un mero voluntariado o asistencia social profesionalizada, no puede prescindir del anuncio del evangelio  ni de la participación en la Eucaristía. Por eso el diaconado es un don  y no una función. Y por tanto no se ordena al que ejerce funciones diaconales, sino que el don recibido capacita al ordenando para el diaconado para que se haga presente la solicitud generosa  de Cristo en el ejercicio de su ministerio apostólico.
  3. Finalmente, quiero que nos fijemos en el rito de la entrega de los Santos Evangelio.  Una vez ordenandos, los diáconos reciben el libro de los Santos Evangelios, puesto que su servicio es proclamar el Evangelio en las celebraciones litúrgicas y predicar de palabra y de obra la fe de la Iglesia. Además, porque el evangelio representa al mismo Jesucristo pobre y al servicio de los pobres. El Papa Benedicto XVI en la Exhortación Apostólica Post-sinodal sobre la Palabra de Dios en la vida de la Iglesia nos señaló: “Los aspirantes al sacerdocio ministerial están llamados a una profunda relación personal con la Palabra de Dios, especialmente en la lectio divina, porque de dicha relación se alimenta la propia vocación: con la luz y la fuerza de la Palabra de Dios, la propia vocación puede descubrirse, entenderse, amarse, seguirse, así como cumplir la propia misión, guardando en el corazón el designio de Dios, de modo que la fe, como respuesta a la Palabra, se convierta en el nuevo criterio de juicio y apreciación de los hombres y las cosas, de los acontecimientos y los problemas” (cf. Verbum Domini, 82).  

3. En este sentido, considero que la vida y el ministerio que hoy ustedes asumen, necesariamente tiene que vincularse al Evangelio de Cristo, por el contrario, con mucha probabilidad caerán en la tentación de muchos agentes pastorales de hoy en día: la mundanidad espiritual. Hagamos caso a la denuncia profética del Santo Padre: “¡No nos dejemos robar el Evangelio!” (EG, 97). Para ello es necesario que física y espiritualmente el Evangelio sea el centro de nuestra vida; sea el amigo que nos acompañe donde quiera que vayamos; sea el lugar desde donde la vida personal y ministerial tenga su centro y su culmen. “El predicador «debe ser el primero en tener una gran familiaridad personal con la Palabra de Dios: no le basta conocer su aspecto lingüístico o exegético, que es también necesario; necesita acercarse a la Palabra con un corazón dócil y orante, para que ella penetre a fondo en sus pensamientos y sentimientos y engendre dentro de sí una mentalidad nueva». Nos hace bien renovar cada día, cada domingo, nuestro fervor al preparar la homilía, y verificar si en nosotros mismos crece el amor por la Palabra que predicamos. No es bueno olvidar que «en particular, la mayor o menor santidad del ministro influye realmente en el anuncio de la Palabra». Como dice san Pablo, «predicamos no buscando agradar a los hombres, sino a Dios, que examina nuestros corazones» (1 Ts 2,4). Si está vivo este deseo de escuchar primero nosotros la Palabra que tenemos que predicar, ésta se transmitirá de una manera u otra al Pueblo fiel de Dios: «de la abundancia del corazón habla la boca» (Mt 12,34). Las lecturas del domingo resonarán con todo su esplendor en el corazón del pueblo si primero resonaron así en el corazón del Pastor” (cf. EG, 149).  

4. Queridos jóvenes, hoy ustedes se ordenan diáconos y por lo tanto su vida tendrá una nueva configuración. El don de imitar a Cristo en el servicio configurará su existencia y su misión en la Iglesia y en el mundo. El  compromiso que hoy hacen no es un contrato laboral que se mida bajo criterios humanos; es más bien un compromiso de amor y de servicio. No escatimen en darse sin reserva por la causa del evangelio. Jesús nos lo ha dicho hoy en su evangelio: “El que quiera ser grande entre ustedes, que sea el que los sirva, y el que quiera ser el primero, que sea su esclavo: así como el Hijo de Hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar la vida por la redención de todos” (Mt 20, 25-28). La realidad cultural y social en el que la Iglesia se desenvuelve en nuestro tiempo, es una realidad difícil que nos exige darlo todo. Cada uno de ustedes ha dado muestra de que por la formación y ahora con la gracia de la ordenación,  cuenta con lo necesario para anunciar el Evangelio. No pierdan esa alegría que hoy resplandece en su rostro.  Esa alegría es la alegría que la Iglesia necesita para llevar acabo la Nueva Evangelización.  

5. Hoy deseo proponerles como modelo al próximo Santo Fray Junípero Serra, quien sin importarle nada, dejar su tierra, su cultura, no saber ni conocer la lengua, en definitiva enfrentarse a un nuevo mundo, supo transmitir la alegría del evangelio entre nosotros. Aprendamos de él el amor y el gusto por la misión. Dejen que su ejemplo sea un impulso para cada uno de ustedes.

6. Finalmente, al celebrar en este día el XXXIII° aniversario de mi ordenación sacerdotal, quisiera pedirles a todos ustedes que me ayuden a darle gracias a Dios por este don de su gracia, que ha confiado a mis humildes manos. Me siento muy agradecido con Dios, por tantos dones y gracias que me ha concedido a lo largo de estos años. Er sacerdote de Cristo es para mí la mayor muestra de que Dios me ama y me pide ser mensajero de este amor a todos y en todo momento.

7. Que la Santísima Virgen María de Guadalupe, siga intercediendo por cada uno de nosotros los sacerdotes y que en especial, reciba y proteja a estos once jóvenes en este día, en el que quieren consagrarse para siempre al servicio del Reino de los cielos y en un futuro próximo, consagrar su vida como sacerdotes para siempre. Amén.

† Faustino Armendáriz Jiménez

Obispo de Querétaro